La destrucción del barrio mas popular de Maracaibo, El Saladillo, obra del presidente Caldera

“Los verdaderos hombres progresistas

  son los que parten de un respeto

              profundo al pasado”

 Renán

     Viví los tiempos de la aldea grande que, poco a poco se fue transformando en ciudad, con un centro o casco central mui limitado, con algunos brazos, primero caminos de tierra, de trillas para sus primeros carros, que se extendían, paralelos a la costa, hacia el norte por El Milagro i Cotorrera, hacia el sur por Los Haticos i la Arreaga, i más internamente por Bella Vista hasta mirar hacia el lago cerca de Capitán Chico, o hacia el norte también, pero buscando hacia el campo, por Las Delicias. Estos brazos de tierra i polvo fueron los primeros asfaltados –cuando se empezó a usar el petróleo o el asfalto, caminos de “lomo” i bordes ondulados− i los llamamos en principio carreteras; luego, las primeras avenidas, con una sola transversal entre Delicias i Bella Vista, que se llamó la carretera o avenida 5 de julio.  Posteriormente otro enlace, la carretera o avenida Falcón. Todo lo demás, de arena, alguna apisonada; sin embargo fue rápita la pavimentación o el asfaltado de las calles centrales, muchas transversales, i desaparecidos los primeros tranvías eléctricos, llegaron los autobuses de trompa para el motor, algunos de color rojo i ñatos, con puertas laterales,  la  delantera para subir i pagar, i la posterior para bajar, o al revés. Ya la plazas principales se desarrollaron i algunas de las principales las describí recientemente, en un artículo escrito hace años. Sería imposible ponerme a seguir describiendo este proceso urbano, i solamente me concretaré a lo que ya era Maracaibo, cuando estudiaba el bachillerato i catedral palacio de gobierno, concejo i otras edificaciones públicas i privadas daban fisonomía propia a la ciudad. Mi colegio, del Dr. Raúl Cuenca (Instituto Maracaibo), estaba en la calle Aurora, cerca de la Ciega, gran relleno realizado para el puerto i el Estadio del Lago, un destartalado Parque Infantil, el Cuerpo de Bomberos i la Casa del Obrero, luego primera sede de la Universidad del Zulia en su reapertura. En la misma cuadra de la casona en la que vivían mis tías paternas i mi padre tenía su clínica o consultorio. El frente daba a la calle Ciencias o calle Derecha, que se extendía hasta el templo que antes fue San Juan de Dios, i luego la Basílica de la Chiquinquirá i el Hospital fundado por el Dr. Dagnino en una casona de dos piso, i luego reemplazado por el “moderno” hospitalito (como lo llamaron siempre) de concreto, frente a la recordada bodega  Las Quince Letras;  i paralela a ella,  (a la calle Derecha) pasando por la Plaza Sucre, el Cuartel de Veteranos i lado norte de la Plaza Bolívar, se extendía la calle Venezuela, hasta el llamado Cementerio el Cuadrado. Cuando eso era “monte i culebra” como se decía, por allí dejaron a la muchacha asesinada en la Casa de la Capitulación, que llamaron el Crimen de la Caballero. Entre estas dos largas calle, venían transversales como  Oriente,  Guayaquil, Pacheco o Lares, Obispo Lazo, Urdaneta, Colón, Vargas, Ayacucho, Páez i una antes de la Basílica, la llamada Calle del Milagro, donde había una capillita, que algunos identifican la Casita del Milagro, donde hizo su aparición la Chiquinquirá, en una tablilla que tapaba un tinajero. I no se precisa donde comenzaba  los límites de lo que se llamaba El Saladillo.  De joven fui varias veces, creo que a la calle Páez, cerca del cruce con Venezuela, por los lados del viejo teatro o cine Odéon, ya abandonado, donde vivía el sastre que le cosía a mi padre i me hizo mis primeros fluxes, llamado Malaquías Socorro; me impresionaba su nombre. Eran sectores de o barrios humildes, sanos i tradicionales, en torno a la Basílica i sus alrededores; ya graduado de médico, varias veces pinté óleos por aquellos lados. Hacia el oeste, hicieron luego una larga calle de cemento gris brillante, que la gente bautizó como la Cinta de Plata, i allí estuvo el popular cine Vallejo, que anunciaba la hora de sus funciones con una sirena, i al final, los primeros Laboratorios Belloso que, recuerdo fui con mis padres, siendo todavía un niño, a la inauguración. Más adelante existiría en la prolongación, ya no encementada, una venta de hielo, cerveza al mayor, i creo que helados, llamada El Pingüino i de seguido la Unidad Sanitaria de Maracaibo. Por esos lados también estuvo el cine Boconó, donde Betulio González hizo sus primeras peleas de boxeo. Recuerdo también un sitio con una plazoleta triangular i una sola palmera de cocos (tengo el sitio pintado en acuarela), mui alta, que estaba antes de llegar al Puente Gómez, de baranda de balaustres tallados en piedra, sobre una cañada, i que me decía mi padre, debía disminuir la velocidad de los vehículos para pasarlo, por lo cual una vez fue multado por la Inspectoría de Tránsito por no disminuir la velocidad, i el reporte policial dijo que lo pasó, no como un rayo, sino como un trueno i con una mujer que resultó su esposa. Eran recuerdo de un barrio i de una tradición que nunca volverá, es obvio; pero es crónica añeja. Antes de llegar a las Delicias i cerca del cementerio, hubo unas cuadras que se llamó, la calle del Cristo, porque en la madera de una ventana había aparecido Cristo i la gente le llevaba velas, flores i dádivas (como todo negocio religioso). Cuando con el tiempo casi terminaban de demoler ese Saladillo, hice muchos dibujos, acuarelas i óleos, de los que me quedan pocos, todos por detrás de la Basílica.

      Cuando uno viaja por el viejo continente, la atrayente Europa, lo que más llama la atención, por lo menos a mí, es cómo se conserva por años, décadas o siglos, el centro de las grandes ciudades o pequeñas, i hasta simples aldeas, de manera que, cuantas veces se visiten, por ejemplo Londres, París, Madrid, Lisboa, Bruselas, Roma Praga, Berlín, Viena, o Moscú (para citar algunas solamente) siempre se encontrará la misma ciudad con sus atracciones i construcciones hasta milenarias. Por ejemplo, Burgos tiene una catedral antigua, en cuya nave central está la tumba del Cid Campeador i una puerta  o Porta Nigra, del tiempo de los romanos. No solamente ruinas, como el Foro Romano, el Coliseo, las Ruinas de Caracallas i el Vaticano con su Castelo de Sant Ángelo de donde se fugó Benvenuto Cellini;  o la Torre Eiffel, Los Inválidos o el Puente Alejandro III en París o la Ile de la Cité i Notre Dame, i a su lado una casita bella del siglo XIV, sino que se guardan tradiciones como en Toledo, Siena, Sevilla,  célebre por su Semana Santa i la Feria, etc. Luego, se podrá ver que el tiempo i el progreso o cambio es indetenible, pero que las cosas nuevas siempre guardan algún encanto del pasado o se hacen en los alrededores. Entre nosotros, i me refiero solamente a Venezuela, pues México, Perú, Ecuador,  Cuba  o  Centro América, Argentina o Brasil si guardan tradiciones i monumentos, porque allí hubo arquitectura valiosa como el Barroco, Churrigueresco, o grandes culturas indígenas (México o Perú), mientras Venezuela fue una capitanía general pobre, i lo que dejaron nuestros lejanos antepasados, fue relativamente de mediana importancia. En Bruselas, para que vean cómo se disfruta calladamente del pasado, entré a un bar restaurante en la plaza mayor, para sentarme a leer i escribir; un mesonero me indicó: ¿quiere sentarse en la mesa i sitio donde dicen que, se sentaba Karl Marx a escribir El Capital cuando estuvo por estos lados?  Estaba cerca de una gran ventana de vidrio que permitía, ver toda la plaza i su gente. En otra ocasión, con mi segunda esposa, Ignacio Quintana (que había sido mi alumno en Filosofía) i su novia francesa de entonces, fuimos al café Les Lyles, en el Parque Luxemburgo, i nos sentamos en unas mesas de madera roja,  pulidas i con plaquitas doradas con nombres, donde se sentaban personajes famosos en el ayer. No recuerdo que lado les tocó a ellos, por no conseguir en el momento el diario de ese viaje, pero recuerdo que me tocó el sitio que prefería Apollinaire. Pueden ser tonterías, pero que se disfrutan.

    En Maracaibo, apenas nos queda la llamada Casa de la Capitulación, mal llamada Casa Morales, por el Capitán General que penas vivió en ella unos meses, antes de la capitulación. El Convento Franciscano que, luego fue sede de la Primera Universidad del Zulia, lo tumbaron para hacer un estacionamiento, i actualmente un edificio bajo insignificante. Igualmente, el viejo edificio del antiguo Concejo (Municipal como se decía) que era bello en el exterior, estilo renacentista con pilastras que abarcaban dos pisos; e interiormente, quizá más hermoso todavía, lo tumbaron  para hacer una edificación de unos seis pisos, sin ninguna belleza estética, i mantenido mui mal, feo i sucio. El presidente del Concejo me dijo en aquel entonces ¿De qué vale conservar este cascaron viejo?  En tradición genuina, quedaban  El Saladillo i Santa Lucía, lugar que posiblemente sus calles alrededor del templo, fueron empedradas (lo común en Europa) i por eso lo llamaban también El Empedrado. Al primero, (El Saladillo) lo destrozó el gobierno de Rafael Caldera que fue retratado dando el primer golpe con un pico de hierro i madera, apto para la destrucción; el segundo lo han desvirtuado casi totalmente, i no es la sombra de lo que fue. Despareció la bella placita parroquial i la gran escalinata semicircular, que servía para bajar a otro nivel.

      Volvamos, entonces, al Saladillo, el barrio más tradicional o típico de la Maracaibo de ayer, con sus casas como las descritas en parte más adelante, puesto  que casi todas tenían un patio central, sembrado de almendrones, mangos, naranjos i granadas, con corredores sombreados por techo inclinados, proporcionando una ventilación mui buena, que disminuía notablemente el calor i refrescaba las habitaciones. Allí había sillas de mimbre i era el sitio de algún gatico o pollito, pues cuando la fauna era más grande, se pasaba a un patio posterior o solar, donde muchas veces existía un gallinero o conejera. Mas, todo eso desapareció. La piqueta no perdonó nada de la tradición i las familias fueron sacadas de esas casa, para buscar donde vivir i encerrarse en diminutos i feos apartamentos, como los primeros que se construyeron al lado del Cementerio El Cuadrado.

       Para ello señalaremos que las casas que describimos someramente su interior tenían varias características arquitectónicas i unas fachadas que, aunque las hai parecidas en otras ciudades, las de Maracaibo por sus gárgolas, sus relieves,  ventanas altas de madera con mamparas, sus portones menores o los zaguanes con doble puerta i un colorido intenso de mil combinaciones, las hicieron genuinamente casas de Maracaibo. Los españoles hicieron bien los planos, para adaptarlos a una aldea calurosa, polvorienta por sus vientos alisios, i su sol que los poetas se reconciliaron con el astro, diciendo que la amaba. La tierra del sol amada. Estas características empezaba en sus pareces gruesas, muchas de piedra de ojo, columnas de curarire, techos de dos aguas o inclinados, construidos con varas de mangle i la llamada caña brava.  Algunas le ponían luego, cielo raso. Sobre un soporte así, se ponían las tejas que eran principalmente de dos clases: la acanalada, o la cuadrada con molduras para engancharse i correr el agua de lluvia, lo cual hacía techados altos que preservaban el intenso calor de siempre, apenas con los llamados “hielitos” de diciembre-enero. Esta era la estructura de toda la vieja Maracaibo, aunque hubo hasta casitas de tejas, casi enanas, como una que sorpresivamente sobrevivió muchos años, al lado del edificio que construyó el diario CRÍTICA; tuve la oportunidad de pintarla al óleo, i la conservo todavía.

                                                  (Continuará)

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Roberto Jiménez Maggiolo


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