La Ciudad y el lago, los gobiernos de la IV República nos pusieron de espaldas a él

“¡Lago de las leyendas! ¡Joyero de plata

en donde Dios soñara su sueño de zafir,

acaso eres el mito de algún cielo pirata

que embrujado de luna i serenata

se vistió con el alba para echarse a dormir!

Rafael Yépez Trujillo

¡Ah! Mi lago maltratado, contaminado i con miles de marullos de olvidos soleados, pues es el sol quien siempre le visita amoroso i ardiente. Lago de la Maracaibo mía, que me sentí con el mismo derecho del gran Udón Pérez de llamarla así en su versos, porque si él le cantó con poesía, yo le he cantado en tres ocasiones con pinturas i acuarelas dedicadas a ella, por lo que un zuliano, el Dr. Régulo Abreu, hombre de cultura exquisita, en una nota de catálogo, me calificó del Cronista Pictórico de la Ciudad, de la cual por méritos, he debido ser desde hace por lo menos medio siglo atras, el Cronista de la Ciudad, ya que ningún maracaibero la ha pintado i escrito sobre ella, como quien escribe estas líneas, encabezadas por unos versos de Yépez Trujillo, uno de los más grandes cantores del lago, poeta de maravillosa musa reconocido internacionalmente, también ganador de un Primer Premio en certamen poético en Madrid en 1924, igual que Andrés Eloy Blanco en 1923 con el Canto a España. Por cierto, Yépez Trujillo, es de los que escribía correctamente con la /i/ latina.

Este artículo lo ha motivado un reportaje publicado en el diario QUÉ PASA, con el título de Ni un ladrillo más en la orilla del Lago de Maracaibo, firmado por Johanna Moncada, posiblemente una inteligente i joven periodista (ni marabina ni maracucha, sino maracaibera) con una reflexión del profesor Alejandro Paredes Yapur, como inicio, considerando este universitario que hai que volver la mirada al lago, i que hoi no se puede estar pasivo ante los cambios del entorno. Loable posición complementada con lo que inicia Moncada, exponiendo que la consigna necesaria es “Ni un ladrillo más para la costa marabina del Coquivacoa”. El fondo de esta expresión está más que bien, pero no la forma de expresarla, primero porque el término marabino, lo han dicho muchos, es incorrecto (no entro en detalles) sino maracaibero, i segundo el término Coquivacoa, porque los maracaiberos jamás lo llamamos así (excepto épocas de la conquista-invasión) i porque los políticos colombianos, queriendo cambiar el nombre del Golfo de Venezuela, se dan a la tarea de llamarlo Golfo Coquivacoa. En fin, creo que Moncada i Paredes por ser mucho más jóvenes que yo, ignoran que ya es a destiempo la consigna, i explicaré por qué.

La Maracaibo que conocí de niño i adolescente, era otra mui distinta, empezando por su arquitectura de techos altos de caña i teja, ventanas grandes i largas o altas, patios interiores, etc. que las hacían excelentes para el clima. El centro de la ciudad, llegaba por el oeste hasta los alrededores del Templo de San Juan de Dios, luego Basílica, i el Cementerio Cuadrado (por detrás encontraron agonizando a la Caballero, asesinada en la Casa de la Capitulación después de la Independencia, i antes, impropiamente, Casa de Morales. Por el norte, el sitios llamado de las Tres Cruces, pequeña altitud o cerro, donde está hoi el Museo Urdaneta; los otros límites, este i sur, las orillas del lago, playas limpias con cocales muchas de ellas. En la orillas sur, el malecón con piragua i cayucos, revoloteado por buchones. Las prolongaciones eran costeras; hacia el norte la carretera El Milagro, con quistas i hatos con playas i muchos árboles incluyendo cocales, llegaba hasta Cotorrera i próxima de la isleta de Capitán Chico (donde se dio la Batalla Nava), cerca de la cual se hizo tiempo después la Plaza del Buen Maestro. Hacia el sur, la carretera Los Haticos, con igual disposición de quitas, hatos i playas, prolongada hasta La Arreaga i la salida hacia el pueblito de barbacoas i molinos de viento, llamado San Francisco. Estas dos avenidas o mejor carreteras, eran frescas, sombreadas de muchos árboles frutales, mago, níspero i caujiles (merey) principalmente. Las familias marabinas se iban a “temperar” a El Milagro o Los Haticos, i los alemanes que tenían comercios en la ciudad, preferían e hicieron bellas quintas, en Los Haticos. Las orillas del lago estaban a pocos metros de estas carreteras, i personalmente con mis primos i amigos del colegio, nos bañábamos frecuentemente en los hatos del Milagro. Cuando empezó el Club Alianza, estaba a la orilla del lago i hasta tenía un sitio techado para protegernos del sol. Allí aprendimos a nadar con el amigo (después ingeniero) Oscar Velarde (fallecido), i también era frecuente compañero Oscar Pierre, abogado i consultor jurídico en Caracas, dirigiendo la revista de la Corte Suprema de Justicia.. Casi al final de la carretera El Milagro, estaba después la Playa Virginia que pertenecía al Club del Comercio, i el Yact Club (donde está el Club Náutico), con un puente largo, dragado en su extremo para la llegada de grandes yates de las compañías petroleras. Allí demostrábamos que sabíamos nadar i no le temíamos al lago.

Empero, había otra avenida i carretera que era un mirador natural para el lago. Se trataba de la Carretera Unión. Unía Bella Vista con El Milagro; estaban allí unas quintas bellas hechas por Hoet, el arquitecto belga del Teatro Baralt, i también el célebre i hoi abandonado i olvidado Hotel Granada, donde se alojó entre otras personalidades, el gran Carlos Gardel. Esa carretera unión pasaba por encima de un largo cerro frente al Club Alianza i por detrás del cual, estaba el barrio llamado Valles Fríos. Mi padre, cuando éramos niños i adolescentes, nos llevaba a pasear a la Carretera Unión, para desde ella contemplar en lago en las noches de luna; nos explicaba lo de los bellos reflejos, los pequeños veleros, etc., i pasábamos mucho tiempo aprendiendo a amar la naturaleza. Cuando empezaron a construir casas i luego edificios que tapaban esa vista, escribí diciendo que no se debía cerrar la vista hacia el lago, i que en cambio construyendo en “la acera del frente”, las edificaciones tapaban los ranchos del barrio Valles Fríos que, con el tiempo me percaté que también era malo pues quitaba ventilación al barrio i que debían hacerse dos plazas largas de cada lado de la carretera en esa parte alta. Nunca eso se tomó en cuenta, i allí está el resultado a la vista de todos, pero sin vista al lago.

En mi casa, toda la vida, vi un cuadro con marco de maderos gruesos color caoba obscuro, con una composición del centro de la ciudad, ensamblando fotos, creo que obra de unos de los primeros fotógrafos de Maracaibo, como lo fue el “negrito” Gaitán Gómez, un hombre creativo que, además, es el único que en mi vida vi tocar, como instrumento musical, un gran serrucho como de plata, que con sus vibraciones i el paso de la mano, hacía música clásica. Allí se aprecia cómo el lago llegaba casi hasta el final de la Avenida Guayaquil, donde luego de un puente (no recuerdo el nombre, al lado de la Placita Rodó) comenzaba la carretera de El Milagro. Por eso estaba allí El Murallón, que fue una pequeña fortaleza española para vigilar el lago; en su interior se hizo después una casa donde vivieron las médicas e investigadora de LUZ, doctoras Ryders que fueron ahijadas de mi padre. El Murallón fue destruido cuando hicieron la Avenida El Milagro i apenas queda en mis acuarelas, porque lo he pintado mucho.

Sin embargo, el primer gran relleno a la orilla este i sur (su redondeada esquina) donde se hizo, pues en los tiempos creo que de Gómez o López Contreras, el llamado La Ciega. Quedó un enorme relleno arenoso, con bordes de concreto, un faro, puerto para grandes buques (recuerdo El Libertador, un bello barco en el que viajamos a Curazao, para de allí ir a La Guaira en el “trasatlántico” Simón Bolívar, un gran carguero de la guerra, trasformado en buque de pasajeros i vendido posiblemente por los Estados Unidos o Inglaterra. En la Ciega, se construyó el inolvidable Estadio del Lago, con aquellos equipos de Gavilanes, Pastora i Centauros, estaba allí la Casa de Mamá Concha, una jabalinera de pelo blanco, cuya casa estaba construida alrededor de una gran caldera con chimenea, posterior un arenoso parque infantil, donde jugábamos béisbol o elevábamos volantines (petacas), galpones de puerto i más tarde la Casa del Obrero, primera Sede de la Universidad del Zulia. Fue un rellenote justificado para la época, pero el resto de las orillas seguían intocadas. Camino a San Francisco i la Cañada, más allá de la Primera Central Eléctrica de Maracaibo, íbamos por una carreterita de macadam, al hato playero del “viejito” Montiel, lleno de barbacoas, tanques con pámpanos, matas de uva de playa i cocales, i pasábamos un domingo delicioso i feliz. Además vendían plantas ornamentales. Por los Haticos, La Arreaga, etc., todos eran playas; pero mejor conocí las del Milagro i fue por esta que comenzó una “epidemia” de rellenos i alejamiento de las orillas, con unas granzoneras que traían su material de Isla de Toas, isla a la cual casi le han hecho desaparecer todos sus cerros. Enseguida empezaron a rellenar i fabricar grandes edificios, duró un poco la llamada Playa Preludio, (frente a la Plaza Ana María Campos) debajo de sus cocales la Inspectoría de Tránsito hacía exámenes de manejo i por allí la gente se bañaba i llegaban pequeños yates que tengo pintados en varios óleos. Todo siguió de manera rápida e indetenible, con permisos chimbos o sin permisos, durante la ineficiente i corrupta IV República. I apareció el proyecto del Paseo del Lago. Cuando eso era solamente un proyecto, escribí, di charlas o conferencias, i hasta publiqué en CRÍTICA, el periódico que dirigía Gastón Guisandes, varios artículos con ilustraciones de lo que pensaba fuera un paseo del lago, a lo largo de la Avenida El Milagro; idea parecida a la de un argentino casado con una bogada zuliana i que tenían un restaurante a la orilla del lago, El Pescadito, donde había sitios que los marullos (venezolanismo nuestro, maracaibero) se sentían bajo los pisos de varas de mangle. Pensaba como yo, que debía ser una gran avenida a la orilla del lago, como Copacabana, con una ancha acera, que a la vez fuera techo de vestuarios i baños, más depósitos de mercancías para restaurantes playeros, etc. i ampliar la orilla del lago con arenas buena de modo que no fuera honda sino mui lejos, i tener pequeños puertos para lanchas i motocicletas de agua, etc, en restaurantes palafíticos. Empezaría donde está la entrada actual i llegaría hasta el fin de Bella Vista, con posibilidad de prolongarse hasta Isla Dorada. Sería una ciudad para disfrutar totalmente del lago, con edificios grandes cuya vía de tránsito de mercancías i trabajo diario sería la actual avenida. Puede el ejemplo que conocí en una pequeña ciudad española llamada Llorent del Mar, con esa estructura, i donde las personas hasta podían salir de sus hoteles en traje de baño, para bañarse en la playa También hai un paseo a la orilla del mar, en Niza, Francia. Empero, todo quedó en letra muerta i nadie se interesó en buscar otras soluciones que no pusieran MAS LADRILLOS A LA ORILLLAS DEL LAGO. Ahora es tarde, no le veo remedio.

Pues bien se construyó en Paseo del Lago que yo he llamado siempre el rellenote. Un rellenote que si bien es bello, se ha convertido en el único parque recreativo de la ciudad i ahora le agregaron la URU (Universidad Rafael Urdaneta), casetas policiales, canchas, estadios, piscinas, caminería, avenida para desfiles, etc., es un relleno que no permite bañarse en el lago., con orillas de grandes piedras i barandas de hierro. En Maracaibo, nadie, puede bañarse en su lago, porque además que tiene el disparate ecológico de esas orillas de piedras, i está contaminado. Todavía viví unos años en que uno podía bañarse en Isla Dorada, pero esa bondad desapareció por la contaminación. Las playas para los maracaiberos tienen que irlas a buscar, después de la Barra, en el Golfo de Venezuela, no Coquivacoa. Caimare Chico, por ejemplo.

I en los Haticos, la cosa fue peor. Allí no quedan playas por ningún lado, porque además están llenas de chatarra, busques viejos, varaderos, etc. Todavía antes de construir el Mercado Las Pulgas, me dieron permiso para un varadero que más o menos estaba presentable, e hice unos cuadros al óleo del natural. Conservo en mi casa uno de 60x80, i ya ese sitio pasó a la historia. La conclusión es que Maracaibo no tiene una sola playa i que son enormes los apilamientos de ladrillos, para no ver el lago, aunque se puede ver es cierto de los grandes edificios de 20 o 25 pisos o más, que tiene la gente pudiente; el común del pueblo, que busque algún callejón por donde mirar, o ciertos manglares i aguas sucias. Por eso, mis respetados i admirados amigos, Alejandro i Joanna, sus bellas i estupendas intenciones, llegan tarde; el puntofijismo nos cerró la visión al lago de Yépez i Udón, i para colmo, en la quinta república, nos han seguido los mismos personeros que jamás han amado a la ciudad, aunque la Alcaldesa la denomine como Udón, Maracaibo mía. I el gobernador, como aparecido nuevo (supimos que existía cuando Rosales lo hizo su lacayo) con aspiraciones desmedidas, ignoro si es de Maracaibo, porque, no es que no la ama, sino que la desprecia i se burla de ella. Llegó a la gobernación por carambola i ya quería ser presidente; espero que el pueblo lo compare con el tiempo de Arias, i decida con justicia.

robertojjm@hotmail.com


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Roberto Jiménez Maggiolo


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