La Iglesia y sus amores contrariados

“Somos semejantes es decir, pareciera que lo somos en la manera de rezarle a Dios en la manera de engañar a Dios y en la forma de engañar con Dios” Alí Primera.

No son los amores contrariados de García Márquez a los que pretendo referirme, sólo tomo esta frase para precisar afectos y desafectos sorprendidos en actos y conductas, en el hacer y deshacer, en los largos silencios y omisiones absurdas, en la valentía o la cobardía de asumir la voz de Dios.

Asombrada, una plebe como plantada en el salón de baile sigue mirando incrédula que se escurren infelizmente los símbolos de su Cristo redentor. Ese Cristo de mis tormentos que predicó con pasión amar a su padre sobre todas las cosas y al prójimo como a sí mismo.

Contrariados, los altos jerarcas de la Iglesia Católica presencian un torrente de amor, de humanitarismo, de solidaridad, que les indica que no es a cuestas donde se lleva la palabra de nuestro señor.

Desnudos, impávidos, mostrando sus blanquecinos cuerpos, sus míseros huesos y sus pálidas conciencias; observan ellos cuál pendejos disfrazados, como flotan y se diluyen sus sotanas, sus crucifijos, el libro de su Dios y toda la parafernalia de la eucaristía; mostrando sus debilidades de espíritu y flaquezas de carácter, síntomas de los que sufren de una inconmensurable crisis existencial; sorprendidos en su mala fe impidiendo el paso a feligreses, quienes acudían presurosos a cobijarse en la casa del Dios misericordioso. El tañir de las campanas no se escuchó esta vez.

El devaneo de estos parodiadores del evangelio les decía que eran sólo desarrapados sobrepasados por una catástrofe natural. Pero las victimas osaron traspasar las barreras de estos recintos sagrados, templos donde en la liturgia se abrazaban clamando que la paz fuera para todos, quizás advertidos por una luz similar a la que iluminó el camino de Damasco, de por qué no debían obedecer ni temer a personajes arropados en una simbología disoluta, ebrios en su retórica hueca y vacía.

Ocupan su tiempo defendiendo la propiedad, la de los grandes capitalistas y terratenientes; clamando por la libertad de expresión de los medios fascistoides que atentan permanentemente contra la verdad y rompen lanzas por la iniciativa privada y empresarial, ésa que expolia la propiedad social y procura la explotación de los hombres.

En su inmensa pequeñez creen que estar cerca de Dios es leer y hasta escribir grandes tomos de teología y filosofía, encerrados en sus claustros con finos licores y buenos tabacos, y algunos atreviéndose a balbucear un mea culpa en las mañanas que los salve del infierno por sus oscuras vidas de proxenetas.

Ante la infame posición de la Conferencia Episcopal, divorciados definitivamente de la realidad histórica que transita nuestro pueblo, reafirmemos nuestra fe en estos tiempos reconociendo la palabra de nuestro señor en sacerdotes que honren su doctrina llevando la sotana y el crucifijo con dignidad.

¡Patria, socialismo o muerte! Venceremos



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César E. Vargas


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