Las peligrosas andanzas de Shapiro

Definitivamente, el embajador estadounidense Charles Shapiro es un provocador. La misión actual de este pseudo embajador gringo parece ser la de causar un incidente internacional, un enfrentamiento entre el gobierno de los Estados Unidos y el de Venezuela, todo con la finalidad de desencadenar una campaña contra éste, y de servir –no se sabe bien si usando el margen de iniciativa propia de que dispone o si por orden expresa de sus jefes en Washington–, los intereses de la oposición venezolana, en cuyas maniobras golpistas, conspirativas y antinacionales ha estado desde un principio involucrado.

Los embajadores de los Estados Unidos tienen una larga y siniestra historia de intromisión en los asuntos internos de los países de América Latina. No en balde se dice, de modo que no por ser humorístico deja de ser serio, que el hecho de que el único país del mundo en el que nunca ha ocurrido un golpe de Estado sean los Estados Unidos, deriva de que son también el único país del mundo en el que no hay embajada estadounidense.

Siguiendo instrucciones de sus gobiernos y de las corporaciones que ejercen el poder en Estados Unidos, los embajadores gringos han apoyado todas las dictaduras latinoamericanas; es más, nos las han impuesto por más de un siglo. Han derrocado o tratado de derrocar a todos los gobiernos progresistas que hemos tenido. Han apoyado todas las conspiraciones y todas las sanguinarias maniobras de las oligarquías de nuestros países para aplastar en ellos las luchas populares por la democracia y la justicia social y para lograr mantenerse en el poder contra la voluntad de las mayorías. Esto es archisabido y no hay que detenerse en ello. De lo que conviene hablar ahora es de otra cosa, porque existen algunos elementos nuevos en el cuadro latinoamericano –y más particularmente en el venezolano– que estos conspiradores reaccionarios con disfraz diplomático como son los embajadores estadounidenses parecen olvidar.

La primera es que Venezuela ha cambiado, que ni este país ni su gobierno ni su pueblo son los mismos de antes, que por primera vez en su historia nuestro país tiene un gobierno digno, capaz de defender su independencia y de hacer respetar en forma soberana sus decisiones, y que nuestro pueblo está consciente de ello y dispuesto a enfrentar por cualquier medio a su alcance toda amenaza a su soberanía.

La segunda es que, justamente por eso, un provocador como Shapiro, que ya no puede dar órdenes al gobierno venezolano ni imponerle a éste la voluntad de sus jefes de Washington como hacían sus predecesores con anteriores gobiernos, se ha visto obligado a pasar rápidamente de la ingerencia declarativa, que no le dio el menor resultado, a la intromisión abierta y directa, y una vez que ésta ha ido de fracaso en fracaso, igual que la oposición golpista y antinacional a la que apoya y financia, ha tenido que entrar de lleno en la provocación directa, en una sucesión reciente de intentos dirigidos a crear un incidente internacional, a llevar a su país a encontrar un pretexto para romper relaciones con el gobierno de Chávez.

De esa manera se intentaría justificar una invasión yankee contra Venezuela, para buscar imponernos, a la manera de lo que trata de hacer Estados Unidos en Irak, un gobierno de ocupación colonial que acabe con el peligroso modelo de movilización popular, de democracia participativa y de justicia social y dignidad patriótica que representa Chávez; para tratar de imponernos un gobierno servil que vuelva a privatizarlo todo, que les permita a las transnacionales gringas saquear nuestras riquezas, que les regale el petróleo, y en el que los dirigentes antinacionales de la oposición venezolana, algunos disfrazados de chiitas o de kurdos, se disputen cuchillo en mano los cargos ministeriales de alguna Junta de Transición o Junta Reestructuradora.

Desde que llegó a Venezuela a reemplazar a otra insigne entrometida, la embajadora Donna Hrinak, asignada ahora al Brasil para hincharle las pelotas a Lula, Shapiro no ha hecho otra cosa que entrometerse en la política venezolana, que conspirar día tras día y montar provocaciones.

Shapiro estuvo involucrado en el golpe fascista de abril del año pasado. Lo estimuló, contribuyó a financiarlo en nombre de su gobierno, se reunió con los conspiradores. Barcos de guerra gringos navegaron por aguas territoriales venezolanas en esos días; y varios agentes de la CIA anduvieron por Caracas. Pero Shapiro es un redomado hipócrita, un farsante, y trató de hacerse el loco, a lo que lo ayuda un poco la cara de payaso que tiene, que recuerda la de Groucho Marx, pero que carece de la gracia y el ingenio de éste. Shapiro estuvo en el Fuerte Tiuna la noche del golpe, y luego fue a Miraflores al día siguiente a saludar a Carmona. Pero, después del estrepitoso fracaso de los conspiradores, el farsante declaró en televisión que sólo se había acercado a Fuerte Tiuna y a Miraflores ‘a averiguar qué pasaba’. El pobre no sabía nada. Debía además tener el celular dañado. De haber sido interrogados, los agentes de la CIA habrían podido decir con similar descaro que estaban de vacaciones en esos días y que les provocó venir a disfrutar del cálido clima de Caracas.

Fracasado el golpe, mientras con su cinismo e hipocresía habituales el gobierno estadounidense negaba haber estado involucrado en él, Shapiro guardó un bajo perfil por varios meses. Pero, una vez que, envalentonada por la actitud conciliadora de Chávez, la oposición pasó a la ofensiva, decidida a dar un nuevo golpe y a derrocarlo, Shapiro, su asesor, volvió a las andadas. Se declaró preocupado por el futuro de la democracia venezolana, la misma que él había tratado de aplastar promoviendo un golpe fascista. Habló de probables amenazas a los medios de comunicación, los mismos que con la mayor impunidad y sin que el gobierno intentara hacerles nada habían convocado al golpe de Estado de abril y entraban entonces a preparar el siguiente, celebrando las deserciones militares y el show golpista de la Plaza Altamira, montando provocaciones, mintiendo a diario, y llamando a organizar marchas, ataques contra personas y cierres de avenidas y calles.

En diciembre-enero, a todo lo largo del criminal paro patronal y petrolero, Shapiro fue un poco más prudente, quizá porque intuyó que la cosa saldría mal. No dijo nada, él, que se mete en todo. No hay duda de que apoyó el paro, pero al menos no dio muestras abiertas de hacerlo. Algo debió aprender del fracaso de abril y al parecer, prefirió esperar, para no volver a meter la pata. Dos grandes metidas de pata en un año son demasiado, aun para Shapiro. Pero apenas fracasó el paro se le empezó a soltar la lengua. Al ser despedidos los saboteadores de PDVSA, todos ellos gerentes y técnicos involucrados en un golpe para destruir la empresa petrolera nacional y hacer quebrar su propio país, Shapiro se declaró preocupado por los despidos. El, representante del gobierno de Bush, que desde que llegó al poder ha eliminado tres millones de puestos de trabajo, y no porque se trate de despedir trabajadores saboteadores que quieren arruinar su patria sino porque en opinión de las transnacionales empleadoras es necesario echarlos a la calle para que las empresas puedan conservar sus altas tasas de ganancia y seguir pagando los escandalosos sueldos y primas de sus gerentes.

Poco después, Shapiro se reunió en su embajada, nido de intrigas contra el gobierno venezolano, con los dirigentes petroleros botados y con su jefe, el terrorista Juan Fernández. Casi enseguida salió declarando que estaba preocupado (parece que no tiene otra cosa que hacer sino ‘preocuparse’) por la situación de la frontera con Colombia, por la presencia de la guerrilla de la FARC en tierras venezolanas. Y el colmo del cinismo, llamaba a Chávez ‘a asumir su responsabilidad y a defender la soberanía del país’. Sería cómico si no fuera tan cínico y grotesco. En sucesivas declaraciones el farsante Shapiro se ha seguido mostrando preocupado. Preocupado por lo que sea, por la frontera, por la democracia, por la libertad de prensa, mientras a buena parte de los venezolanos lo que nos preocupa es que el entrometido no termine de guardarse su lengua en el trasero.

Pero Shapiro ha fracasado en sus intromisiones. Y ha iniciado una nueva etapa, la de las provocaciones directas. La primera de ellas tuvo lugar hace unos meses. Todos la recordamos: invitó a la embajada gringa a gentes de la oposición y autorizó a un cómico mercenario de la televisión a escenificar un show cómico/grotesco en el que se ridiculizaba y agredía a Chávez. El gobierno venezolano protestó por el atropello, hecho como siempre en nombre de la libertad de expresión. Pero el incidente no pasó a mayores y muchos nos quedamos preguntándonos qué habría pasado si en la embajada venezolana en Washington se hubiese montado, con patrocinio de nuestro embajador, un show cómico con el objeto, nada difìcil por lo demás, de ridiculizar al presidente Bush.

Y ahora, desesperado, Shapiro se lanza con dos provocaciones seguidas, esta misma semana. La última ha dado lugar a justificadas protestas del gobierno. Hace dos días se presentó ante el Consejo Nacional Electoral que, después de meses de forcejeo en la Asamblea Nacional y de intentos de sabotaje por parte de la oposición, fue designado al fin por el Tribunal Supremo de Justicia. El Consejo Nacional Electoral apenas se está integrando, apenas comienza a poner las cosas en orden. Y este provocador de oficio, embajador de otro país, se presenta allí por su cuenta, sin que nadie lo haya llamado. Pero no se limita a hacer una visita no solicitada de cortesía. No, el provocador se permite ofrecerle al organismo electoral asesoría oficial de su gobierno. Un hecho insólito si no se tratara de Shapiro, y de Estados Unidos, los dos juntos, esto es, de un embajador de la potencia que se cree dueña del mundo y que, apoyada en su poder económico y militar, se permite tratar a cualquier otro país como colonia. El irrespeto a la soberanía nacional es grande. Y el hecho no sólo es grosero sino ridículo. Porque no hay que olvidar que Venezuela ha dado pruebas al mundo de que es una democracia impecable, cuyo gobierno actual ha vencido en siete procesos electorales sin que la oposición, con todo lo histérica que es, haya podido cuestionar ninguno de ellos. Y porque Shapiro no sólo representa a un gobierno, el de Bush, que es resultado de un proceso electoral fraudulento, que convirtió por varios meses a los Estados Unidos, supuesto modelo de democracia, en el hazmerreír del mundo, sino que pretende ofrecer como asesora electoral a una “Súmate” gringa, a una organización involucrada en ese fraude electoral, el de Florida, el que llevó al poder a Bush gracias a la complicidad de su hermano, gobernador de ese Estado, y de la gusanera de Miami.

La otra provocación, en cambio, que me parece la más peligrosa de las dos, ha pasado desapercibida. Nadie ha dicho nada acerca de ella. Parece un acto inocente, pero no lo es, como no hay nada inocente en la conducta de Shapiro. Hace cerca de una semana Shapiro salió a pasear por las calles del centro de Caracas, al parecer por las cercanías del Mercado de Guaicaipuro, una zona popular, supuestamente porque quería aprovechar el sol y el buen clima caraqueño. Primer asunto que llama la atención: Caracas no es París, ni Nueva York, ni Moscú. Y no hablo de tamaño o de arquitectura, hablo de clima. No hay nevadas ni estaciones en Caracas, y si algo caracteriza a nuestra capital es la monotonía climática: sol y calor todo el año. ¿Por qué salió Shapiro a pasear por las asoleadas calles de Caracas justo en estos días, acompañado de paso por su esposa, como si fueran dos turistas gringos, de esos a los que asaltan a cada paso en esta violenta ciudad? ¿Es que descubrió el sol caraqueño luego de más de tres años en Caracas?

De entrada no hay que creer ingenuamente que la pareja se paseaba sola. Las fotos publicadas en la prensa son para engañar incautos. Seguramente a prudente distancia los cuidaba una manada de gorilas gringos, también vestidos de turistas y chapuceando el español, pero muy bien armados; y dispuestos a romperle la jeta a cualquier ‘nativo’ sospechoso que se acercara mucho. No creo que en ningún país del mundo el embajador de los Estados Unidos sea un personaje popular. Y menos ahora, y menos aún en América Latina, o en Venezuela. ¿Qué buscaba entonces este provocador? ¿Qué algún malandro intentara asaltarlo? ¿Que algunas gentes del pueblo lo reconocieran y lo agredieran o insultaran? Habría sido una gran torpeza de parte de ellas, pero no les habría faltado razón. ¿Qué tal si algunas personas lo hubieran hecho? ¿No habría podido generar eso un incidente grave, un incidente internacional? ¿No era eso lo que buscaba Shapiro? Si quiere sol y calor, ¿por qué no pide sus vacaciones y se va a disfrutarlas en Irak, paseando por las tórridas calles de Bagdad? Allá hay bastante sol y calor. Allá las gentes del pueblo lo recibirían con flores. Como las que les arrojan a diario a los invasores gringos. Yéndose a Irak, Shapiro le haría un gran favor al gobierno y al pueblo de Venezuela. Pero mientras se decide a hacerlo, sería prudente que el gobierno venezolano se mantuviera en guardia.



Caracas, 4 de septiembre de 2003


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Vladimir Acosta

Historiador y analista político. Moderador del programa "De Primera Mano" transmitido en RNV. Participa en los foros del colectivo Patria Socialista

 vladac@cantv.net

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