La historia vuelve a girar sobre su eje más oscuro. En un contexto de conmoción internacional, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, ha intensificado su narrativa contra Venezuela, elevando el tono hasta lo que muchos consideran un decreto de guerra a muerte. Las consecuencias no se han hecho esperar: amenazas abiertas, sanciones renovadas, y una campaña mediática que busca justificar una intervención directa bajo el disfraz de "libertad y democracia".
Estamos en presencia de una conmoción internacional y una amenaza imperial. ("Aquí estuvo el diablo! ¡Huele a azufre!). La comunidad internacional observa con tensión cómo se agudiza el conflicto entre Washington y Caracas. Las declaraciones de Trump, que acusan al gobierno venezolano de ser una "amenaza para la región", han sido respaldadas por sectores del Congreso estadounidense y medios hegemónicos. Se habla de acciones militares encubiertas, bloqueos navales, y operaciones de inteligencia para desestabilizar el país desde adentro.
El plan parece claro: asfixiar económicamente, aislar diplomáticamente, y provocar fracturas internas que faciliten un cambio de régimen. Las sanciones afectan directamente al pueblo venezolano, bloqueando el acceso a medicinas, alimentos y recursos esenciales. Además, se han intensificado los intentos de infiltración en zonas fronterizas, con apoyo logístico a grupos armados irregulares.
La narrativa imperial se sostiene sobre tres pilares: Demonización del chavismo como ideología "dictatorial"; exaltación de la oposición venezolana como "única vía democrática"; justificación de la intervención como "misión humanitaria". Este discurso se difunde globalmente, buscando legitimar cualquier acción contra Venezuela como parte de una cruzada moral.
No queda de otra que, desde los barrios, los campos, las universidades y los cuarteles, se levante una sola consigna: resistencia popular organizada. La propuesta del presidente Nicolás Maduro es clara: la guerra de todo el pueblo. No se trata de una guerra convencional, sino de una defensa territorial, cultural y espiritual.
De allí que el presidente Maduro ha convocado a una Movilización total de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana (FANB); activación de las milicias populares en cada rincón del país; conformación de unidades de defensa territorial, con participación comunitaria; fortalecimiento de la inteligencia popular para detectar amenazas internas.
Además, se ha llamado a la unidad nacional sin distinción ideológica, bajo el principio de soberanía y autodeterminación.
No es una guerrilla armada en la selva ni en las montañas como la conocimos en los años 60, es una guerrilla simbólica, cultural, comunicacional y territorial. Es el pueblo organizado que defiende su derecho a existir, a decidir, a resistir. Desde los poetas hasta los campesinos, desde los estudiantes hasta los soldados, la guerra de todo el pueblo se convierte en una estrategia de vida frente a la locura imperialista.
Venezuela no se rinde, en medio de la tormenta, se reinventa como trinchera de dignidad. La guerra que se avecina (Ojalá que no.) no será solo de balas, sino de ideas, de símbolos, de comunidad. Y en esa guerra, el pueblo tiene la última palabra. Y los poetas, cultores y campesinos, tenemos nuestras propias armas y narrativa nacionalistas.