El 15 de abril de 2018, la situación en Siria parecía ser el clímax de una estrategia geopolítica basada en la exhibición de poder militar. El presidente de Estados Unidos en ese momento, Donald Trump, se mostraba dispuesto a usar la fuerza como instrumento de política exterior, impulsado por una industria armamentista ansiosa por probar sus “juguetes” de guerra. Siria, un país con una rica historia y un legado cultural invaluable, se encontraba en el epicentro de este conflicto, un teatro de operaciones donde se definían los intereses de grandes potencias. El artículo de esa época publicado en este portal, lo describía como el “último bastión para la defensa de la Humanidad”, un lugar de resistencia ante la devastación.
Hoy, casi siete años después, la perspectiva ha cambiado drásticamente. Siria, con su capital, Damasco, ahora bajo el control del régimen de Abu Mohamed al-Golani, es un antiguo yihadista y político sirio que se desempeña como presidente de la República Árabe Siria desde el 29 de enero de 2025., ya no es un bastión de resistencia. Es un país fragmentado, con múltiples actores, como Turquía y EEUU, incluso Israel, ejerciendo su influencia. La guerra, aunque a menor escala, continúa latente, y la devastación de su infraestructura y sociedad es casi total. Lo que alguna vez fue un símbolo de lucha, es ahora un ejemplo de cómo los conflictos prolongados pueden desvanecer la esperanza y dejar un rastro de desolación. La frase "Siria cayó" encapsula la triste realidad de que la resistencia, por sí sola, no fue suficiente para detener la maquinaria de la guerra.
La escena global se ha desplazado, y el foco de la tragedia se ha movido hacia la Franja de Gaza. El enclave palestino está viviendo una situación sin precedentes, una crisis humanitaria que ha captado la atención del mundo. Lo que el artículo original describía como una "guerra para levantar la histeria de un patriotismo ramplón", se ha manifestado en un conflicto de proporciones catastróficas. Gaza no es solo un teatro de operaciones, sino una prisión a cielo abierto donde miles de civiles sufren la devastación. Este conflicto, al igual que el de Siria, expone la brutalidad de la guerra moderna y la facilidad con la que la vida humana se convierte en daño colateral de intereses geopolíticos.
La brutalidad del conflicto en Gaza se ha vuelto viral, exponiendo la crisis humanitaria y la respuesta del mundo a la misma. La gente está muriendo de hambre en los territorios palestinos. La situación actual refleja un patrón de violencia que, aunque distinto en sus orígenes, comparte la misma lógica de poder y desprecio por la vida civil.
En el contexto actual, la pregunta original sobre si Venezuela podría ser un bastión para la defensa de la humanidad, toma un matiz diferente. El artículo de 2018 advertía que la solidaridad de Venezuela con Siria le costaría caro. Esa advertencia se ha materializado en un asedio sistemático y multifacético. Las medidas coercitivas unilaterales, a menudo llamadas "sanciones", han afectado la economía del país, limitando su capacidad para comerciar y acceder a los mercados financieros internacionales.
Venezuela, con una de las mayores reservas de petróleo del mundo, se encuentra bajo una intensa presión. Este "asedio" no es una confrontación militar directa, sino una guerra de desgaste económico y diplomático. El objetivo es desestabilizar al país, forzar un cambio político y, en el proceso, controlar sus recursos. La lucha de Venezuela ya no es por defender a la humanidad en un teatro de operaciones lejano, sino por su propia supervivencia. Es un bastión, sí, pero uno que lucha por no sucumbir a la asfixia económica y política. La batalla ahora se libra en los mercados de divisas, en las negociaciones diplomáticas, y en las calles del país, donde el pueblo enfrenta las consecuencias de estas tensiones globales.
La evolución de estos conflictos nos enseña una lección fundamental: la guerra ya no es solo una confrontación militar. Es una compleja red de acciones económicas, diplomáticas y mediáticas. La industria de la guerra ha mutado, y sus "juguetes" no son solo misiles y aviones de combate, sino también las sanciones financieras y la manipulación de la información.
Siria cayó, Gaza está cayendo, y Venezuela está siendo asediada. Estas realidades no son hechos aislados, sino manifestaciones de un sistema global donde la fuerza, ya sea militar o económica, sigue siendo el principal motor. El "ideal de los yanquis" mencionado en el artículo original se ha expandido. Ya no es solo la búsqueda de fortunas, sino la consolidación de un orden unipolar donde el disenso es castigado y la autodeterminación de los pueblos es una amenaza.
La pregunta que queda en el aire es: si los bastiones caen, ¿Dónde queda la esperanza para la humanidad? La respuesta puede estar no en la resistencia de un solo país, sino en la solidaridad global y la construcción de un mundo multipolar donde la fuerza no sea la única forma de resolver las diferencias. El destino de la humanidad ya no depende de un solo bastión, sino de la capacidad colectiva para rechazar la guerra y abrazar la diplomacia y el respeto mutuo.