El salto mortal de Trump

El nuevo inquilino de la Casa Blanca, Donald "mano é piedra" Trump, (el término fue acuñado por inmigrantes ilegales) acaba de convertirse en el presidente con más alto nivel de rechazo antes de ejercer el poder. George W. Bush tuvo que lanzar dos guerras (Afganistán e Irak) y una sangrienta campaña antiterrorista internacional para ganar su todavía indisputable título de "presidente más odiado de los siglos XX, XXI y…" Trump se aproxima a ese récord con solo seis meses de campaña, arrastrando un calificativo que hasta sus propios partidarios terminaron adoptando. "!Somos pocos pero bien locos!", dice la promotora del movimiento "Todos por Trump", en una de las decenas de páginas de Facebook que apoyaron su campaña. La dama no se identifica porque "este es un grupo secreto (…) debido a la violencia y las amenazas que provienen de nuestro propio pueblo".

Nótese que la activista no atribuye la violencia al Gobierno, ni a la justicia, ni a la policía, ni a los partidos Demócrata o Republicano, sino a un sector de "nuestro propio pueblo", léase: 11 millones de mexicanos criminalizados y perseguidos por hacer vida social en Estados Unidos de manera ilegal. La dinámica de la violencia racial ha hecho que esta población acosada por el Gobierno y la sociedad, también tenga que enfrentarse a sus propios compatriotas que tuvieron la fortuna de obtener la nacionalidad norteamericana (conocidos como "chicanos") que apoyan a Trump.

Pero más allá de las generaciones de Estados Unidos nacidas con distinto color de piel y al margen del crecimiento explosivo de los indocumentados, buena parte de la sociedad norteamericana sostiene que el bajo nivel cultural de la inmigración latina, sobre todo mexicana, amenaza su cultura, su idiosincrasia, su forma de vida y sus intereses económicos en general. En 1914, un alcalde de Massachusetts llamado Roland Usher, describió la "contaminación" mexicana en toda su brutal desnudez: "ninguno de estos indígenas mexicanos puede compararse con las naciones Creek o Cherokee de Oklahoma". El núcleo duro del racismo que apoya al magnate presidente fue definido por algunos analistas sociales como "el voto oculto de las generaciones blancas" u "hombres blancos indignados" (white angry men), -una especie de versión racial de los "Occupy Wall Street". Su última expresión política se produjo en 1994, cuando el 59% por ciento de los californianos votaron a favor de una propuesta legislativa conocida como N° 187, bajo el lema "Salvemos nuestro estado" (Save Our State), que le negaba a los inmigrantes indocumentados los servicios sociales, médicos y de educación pública. La voluntad californiana fue revocada por una Corte Federal. California, es el estado más mexicano de Estados Unidos con 4,3 millones de "chicanos", casi el 40 por ciento de la población total.

La puntería electoral de Trump

Paradójicamente, los "white angry men" cuentan con jueces, fiscales, magistrados del poder judicial, congresistas, gobernadores, alcaldes y jefes policiales que conforman lo que ya todo el mundo conoce como "Estado racista", pero saben que eso no es suficiente. Necesitan un presidente comprometido, enérgico, sin dobleces, y ese parece ser Trump, quien por lo que le conocemos no es hombre de navegar entre dos aguas, como Obama, que roció el conflicto racial con discursos humanitarios para no mezclarlo con su frágil Nobel de la Paz. Trump tuvo la acertada intuición, y sobre todo la audacia, de lanzarse a la conquista de esa enorme masa de norteamericanos racistas que la alta clase política Demócrata y Republicana ignoró y subestimó no obstante el peso político que siempre tuvo.

En su primer debate republicano rumbo a las elecciones, Trump le enrostró a la alta clase política norteamericana su falta de visión estratégica para frenar la inmigración mexicana: "La patrulla fronteriza, la gente con que hablo, todos dicen que eso está sucediendo porque nuestros líderes y políticos son estúpidos". Con esa frase el multimillonario presidente explicó por qué los votantes lo buscaron como "vengador racista". Eso lo convierte en triunfador electoral, pero el éxito de Gobierno todavía está lejos de su discurso. No basta la ovación que le tributaron los activistas que recolectaron 235.000 dólares para "premiar" al agente Darren Wilson por asesinar de cinco disparos al joven afroamericano Michael Brown, desarmado y con las manos en alto. Probablemente a Trump no le costará mucho entenderlos. Lo que se pone en duda es que pueda controlarlos cuando se sientan Gobierno. Los racistas norteamericanos tampoco navegan entre dos aguas. Quieren que el muro sea lo suficientemente alto como para que nadie quede vivo cuando los guardias fronterizos lo empujen al vacío. Políticamente hablando, si no cumple lo prometido, Trump se habrá lanzado desde la misma altura.

@RalPineda



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