El diario de Manuel Rosales (desde “el resguardo”)

Primer día

Amanecí acostado con los ojos cerrados durmiendo sobre un colchón de agua y eso me recuerda al lago de Maracaibo. Sin embargo creo que no estoy en el estado Zulia porque huele a quemao, quemao, huele a quemao.

Segundo Día

Estoy leyendo una obra de Cojín Tellado y no aguanto las ganas de llorar. Marbella, la protagonista se ha suicidado porque Timoteo, el galán no le quiso comprar aun reloj de doscientas pesetas. ¿Por qué no me llamó? Yo le hubiera dicho a mi secretaria: “Mirá, dejá la verga y comprale un reloj de cuarenta millones y se lo mandá a esa pobre muchacha”

Tercer día

Es de mañana, creo que es meridiano. El sol del norte emerge por la ranura poliédrica de mi habitación. Recuerdo a Manuel Cova quien lee mucho a Kun Fu. Manuel expresó una noche cuando jugábamos dominó y bebíamos Don Perignon con pasa palos de cachito de jamón en casa de Ledezma: “Manuel si alguna vez tienes que huir, acuérdate de escapar”

Cuarto día

Tengo fe en que este diario un día será tan famoso como el de Ana Frank. Lo escribo para que el mundo sepa que soy un pobre hombre y no un supe millonario como dice el oficialismo. No tengo la culpa de haberme ganado todos los días los terminales de la lotería del Zulia. El oficialismo es como una gota de sangre: ¡rojo rojita! Quema como un budare campesino a la cinco de la mañana.

Quinto día (no confundir con el periódico, de quien fue secretario de Lusinchi, polfa)

Estas paredes frías de mármol zuliano son mis confidentes. A ellas les hablo y ellas no me contestan, porque ellas no poseen vida. ¿Qué le estará pasando al pobre Migue, digo al pobre Pablo Pérez, sin mi? Él se ha metido tanto en mi personalidad que un día de estos comienza regalar relojes y joyas a todos sus amigos. Es triste.

Sexto día

En este “resguardo” hay de todo como en botica. Lo único que me falta es sarna para rascarme, aunque no bebo mucho licor. En los días de 12 horas que he pasado aquí en el “resguardo” no he hecho otra cosa que recibir llamadas del editor de Forbes a ver si me puede sacar en la sección de los más ricos de América y leer. Por ejemplo sobre mi pecho tengo un libro de Borges en el cual leo que él, Borges, era ciego de los ojos y que no le gustaba que lo identificaran como latinoamericano, Borges y yo somos iguales; a mi tampoco me gusta que me recuerden que soy en verdad, ¡gocho!

Séptimo día

Veo a través del invento más maravilloso del mundo; la ventana, porque sin rayos X uno puede ver el paisaje y la vida ajena. En el opaco vidrio de la misma, descubro mi rostro de peleón faramallero, ¡pura coba! En el “resguardo” he aprendido que abrir la bocota a veces es más peligroso que el cantante del “último beso” que manejaba a más de cien de noche con los faros de su auto apagados. Después cuando vio a su novia muerta tuvo las santas bolas de exclamar, ¡por qué se fue…por que murió!. ¡Tanto que grité! ¡Tanto que dije que era inocente!, ¿por qué no voy y lo pruebo y me salgo de esta oscura y luminosa prisión?

No puedo escribir más, porque la semana sólo tiene siete días. El lunes continúo. Cuando apago el bombillo llega la oscuridad y decido acostarme a dormir ¡Vergación!

aenpelota@gmail.com


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Ángel V Rivas

Limpiabota, ayudante de pintura, articulista, Productor Nacional Independiente, editor de El Irreverente. Animador del programa Gigantes del Romance, autor del libro Pacto Satánico y poeta en estado de frustración.

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