Romero Anselmi

Una triste noticia me recorrió el alma como si un volcán hubiera erupcionado sin piedad ni perdón en el mediodía de mi alma. Es que la vida y la muerte se convierten en cartas marcadas, en un juego inevitable que a veces alegra y en otras, asusta. Se vuelve difícil admitir cómo hombres y mujeres que parecieran forjados de incienso y mirra, de coraje y nobleza, de exacta categoría especial comienzan a andar la vía privilegiada que los llevará a otra dimensión, la supra terrenal.

No es una cuestión de dolor inocente ni de nostalgia por una partida anunciada, sino que se trata de una tristeza inevitable porque están a punto de elevarse hasta el reino sagrado del tiempo concluido.

En este oficio de palabras, imágenes, títulos, fotos, primeras páginas, hondas hertzianas, fuentes, correctores y tinta, demandas judiciales y persecuciones infames, son pocos los que alcanzan la respetable condición de periodistas auténticos. Más allá del momento histórico que vivimos con sus marchas forzadas y golpes torcidos, hay quienes no bajan la mirada ni se prestan para trampas a la sombra.

Son seres incluidos en el mapa hermoso de una humanidad que escoge sus adversarios y sus emblemáticos guerreros. Lo vi tender la mano como andino y venezolano de cepa y corazón. Lo sentí comprometerse por convicción, sin la intención oculta ni puñales traidores. El hizo del periodismo un convento de pasiones, de razones y de ética más allá de cualquier circunstancia privilegiada. Por supuesto que en más de una ocasión erró y fue sincero con sus propias caídas, pero nadie le puede negar que hablara y actuara con la certidumbre de un periodista de pecho abierto, de manga recogida y saludo extrovertido.

En su Táchira natal comulgó en medio de las tradiciones que suelen conservar los pueblos de montaña. En la capital de la república no tuvo consideración de meterse en la batalla dentro de los monstruos que suelen venderse como paladines de la libertad y la expresión pública. Quien lo llegó a conocer sabe como yo, que él encendía un cigarrillo cada quince minutos porque cada media hora había que titular para impactar, para atrapar al lector por la solapa, porque el texto escrito en la máquina de escribir serviría para dar un nubazo, una primicia o abrir heridas en un adversario ideológicamente enemigo. El fue una voz y una imagen sin el esplendor de las vedettes, pero sí con la autenticidad de un periodista sin remilgos.

No sé si cuando esta nota salga, él esté publicando un reportaje en el diario celestial o siga recluido en un su lecho que anuncia el ocaso, pero no me cabe la menor duda que de en él, en su nombre, su apellido, su bohonomía, su honradez y esa voz de cigarra silvestre seguirá clavada en la memoria de quienes aún andamos creyendo que ser Periodista como él, es algo más que un privilegio, un compromiso ineludible con la verdad, la ética y la patria.

elmerninoconsultor@hotmail.com


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Elmer Niño


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