"Hay que dejarse de morir de hambre encima de la comida”

Venezuela pasa por un momento difícil. Ya no es solo el tema de una nación donde la producción de petróleo culturalmente es más importante que la producción de alimentos. Es también la suma de complejos eventos, que desde el 2002 hemos padecido (desde un paro petrolero, golpes de Estado, entre otras acciones); situación que se radicaliza aún más, al declararnos "una amenaza inusual y extraordinaria", iniciando así un criminal bloqueo económico, financiero y comercial contra el país. Agravando aún más nuestra ya existente, vulnerabilidad alimentaria.

Esto nos ha llevado a vivir bajo la condena de una especie de escarmiento político, caracterizado por la limitación (impuesta) al acceso oportuno de alimentos. Una situación que se facilita, porque la mayoría de estos productos son importados; así como mucho de los insumos básicos para la agricultura. Está dependencia se convierte en una poderosa arma de control, tal como lo expresa Henry Kissinger en estas palabras: "Controla el petróleo y controlarás naciones; controla alimentos y controlarás pueblos".

Hoy sumamos la inmovilización mundial causado por la pandemia (el COVID-19), así como la profundización de las políticas de injerencia internacional, que cercena el acceso al combustible, en consecuencia, estamos casi inmovilizados.

Este escenario facilita el escalamiento de una especulación en los precios de los alimentos. Un valor que es impuesto básicamente por los intermediarios. Se trata de un actor que capta enormes ganancias con el mínimo esfuerzo, si lo comparamos con el trabajo de quien lo produce. Un precio que, además, también depende de un dólar especulativo, que a ciencia cierta no sabemos bajo que lógica opera. Una situación que nos mapea un escenario difícil de precisar y mucho menos proyectar.

A esta dinámica se suma la incapacidad del gobierno nacional para controlar estos procesos especulativos. Sin embargo, realiza enormes esfuerzos para garantizar a las familias más vulnerables, parte de los productos básicos a través de los CLAP (Comités Locales de Abastecimiento y Producción), entre otros programas como los comedores escolares y los populares. Mucho de estos alimentos son traídos desde lejanas regiones del mundo (por ejemplo, Turquía) que solo por las distancias, ya es costoso. Pero lo encarece aún más, las vueltas que hay que dar, para poder burlar las barreras que coloca el enemigo en este bloqueo contra el derecho a lo más esencial, alimentarnos. Aunque todo este sacrificio este más que justificado, no es una opción sostenible en el tiempo.

Con esta idea en mente, es fácil reconocer que es necesario producir los alimentos cerca de donde habitamos. Las crisis alimentarias en el mundo han demostrado la importancia de las pequeñas agriculturas, así como los sistemas alimentarios locales (Altieri y Nicholls, 2020), que además de producir alimentos, también son fuentes de conocimientos situados y reproductores de otras lógicas: los alimentos de algún lugar (Ramírez et al, 2016). Esto nos hace pensar, que además de identificarlos y reconocerlos, es necesario comprenderlos desde su complejidad. No solo se trata de producir, son procesos mucho más amplios, que culminan cuando nos llevamos la comida a la boca.

Entonces, como nos alimentamos en Venezuela

En Venezuela, aunque las cifras no están muy claras, menos del 10% de la población es rural, esto no significa que todos sean productores. Una realidad que nos lleva a pensar que el resto somos urbanos. Un estatus que determina un mayor control social (por parte del sistema alimentario globalizado) al influir en cómo nos alimentamos. Un sistema que, al seleccionar una especie sobre cientos de especies, determina que hoy tengamos una dieta muy limitada en cantidad, pero también en calidad. Una investigación reciente en el Estado Anzoátegui, reportó que los patrones de consumo en las familias, son bastante homogéneos en los diferentes estratos socioeconómicos, así como el 90% de los alimentos más consumidos diariamente son tecnológicamente procesados (Ekmeiro et al, 2015), esto podría generalizarse a todo el país.

Por otro lado, dominados por una lógica que implica el vivir para trabajar, una especie de esclavitud moderna, hemos perdido la capacidad de apreciar lo que comemos. En la práctica se traduce en el consumo de alimentos de elaboración rápida. Por ejemplo, la harina precocida para hacer arepas, muy apetecido por el consumidor promedio. Este producto es realmente un subproducto de la agroindustria con pocas cualidades nutricionales; y así se repite la historia con muchos otros ‘alimentos’. Esto nos indica que desconocemos de gran modo, que estamos comiendo.

En este sentido, desmitificar la idea de que todo lo que viene de la agroindustria es alimento es, en parte el reto. Estos son productos donde es difícil conocer su origen, son alimentos sin memoria, desterritorializados (ejemplo el Cereal Corn Flakes de Kellogg’s, que usa maíz de todo el mundo además de transgénico). Al homogeneizarlo, lo globalizan; y está es una forma de desconectarlo de la tierra y de las manos que lo originan. De este modo es más fácil compartir el imaginario de que los alimentos parten del estante del supermercado, que colocan allí las poderosas transnacionales; por tanto, se convierten en héroes, al ser garantes de seguridad alimentaria.

Pero, los alimentos no vienen solo de la agroindustria

Hoy sabemos que aproximadamente el 70 % de los alimentos que se consumen en el mundo provienen del 30% de campesinos y campesinas que en duras condiciones logran traernos sus cosechas a nuestras mesas (ETC Group, 2017). Esto nos indica que las grandes cadenas de los sistemas agroalimentarios globalizados no son la única fuente de alimentos, como no los han hecho creer.

Por otro lado, cada día son más evidentes los efectos negativos de este sistema, como reproductor de hambre, enfermedades, agotamiento de agua, suelos y energía, extinción de la biodiversidad, entre otros; en parte porque se rige por imperativos productivistas, de crecimiento económico y acumulación de capital, y que opera dentro del sistema económico vigente (Delgado, 2010). Un sistema que estableció una sola lógica para la producción de alimentos, la cual se desarrolla con base en la mecanización, uso del monocultivo y de fertilización química. Este proceso de modernización desarrollo la capacidad de artificializar la vida, obviando los factores orgánicos o biológicos, que determinan los alimentos. Esto pone en evidencia las debilidades del mismo.

Pero también tiene otros efectos devastadores. Esta modernización de la agricultura también conlleva a desplazamientos de comunidades enteras (sus tierras y sus formas de vida) para poder colocar los monocultivos. Esto que planteó Adam Smith "Donde quiera que hay una gran propiedad, hay gran desigualdad. Por cada hombre rico debe haber por lo menos quinientos pobres"; esto se puede aplicar perfectamente en este caso, donde hay un monocultivo de una corporación hay al menos quinientas familias campesinas desplazadas y con ellos sus culturas y saberes.

Estos efectos manifiestos nos obligan a tratar de comprender este sistema agroalimentario globalizado, para emprender rutas que permitan superar las limitaciones impuestas. Caminos que nos demuestran que la clave está en reconocer la importancia de otros actores: las comunidades campesinas y las pequeñas agriculturas (en toda su diversidad).

La urgencia de des-ocultar los saberes del pueblo

Daniel Cueva, un Maestro Pueblo en un encuentro en Maturín, sentenció "Hay que dejar de morirse de hambre encima de la comida". Estas sabias palabras, nos invitan a pensar más allá. Nos invita a superar la idea de que en los supermercados están los alimentos y que son solo las grandes corporaciones quienes nos alimentan. Nos invita a pensar contra las lógicas modernas que invisibilizó nuestra biodiversidad alimentaria, que también implicó el ocultamiento de nuestras culturas (la campesina, la indígena y posteriormente la africana), el pasado que nos ocultaron. Es considerar-nos a ese otro del que no se tenía cuenta. Nos invita entonces, a escuchar y a aprender a observar, para identificar al alimento que está a nuestro alcance, des-ocultar esos saberes del lugar, y aquí comienza parte de la tarea.

En este sentido trabajos como el del compañero Jesús Ekmeiro (2015, 2020) y otros muchos investigadores que militan (desde las comunidades, pero también desde las academias) por la transformación de nuestra realidad alimentaria. Emplazan nuestra atención al reconocer una gran variedad de especies de plantas alimenticias no convencionales, existentes para muchas comunidades rurales; pero desconocidas para quienes vivimos en las burbujas de las grandes ciudades.

Con esto quiero compartir la idea de la importancia de estos conocimientos populares, que hoy se expanden "desde abajo". Tenemos muchas y diversas experiencias en el país, en el pasado y en el presente, de organizaciones que hacen la chamba de producir (desde semillas hasta bioinsumos), transforman y/o hacen llegar los alimentos a precios justos en muchas comunidades a través de redes y otros tejidos sociales. Del mismo modo que en lo formativo, existen muchas escuelas populares que se visibilizan en esta crisis. Esto nos hablan de muchos talentos, pero también de energías dispersas. Algunos en declive, pero tienen en su recorrido experiencias increíbles, como es el caso Las Lajitas en Sanare, algunas comunas, entre otras. Sistematizar y socializar las lecciones (buenas y malas), así como las semillas, las prácticas y otras formas de alimentarnos, es otra importante acción. Del mismo modo que fomentar las redes y los lugares comunes.

Donde subyacen estos conocimientos, son espacios donde retoman importancia el saber de mujeres y de las(os) adultas(os) mayores. En la experiencia que tengo, son las ancianas quienes conocen sobre los conucos como fuente de alimentos, pero también como medicina. Son entonces estos sujetos, libros vivientes, Maestros Pueblos como lo nombran los hermanos Escalona, quienes no enseñan la importancia de la historia, el pasado contado por los invisibles. Abrir espacios de encuentros para el diálogo con estas sabidurías será clave para esta etapa que nos toca confrontar.

Pero también es necesario ampliar el dialogo entre ámbitos institucionales y populares. Dialogar con las sabidurías de los pueblos y el conocimiento de quienes desde la ciencia comprometida pueden aportar a este desafío. Con esto quiero decir, que no es posible solo una opción, no es posible simplificarlo a la lógica de un modelo. Hay que abrir muchas opciones, por ejemplo, desde desarrollar sofisticados sistemas de producción de semillas (ya existentes), hasta las formas más artesanales en los espacios colectivos y populares. Escucharnos, respetarnos y facilitarnos todas las posibilidades en el hacer. Cada espacio es único e irrepetible.

Finalmente creo que la misión más importante, es seguir tejiendo comunidad, el encontrarnos entre nosotras y nosotros, desde la alteridad. Es la única forma de superar estos momentos oscuros, en que juntos encontremos muchas luces en este camino y juntándolas (nuestras experiencias) tengamos un abanico de opciones. Esta situación nos deja una lección de la cual debemos aprender: podemos tener todo el petrolero y el oro del mundo, pero sino sembramos los alimentos que necesitamos, nunca tendremos ni paz, ni soberanía. Y volviendo a esta realidad. Si bien es cierto, que nunca más seremos los mismos, post tiempos COVID-19, también es cierto que podemos aprovechar esta oportunidad para reconstruir-nos en otros horizontes posibles. Es ahora o nunca.

Referencias bibliográficas :

Altieri, M. A., & Nicholls, I. (2020, Marzo). La Agroecología en tiempos del COVID-19 . University of California , Berkeley. Centro Latinoamericano de Investigaciones Agroecológicas CELIA, 1–6. Disponible: https://consumidoresorganicos.org/2020/03/26/la-agroecologia-en-tiempos-del-covid-19/

ETC Group. (2017). ¿ Quién nos alimentará? La red campesina alimentaria o la cadena agroindustrial. ETC Group. Disponible en: http://www. etcgroup. org/sites/www. etcgroup. org/files/files/etc-quiennosalimentara-2017-es. pdf.

Ekmeiro Salvador, J., Moreno Rojas, R., García Lorenzo, M., & Cámara Martos, F. (2015). Patrón de consumo de alimentos a nivel familiar en zonas urbanas de Anzoátegui, Venezuela. Nutrición hospitalaria, 32(4), 1758-1765.

Ramírez-García, S., Mancha-Cáceres, O. I., y Del-Canto-Fresno, C. (2016). Las agriculturas territorializadas, oportunidades y retos frente al paradigma agroindustrial. Documents d'análisi geográfica, 62(3), 639-660.

 

domeneolga@gmail.com



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