Filosofía comunal de Castoriadis

Si hay un aspecto que considero válido de la oposición, es su crítica a que no se ha dado las explicaciones necesarias para conocer y reconocer qué eso del poder popular y sobre todo que implicaciones tiene en ese poder popular la figura del Estado Comunal. Al oficialismo militante y revolucionario le ha faltado crear nuevas categorías explicativas e ir sumando aportes de teóricos e ideólogos, modelando nuevas formas de organización y control de la sociedad, pero desde el propio epicentro de la sociedad, y no de grupos satélites de poder que miran con asepsia a las comunidades y no sienten sus necesidades y sus emergencias. Por ello se hace necesario interpretar el Estado como parte de un sistema democrático que promueve la autonomía, sobre todo, destacando la postura del neo marxista Cornelio Castoriadis (Estambul, 1922-París, 1997).

Castoriadis parte de la premisa de que “la democracia es la más frágil y arriesgada de las formas de convivencia, al no tener nada sagrado sobre lo que fundarse y a lo que obedecer, sino sólo la elección de la igual dignidad de las existencias irrepetibles”; en una palabra, tal cual Castoriadis hacía referencia, en la sociedad moderna persiste como sombra a la democracia el régimen trágico, cuya continuidad nunca está asegurada. Castoriadis, consideró  la democracia directa como la forma auténtica, el ideal de democracia ya que ésta es el gobierno de los ciudadanos, no el de los representantes y los técnicos.  Sin embargo, al reflexionar sobre los procesos de democratización de los últimos siglos, el autor se manifiesta cuestiones de notable complejidad respecto de la naturaleza y posible evolución del régimen político democrático, destacando que esa democracia directa se representa en los intereses del colectivo y no de una representación o individualidad determinada.

La construcción del Estado liberal y las luchas contra el Estado absolutista, se hicieran en nombre de un principio representativo y no del ejercicio directo del poder por los ciudadanos; esta es una verdad comprobada por los hechos históricos. Los regímenes liberales reconocieron un amplio marco de derechos y libertades individuales, que significaban para Castoriadis libertades negativas; y pretendieron establecer un modelo de estricta separación entre los poderes legislativo, ejecutivo y judicial, como garantía de que el ejercicio del poder político sería limitado. Los regímenes de algunos países occidentales en los siglos XVIII, XIX y XX,  se han edificado en torno a la figura de Estados Nacionales, de carácter representativo, asentadas en un concepto de ciudadanía política fuertemente restrictiva del derecho de sufragio, que se vinculó a la capacidad económica de pagar impuestos y a la posición social medida por la propiedad y la renta, aunque también a otros criterios de clase, como las pruebas de alfabetismo. Las luchas de los trabajadores, de las mujeres y de las minorías oprimidas hicieron posible ampliar el ámbito de la ciudadanía política, esgrime Castoriadis, a través de combates por la extensión del sufragio universal, que sólo se generaliza realmente después del final de la segunda guerra mundial.

La época dorada de estado liberal representativo, explica Castoriadis en su texto “La Institución imaginaria” (1977),  coincidió con una ciudadanía extremadamente restringida, era realmente la democracia posesiva de los burgueses y de las limitadas clases medias de esa etapa histórica. Fue la época en que se consolidó la separación de los poderes del estado y se reconocieron progresivamente muchos derechos individuales; en la  medida que se amplió el derecho de ciudadanía el régimen político fue evolucionando desde una auténtica democracia representativa hacia una democracia electoral. Los regímenes democrático-electorales del siglo XX, comenzaron por establecer un concepto amplio de ciudadanía asentado en un derecho de sufragio universalizado y han desarrollado su naturaleza liberal. Las democracias electorales modernas, se han erigido como el poder del pueblo en donde lo esencial ha sido la posibilidad periódica de cambiar el gobierno, y no la de ofrecer un “buen gobierno”. La delegación efectiva no se hace a representantes concretos sino a partidos políticos, ya que aunque formalmente se eligen representantes, éstos son tan solamente un medio para designar a quienes gobiernan. Los rasgos menos agradables de las democracias electorales son la hegemonía de las élites políticas y económicas, la esclerotización burocrática de los partidos y sus efectos perniciosos sobre el control y la determinación de las agendas públicas.

En esas condiciones, la participación ciudadana se limita sólo al ejercicio periódico de un voto electoral; la democracia electoral se manifiesta en  tendencia a convertirse en el dominio de una oligarquía liberal, y esto es más dañino que la dictadura de un Monarca o un líder Mesiánico. Los grandes movimientos emancipatorios del pasado fueron siempre híbridos y no hay ningún motivo para pensar que no vaya a ser así en el futuro, especialmente en regímenes políticos como los propios de las democracias electorales que implican, per se, una participación política de la mayoría de la población, por limitada que esta sea y, en las cuales, un momento de los procesos de movilización social consiste en la presión sobre las instituciones. Por lo tanto, un nuevo momento emancipatorio, como movimiento social de creación de nuevas institucionalidades, sólo excepcionalmente puede surgir de un impulso único y puro desde abajo, mientras que la regla general sería su aparición como eclosión de los instrumentos heteróclitos desarrollados en el conjunto de la sociedad y en sus distintos ámbitos de participación y de lucha.

La política de la autonomía de Castoriadis, incorpora una crítica de los conceptos políticos tradicionales de estrategia y de programa y de la distinción entre fines y medios. No se puede luchar por la autonomía con métodos heterónomos, expresa Castoriadis, se trata de una política que no consiste en la búsqueda de un lugar privilegiado desde el que teledirigir una revolución o una reforma política o social, todo debe ir enfocado hacia una política no reconducible ni al mercado de la democracia electoral ni los viejos esquemas leninistas de clases y de vanguardias; se debe de incorporar la de que todo movimiento democrático real y vivo, tenga un sentido de  lucha concreta que surja de la voluntad de los ciudadanos y ciudadanas libres, que aspiran conquistar para ellos mismos el derecho a decidir su futuro.

La praxis política de la autonomía que propone Castoriadis a lo largo de toda su obra,  supone que haya posibilidades de lucha por objetivos que sean realizables, que tengan sentido más o menos inmediato y a la vez puedan proyectarse y articularse con una perspectiva global y mediata. Estamos obligamos a centrarnos en lo importante, en el presente, olvidando definitivamente cualquier arbitrismo utópico. En esta perspectiva, una política de la autonomía podría entenderse como compatible con formulaciones propias de un pragmatismo radical, estableciendo y privilegiando los enganches entre las luchas del presente y el tipo de sociedad futura que se desea; lo cual, en cada momento, significa reconocer los movimientos sociales que impulsan la lucha por nuevos derechos y nuevas libertades e incorporan la pretensión de la participación más amplia posible de los ciudadanos y ciudadanas. Fuera de esa posibilidad, de ese reconocimiento de las luchas reales por la autonomía, no habría política de la autonomía sino sólo, y exclusivamente, una filosofía. La aportación de Castoriadis reconoce la indeterminación esencial de la creación histórica en cuanto depende de las acciones humanas; así, como la posibilidad de crear autogobiernos comunales,  que si bien no alcanzan a representar una figura de dominio totalizadora, es una vía para proyectar el carácter humano del ejercicio del poder.  Las experiencias son más importantes que las construcciones ideológicas de los expertos y de los profesionales del conocimiento, esgrimía Castoriadis, la dialéctica entre lo nuevo y lo viejo, es el camino revolucionario para construir los nuevos cimientos de la democracia directa; sólo un amplio movimiento de creación social puede plantear nuevas preguntas y dar a las viejas preguntas nuevas respuestas, pero es necesario comenzar a transformar la percepción de un Estado que se ha vuelto inoperativo, demasiado pesado, hacia una percepción de autonomía local que operativise las necesidades y genere surcos por donde se le dé cabida a  soluciones reales y efectivas. 

*.- azocarramon1968@gmail.com



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Ramón E. Azócar A.

Doctor en Ciencias de la Educación/Politólogo/ Planificador. Docente Universitario, Conferencista y Asesor en Políticas Públicas y Planificación (Consejo Legislativo del Estado Portuguesa, Alcaldías de Guanare, Ospino y San Genaro de Boconoito).

 azocarramon1968@gmail.com

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