¿Ganó o perdió Argentina con la compra de los viejos F16?

La expresión ´soberanía nacional fuera de uso´ dio el contexto en el que se desarrollaron las negociaciones para la adquisición de os aviones f16 en Argentina. Es que esta reciente adquisición de 24 aviones de combate F-16 usados por parte de Argentina a Dinamarca debería contemplar un debate sobre la gestión del gobierno argentino, sus prioridades y su capacidad de planificación y también verse de cómo el sátrapa del Norte utiliza su fuerza para imponer sus intereses a todos sus amigos, socios y allegados.

Y es que más allá de la legítima necesidad de renovar capacidades de defensa, la cual ha ido perdiendo capacidades en ese país con el correr de los años, esta operación se incluye en un caso sobre cómo la "política de prestigio" de los funcionarios de gobierno se ha impuesto a al análisis de la economía y la deuda.

El gobierno entusiasma a la población con la foto de los aviones y obtiene así un beneficio politico, con este nuevo pero viejo hardware bélico, ya que son aviones muy usados, lo que contrasta con la realidad de los costos operativos y la adecuación tecnológica al siglo XXI. Aunque lo cierto es que Argentina adquiere aviones a reacción, de los cuales carecía.

Argentina llevaba años intentando reemplazar su flota de cazas supersónicos A‑4AR Fightinghawk, un vacío que se arrastraba desde el retiro de los Mirage en 2015, A-4 que ya no podían cumplir con los estándares modernos de combate. Se evaluaron múltiples alternativas: los JAS‑39 Gripen suecos, con participación de Brasil; los KAI FA‑50 surcoreanos; e incluso chinos como el JF‑17 Thunder o ruso como el MiG‑35.

Sin embargo, todas esas posibilidades quedaron bloqueadas por vetos tecnológicos y políticos. Estados Unidos y Reino Unido frenaron las opciones que incluían componentes británicos, como el Gripen y el FA‑50. Francia ofreció el Mirage 2000‑5, pero fue desplazada por Washington que impulsó los F‑16 daneses, asegurando la influencia sobre la Argentina. La compra se concretó cuando Estados Unidos dio luz verde y facilitó el acuerdo con Dinamarca lo que refuerza su hegemonía que asegura venta de repuestos, entrenamiento y cooperación y abre un puente hacia una posible modernización futura.

A la pregunta si Argentina ganó o perdió con esta compra, la respuesta depende del ángulo desde el que se mire. Por un lado, el país recupera una capacidad supersónica que había perdido y operar en un entorno regional donde Brasil, Chile y otros vecinos ya cuentan con plataformas modernas. Los F‑16 generan impacto político y militar, mostrando que Argentina "vuelve al club" de países con cazas modernos. Aunque se trata de aviones de los años 70 modernizados, permiten mantener doctrina y entrenamiento que puede servir de base para una transición posterior a sistemas más avanzados. En ese sentido, Argentina gana tiempo y prestigio, y logra un mínimo de capacidad de defensa aérea que había perdido.

Por otro lado, las pérdidas son significativas. La operación se concretó solo cuando Estados Unidos desplazó a Francia y habilitó la venta, lo que refuerza la dependencia tecnológica y política de Washington. El costo operativo es elevado: mantenerlos en condiciones óptimas cuesta entre 200 y 300 millones de dólares al año, lo que tensiona el presupuesto de Defensa y obliga a endeudamiento o recortes en otras áreas.

En un país donde más del 80% del presupuesto de Defensa se destina a sueldos, el margen para sostener estos gastos es mínimo. Si no hay un aumento significativo de ingresos fiscales, la única salida práctica es otra deuda más para Argentina.

Además, aunque modernizados, los F‑16 Block 15 MLU no son de quinta generación por lo que en el contexto actual de guerra en red, drones y misiles de largo alcance, esos aviones ya están siendo reemplazadas en países de la OTAN. Existe también el riesgo de que el prestigio sea vacío: si no se entrenan pilotos con municiones reales y horas suficientes, los aviones se convierten en símbolos más que en una fuerza disuasiva efectiva. Un avión de combate que no dispara regularmente sus armas en entrenamiento no es más que un aparato de exhibición.

En conclusión, Argentina ganó en prestigio al recuperar una capacidad mínima de defensa aérea, pero perdió en autonomía estratégica y sostenibilidad financiera. Argentina llevaba años intentando, pero solo cuando Estados Unidos decidió desplazar a Francia y habilitar la transferencia, la operación se volvió posible.

En términos prácticos, Argentina compró tiempo y prestigio, pero no una solución definitiva. Su defensa dependerá si logra sostener los costos de operación y entrenamiento en los próximos cinco años. Si no adquiere además de aviones su independencia financiera, los F‑16 serán recordados como otra deuda más para Argentina, una muestra mas que se impuso el símbolo de prestigio político sobre la soberanía y la autonomía financiera.



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Oscar Rodríguez E


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