Radiografia actual de los Estados Unidos

En los últimos treinta años, Estados Unidos ha recorrido un camino de aparente prosperidad global mientras hundía poco a poco las bases de su bienestar interno. Detrás del brillo de su poderío militar y tecnológico, se ocultan males sociales crecientes y múltiples: desindustrialización, adicciones, enfermedades crónicas, alimentos de baja calidad, violencia, comercio sexual, una vivienda inaccesible, migración desatendida, políticas fallidas y un modelo económico que premia a las grandes corporaciones al tiempo que empuja a la precariedad a millones. Este artículo pretende señalar esos claroscuros con severidad, realismo, dolor y denuncia.

La desindustrialización y la economía que olvidó a sus trabajadores

Durante décadas, regiones enteras de Estados Unidos, antes dedicadas a la manufactura y la industria pesada, han visto cómo sus fábricas cerraban, sus empleos desaparecían y sus comunidades vaciaban. Esta desindustrialización ha producido desempleo estructural, pérdida de identidad laboral, migraciones internas, y un caldo de cultivo perfecto para el deterioro social.
Mientras tanto, las grandes corporaciones globales han aumentado sus beneficios astronómicamente, trasladando producción, externalizando costos y priorizando la ganancia rápida sobre la comunidad local. El resultado es un país con "grandes cifras macroeconómicas" pero con millones de personas que han quedado al margen.

Este vaciamiento industrial tiene un impacto directo: sin trabajos dignos, sin movilidad económica, sin proyectos de futuro, muchas personas caen en la desesperanza, la dependencia de subsidios o la búsqueda de escapes —legales o ilícitos— que traen nuevas problemáticas.

Drogas, alcoholismo y enfermedades que matan por dentro

La adicción es uno de los gritos más silenciosos de este país deshecho. Entre 1990 y 2018, más de 1.3 millones de estadounidenses de 25 a 64 años murieron por drogas y alcohol solo. Respecto a sobredosis, los datos muestran un ascenso imparable: en 2022 se registraron 107 941 muertes por sobredosis. Según estimaciones, en 2023 la cifra superó los 105 000 fallecidos. Estas muertes no solo son estadísticas: son vidas truncadas, familias rotas, comunidades golpeadas.
Añádase a esto la epidemia de obesidad y sus consecuencias: la obesidad en EE.UU. contribuye entre 100 000 y 400 000 muertes al año, y se estima que representa entre el 5 % y el 10 % del gasto nacional en salud. Las enfermedades crónicas como la diabetes, enfermedades cardiovasculares e infartos se han vuelto rutina en un país que, paradójicamente, ha gastado miles de millones en salud sin prevenir. Y esto no es solo salud: es deterioro de la vida, de las posibilidades, de las generaciones futuras.

Alimentos de mala calidad, consumo masivo y cultura del "escape"

El deterioro de los alimentos, la predominancia de comida chatarra e industrializada, el marketing agresivo de azúcares, grasas y comidas rápidas, han creado una población enferma, dependiente, adicta al consumo inmediato. Esa cultura del consumo —más allá de lo necesario— alimenta adicciones menores (comida, bebida) que, sumadas, configuran un panorama de salud pública devastador. Cuando la gente trabaja más, gana menos, y no tiene acceso a opciones saludables por precio o disponibilidad, la dieta se convierte en otro reflejo de desigualdad. Y la consecuencia es un país con más diabetes, más infartos, menor esperanza de vida, mayor sufrimiento.

Violencia, tiroteos en escuelas, abusos y comercio sexual

La violencia armada en EE.UU. es un mal cada vez más visible. Los tiroteos en escuelas y universidades —lugares que deberían ser santuarios del aprendizaje— han sacudido la conciencia pública. Al mismo tiempo, los abusos de todo tipo —domésticos, sexuales, laborales— se multiplican. El consumo excesivo de alcohol acompaña la violencia, y el comercio sexual, la trata de personas y la explotación florecen en las fisuras de un sistema que abandona a los más vulnerables. Según un informe de Yale / AAMC, en 2022 EE.UU., sufrió más de 48 000 muertes relacionadas con armas de fuego, más de 108 000 por drogas, y más de 51 000 por consumo excesivo de alcohol. Cada una de esas muertes es una tragedia individual y social, y juntas cuentan la historia de un país que se ha vuelto violento consigo mismo.

Inmigración, desigualdad y una promesa incumplida

EE.UU. sigue siendo un imán para migrantes de todo el mundo. Pero la forma en que se maneja esta migración revela otra grieta: miles de personas viven en la precariedad laboral, sin derechos plenos, con salarios bajos, sin acceso a servicios básicos, y a menudo en zonas donde la integración es escasa. Esta situación alimenta tensiones sociales, raciales, económicas. Y para muchas personas —tanto migrantes como ciudadanos de segunda clase— el "Sueño Americano" se ha convertido en espejismo: empleo precario, vivienda inalcanzable, salud costosa. La inmigración mal gestionada, sin políticas serias de integración y justicia social, termina generando más vulnerabilidad que esperanza.

Vivienda inaccesible, renta abusiva y grandes corporaciones que lucran

Una de las caras más visibles de la desigualdad es la vivienda. En 2023, se registró el mayor aumento real del costo bruto del alquiler desde al menos 2011: la renta aumentó un 3.8 % real en ese año. Entre 2019 y 2023, las rentas subieron un 30.4 %, mientras los salarios solo subieron un 20.2 %. En este contexto, grandes propietarios y corporaciones inmobiliarias acumulan poder. En 2025 el Departamento de Justicia de EE.UU. acusó a seis grandes arrendadores de conspirar para mantener los alquileres altos mediante algoritmos y coordinación. El resultado: hogares que destinan más del 30 % de su ingreso al alquiler, menores ingresos residuales para comida, salud o educación, mayor riesgo de desalojo. Así, el derecho a una vivienda digna se convierte en lujo, mientras el modelo de renta se transforma en una vía de acumulación para el capital corporativo, no en un servicio social básico.

Las grandes corporaciones y la acumulación desplazando al bien común

Mientras millones luchan, las grandes corporaciones registran ganancias históricas. Aunque no puedo citar todos los datos concretos aquí, el patrón es claro: concentración del capital, externalización de costes sociales, impuestos mínimos, y ganancias elevadas que no se traducen en bienestar para la mayoría. El modelo económico premia la maximización de beneficios y la reducción de salarios o condiciones, mientras se abandona el tejido local, la comunidad, el trabajo digno. Este es un mal silencioso, estructural, que se enraíza en las políticas de los últimos treinta años.

Gasto militar versus inversión social: una elección que hiere

Una de las contradicciones más dolorosas es la priorización casi exclusiva del gasto militar frente a la inversión social. En 2023, el presupuesto de defensa de EE.UU. fue de aproximadamente 905 000 millones de dólares —cerca del 13.7 % del presupuesto federal. En 2024, Estados Unidos dedicó cerca de 997 000 millones de US$ al gasto militar, lo que representa casi el 40 % del gasto militar mundial. Mientras tanto, muchas necesidades sociales —salud preventiva, rehabilitación de adicciones, vivienda asequible— siguen con recursos insuficientes. El país invierte ingentes recursos en su proyección y fuerza global, pero descuida la resiliencia, el tejido comunitario y el bienestar interno. Las consecuencias son visibles: más dependencia, más fragmentación social, menos capacidad de recuperación.

¿Cuáles son las causas profundas?

Podríamos enumerar muchas, pero todas convergen en este diagnóstico: Pérdida de empleos industriales, falta de movilidad social, comunidad que se desdibuja; Cultura del consumo inmediato, de la gratificación rápida, que olvida el cuidado de la salud, de la familia, del colectivo; Políticas de salud pública fragmentadas, enfoque curativo en vez de preventivo, comunidades abandonadas; Vivienda convertida en mercancía, mercado de rentas que explota, desigualdad alimentada por el capital; Migración gestionada como problema más que como oportunidad, invisibilización del trabajador migrante; Corporaciones con poder creciente y responsabilidad social mínima, externalización de costes; Prioridades de Estado que centran el gasto en defensa, dejando a un lado la inversión social que construye ciudadanía.

Consecuencias: dolor humano, esperanza rota

Las consecuencias golpean fuerte y profundo: Familias que pierden a sus hijos por sobredosis, por violencia, por enfermedades que podrían haberse prevenido; Comunidades rotas, barrios que no encuentran salida, generaciones que crecen sin referentes estables; Jóvenes que temen ir a la escuela porque podría haber un tiroteo; padres que trabajan más pero tienen menos; inmigrantes que viven en la cuerda floja; Ciudadanos que destinan casi todo su ingreso al alquiler, sin oportunidad de ahorro, sin seguridad; Una nación que, pese a ser la más armada, carece de cohesión, de protección básica, de salud comunitaria; Una brecha entre los que concentran riqueza y los que sostienen la economía real, entre los que dan empleo y los que reciben precariedad. Estos no son males aislados: se refuerzan entre sí. La desindustrialización alimenta la desesperanza, que alimenta el consumo nocivo, que genera enfermedades, que agobia al sistema de salud, que debilita las familias, que agrava la vivienda, que endurece el sistema. Es una cadena de heridas abiertas.

¿Qué debe cambiar?

La urgencia no admite más dilaciones. Se necesitan políticas que pongan el bienestar por encima del lucro puro, que reconozcan que la fortaleza de una nación no es solo su armamento, sino su salud, su educación, su vivienda, su solidaridad. Es preciso que: Se invierta seriamente en salud pública preventiva, adicciones, enfermedades crónicas; La vivienda deje de ser un campo de acumulación para convertirse en derecho fundamental; La industria local se revitalice con visión, empleo digno; La migración se gestione como oportunidad de integración, no de explotación; Las corporaciones rindan cuentas sociales reales, no solo beneficios; Y que el gasto militar equilibrado deje espacio para la reconstrucción social.

Un llamado urgente

Este no es un panorama de derrota inevitable. Pero sí es una llamada urgente a redirigir las prioridades, a mirar hacia dentro tanto como hacia fuera. Priorizar la salud mental, la rehabilitación de adicciones, la familia, la educación, la integración de los migrantes, la protección de los más vulnerables, no es un lujo: es una urgencia moral y práctica.

Si Estados Unidos decide seguir dedicándose casi exclusivamente al ejercicio global de su poder militar sin atender la grieta interna de su tejido social, está apostando a la fuerza externa mientras debilita la resiliencia interna. Y una nación que descuida sus cimientos sociales es una nación que corre el riesgo de pagar un precio muy alto, en dolor humano, en pérdida de dignidad, en desperdicio de oportunidades. Que este artículo sirva como señal de dolor, sí, pero también de conciencia: para que ese gran país recuerde que su fuerza más duradera no es el armamento o la proyección externa, sino la salud, la unión, el cuidado mutuo, la esperanza de toda su gente.

Conclusión

Estados Unidos enfrenta hoy un camino de dos vías: puede seguir alimentando su poderío externo mientras su sociedad interna se desmorona poco a poco, o puede redirigir su mirada hacia adentro, hacia las personas, hacia las comunidades que sostienen la nación. Porque sin un pueblo sano, sin oportunidades reales, sin vivienda digna, sin esperanza, el poder militar y tecnológico no compensa el vacío humano. Este país ha acumulado riqueza, influencia y fuerza. Pero el verdadero desafío es acumular dignidad, equidad, salud y vida para todos. Y en ese proceso, no sobra ni un día más de indiferencia.

 

De un humilde campesino venezolano hijo de la Patria del Libertador Simón Bolívar.



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Miguel Angel Agostini


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