Australia en llamas

La tragedia que sufre Australia es sólo el preludio de lo que se avecina, tanto para Australia como para muchos otros países, con un aumento promedio en la temperatura global de 4°C para finales de siglo si se mantienen las tendencias actuales, o de 3°C en el caso extremadamente poco probable de que todos los países cumplan con todos los compromisos asumidos en el Acuerdo de París.

Australia se enfrenta a su peor temporada de incendios, con las temperaturas más altas que se hayan registrado y meses de severa sequía. En esta oportunidad el fenómeno conocido como Dipolo del Océano Índico ha contribuido a provocar temperaturas particularmente elevadas, fuertes vientos secos y bajas precipitaciones.

Aunque los incendios se han propagado por todo el país, la peor situación se registra en el sur, donde se encuentra la mayor parte de la población e importantes ciudades como Sydney, Melbourne, Canberra y Adelaide. Hasta mediados de Enero 2020 se habían incendiado 10,7 millones de hectáreas de vegetación (BBC Jan 13 2020, The Guardian Jan 8, 2020), 30 personas habían fallecido, 1,800 viviendas destruidas, con la monstruosa incineración o asfixia de unos 1.000 millones de animales.

La Universidad de New South Wales estima la destrucción de sólo mamíferos, pájaros y reptiles en 480 millones. Muchos de los animales sobrevivientes se encontrarán en un planeta desconocido cubierto de cenizas, sin alimentos ni protección alguna. Australia ya cargaba con la vergüenza de registrar la más alta tasa de destrucción de mamíferos del planeta (Incendiary Extinctions Jan 2020).

Los incendios de vegetación en época de verano no son inusuales en Australia. El país tiene una "estación de incendios". Este año ha sido extraordinariamente destructiva. Los incendios son frecuentemente provocados por rayos, aunque los intencionales parecen haber aumentado significativamente en el verano del 2019.

Sin embargo, no puede ignorarse que la temperatura promedio de Australia ha venido aumentando peligrosamente en los últimos años, alcanzando los 42°C el 18 de diciembre 2019. La temperatura promedio en diciembre 2019 se encontraba 4°C por encima del promedio de la época preindustrial.

Las altas temperaturas se conjugaron con una sequía particularmente severa, baja humedad y vientos secos, para desatar el infierno que padece ahora el país. La sequía del 2019 fue la más severa que se haya presentado en cientos de años.

No se puede afirmar que esta nefasta combinación de factores haya provocado los incendios, sino que han contribuido a generar las condiciones para facilitar su propagación y potenciar su intensidad.

Combinaciones similares de estos mismos factores han provocado la propagación de incendios de vegetación en otras partes del mundo: en la Amazonia brasileña, en Siberia, en el sur de Europa, en el sur-oeste de Estados Unidos y en Canadá. Pero la escala de la devastación registrada en Australia carece de precedentes.

En la revista científica Science Advances se publicó el 8 de enero 2020 una estudio conjunto entre la Agencia Japonesa para la Ciencia de la Tierra, la Universidad de Edinburgh, la Universidad Nacional de Seúl y la Universidad de Zúrich sobre los vínculos entre el calentamiento global, la Oscilación Ártica y los incendios de vegetación registrados en Siberia en el verano del 2019. Desglosa de manera magistral las evidencias científicas de tales vínculos y advierte sobre el inminente aumento en la intensidad y frecuencia de tales fenómenos alrededor del mundo como consecuencia del calentamiento global.

La Dirección de Meteorología de Australia, en su informe sobre El Estado del Clima 2018 reportó que el calentamiento global había conducido al aumento de olas de calor en Australia y en la severidad y frecuencia de otros desastres naturales, como las sequías. "Australia se encuentra en el medio de tendencias de calentamiento a largo plazo y cambios en los patrones de lluvia que elevan los riesgos de incendios de vegetación en las regiones con la mayor concentración de población. Investigadores australianos han venido advirtiendo por años sobre incendios potencialmente desastrosos".

El 23 de abril 2019 un grupo de científicos emitió un comunicado dirigido al primer ministro advirtiendo sobre el "inminente peligro de eventos climáticos catastróficos extremos en Australia" vinculados al calentamiento global. Sus advertencias fueron ignoradas por el primer ministro, Scott Morrison, un acérrimo negacionista del cambio climático. Optó por viajar de vacaciones a Hawái en diciembre 2019, en medio del desastre.

Frank Jotzo, profesor de política energética y climática de la Universidad Nacional de Australia, declaró: "Australia es uno de los países que obstaculiza el avance en las negociaciones internacionales sobre el calentamiento global… El gobierno ha ignorado la severidad de las amenazas del cambio climático sobre el país. Ninguna agencia gubernamental había preparado algun plan de contingencia para enfrentar la emergencia actual" (Vox: As Australia burns… Jan 2020)

Hace más de 10 años que el Panel Intergubernamental de Expertos en Cambio Climático (IPCC 2007) advirtió: "En el sur-este de Australia el peligro extremo de incendios tiende a aumentar hasta un 25% para el 2020 y hasta 75% para el 2050"

A pesar de las múltiples y reiteradas advertencias de su propia comunidad científica, y a pesar de su obligación ante el Acuerdo de Paris de preparar un plan nacional de adaptación al calentamiento global, los incendios se propagaron con inusitada intensidad sin que el país contara con hidroaviones y otros recursos preventivos. El gobierno redujo a niveles insignificantes las inversiones para la mitigación y la adaptación al calentamiento global, mientras priorizaba las inversiones en armas de guerra, en el despliegue de buques, aviones y personal militar para a apoyar a Estados Unidos en sus agresiones a Irak, Afganistán, Siria y Libia. Actualmente es parte de las fuerzas militares que amenazan a Irán en el golfo pérsico y el estrecho de Ormuz.

Aunque lo ocurrido es suficientemente alarmante, la estación pico para las olas de calor aún no ha llegado. El 2019 fue el año más seco registrado. Sin embargo, precipitaciones, inundaciones y ciclones amenazan con agravar significativamente las penurias de los australianos en los próximos meses.

La economía de Australia depende significativamente del consumo y exportación de combustibles fósiles, particularmente del carbón. El lobby del carbón ejerce una influencia determinante en la política nacional. Los diferentes gobiernos de turno permiten que los costos ambientales de la industria de los hidrocarburos sean arbitraria y gratuitamente transferidos no sólo a toda la sociedad australiana, sino a toda la comunidad internacional. El gobierno facilita que la industria de hidrocarburos imponga sus intereses económicos a corto plazo sobre los intereses nacionales a largo plazo, al tiempo que ignora la contribución de Australia al calentamiento global.

No debe así sorprender que el primer ministro, Scott Morrison, sea un irracional negacionista del calentamiento global, contradiciendo sin argumento alguno las evidencias y conclusiones no sólo de sus propios científicos y centros de investigación, sino de toda la comunidad científica internacional. Morrison apoyó la eliminación del impuesto a las emisiones de carbono y promueve el carbón como "la energía del futuro". Con frecuencia se refería al "alto e innecesario costo" de medidas de mitigación y prevención ante el calentamiento global. Irónicamente, el costo de las medidas para la recuperación de la devastación causada por los incendios durante este período de verano y los demás impactos por registrarse en los meses siguientes se estima en cientos de miles de millones de dólares.

Ante la presión de la devastación provocada por los incendios y la indignación pública generalizada, en conferencia de prensa a mediados de Enero 2020 declaró: "No hay disputa en este país sobre el calentamiento global y sus efectos sobre los patrones climáticos, incluyendo su impacto sobre Australia" (Vox Jan 2020: As Australia Burns…). Queda por verse si esta declaración tiene por objeto simplemente aplacar la indignación generalizada de los australianos ante la ineficiencia del gobierno para atender esta crisis, o si efectivamente es un reconocimiento de la imperiosa necesidad de asumir la responsabilidad que le corresponde a Australia por su significativa contribución histórica al calentamiento global. En el segundo caso, se espera que Australia eleve significativamente su contribución al alcance de los objetivos del Acuerdo de Paris, pasando de su cosmético compromiso actual de reducir sus emisiones en un 25% para el 2030 con respecto al 2005, a un compromiso similar al asumido por la Unión Europea: una reducción del 40% para el 2030 y de 80% para el 2050 con respecto a las emisiones de 1990.

Una operación de emergencia fue autorizada para el salvamento de los últimos 200 árboles de pinos Wollemi (Wollemia nobilis) una especie prehistórica considerada la última conexión viva con la edad de los Dinosaurios, hace más de 65 millones de años. A pesar de su nombre, el Wollemi no es realmente un pino, sino una conífera de unos 40 metros de altura. Los genes de la mayoría de las plantas varían de un ejemplar a otro, mientras que en los Wollemi se han mantenido idénticos entre árboles por millones de años (NYT- The Secret Quest, Jan 16 2020).

Las emisiones de CO2 por habitante de Australia son gigantescas, las más altas entre los países industrializados, muy superiores a las de la Unión Europea, China, Rusia o Japón. Cada australiano emite en promedio 2,5 veces más CO2 por año que cada ciudadano chino, 9,3 veces más que cada ciudadano de India, y 8 veces más que cada brasileño. Con sólo el 0.3% de la población mundial, Australia registra el 1,3% de las emisiones globales de CO2.

Australia es el cuarto productor mundial de carbón, tras China, India y Estados Unidos. Es también el más grande exportador. El carbón es el principal rubro en sus exportaciones: US$ 46.000 millones en el 2018, seguido por el gas natural: US$ 34.000 millones. Sin embargo, sus principales clientes, China, Japón y Corea del Sur, han decidido librarse progresivamente del consumo de este peligros contaminante global.

China, uno de sus principales clientes, no sólo ha logrado estabilizar sus emisiones de CO2 desde el 2013, sino que todo el incremento en la generación de electricidad desde entonces se debe a fuentes libres de emisiones: hidroelectricidad, energía nuclear, eólica y solar.

Es imperativo que Australia asuma su cuota de responsabilidad y defina políticas claras y efectivas para eliminar a corto plazo la producción, consumo y exportación de carbón de su matriz económica y energética.

Australia tiene a su alcance la oportunidad para producir artículos industriales con energía eólica y solar con una escala y costos difícilmente superables por otros países. Dispone además de recursos naturales por habitante para la generación de energías renovables muy superiores a las de cualquier otro país industrializado, una ventaja comparativa particularmente significativa ante sus tradicionales mercados en el noreste de Asia.

Uno de sus objetivos estratégicos debería ser la producción industrial de hidrógeno a partir de la descomposición del agua, para impulsar la producción de aluminio y acero ‘verdes’, entre otros productos libres de emisiones de carbono solicitados en los mercados de China, Japón, India y la Unión Europea.

Australia es el principal exportador mundial de mineral de hierro y bauxita, en su mayor parte procesado en el exterior. Pero en un mundo constreñido de emisiones de CO2, Australia se encontraría en una posición particularmente ventajosa para exportar hierro y aluminio terminado, sustituyendo el procesamiento que actualmente se realiza en Japón, Indonesia, Corea, China e India. El procesamiento local de sólo una tercera parte de sus exportaciones actuales de mineral de hierro y bauxita generaría mayores ingresos económicos y mayores empleos que los que generan las industrias del carbón y del gas combinadas.

Australia dispone también de ingentes reservas de minerales necesarios para la generación de energías renovables: litio, titanio, vanadio, níquel, cobalto y cobre. Puede también convertirse en un suplidor clave de silicón puro, producido de cuarzo y arena. Dispone también de oportunidades excepcionales para la captura de carbono a través de plantaciones de árboles, la extensión de sus manglares y el cuidado de sus algas marinas.

Australia se encuentra así ante una encrucijada histórica: continuar ignorando las incontrovertibles evidencias científicas sobre el calentamiento global, sometiéndose a los intereses pasajeros de sus empresas del carbón y condenando a generaciones futuras a un infierno mucho peor que el sufrido este año, o asumir con determinación sus responsabilidades históricas y comprometerse a reducir sus emisiones de CO2 y otros gases de efecto invernadero en al menos 80% para el 2050. Tal decisión no debe someterse a la voluntad arbitraria de los políticos de turno, perennes sumisos a la industria de los hidrocarburos, sino a la determinación irrevocable del pueblo australiano.

La tragedia que azota a Australia en esta temporada de verano no debe verse como un hecho aislado y lejano. Debe evaluarse en su justa dimensión junto a múltiples otros fenómenos similares registrados en Siberia, Indonesia, Canadá, Estados Unidos, Europa y Brasil, entre otros, así como junto a devastadoras sequías e inundaciones alrededor del mundo, la peligrosa elevación del nivel del mar y el incremento en la frecuencia de tormentas tropicales de extrema capacidad destructiva. Este conjunto de fenómenos advierte que estamos en la antesala de lo que se propaga sobre el planeta como consecuencia de la irresponsabilidad humana.

Conviene recordar que el aumento de la temperatura promedio en el círculo polar Ártico tiende a triplicar el promedio global, y que en la franja tropical a nivel del mar la temperatura promedio tiende a duplicar el promedio global. La tendencia actual conduce hacia un aumento suicida en la temperatura superficial promedio global de 4°C para finales de siglo, lo que implica un aumento de más de 10°C en el círculo polar ártico y de unos 8°C en amplias franjas del trópico a nivel del mar.

En amplios sectores de países como Venezuela, en sus llanos, costas, selvas y en la cuenca del lago de Maracaibo, así como en la mayor parte de países como Colombia, Brasil, Indonesia, Malasia o Nigeria, las tendencias actuales conducen hacia temperaturas superficiales de 34°C a 36°C para finales de siglo, en el límite de la tolerancia humana.

Bajo tales condiciones, extensos sectores de estos países serían inhabitables, mientras que majestuosos bosques, como los de la Amazonia y la Orinoquia, cuya estabilidad ecológica ya ha sido severamente debilitada, tienden a generar condiciones similares a las que provocaron la devastación que hoy presenciamos en Australia.

Hemos sido advertidos. Las evidencias científicas son irrefutables. Los burócratas han reiteradamente demostrado durante 28 años su incompetencia para atender esta amenaza existencial para la mayor parte de la humanidad. Sólo una rebelión generalizada, especialmente por parte de la juventud, puede conducir hacia la toma de medidas efectivas para evitar el crimen inter-generacional en gestación.

jc-centeno@outlook.com



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Julio César Centeno

Ingeniero; estudios de maestría y doctorado en la Universidad de California. Profesor de la Universidad de los Andes. Director Ejecutivo del Instituto Forestal Latino Americano. Vicepresidente de la Fundación TROPENBOS, Holanda.

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