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Rusia y Cuba, ejemplos de un marxismo histórico y de desarrollo humano

Venezuela, seguirá vivenciando su crisis, no guerra económica, esto es absurdo. Simplemente nos pasa es que el contexto del pensamiento marxista jamás se ha cumplido y, llevamos una revolución de forma, más no democrática ya que la organización política Psuv refleja solo un papel político que no favorece a las masas populares por tener una injerencia de carácter militar. Este partido, viene cambiando la toma de poder y deja en el pasado los criterios de una clase obrera popular, es solo una descripción de nombre.

El impulso de la revolución desde el pueblo ha sido principalmente la larga reivindicación campesina contra el latifundismo y la explotación del trabajador, mientras que al mismo tiempo el futuro necesario del respectivo país, no solo como lo ven los intelectuales marxistas, sino como lo dicta la supervivencia y el crecimiento económico, es un futuro industrial. La contradicción entre los objetivos campesinos nobles pero limitados y las exigencias de ese futuro industrial ha sido el principal problema de cada una de estas revoluciones a medida que se desarrollan, y en esa situación el partido dirigente se hace cargo en cierta medida de todos los intereses de clase inmediatos. El mayor sufrimiento humano en el desarrollo del comunismo soviético fue precisamente de ese carácter. Pero, Vladimir Putin ha ejecutado un giro en las actividades económicas de Rusia y el presidente norcoreano determina una acción económica determinante en la acción y favorecimiento del pueblo.

En China y Cuba ha habido diferencias, pero en cada caso podemos ver la misma combinación de una liberación generalizada con un partido dirigente concreto. El inmenso coste para sus primeras generaciones de cualquier revolución industrial forzada es exigido por el partido dirigente a un pueblo que puede ver al partido como liberador a largo plazo, pero que en lo inmediato ejerce el control con un rigor excepcional y a menudo inhumano. Mientras dura esta etapa crítica, cualquier amenaza para el partido gobernante, o para sus decisiones políticas, es reprimida sin piedad. No es mi propósito defender esa evolución en la teoría y la práctica marxistas, pero creo que tenemos que hacer un esfuerzo para comprenderla en el contexto en el que realmente opera. Un campesino chino o cubano está obligado a ver este proceso de manera diferente de cualquiera que realmente podamos imaginar. Al mismo tiempo, hay algo absurdo en la práctica de los partidos comunistas occidentales, que imitan los hábitos de pensamiento y las teorías organizativas que se derivan de situaciones sociales totalmente diferentes. No solo porque luego parecerán estar alejadas de la realidad de sus propias sociedades, sino también porque, si subrayan esa práctica como la versión del marxismo del siglo XX en su conjunto, pierden su capacidad como marxistas para definir el curso de esas revoluciones.

Porque, incluso en el caso más favorable, el ejercicio del control por el partido dirigente siempre está en peligro de convertirse en un fin en sí mismo, en detalle si no en general. El objetivo de la revolución social puede pervertirse fácilmente hacia la creación de un poderoso Estado industrial y militar: una perversión de la que los elementos de chovinismo en cada una de estas revoluciones alertan continuamente. Sin embargo, no solo los marxistas occidentales tienen el deber de mantener claro su análisis; también lo tienen, obviamente, los marxistas capaces dentro de los propios partidos dirigentes. Y aquí debemos volver nuevamente a la relación existente entre una ideología y la sociedad en la que opera.

En Venezuela, nunca ha existido un proceso revolucionario, todo es una calcomanía de tal falsedad y, nos encontramos en un Estado Bolivariano controlado por fuerzas militares dadas al neoliberalismo. Los civiles, la Iglesia y el extranjero no cuentan en esta jugada venezolana.

Las revoluciones socialistas se han producido principalmente en países industrialmente atrasados, saltándose a menudo en lo fundamental la etapa capitalista, mientras que en los países del capitalismo maduro la probabilidad de que se produzca una revolución socialista es pequeña, mientras que los programas de cambio radical han ido adquiriendo un carácter reformista, lo cual afecta no solo al método de establecimiento del socialismo, sino también el tipo de socialismo que se establecería. Rebeliones campesinas, imperativos industriales. Cierto es que esto se ha señalado muchas veces, ¿pero ¿cuáles son las conclusiones reales que debemos sacar de ello? El hecho de que el propio Marx se equivocara a este respecto parece comparativamente poco importante, porque es el movimiento que generó, más que sus propias formulaciones absolutas, lo que ahora debemos considerar. Y me parece que, en general, estamos demasiado limitados en nuestra visión del mundo, cuando ahora desdeñamos el marxismo y lo juzgamos anticuado.

Pero entonces, por supuesto, al llegar a este punto nos vemos obligados a preguntarnos cuáles son los factores que llevan a las sociedades a esos cursos alternativos, si sus objetivos industriales generales son básicamente los mismos. Bueno, decimos, son las condiciones históricas reales; y el marxismo era atractivo porque ofrecía un análisis fundamental de esas condiciones. Es en este punto, no obstante, en el que regresan todas las dificultades. Siempre estamos en peligro de tener una visión demasiado breve (la historia es mucho más lenta de lo que cualquiera de nosotros puede soportar), pero ciertamente ahora parece que la tesis marxista de pasar, en un proceso histórico reconocible, a través de varias etapas del capitalismo hasta el establecimiento del socialismo, no es la manera en que va el mundo Es cierto que el marxismo, en cualquiera de sus formas ortodoxas, parece tener relativamente poco que decir sobre la situación actual en las sociedades capitalistas occidentales

Por lógica, debemos entender que el marxismo que se aplica en Hispanoamérica es completamente falso y es una razón aplicable a un neoliberalismo contumaz.

Al mismo tiempo, sin embargo, lo que dice sobre el imperialismo, en la teoría y la práctica, sobre la liberación económica y el progreso de los países actualmente atrasados, me parece que tiene más sentido que cualquier otra versión de este problema ahora tan fundamental. La tendencia general del éxito comunista, en esas áreas del mundo, parece no deberse principalmente a políticas inteligentes de poder, sino a la formulación de un programa teórico y práctico que, en general, se ve confirmado por la realidad.

Las revoluciones que han tenido éxito han ocurrido donde había un fuerte movimiento campesino rebelde contra condiciones imposibles, y donde existían, a su frente o en conjunción con él, intelectuales marxistas o influidos por el marxismo que a veces resultaban pertenecer a la clase obrera urbana.

En nuestro caso, el dirigente obrero Nicolás Maduro Moros, hoy presidente de la República Bolivariana de Venezuela, poco se ha preocupado por el desarrollo del marxismo en su territorio y, lo que ha abundando es un universo delictivo y de hiperinflación.

Los dos casos recientes más significativos, son los de China y Cuba: el primero bajo dirección marxista desde el principio, mientras que el segundo cobra un carácter cada vez más marxista a medida que se desarrolla la revolución. Es importante ver esto como un desarrollo orgánico del marxismo más que como una mera contradicción o abandono de Marx, todo esta en la condición humana y la naturaleza de su gente. Esto solemos llamarlo democracia, un período largo de formación del individuo.

El cambio fundamental de dirección de Lenin ciertamente alteró todo el carácter del marxismo, ¿pero basta decir que al separarlo de su contexto eurooccidental anterior y al ponerlo en un nuevo contexto, Lenin estaba simplemente pervirtiendo sus ideales? Es una cuestión de juicio político, pero el mío es que ese cambio de dirección ha servido en general a la causa de la liberación humana de una manera decisiva y de un modo esencialmente compatible Creo que tenemos un paralelismo posible en nuestra propia historia. Si seguimos el cristianismo a través de las muchas y variadas sociedades en las que ha operado como un conjunto oficialmente dirigente de creencias fundamentales, al principio no encontramos ninguna base posible para el optimismo, porque parece claro que, en muchos aspectos, el cristianismo ha sobrevivido como una creencia oficial adaptándose a los ideales y prácticas cambiantes de la sociedad que lo contenía. En sus actitudes hacia las divisiones de clase, los negocios con los que hacer dinero, el amor y la familia, a menudo ha cambiado como el agua, adquiriendo el color conveniente de la época. ¿No cambiarán de manera similar en las sociedades comunistas los ideales humanos enraizados en el marxismo? ¿No son los seres humanos y los ideólogos capaces de autoengañarse indefinidamente, de virajes intelectuales sin fin, para lograr ese matrimonio de conveniencia? Sería estúpido decir, tras contemplar la historia de las disputas marxistas durante los cuarenta años de comunismo soviético, que el autoengaño y las distorsiones no se han producido, con gran alcance, a veces hasta un punto en el que querríamos renunciar a todo ello con asco. No parece haber ninguna diferencia en que el cristianismo sea cosa del otro mundo y el marxismo de éste. El cristianismo pudo dar lustre a la guerra, al dominio de clase y al materialismo; el marxismo se lo ha dado al terror y a la dictadura. A este respecto es fácil retroceder, como lo hizo Orwell, a la sensación de que toda ideología es hipocresía para encubrir las realidades de la conveniencia y el poder. ¿Pero responde esto a nuestra experiencia, en definitiva? Me parece que en la historia del cristianismo, por ejemplo, junto con cada ejemplo de perversión oficial e hipocresía, ha habido un desafío de tipo cristiano, no basado en nuevas creencias sino en las originales. Mientras los evangelios estén ahí, siempre es posible y puede activarse un tipo básico de sentimiento humano, relevante en cualquier momento y en cualquier situación. Ha habido innumerables casos movidos por ese sentimiento con el ánimo de desafiar y a veces cambiar el montón de basura y perversión vertidas sobre él. No veo ninguna razón admisible por la que esto no sea también válido para el marxismo. De hecho me parece que ya, en elementos de las revoluciones polaca y húngara, y también en la propia Unión Soviética, ese tipo de desafío se ha alzado y no ha sido derrotado por completo. Muchos cristianos dirían que las creencias subyacentes son de un orden diferente: los valores cristianos son eternos, los valores marxistas son limitados y temporales. Pero yo no puedo aceptar esa distinción. La enseñanza del amor es fundamental, pero también lo es la enseñanza de la libertad. Me parece interesante que en Polonia y Hungría, y en los escritores del «deshielo» en la Unión Soviética, no hubiera un viraje significativo hacia los valores de un sistema completamente alternativo; ningún viraje, por ejemplo, en pro de las versiones capitalistas de la libertad. El poder del desafío, de hecho, era que esas sociedades estaban siendo criticadas en términos de su propio sistema de valores. Cuando esto sucede, existe una dinámica real y una posibilidad real de cambio.

Admiro a Vladimir Putin por ese giro político a Rusia y como Miguel Diaz- Chanel viene haciéndolo en Cuba con la llegada de estas locomotoras, mientras, en Venezuela no logramos operar tres kilómetros y se pierden millones de dólares en el sistema ferroviario nacional, que incapacidad de funcionarios.

El corolario habitual de esta visión característica del Atlántico Norte es que el capitalismo, aunque no guste demasiado, se ha demostrado capaz de contener el desafío socialista en sus propias sociedades, que, en consecuencia, avanzan hacia una nueva etapa poscapitalista: el Estado del bienestar abierto. La gente que sigue utilizando argumentos marxistas o incluso socialistas es considerada, por consiguiente, como simples fundamentalistas sentimentales, o casos de retraso histórico. Esta nueva y confiada ortodoxia pasa por alto dos cosas: la primera, que suceda lo que suceda dentro de las sociedades occidentales, nuestras vidas están de hecho dominadas por la expansión de la revolución en otros lugares: no solo como una cuestión de relaciones internacionales, sino también como una cuestión de economía y comercio internacional. Como socialista, tengo que vivir dentro de una alianza que existe bien para destruir el comunismo (si puede hacerse de manera segura) o bien para contenerlo. Y todos los socialistas de los países occidentales tienen que convivir con políticas coloniales que tratan de destruir o retrasar las revoluciones coloniales (si es que eso puede hacerse con seguridad) o de llevarlas hacía vías «moderadas». Con estos temas en el centro de nuestra vida política, la lucha entre los socialistas y los demás, en las sociedades occidentales, se convierte inevitablemente, en primera instancia, en una lucha sobre cuestiones internacionales. El movimiento por la paz y el apoyo a los movimientos de liberación colonial son, por lo tanto, los campos críticos de nuestra actividad socialista contemporánea. Y no es solo que esa lucha, en esos campos, esté evidentemente viva e indecisa. También parece que la forma de la sociedad occidental esté siendo determinada principalmente por esta lucha internacional, para la que el Estado del bienestar abierto parece simplemente un complemento marginal. De hecho, me parece que el mantenimiento en Gran Bretaña de esa sensación de una sociedad cómoda y que va mejorando poco a poco va ligada al rechazo de un significante fundamental, la lucha militar internacional, expulsada del universo simbólico pese a que nos está cambiando profundamente desde dentro, y también al rechazo de los hechos sobre la naturaleza cambiante de la economía mundial, que difícilmente nos permitirá proseguir cómodamente nuestra vida tal como es. No combatiré en la Guerra Fría en ninguno de los dos campos y no quiero reemplazarla por algún tipo de guerra económica, argumento popular para el cambio económico en Gran Bretaña. Por el contrario, quiero que se establezcan relaciones de tipo vivo, tanto con las sociedades comunistas como con los países del mundo que ahora están abandonando su condición de dependientes.

Simplemente, critico como Errejón dividió a Podemos- Unidas y como nuestro presidente Nicolás Maduro Moros dejo que los delincuentes de la economía quebrantaran un país fortalecido como Venezuela



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Emiro Vera Suárez

Profesor en Ciencias Políticas. Orientador Escolar y Filósofo. Especialista en Semántica del Lenguaje jurídico. Escritor. Miembro activo de la Asociación de Escritores del Estado Carabobo. AESCA. Trabajó en los diarios Espectador, Tribuna Popular de Puerto Cabello, y La Calle como coordinador de cultura. ex columnista del Aragüeño

 emvesua@gmail.com

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