Las desventuras y oportunidades de la paz

Aproximación.

Colombia atraviesa hoy por un momento especialmente complejo con ocasión de las acciones para poner fin a la más cruenta y prolongada guerra interna, con consecuencias demenciales, como los casi 8 millones de víctimas afectadas por el desplazamiento forzado y el despojo de sus tierras y bienes.

Después de casi cinco años de encuentros, negociaciones y diálogos entre el gobierno y las Farc, el pasado 26 de septiembre se firmó un Acuerdo de paz en la ciudad de Cartagena, entre el Presidente Santos por el Estado y el señor Rodrigo Londoño, por las Farc.

La refrendación de dicho Pacto quedo incorporada en el texto del mismo, mediante un Plebiscito que fue impuesto por el señor Santos y sus delegados en La Habana, el cual fue remodelado mediante una nueva ley para reducir el umbral que lo legalizara. No se aceptó la propuesta de las guerrillas de acudir a una Asamblea Constituyente popular como mecanismo de confirmación del Tratado de paz, pues se afirmaba que su realización destruiría lo avanzado, cosa que en realidad está ocurriendo con el mentado plebiscito y sus contradictorios productos.

Los resultados adversos a la paz en el plebiscito por el estrecho triunfo del No, han desatado una amplia crisis política, pues los sectores promotores del rechazo, presionan la anulación del texto que contiene los consensos principales de La Habana para dejar atrás el conflicto armado e iniciar la construcción de la paz.

Tal crisis ha provocado una amplia controversia, que como lo señala Cuadra (http://bit.ly/2e4vJMC), no se trata de un debate de altura, por lo contrario asistimos a un bullicio mediático en que a falta de buenas ideas se impone el prejuicio, el eslogan fácil, y una nada despreciable dosis de mediocridad política y espiritual.

Añejos discursos, agrega, que apelan en la letra al derecho liberal y en los hechos a la brutal represión moral, cuando no, policíaca. Como si el tiempo se hubiese detenido en la década de los sesenta del siglo pasado, el bizantino debate colombiano nos retrotrae más de medio siglo en la historia.

Aunque "el fracaso de la Paz ha descubierto una realidad profunda, de la sociedad colombiana, según Cuadra, pues Colombia tiene una herida muy profunda que dista mucho de haber sanado, en cierta medida, se ha destapado una cloaca desde donde surgen, en ritmo de cumbia, los hedores del odio, el rencor, el dolor, la injusticia, la violencia y la muerte".

"La racionalidad moderna, dice, choca frontalmente con una realidad cultural y social donde predomina, todavía, una estratificación colonial muy distante de sociedades democráticas abiertas". Todo porque la sociedad exhibe rasgos de lo que algunos han llamado "modernidad oligárquica".

Son las desventuras de la paz.

Para analizar dicho fracaso vamos a abordar cuatro cuestiones: las causas de la derrota del SI, las pretensiones e inconsistencias de los promotores del No, las propuestas para destrabar el proceso y la incidencia de vectores críticos como la acción de la multitud, el papel de los militares, la incidencia internacional y las negociaciones con el ELN.

Las causas de la derrota del Si a la paz.

No obstante que las todas las encuestas daban un amplio margen al SI y el triunfalismo oficialista, junto con el de los jefes de las Farc, daban por hecho la derrota apabullante del No, liderado por el expresidente Uribe Vélez, en las delirantes previsiones se omitieron asuntos de gran calado.

Se olvidó, nada menos, que tales votaciones se realizaban en el marco de un sistema político excluyente y un régimen electoral cargado de vicios y capturado por la corrupción. Se ignoraron aspectos claves de la cultura política hegemónica y de los sentidos de época con profundo anclaje, por la prolongada vigencia del modelo católico señorial y el consumismo neoliberal.

Si bien el porcentaje de personas que no concurrieron a las urnas es elevado, no debe perderse de vista que los procesos electorales han estado marcados por una baja participación, de ello dan cuenta las últimas elecciones nacionales cuya participación no llega al 50 % del censo electoral, de acuerdo con Ordoñez (http://bit.ly/2dRQe0K).

A mi juicio, se desconoció olímpicamente, "que lo que se ha tenido en el país es una democracia representativa contramayoritaria, que ha implicado, entre otras cosas, un alto nivel de abstencionismo, una cultura política construida por los medios y por las redes sociales, la confianza de los ciudadanos en "gerentes" para administrar lo público, y un ejercicio de la política en el que partidos no promueven la participación, no se preocupan por la gente que no vota, sino que aspiran a obtener la cantidad de votos requeridos para acceder a sus representaciones, en una carrera política en la que aplican la competencia propia del sistema económico neoliberal, como bien lo recuerda Ordoñez, al igual que ocultan y tergiversan".

En el caso del plebiscito del 2 de octubre, el diseño institucional contramayoritario jugó en contra de la élite política embarcada en el proyecto de la paz.

Adicionalmente se incurrió en la falacia de pensar que bastaba con tener el control del Estado para que el electorado se inclinara mayoritariamente por el Sí, desconociendo, como muchas veces lo anoto Foucault, que el poder en sus niveles decisorios no solo anida en los ámbitos gubernamentales, pues de igual manera se despliega con mucha eficacia en otros ámbitos de la sociedad. Uribe Vélez y los del No mostraron cuán importante es tener de su lado a poderosos terratenientes, generales, narcos, banqueros, empresarios, jerarcas religiosos y medios de comunicación.

Para los defensores del Si no fue suficiente la mermelada oficial, la propaganda y la prebenda burocrática, en una desafortunada campaña que se entregó a la más corrupta clase política liderada por el ex presidente Cesar Gaviria, artífice de la implantación del neoliberalismo en Colombia, desde principios de los años 90.

Lo que quiere el No.

Consumado el triunfo del No, sus principales promotores, encabezados por Uribe Vélez, han pasado a exigir la anulación de lo pactado en materia de paz.

El bloque ultraderechista ha desatado la más implacable arremetida para demandar una renegociación de los consensos alcanzados con las Farc.

La medula de sus pretensiones cubre todo el arco de los temas incluidos para la paz (ver http://bit.ly/2e4zD8a ).

Se pretende anular la justicia transicional, para ordenar la cárcel de los líderes guerrilleros; su participación política con representación en el Congreso y circunscripciones electorales especiales; para modificar el régimen de restitución de tierras; para otorgar beneficios judiciales a militares comprometidos en delitos de lesa humanidad; para desmantelar los avances en cuanto a la participación política; para bloquear el cese bilateral del fuego y el fin del conflicto; y para retornar a los ejes centrales de la Seguridad Democrática.

En realidad lo que quiere el bloque contrario a los Acuerdos de La Habana, que lidera Uribe Vélez, es paralizar la construcción de la paz y avanzar en la campaña política para elegir en el 2018, el próximo Presidente de Colombia, en cabeza de uno de sus representantes.

De hecho lo que ha ocurrido el pasado 2 de octubre es el fin del gobierno de Santos y el inicio de la campaña presidencial, con Uribe en la punta. Veremos si no se reproduce el escenario de las elecciones del 2014, cuando el uribista Zuluaga se impuso en la primera vuelta pero fue derrotado por una amplia coalición favorable a la paz en la segunda ronda.

Cómo destrabar la paz?

Hay amplio consenso en el sentido de que la paz ha sufrido un duro revés. Pero es evidente la determinación de encontrar salidas que destraben la paz.

El capítulo inicial de tal ruta ha generado encuentros entre los diversas facciones del No (Conservadores, católicos fundamentalistas y uribistas) con el señor santos, sus delegados de paz y asesores presidenciales.

Tales reuniones se han interpretado, con razón, como un intento por revivir el viejo modelo de consensos entre las elites, tal como sucedió con el Frente Nacional, que consistió en un "pacto de caballeros" para proyectar un régimen consociacional que diera estabilidad a la dominación oligárquica y feudal, al término del feroz ciclo violento de los años 50, tras el magnicidio de Jorge Eliecer Gaitán.

Tal hipótesis no debe descartarse.

Por el momento se han planteado algunas hipótesis para resolver el entuerto.

Voces expertas del constitucionalismo liberal proponen acudir al poder legislativo, que conserva sus competencias, pues el plebiscito solo compromete al Ejecutivo, para que, mediante leyes ordinarias, se implementen cada uno de los temas de la paz pactada.

De igual manera se sugiere acudir a las facultades presidenciales en materia de orden público, para tales efectos.

También se plantea un mayor protagonismo de la Corte Constitucional, para que mediante Sentencias y doctrinas, allane el camino a los otros poderes del Estado con las respuestas a demandas recientes radicadas por el uribismo contra el plebiscito.

Otros, destacan el papel de actores internacionales como mediadores para sobreponerse al impase, pues la paz de Colombia es de amplias repercusiones e interés en el escenario global.

Las Farc y otras corrientes políticas de izquierda han retomado la hipótesis de una Constituyente soberana y popular, dada la envergadura de la crisis de legitimidad del régimen puesta en evidencia por los resultados de las votaciones del plebiscito.

Los enemigos de esta iniciativa la descalifican señalando que un organismo de esos sería un salto al vacío, pues en su conformación se impondría la ultraderecha, la cual desmontaría tanto los aspectos avanzados de la Constitución de 1991, como los Acuerdos de paz, para regresar a los tiempos de la Carta de 1886.

Tal conjetura, por supuesto, es muy débil. La conformación de una Constituyente de la paz seria el fruto de un pacto con las Farc, y con el ELN, que suponga un nuevo régimen electoral y acciones afirmativas para la representación de la insurgencia y de otras minorías acorraladas como los indígenas, los afros, los campesinos, las mujeres, los jóvenes, los intelectuales y los trabajadores.

Lo único cierto que tenemos al día de hoy es que el Plebiscito de Santos y de Humberto de la Calle, ha sido la peor fórmula para darle legitimidad al fin de la guerra.

Multitud, militares, mundo y ELN.

Al margen de pactos nacionales y de fetichismos jurídicos o constitucionales, hay vectores que son cruciales en la consolidación de la paz.

Esos factores son los que cuentan en la transición en curso, en la que nos movemos en un notable vacío político sin reglas de juego precisas y estables.

Me refiero al protagonismo de la multitud impactada y construida por la discursividad de la paz.

El campo político tiene unos códigos de sentido, cuya fuente son los textos de la paz. Con base en ellos se conforman sujetos y se proyecta la multitud, más que la muchedumbre agolpada en la vía pública.

La multitud, como reflejo de la multiplicidad social de sujetos que es competente para actuar en común como agencia de creación biopolítica dentro del campo político, es la que se está expresando de manera contúndete en plazas y espacios públicos, así como lo hemos visto con la movilización de las víctimas, jóvenes e indígenas.

La paz ha sido la palanca de constitución de esa multitud con expresiones históricas como los paros del 2013 y las Mingas étnicas del 2016. Casi que pudiéramos afirmar que la paz ha construido su propio sujeto histórico encargado de llevar hasta el fin esta trascendental tarea.

Los militares son, por supuesto, otra variable muy importante. Su compromiso con el Cese bilateral del fuego y hostilidades, declarado permanente, es crítico. Aquí lo que importa es que los integrantes de las FA resistan la manipulación de la ultraderecha que los quiere involucrar de nuevo en eventos de combate y confrontación abierta con los frentes guerrilleros, regresándonos a tiempos aciagos.

La mediación e influencia de los actores internacionales es vital para la paz. Es en esos términos que debe entenderse el Premio Nobel otorgado al Presidente Santos y a la paz.

Las negociaciones públicas iniciadas con el ELN seguramente jalonaran los esfuerzos por dejar atrás casi 60 años de guerra fratricida.



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Horacio Duque

Politólogo e historiador.

 horacioduquegiraldo@gmail.com      @horacio_DG

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