De nuestra historia endógena e integracionista...

El General José María Melo, el Ché del siglo XIX.

Para Colombia la insubordinación y toma del poder por el general tolimense José María Melo en 1854 tuvo una significación excepcional: a sólo treinta años de consumada la independencia, a sesenta de la Revolución de los Comuneros del Socorro y Charalá, por primera vez en la vida republicana del país una clase social distinta de la burguesía, el artesanado, se asomó al poder. Poder tomado por un día y defendido durante ocho meses, hasta salir al destierro, fue una acción política y militar sin precedentes que significó una frustración más, de las que no escasea la historia colombiana. Para América toda, la experiencia de Melo, como la de Belzú en Bolivia, como la de Artigas en Uruguay o la de Rodríguez Francia en Paraguay, estuvo marcada por la originalidad en la búsqueda de un sistema social que no debía ser capitalista. Quería hacerse de la utopía un lugar encontrado, y de la eutopía, lugar feliz, la "nación de repúblicas" que soñara el fundador Bolívar.

José María Dionisio Melo y Ortiz (Chaparral, Tolima, Colombia 9 de octubre de 1800 Chiapas, México 1 de junio de 1860) fue un militar y político nacido en la actual Colombia, cuando aún formaba parte del virreinato español de Nueva Granada. De origen indígena pijao, e hijo de Manuel Antonio Melo y María Antonia Ortiz, creció en Ibagué.

El 21 de abril de 1819 se enroló en el Ejército Libertador comandado por Simón Bolívar, en calidad de teniente. Se destacó en las batallas de Popayán, Pitayó y Jenoy. Participó en casi todas las batallas importantes de la independencia de Suramérica: en Bomboná y Pichincha en 1822; en Junín, y en la Batalla de Ayacucho que selló la independencia de las antiguas colonias españolas en América del Sur. Fue condecorado varias veces por su participación en estas batallas y recibió el busto del Libertador. Participó en el sitio a El Callao en 1825, y en la batalla del Portete de Tarqui en 1829. Se casó por primera vez con María Teresa Vargas, con quien tuvo dos hijos.

Bolívar enfermo y cercado por la oposición, renunció a la presidencia de Colombia en 27 de abril de 1830. Sus enemigos desmembraron la Gran Colombia. El 4 de junio fue asesinado Antonio José de Sucre, quien se perfilaba como seguro sucesor de Bolívar. El Congreso partidario de Bolívar y apoyó a los oficiales que trataron de defender el programa del Libertador, entre ellos al general Rafael Urdaneta quien depuso a Caycedo asumió transitoriamente la presidencia el 5 de septiembre.

Al morir Bolívar el 17 de diciembre, la situación fue cada vez más difícil para su amigos. El general Caycedo, se declaró en ejercicio de la primera magistratura y finalmente mediante el Convenio de Juntas de Apulo, Urdaneta le entregó el mando el 2 de mayo de 1831. Como parte del Convenio Melo y otros oficiales son desterrados.

Melo marchó a Venezuela, con su entonces concuñado Urdaneta. Allí se vinculó al grupo de oficiales patriotas que se levantaron contra el presidente José María Vargas, en 1835, para exigir la reconstitución de la Gran Colombia, reformas políticas y el fin del poderío económico de la oligarquía, fortalecida con el comercio de importación y exportación. Entre estos oficiales que se habían destacado en la lucha por la Independencia, había destacados bolivarianos como el edecán del Libertador Luis Peru de Lacroix . Encabezaron el levantamiento Santiago Mariño, Pedro Briceño, Diego Ibarra y Julián Castro. Obtuvieron un efímero triunfo. Al retomar el poder el general José Antonio Páez con el apoyo de Urdaneta, los revolucionarios fueron separados de sus familias y desterrados y unos a las Antillas, otros a Nicaragua.

Melo se dirigió en diciembre de 1836 a Europa, donde además de estudiar en la Academia Militar en Bremen, Sajonia, se interesó por las ideas socialistas que se debatían en círculos locales. Conoció las tesis de Charles Fourier, quien denunciaba que en Europa la superabundancia se convierte en fuente de abundancia y penuria. Leyó La Industria y El Sistema de Henri de Saint-Simon. Le interesó especialmente el naciente movimiento sindical obrero y la experiencia del Cartismo, surgido en Inglaterra en 1838.

En 1841 regresó a Ibagué, donde llegó a ser jefe político del cantón. Se casó, en segundas nupcias, en 1843, con la panameña Juliana Granados, con quien tuvo un hijo, Máximo. Participó de la fundación de las Sociedades Democráticas que organizaron los artesanos e intelectuales socialistas influenciados por Saint-Simon y Fourier, y apasionados lectores de la obra de Luis Blanc, La Organización del Trabajo y el recientemente publicado libro de Proudhon, ¿Qué es la Propiedad?. Los líderes de los artesanos habían participado de Sociedades Bíblicas creadas para leer la traducción al castellano de la Biblia y consideraban que el mensaje de esta era socialista, en defensa de los pobres. Estas sociedades se opusieron al libre comercio con Inglaterra, Francia y Estados Unidos ya que las importaciones los arruinaban e impedían el nacimiento de la industria nacional. Exigieron el respeto a los Resguardos Indígenas y la abolición de la esclavitud. Además rechazaron el Tratado de Comercio y Navegación con Estados Unidos, firmado por el presidente conservador Tomás Cipriano de Mosquera, que le daba facultades a ese país para intervenir en Panamá.

Las Sociedades Democráticas apoyaron la candidatura presidencial del general bolivariano José Hilario López, que proponía abolir la esclavitud. Entonces las elecciones eran indirectas, los ciudadanos varones elegían compromisarios. Aprovechando la división conservadora, López obtuvo más votos que cualquiera de los tres candidatos conservadores y el pueblo de Bogotá se levantó en su apoyo para evitar que los conservadores se unieran. Elegido presidente, se aprobaron en 1850 dos leyes propuestas por su ministro de Hacienda Manuel Murillo Toro, una de reforma agraria según la cual el cultivo debe ser la base de la propiedad de la tierra, y otra que limitó la tasa de interés para librar al pueblo de la usura; y el 21 de mayo de 1851 la ley de libertad de los esclavos.

Los conservadores dirigidos por el amo esclavista Julio Arboleda, se levantaron en armas contra las nuevas leyes, argumentando López expulsó a los jesuitas, por oponerse a las reformas. En Cundinamarca la rebelión conservadora fue dirigida por los hermanos Pastor y Mariano Ospina y para contenerla José Hilario López llamó a Melo, lo rehabilitó y ascendió a general, encontrando gran aceptación en la tropa y logrando derrotar a los sublevados de Guasca. Tras la derrota de la rebelión conservadora, estuvo desde el 13 de agosto de 1851 al frente del Montepío Militar y el 19 de junio de 1852 fue designado Comandante del Ejército en Cundinamarca.

El partido de los artesanos, denominado draconiano, ayudó también a ser elegido en 1853 al sucesor de López, el liberal de izquierda José María Obando. Los liberales de derecha, decididos a frenar a las Sociedades Democráticas y partidarios de la libertad de importaciones, se aliaron con los conservadores y controlaron conjuntamente, tanto el Congreso, como las gobernaciones y muchas alcaldías. Pasaron entonces a buscar la renuncia del presidente. Le impusieron la firma de una nueva constitución que eliminaba al ejército nacional, dando el mayor poder a los estados federales, debilitando al Presidente y abriendo el camino a la libertad de importaciones.

El 17 de abril de 1854 los artesanos movilizados y organizados en milicias le exigieron a Obando cerrar el Congreso. Obando prefirió renunciar y las Sociedades Democráticas ofrecieron y entregaron la presidencia a Melo, entonces comandante de las Fuerzas Armadas de Cundinamarca.

La revolución popular logró sostenerse en el poder entre abril y diciembre de 1854, pero Estados Unidos, Inglaterra, Francia y Prusia enviaron por mar armas a las tropas de los grandes propietarios de tierras y comerciantes importadores, que lograron derrotar a los revolucionarios. Melo fue apresado y el panameño José de Obaldía asumió el poder, aunque durante los tres juicios que se le siguieron en 1855 estuvo libre pues su paisano y amigo Manuel Murillo Toro pagó su fianza.

En 1855 al general Melo se le siguió un sonado juicio político; incluso se le quiso dar la apariencia de un juicio criminal. Ese ardid fracasó y se optó por simular un juicio por insubordinación militar. Tampoco sirvió la treta. Todavía, con tenacidad, se le hizo un tercer juicio de carácter civil, con el que se le expulsaría del país, confiscándole bienes y prohibiendo su retorno. Los tres juicios no pudieron encubrir el carácter político y clasista que tuvo desde el comienzo. Expulsado de la Nueva Granada, Melo salió rumbo a Costa Rica el 23 de octubre de 1855, en el vapor Clyde de la línea Astrad.
Junto con Melo fueron deportados doscientos artesanos. Pocos pudieron salir en barco, y la gran mayoría debió hacerlo a pie, en marchas colmadas de inauditos sufrimientos, hasta el lejano destino de la expatriación, el río Chagres, en los límites de la república neogranadina de entonces, que comprendía la Mosquitia, ahora en territorio nicaragüense. Durante dos años no se supo del general. Intervenía entonces en Nicaragua el filibustero norteamericano William Walker, y desde esa época corre la sospecha de que Melo tuvo alguna participación en la resistencia al agresor imperialista. Pero en 1859 lo encontramos en El Salvador, participando en actividades públicas y sociales y bien acogido por las autoridades. Después arribó a Guatemala, donde estuvo escasos dos meses.


Melo llegó hacia el 10 de octubre a la frontera mexicana, perseguido por el dictador guatemalteco Rafael Carrera. Debió acreditarse suficientemente ante el gobernador liberal del Estado de Chiapas, porque el 17 de marzo de 1860 La Bandera Constitucional, órgano oficial de la provincia, lo saludaba en primera plana con inusitado encomio, y porque el propio gobernador Angel Albino Corzo solicitaba -desde febrero- al presidente Benito Juárez su incorporación al ejército fronterizo en formación. El 2 de marzo de 1860 Juárez contestó la carta de Corzo y aseguró que no había inconveniente en aceptarlo entre la tropa mexicana, aun con rango de general, previo el cumplimiento de trámites formales. Este documento sentó un precedente de solidaridad latinoamericanista, hermanó la causa de los liberales de Colombia y México y tuvo un carácter excepcional en el caso del general neogranadino: "En la carta del 2 del actual me habla V. de haber colocado al Gral. D. José María Melo, al servicio de ese Estado, en cuyo caso, si V. lo ha considerado útil, no veo ningún inconveniente. Mas para que dicho jefe pueda disfrutar del sueldo de ejército y reputársele como tal, es preciso que el Gobierno Supremo lo admita como tal, lo cual por hoy no puede hacerse sin previo conocimiento de causa. Me repito de V. afectísimo amigo q.b.s.m., Benito Juárez".


No era frecuente la aceptación a filas de extranjeros durante la guerra civil de la Reforma. Es posible que el general Melo haya sido el único que con ese rango haya participado en la revolución cumplida por Juárez, lo que no es poco mérito. Pero para que se juzgue del carácter insólito del "ningún inconveniente" con que Juárez avaló la orden de Corzo, debe recordarse que cuando en septiembre de 1860 el cónsul británico George B. Mathew ofrecía al gobierno constitucional el auxilio de oficiales ingleses, Juárez respondía que aceptaba la amistad pero no las tropas que juzgaba innecesarias. También en enero de ese año José María de J. Carvajal había sugerido a Juárez aceptar tropas extranjeras de auxilio: Juárez desaprobó la idea con firmeza.
Aceptar al general colombiano en las tropas mexicanas obedeció a un gesto latinoamericanista, a un reconocimiento de la calidad moral, política y militar de Melo y a una condescendencia con el denodado esfuerzo de Angel Albino Corzo.
El 17 de marzo de 1860, en primera página y en lugar destacado, daba La Bandera Constitucionalista noticia de la llegada a Tuxtla del general Melo, en nota firmada por la redacción. Así empezaba: "Justificados suficientemente los honrosos precedentes del digno personaje con cuyo nombre encabezamos estas líneas, nos es sobremanera satisfactorio registrar, aunque muy ligeramente, su importante hoja de servicios, a fin de que nuestros lectores puedan conocerlo, toda vez que el Supremo Gobierno del Estado ha tenido a bien darle de alta como jefe de operación del mismo, y en cuyo empleo nos prometemos que obrará con lealtad, valor y rectitud, como fiel partidario de la bandera liberal y amante del progreso de los pueblos, en cuyo favor ha consagrado largos años de útiles servicios, según que así lo acredita con documentos auténticos que trae consigo, como la mejor garantía de su honrosa propaganda".

En esas condiciones, Melo organizó un destacamento de caballería, de algo más de cien jinetes, y se trasladó a Comitán y de allí a proteger la frontera con Guatemala, zona de frecuentes incursiones del general conservador mexicano Juan A. Ortega, refugiado en ese país. Las tropas que levantó Melo eran bisoñas. No se tenía por entonces el control efectivo sobre la población indígena de la común frontera. Melo no consideró adecuado organizar tropas de infantería como aconsejaba el propio gobernador Corzo. Es posible que errores tácticos hayan precipitado el fatal desenlace en la madrugada del 10 de junio de 1860, cuando el pequeño ejército melista, ocupando para descansar la ex hacienda de Juncaná, a corta distancia de Zapaluta, hoy La Trinitaria, fue sorprendido y atacado. A Melo se le asesinó fríamente. Estuvo herido más de una hora y se conocía muy bien quién era. Ningún juicio o simulacro siquiera se le siguió. Hubo orden expresa de Ortega para asesinarlo. La inicua orden fue cumplida por el cabo Isidro tordillo y el sargento José Maldonado. La carta de Romualdo Guillén, de las tropas de Ortega, fechada sólo cuatro días después, no deja lugar a dudas respecto a los detalles. La esculcada del cadáver del general es minuciosa e impregnada de sádica complacencia: un reloj, una cartera, unas cartas y cuatro pesos: "Cuartel General, Siete Pinos, Centro América. Señor D. Saturnino Guillén. Querido pariente: Tengo el gusto de saludarte en compañía de Dominga y demás familia. Por hoy te contaré que el 30 de mayo nos encontrábamos en San Vicente y el primero como a las dos de la mañana atacamos las fuerzas del general José María Melo. Una hora sería lo más que dilató el fuego pues a los dos primeros disparos del cañón que llevábamos comenzó la fuga de los soldados de Melo dejando muertos y el General que capturamos. Luego se presentó el Coronel Martínez y me ordenó se pasara inmediatamente por las armas al dicho General, manifestándome una orden por escrito del General Juan Antonio Ortega. Dicha orden se ejecutó inmediatamente por el cabo Isidoro Gordillo en compañía del sargento José Maldonado; al registrarle las bolsas al difunto General le encontramos un reloj, una cartera con listón celeste, unas cartas y cuatro pesos en plata; todo eso se le entregó al General Ortega. Querido Saturnino, te aconsejo que dejes de pertenecer a los liberales, pues el General Ortega está dispuesto a acabar con todos ustedes los enemigos de nuestra Santa Religión; no eches en olvido mis consejos. Siete Pinos, junio 4 de 1860. Capitán Primero Romualdo Guillén” .


La Jefatura Política del Departamento de Comitán informaba en escueto parte del 9 de junio: "Ahora que son las dos de la tarde han llegado a esta ciudad once hombres más de los dos que se llevan dicho a S. E. por el Sr. Comandante de esta plaza; entre estos últimos se hallan el Capitán D. Doroteo Corzo, el Subteniente D. Patrocinio Cadenas; el Sargento D. Guadalupe Reyes y el hijo del Sr. General D. José María Melo; dos de los últimos dicen haber visto fusilar al citado General Melo. Los tres primeros, Corzo, Cadenas y Reyes y a más un soldado están heridos. He tomado todas las providencias precautorias a fin de que si el enemigo avanza, se asegure esta plaza defendiéndola hasta donde nos sea posible. Todo lo que me hago el honor de poner en conocimiento de V. S. para que se digne elevarlo al de S. E., a fin de que sea servido disponer lo que en estas circunstancias tenga por conveniente. Ofrezco a V. S., reiterados los votos de mi distinguido aprecio. Dios y Libertad, Comitán, junio 1o. de 1860. J. Cándido Rivera".

Los tres documentos transcritos demuestran claramente que el general Melo murió el 1o. de junio en Juncaná, en 1860, determinan con claridad que Melo fue herido primero y algún breve tiempo después, asesinado, y que las tropas liberales (semejanzas con la muerte del Ché), a la desbandada, se refugiaron en Comilón. La Bandera Constitucional del 9 de junio de 1860 transcribe este otro parte militar que ayuda a entender cuál fue el destino de los cadáveres: "Comandancia Militar de la Plaza de Comitán. Hasta esta fecha han ingresado a esta plaza treinta y dos hombres de los que acompañaban al Sr. General Melo, trayendo sólo cuatro carabinas. Entre este número se cuenta el Sr. Capitán D. Doroteo Corzo y el Subteniente D. Patrocinio Cadenas, que están heridos y cinco individuos de tropa aunque levemente los primeros. El Sr. General Melo, el alférez Peralta y dos individuos de tropa fueron muertos y hoy mismo he mandado traer sus restos para darles sepultura con los honores de ordenanza. El enemigo en el acto que recogió ciento y tantos caballos del Escuadrón, monturas, lanzas, etc. salió buscando el asilo de la frontera. Los derrotados quedan en servicio en esta guarnición hasta que V. E. determine lo mejor y los heridos hasta su completa curación. Esta ocasión me ofrece la de reiterarle mi aprecio y consideración. Dios y Libertad, junio 2 de 1860. J. Pantaleón Domínguez".

Al cabo de veinte días, en que cesó la hostilidad de Ortega en la región, se pudo comprobar que Melo había sido sepultado por los indios tojolabales frente a la capilla de la ex hacienda de Juncaná, sin los honores de ordenanza previstos en el parte oficial.

Patria, Socialismo o Muerte. Venceremos.

crist_academico@yahoo.es



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