Entre el melodrama y la lucha real

Venezuela, tierra de contrastes y pasiones, no es ajena al arte de la intriga. Si bien en las décadas pasadas fuimos exportadores de tramas y culebrones capaces de enganchar audiencias a nivel global, hoy parecemos condenados a ser los protagonistas involuntarios de una telenovela geopolítica de bajo presupuesto, con guiones predecibles y villanos de cartón piedra. Sin embargo, bajo este telón de opereta, el pulso de nuestra soberanía late con fuerza inquebrantable, como el corazón de un llanero ante la inmensidad de la sabana.
 
El 10 de diciembre, día que para nosotros evoca la épica gesta de Santa Inés, donde el pueblo se erigió en un coro de paz y autonomía, el escenario internacional nos presentaba un nuevo acto de este drama. Desde las frías tierras nórdicas, se intentó orquestar la farsa del Nobel de la Paz, un galardón que, en manos equivocadas, se convierte en una corona de espinas para la verdad. Es casi cómico observar cómo, con una precisión digna de un reloj suizo, se tejieron expectativas de "escapes" y "llegadas", todo fríamente calculado, como si la realidad venezolana fuera un set de filmación y nosotros, meros extras. Mientras tanto, el verdadero acto de valentía fue la protesta del pueblo noruego, un eco disidente que demostró que no todos se tragan el veneno edulcorado de la desinformación. 
 
Pero la trama no se detiene. Como en toda buena (o mala) novela de aventuras, el toque de violencia no podía faltar. Desde el mismísimo Mar Caribe, otrora cuna de corsarios y leyendas, un buque petrolero fue asaltado. Y aquí no hay metáforas, son piratas descarados que, con la misma audacia de un Barbanegra moderno, proclaman su derecho a nuestro oro negro. No son "vasallos" en el sentido medieval, son buitres contemporáneos que sobrevuelan nuestros recursos, convencidos de que Venezuela es un cofre del tesoro sin dueño. Es la clara evidencia de que los imperios, como viejas glorias decadentes, persisten en su modus operandi de saqueo, emulando la ley del Lejano Oeste donde la justicia se dicta a punta de pistola y el "derecho" es el del más fuerte. 
 
El 10 de diciembre no quedará en nuestra memoria como el día del Nobel o del asalto. Será un día más en el calendario, un recordatorio de cómo los supuestos campeones de los derechos humanos, desde las latitudes del Norte, son los primeros en violar esos mismos derechos, transformándose en los arquitectos de la piratería y el pillaje. Pero, mientras los imperios se desmoronan bajo el peso de su propia ambición, cual castillos de arena ante la marea, nosotros, los venezolanos y venezolanas, seguimos construyendo. Desde la humilde fortaleza de nuestras comunas, desde la sangre vital de nuestra economía real, seguimos abriendo los caminos de una patria soberana. Nuestra lucha, la Revolución Bolivariana, no es un guion, es la vida misma, una epopeya que el mundo, a pesar de las distracciones y los melodramas, no podrá ignorar. 


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Edgar Araujo M.

Especialista en trato y manejo de las Personas con Discapacidad. Poeta

 araujoedgar78@gmail.com

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