En la nueva coyuntura mundial

Teoría y práctica del partido revolucionario

A la memoria de mi padre
irremplazable también como lector crítico
de estos esfuerzos por develar la realidad
y actuar sobre ella


Introducción

Un contrapunto sin precedentes entre el titular del imperialismo y el hombre que se ha situado a la vanguardia de la emancipación latinoamericana se desarrolló entre el 8 y el 15 de marzo. George W. Bush visitó Brasil, Uruguay, Colombia, Guatemala y México; Hugo Chávez estuvo en Argentina, Bolivia, Nicaragua, Jamaica y Haití. Basta comparar el rechazo generalizado a la presencia de uno y el recibimiento fervoroso al otro, para comprobar qué está pasando en la región.
En cada escala del presidente venezolano hubo muestras de reconocimiento y apoyo, que van más allá de su persona: América Latina sabe que Chávez enfrenta de manera intransigente al imperialismo y ha iniciado el camino para abolir el capitalismo en Venezuela. Y le muestra su respaldo. Lo ocurrido en Haití, sin embargo, revela hasta qué punto el representante de la Revolución en Venezuela cataliza la corriente revolucionaria de masas que surca nuestros países al Sur del Río Bravo. Allí, en ese país que con su historia y con su realidad actual simboliza la lucha contra el imperialismo y el precio a pagar cuando el resto de los países de la región no acompañan a quien toma la delantera, multitudes exultantes recibieron a Chávez. Decenas de miles corrieron acompañando su caravana. Y cuando el comandante bolivariano descendió de su auto y trotó con ellos, en un acto emocionante de consustanciación con la voluntad popular, quedó graficada una unión que prefigura la realidad regional: el encuentro de las masas con la estrategia socialista.

Las manifestaciones de repudio a Bush, el sentimiento colectivo de rechazo al imperialismo medidas por encuestas encargadas país por país por quienes esperaban hallar apoyo o, cuanto menos, indiferencia, y encontraron todo lo contrario, prueban que la conciencia de las mayorías –es decir, un componente clave en la definición de la situación objetiva- está inequívocamente resuelta contra el imperialismo.

Pero sería erróneo quedarse en el rasgo más sobresaliente del saldo de la confrontación. La humillación de Bush y el nuevo salto adelante en la afirmación de Chávez como representante de los anhelos de revolución al Sur del Río Bravo, son sólo un aspecto en el balance. El otro, advierte que el imperialismo ha lanzado una nueva contraofensiva en un desesperado intento por recuperar la iniciativa política, detener la dinámica de convergencia regional, impedir la concreción de proyectos que apuntan a la autonomía de la región y debilitar los lazos de Venezuela con gobiernos clave de la región. Tampoco en este sentido fue victorioso el periplo de Bush. Sin embargo el Departamento de Estado introdujo una línea estratégica apuntada a penetrar en las contradicciones e indefiniciones de gobiernos suramericanos hasta ahora claramente alineados con la perspectiva de unión regional. Y el resultado de esa operación no está hoy definido: depende del accionar de las fuerzas revolucionarias en la región.

La gira de Bush estuvo antecedida por una escalada de presiones diplomáticas y económicas sobre varios países. Son conocidas las campañas de manipulación mediática e intervención directa en los problemas internos del gobierno uruguayo, apuntadas a imponer un TLC, para finalmente lograr un sucedáneo de menor envergadura, todavía en discusión. Por otra vía, lo mismo se hizo con el gobierno argentino, para ubicarlo como aliado de Estados Unidos en una operación destinada a envenenar la opinión pública mundial, base para lanzar un ataque militar a Irán. Con base en una infundada acusación que atribuye a ese país la responsabilidad de un acto terrorista contra una institución judía en Buenos Aires, doce años atrás, y con el respaldo de la dirigencia sionista de la colectividad judía en Argentina, Washington logró que Argentina demandara a través de Interpol la captura internacional del ex presidente Akbar Hashemi Rafsanjani (1989-1997) y 7 ministros y altos funcionarios iraníes.

Es también por todos conocida la campaña mediática que presentó a los presidentes de Argentina y Brasil como encargados de "sosegar a Chávez". Y los esfuerzos por señalar un supuesto distanciamiento entre Evo Morales y el presidente venezolano. Menos ruidosa, menos burda, pero más efectiva, fue la táctica en relación con Brasil, apoyada sin rodeos en un chantaje económico, mediante un artilugio sacado como conejo de la galera de un mago: el etanol como base para la sustitución de los combustibles fósiles. Los estrategas del Departamento de Estado plantean un negocio a Brasil, Uruguay y Argentina (que extienden a India y Suráfrica), consistente en comprarle maíz, caña de azúcar y otros cereales, para producir combustible, crear una organización de países productores de estas materias primas y desafiar a la OPEP.

En este pase mágico hay un aspecto técnico, ya planteado por Chávez, que deriva en dilemas estratégicos relativos a la utilización de la tierra en el planeta. Además, habrá de medirse la viabilidad económica real de esta variante teniendo en cuenta su costo comparativo, en un mundo capitalista acuciado por la caída tendencial de la tasa de ganancia. Pero el costado económico-político de corto y mediano plazos está a la vista: se trata de acuerdos de libre comercio propuestos por Washington en un área específica, incluida la eliminación de aranceles y con garantía de altos precios a largo plazo, para cereales provenientes de Brasil, Uruguay y Argentina.

Washington aspira a cooptar por este medio a los gobiernos de estos tres países, apoyándose en debilidades objetivas y subjetivas que, en diferente grado, existen en los elencos gobernantes. Pero aquí no se juega meramente un equilibrio de alianzas. El Departamento de Estado busca denodadamente aislar a Venezuela. Si lo lograse, siquiera parcialmente, tendría una primera condición esencial para avanzar en su política agresora. De allí que para las y los revolucionarios de la región, es un imperativo comprender el valor estratégico de un frente antimperialista continental. Es presumible que en el corto plazo los gobiernos oscilantes no resuelvan sus vacilaciones en uno ni en otro sentido. De manera que la responsabilidad para cerrar el paso a la voluntad bélica del imperialismo recae ante todo sobre pueblo y gobierno venezolanos, acompañados por las organizaciones revolucionarias de todo el continente.
Chávez ya ha trazado su estrategia, y no sólo sobre el papel. Además de la confrontación intransigente con el representante imperialista, a modo de alternativa histórica para todos los pueblos de Alaska a la Patagonia, su gira implica un paso más: la propuesta concreta de unión política de aquellos países cuyos gobiernos estén dispuestos a concretar la emancipación.
Sin embargo, esta estrategia reposa en última instancia en el fortalecimiento y profundización de la Revolución Bolivariana. Y para esto es imprescindible y urgente la construcción del partido revolucionario socialista en Venezuela.

***

En octubre pasado la revista Crítica de Nuestro Tiempo cumplió 15 años. En la edición aniversario, trazando una comparación con la realidad de 1991 y registrando las posiciones adoptadas en este período por diferentes corrientes que se proclaman revolucionarias, publicamos un artículo sobre la urgencia de dar organicidad partidaria a las fuerzas sociales en auge en tres países: Venezuela, Bolivia y México. Poco después, el mismo fenómeno se presentaba en un cuarto país: Ecuador.

Con la victoria de Hugo Chávez en las elecciones del 3 de diciembre de 2006, y dada la aceleración que el comandante de la Revolución Bolivariana imprimió a su estrategia, la cuestión del partido se presentó con una actualidad para muchos inesperada. Se planteó así una situación que mostraría hasta qué punto está estratégica y tácticamente desarmada la vanguardia: la respuesta de los tres principales partidos venezolanos al perentorio llamado de Chávez fue negativa. Esta debilidad no es propia de Venezuela; por el contrario, es la expresión más dramática de una realidad dominante en América Latina y el mundo. Por eso el desafío crucial de construir un partido revolucionario unificado en Venezuela no tendrá respuesta positiva si no se parte de esa realidad internacional.
A tres lustros del derrumbe de la Unión Soviética, en el marco de un recrudecimiento coyuntural de la crisis estructural e irreversible del sistema capitalista mundial, la noción de vanguardia se expresa hoy traduciendo en una conformación compleja, de difícil aprehensión, la realidad del proletariado mundial, es decir, por la disgregación en todos los planos.

Como nunca antes, la vanguardia está fragmentada, no sólo organizativa, sino conceptualmente. Y esto se manifiesta en una manera singular, fragmentándose también geográficamente. En el pasado, con base en una poderosa fuerza social y una neta definición ideológica asumida por ella, se proyectó un accionar político revolucionario desde un centro perfectamente definido con gravitación mundial , como pudieron ser en su momento la Revolución Francesa, la irrupción de grandes sindicatos y partidos socialistas o la Revolución Rusa; luego, para América Latina, la Revolución Cubana. Hoy, en cambio, en la única área del planeta donde refulge la perspectiva de la revolución anticapitalista, la línea de avanzada se desdobla y, aunque aparece más y más como bloque, existe y actúa de manera disgregada, en un conjunto en el cual Cuba es la vanguardia ideológica, Bolivia la vanguardia social y Venezuela la vanguardia política.
Una de las contradicciones más estridentes del último período, durante el cual la Revolución Bolivariana apareció y fue imponiéndose gradualmente como fuerza ordenadora, consiste en que durante toda una primera fase, las formulaciones de su principal figura excluyeron las definiciones ideológicas; pero además y sobre todo, la clase obrera venezolana estuvo eclipsada o directamente ausente en el escenario político, con apenas apariciones puntuales y efímeras en calidad de bastión de retaguardia.

Es comprensible que este entramado llevara a la omisión primero y la confusión después a innumerables cuadros revolucionarios marxistas, que no lograron interpretar (muchos siquiera lo vieron) un fenómeno ausente en la teoría y la experiencia histórica de la revolución social. Déjese de lado a los infaltables epígonos, hablistas compulsivos capaces de invocar al proletariado y la revolución para vender a su madre: nos referimos a luchadores honestos que se reclaman marxistas y por errores de arrastre estuvieron impedidos de comprender la realidad.

Una contradicción semejante se manifiesta en Bolivia. Allí una poderosa fuerza social rescata la centenaria lucha de los indígenas combinada con la más avanzada experiencia de organización y combate político del proletariado suramericano, pero no expresa identidad ideológica, oscila entre un hipotético "capitalismo andino" y una estrategia socialista y deberá recorrer todo un camino para proyectarse como punto de referencia política. A la inversa de Venezuela, en Bolivia es la unidad social la que impulsa la unidad política, pero estos fenómenos diferentes plasman de manera análoga, dado que sólo se aglutinan y hacen coherentes por el papel de líderes sobre quienes recae el peso de la unidad y el rumbo a tomar.

Cuba, mientras tanto, hasta la aparición de la Revolución Bolivariana estuvo poco menos que impedida de traducir su condición de vanguardia ideológica a los terrenos social y político más allá de sus fronteras. A menudo incluso, y por imperio de una insoslayable autodefensa, la expresión política de aquella ubicación de vanguardia fundamental se trastocó al punto de enredar a propios y ajenos respecto de la realidad y el papel histórico de la Revolución Cubana. (aquí se podría quizás explicar más).

El formidable proceso de convergencia de estos tres factores clave de la revolución continental, verificado desde el primer semestre de 2006 y reafirmado a un nivel superior en el primer tramo de 2007, anuncia la resolución positiva de este momento paradojal. La combinación virtuosa de desigualdades de estas tres revoluciones ha comenzado.

Allí está trazado, sin equívoco posible, el rumbo por el cual transitará durante todo el próximo período histórico la fuerza de la revolución anticapitalista en el único lugar del planeta donde está planteada como proyecto estratégico explícito y palpable.

Esa combinación virtuosa tiene una particularidad sobresaliente, decisiva podría decirse, en este momento: se expresa y demanda resolución en la tarea de construir un partido revolucionario en Venezuela.
Es por esta razón que hemos creído útil reescribir el artículo de la edición aniversario de Crítica, adecuado a la coyuntura venezolana.

La idea y su momento

Sea como sea que se desenvuelva un proceso revolucionario, en un momento dado de su desarrollo requiere de un partido como condición insoslayable. Hoy, además de Venezuela tres países reclaman con extrema urgencia la existencia de un partido revolucionario con arraigo de masas y capaz de actuar efectivamente sobre la coyuntura: Bolivia, México y Ecuador.

En todo y por todo diferentes entre sí, estos cuatro procesos están, a marzo de 2007, en un punto crucial de su evolución y sólo con un instrumento eficiente para consolidar la unidad social y política que, de diferentes maneras, se ha dado en cada uno, y para centralizar fuerzas sobre objetivos precisos, definidos en función de una estrategia preestablecida, podrán evitar que la reacción internacional y nacional se imponga sobre las fuerzas de la revolución.

Sólo la fuerza de las clases comprometidas con la revolución puede vencer a la burguesía y el imperialismo en el momento crucial. Pero, a su vez, sólo un partido político revolucionario puede articularse en el conjunto social -específicamente en la clase trabajadora, el campesinado y el conjunto de sectores excluidos y oprimidos- para viabilizar la participación consciente y organizada de las masas; sólo los cuadros revolucionarios (y tanto mejor si entre ellos abundan militares revolucionarios) férreamente organizados, munidos de una perspectiva estratégica y tácticas científicamente definidas, pueden realizar la tarea de encauzar la potencia de las masas tras el objetivo de la revolución.

Esto se ve con mayor claridad hoy en Bolivia, donde el conjunto popular tiene un grado y nivel de participación sin comparación en el hemisferio, pero la insuficiente conformación del Movimiento al Socialismo (MAS) como partido revolucionario, plantea severas dificultades al gobierno para afrontar la lucha contrarrevolucionaria que el imperialismo y la burguesía ya han desatado. La Asamblea Constituyente que se desarrolla en Sucre es el centro de una revolución que demanda el concurso de un partido revolucionario. Los cuadros dirigentes que asumen esa necesidad, como ocurre en Venezuela, chocan con dificultades y limitaciones que no son exclusivas de tal o cual país, sino remanentes de un período histórico ya agotado pero aún no superado en la teoría y en los hechos.

Otro es el caso de México, donde el fraude descarado de la reacción en el escrutinio de la elección presidencial deja como saldo un país quebrado al medio, con un movimiento de masas en pie de lucha tras el PRD (Partido Revolucionario Democrático). Este partido, pese a su denominación, no es revolucionario y tampoco es de naturaleza obrera. No obstante, ha seguido hasta el momento una línea de defensa de su victoria electoral que, luego de tres meses y cuando las instituciones del régimen proclamaron contra toda evidencia la victoria del PAN (Partido de Acción Nacional), resolvió mantener la movilización y desconocer al gobierno de Felipe Calderón. La dinámica de choque no podría haber sido más frontal. Andrés Manuel López Obrador, el candidato al que se le escamoteó la presidencia, ha mantenido una posición irreductible, respaldada por una constante movilización.

El 16 de septiembre la movilización dio un paso sin precedentes. Reunidos en el Zócalo un millón 25 mil 724 ciudadanos registrados para participar formalmente de una Convención Nacional Democrática (CND) escogieron a López Obrador como "presidente legítimo". México tiene entonces un gobierno paralelo, respaldado por un movimiento democrático de masas y por tres partidos (el PRD, el Partido de los Trabajadores y Convergencia), que conformaron un Frente Amplio. Se trata de un acontecimiento histórico que conmueve los cimientos de México y proyecta una onda expansiva a todo el hemisferio, incluido Estados Unidos. Una medida de ese impacto la adelanta la posición del propio ex titular del PRD, Cuahtemoc Cárdenas, a quien el PRI le arrebató también la presidencia legítimamente ganada en elecciones: rechazó la idea de crear un gobierno paralelo, argumentando que es "un craso error, de altísimo costo para el movimiento democrático". Retomando la experiencia de Benito Juárez, el gobierno de la CND tendrá su sede en la Capital del país, pero será «itinerante», se financiará «con la cooperación ciudadana» y será «austero y sobrio», según las definiciones de López Obrador. La división del régimen, la fractura de la burguesía y la confrontación social en curso en un integrante del Nafta (Acuerdo de Libre Comercio de América del Norte, integrado además por Estados Unidos y Canadá), plantea una crisis inesperada y de imprevisibles derivaciones. Muy poco después, la sublevación obrera y popular en Oaxaca, así como el papel jugado por el PRD frente a esa formidable lucha, adelanta los riesgos de que en el corto plazo en México no se edifique un partido de masas, revolucionario y socialista.

En cuanto a Ecuador, aún no está claro el realineamiento de fuerzas a que ha dado lugar la victoria de Rafael Correa. Pero si algo está fuera de discusión, sobre todo a la luz de los acontecimientos ocurridos desde los inicios de este ya prolongado período de auge, que tuvo una primera instancia frustrada con el gobierno de Lucio Gutiérrez, es que las masas indígenas y citadinas, las numerosas corrientes que surcan el entramado político ecuatoriano, deben aunar y coherentizar fuerzas y proyectos en un programa, un plan de acción y una estrategia única, plasmada en una organización de masas: un partido revolucionario.

Respuestas en lugar de preguntas

Uno de los rasgos sorprendentes de la respuesta negativa a la construcción del partido en Venezuela ha sido que las organizaciones convocadas alegaron no tener propuestas claras y garantías de éxito para acometer la tarea. No podría haber una expresión más nítida de la renuncia a cumplir un papel de vanguardia en la Revolución: que Chávez indique cuál será el programa, cuáles las definiciones ideológicas, cuáles las formas organizativas. Se trata de una renuncia cargada de significados y símbolos: los partidos están a la retaguardia. Y su función sería la de exigirle condiciones a la vanguardia!!

La tarea es exactamente la inversa: apoyarse en el acervo teórico y la experiencia positiva acumulada en la trayectoria de cada organización revolucionaria, para dar respuestas. No para hacer preguntas.

Claro que tampoco cabe el absurdo asumido por otro arco de organizaciones, autodefinidas dueñas de todas las respuestas sin contar el detalle de que no han sido motores ni conducción de la revolución en marcha. En franca colisión con la degradación de la teoría del partido revolucionario y la caricaturización de su expresión organizativa concreta, hoy es más necesario que nunca asumir la interdependencia vanguardia-masa, conciencia obrera-organización, como punto de partida de toda estrategia de construcción partidaria.

Enfrentamos así la noción –vieja de medio siglo- según la cual todas las condiciones para la revolución estaban dadas a escala mundial, excepto la existencia "del Estado Mayor del proletariado". Como reflejo simétrico de esta noción caricaturesca del partido, está la negación de su necesidad.

El pensamiento metafísico (y factores de otro orden que no corresponde considerar aquí), transformó la idea de que la destrucción stalinista en todos los planos se resolvía constituyendo un equipo de dirección capaz, aguerrido y resuelto. O rechazando la noción de partido.

Si durante el período anterior estas posiciones produjeron errores que inhabilitaron a equipos militantes de enorme valor potencial, las cosas son diferentes ahora, cuando a escala latinoamericana queda abierta la fase histórica de edificación de nuevos partidos revolucionarios en cada país y en la región como tal. A partir de ahora, los diversos componentes del pensamiento y la acción revolucionaria no tienen otra alternativa sino elevarse a la altura de la demanda histórica y mostrarse capaces de cumplir su papel en la revolución en marcha. Aquellas organizaciones o cuadros que no lo hagan no quedarán, como hasta ahora, simplemente sosteniendo líneas erradas: serán pasto del enemigo y alimento de la contrarrevolución.

En el cuadro de situación mundial dado tras el derrumbe de la Unión Soviética y la precipitación de una añeja degeneración de los partidos socialistas y comunistas (así como, en otro plano, de los epígonos de Trotsky y Mao), el primer dilema a resolver pasó a ser la unidad social y política de las grandes masas. Es imposible edificar un verdadero partido revolucionario marxista al margen de esa categoría fundamental.

Teoría y revolución

En innumerables oportunidades debimos explicar nuestra diferenciación entre «revolucionario» y «marxista»; la idea de que se puede ser revolucionario sin ser marxista y viceversa. Difícilmente se encuentre alguien dispuesto a negar el conocido axioma de Lenin: "sin teoría revolucionaria, no hay acción revolucionaria". Al decir teoría revolucionaria, queda sobreentendido que se alude a la teoría marxista. Pero en la vida real se impone una tendencia espontánea a obrar a la inversa, en el doble sentido de planificar y llevar a cabo la acción al margen los fundamentos teóricos, y de subestimar el papel del estudio, la reflexión y la elaboración como parte inseparable de la praxis militante. Los partidos y organizaciones revolucionarias que se empeñan formal y sistemáticamente en el estudio y la enseñanza del marxismo son tan raros como un elefante blanco. Por otra parte, la fuerza de aquella afirmación leninista, habitualmente interpretada de una manera ajena a Lenin, oscurece un aspecto clave de su contenido al quedar congelada por una visión metafísica y perder su sentido dialéctico: sin teoría revolucionaria no hay acción revolucionaria sostenida en el tiempo; de la misma manera que no hay teoría revolucionaria al margen del devenir de la lucha social.

Pues bien: ahora ha llegado el momento de poner a prueba también estos conceptos: en los cuatro casos descriptos, existe unidad social y política de las grandes masas, las fuerzas revolucionarias que las conforman no se reconocen –por regla general- como marxistas, mientras que buena parte de las organizaciones y cuadros que se consideran marxistas o bien están por fuera de aquellas formaciones, o bien desechan la búsqueda y defensa de la unidad social y política de las masas como eje de una estrategia anticapitalista y de construcción partidaria, lo cual equivale a decir que no asumen posiciones revolucionarias en los hechos (a menos que se entienda por tal hablar a los gritos y condenar a todo el mundo por traidor y agente imperialista).

Hay dos evidencias irrefutables:

- las organizaciones que se consideran a sí mismas como revolucionarias marxistas, salvo excepciones no han sido partícipes (ni hablar de motoras) de los procesos que dieron lugar a la unidad social y política de las grandes masas;
- las organizaciones que se camuflaron para adaptarse en un cuadro de situación adverso a la revolución, o bien pasaron por completo al campo de la contrarrevolución, o bien se mantienen de manera parasitaria en las formaciones a las que el cambio positivo de la situación dio lugar.

En otras palabras: a la hora de las definiciones, el sectarismo y el oportunismo son incapaces de obrar como factores de vanguardia en la construcción del partido revolucionario que la coyuntura exige.

Batalla estratégica

En suma, está planteada la posibilidad de producir en América Latina una transformación cualitativa en la realidad político-organizativa de decenas de millones de explotados y oprimidos, lo cual supone inaugurar una nueva etapa histórica en la lucha de clases a escala internacional.

Posibilidad no es certeza. Entre la inestable coyuntura actual y aquel objetivo, media un combate cuyo resultado no está escrito. La primera batalla es por poner en pie partidos revolucionarios con nítido perfil de clase, resuelta definición socialista y armados desde un comienzo con sólidas convicciones democráticas respecto de su relación con las masas y con la propia militancia.

Pese a ciertos rasgos de apariencia común, hay diferencias cruciales entre estas fuerzas políticas de masas pasibles de ser transformadas en partidos revolucionarios y los movimientos nacional-burgueses que dominaron en la región durante todo el siglo XX. No obstante, para decirlo con las palabras de los maestros, "lo viejo tiende a renacer en la nueva forma que crece"; por lo que el desenlace del fenómeno en curso más que de una batalla depende de una larga guerra ideológica, política, organizativa -podría decirse guerra cultural, para subrayar su sentido abarcador y profundo- de cuyos resultados pende el futuro.

En el plano más general de esta guerra la confrontación que todo lo domina es contra el imperialismo estadounidense y sus agentes locales en cada país. Pero en el terreno concreto de la construcción de partidos revolucionarios el enemigo toma otra carnadura y a menudo desdibuja por completo su verdadera naturaleza. Hemos sostenido desde mucho tiempo atrás que, cuando llegara el inexorable auge de masas, habría una cruda confrontación entre las tres grandes corrientes ideológico-políticas con raíces históricas en las clases obreras, campesinas y populares; a saber, el socialcristianismo, la socialdemocracia y el marxismo revolucionario.

Este combate pudo verificarse en el primero y originalmente más potente movimiento político de masas del continente, el Partido dos Trabalhadores de Brasil. Los resultados están a la vista. Allí se pudo comprobar la convergencia de socialdemócratas y socialcristianos contra las diferentes vertientes del marxismo, que en el momento crucial no estuvieron a la altura de la exigencia histórica. En la parábola del PT pudo verse la brutal transformación de obreros y militantes revolucionarios en portavoces de la socialdemocracia y el socialcristianismo, lo que equivale a decir, en testaferros del imperialismo europeo, el cual utilizó instrumentos desde hace décadas transformados en arietes del gran capital (en primer lugar la mal llamada Internacional Socialista) para penetrar, desviar y corromper a cuadros y organizaciones. Luego se vio en Argentina un fenómeno análogo pero de carácter preventivo: la iglesia y el reformismo clásico se unieron para impedir que se formara un Partido de los Trabajadores, ante el justificado temor de que en este país un organización similar a la de Brasil tendría una envergadura y una dinámica diferente (no reiteraremos aquí nuestra interpretación del papel del Partido Laborista en la historia argentina y su potencia latente), que acabaría redundando en la reorientación del PT brasileño para dar lugar a un bloque de naturaleza obrera, campesina y anticapitalista que habría cambiado por completo el curso político de la región . Por eso y para eso nació el Frepaso. Pero aquí las tendencias de definición marxista más que no estar a la altura de la batalla, siquiera tomaron cuenta a comienzos de los '90 de que el activo de la clase obrera estaba ante una batalla estratégica. El caso mexicano, con la conformación del PRD es diferente, aunque se inscribe en el mismo marco.

Prueba clave en Venezuela

Con estos precedentes se inaugura ahora, centrado en Venezuela, este combate estratégico en torno a la organización del partido unido de la revolución convocado por Chávez. Desde que se avizoraba el choque luego corporizado en la imprevista forma de un golpe de Estado sin resistencia previa y su fracaso en 47 horas, esta necesidad urge más a cada minuto. Ahora, no hay espacio para la duda: no sólo en Venezuela, sino en cada país al Sur del Río Bravo, es imperativo respaldar en todos los planos la concreción de ese plan.

Ese partido, que deberá congregar en una síntesis superadora todas las fuerzas revolucionarias de Venezuela, debería definir en sus conceptos fundantes la pertenencia a las clases explotadas y oprimidas, la necesidad de promover y garantizar estatutaria y efectivamente la participación plena de obreros, campesinos, jóvenes, intelectuales, artistas, amas de casa, pequeños productores del campo y la ciudad, en la conformación y funcionamiento de todos sus órganos componentes, en la discusión y resolución de programas y estrategias, en la promoción y elección de sus direcciones, todo ello sin confundir democracia con charlatanería horizontalista y ratificando la necesidad de una efectiva centralización para la acción.

La conducta de un partido hacia las masas es una prolongación de su accionar respecto de su propia base militante. La democracia interna (imposible de confundir con aquello que la burguesía denomina con la misma palabra), es la única garantía de enraizamiento profundo y constante en el conjunto social sobre el que se apoya y del cual se nutre. Esto supone plena libertad para el debate y la crítica; derecho a tendencia para organizar esos debates en los períodos previos a Congresos que deberían realizarse en plazos no superior a los dos años; elección directa de los representantes desde las bases y en sucesivos planos, hasta llegar a los y las delegados/as que elegirán la dirección nacional; creación de órganos destinados a controlar la idoneidad y probidad de la membresía y dirección; y último, pero de primera importancia, política de educación intensa de cuadros y militantes, con centro en la historia mundial y nacional de la lucha de clases, interpretación del mecanismo de funcionamiento del sistema capitalista, fundamentos filosóficos del pensamiento revolucionario y experiencias recientes de los procesos revolucionarios en América Latina y el Caribe.

Ideología y política

No hace falta repetir que, en nuestra opinión, esos nuevos partidos de masas en gestación en la región deben definirse programática y estratégicamente por el socialismo. Pero es en cambio imprescindible subrayar que no los entendemos como partidos revolucionarios marxistas. Por el contrario, sostenemos que éstas deben ser instancias de unidad social y política de las masas en el sentido más amplio y abarcador. Como puede entender cualquier persona con juicio, en el actual punto de desarrollo de la conciencia de las masas latinoamericanas, eso supone no ya la existencia sino la predominancia de ideologías objetivamente (aunque, subrayémoslo, no subjetivamente) confrontadas con el materialismo histórico y la dialéctica materialista.

Los partidos en gestación deberán integrar la pluralidad de las masas populares. Los revolucionarios marxistas no podemos permitir que se confunda el materialismo con el idealismo (entendidos estos términos en el sentido filosófico, que es exactamente el inverso a su significación corriente en el habla popular), porque esa concepción teórica está (o, mejor dicho: ¡debería estar!) en el punto de partida de todos nuestros análisis, interpretaciones y decisiones para la acción. Pero mucho menos podríamos intentar transformar la realidad social y cultural de nuestros pueblos con un golpe de mano, como acostumbran a hacer ciertas sectas y aparatos en asambleas inermes para defenderse de operaciones de este tipo. Aquella transformación, por la que bregamos sin descanso ni concesiones, resultará de la revolución cultural que si bien acompaña necesariamente a todo proceso revolucionario genuino, sólo podrá completarse mucho tiempo después de la victoria sobre el capital, en un transcurso necesariamente sinuoso en el que la ciencia supere a la enajenación religiosa, las supercherías y el trastrueque conceptual de la cotidianeidad capitalista.

Las y los revolucionarios marxistas, es decir, quienes se sienten genuinos comunistas, deben asumir esta obviedad cuyo desconocimiento derivó en el pasado -y sigue haciéndolo en la actualidad- en deformaciones en todos los planos de la teoría y política, con nefastas consecuencias. Es preciso incorporar la idea de que las y los revolucionarios marxistas deben sostener posiciones contrarias al mundo conceptual dominante, sin ocultarlas, resignarlas o imponerlas, mientras redoblan los esfuerzos por educar y persuadir, mediante la multiplicación de medios de propaganda y agitación (es decir, de muchas ideas para pocas personas y pocas ideas para muchas personas).

Esto supone contar con los instrumentos necesarios para tales objetivos: revistas, editoriales, periódicos a todos los niveles, folletos, programas y emisoras de radio y televisión, portales de internet, páginas web y boletines por correo electrónico masivo, salas de teatro, grupos corales, instancias de educación musical, planes de formación teórica desde el más elemental al más alto nivel, etc. Todo lo cual requiere organización, finanzas y, claro está, disposición a la militancia y el sacrificio.

Pero esa tarea, esas instancias organizativas y funcionales, deberán estar imbricadas y supeditadas a la edificación, fortalecimiento y afianzamiento del partido revolucionario que contenga a todos/as quienes han resuelto enfrentar la opresión imperialista y la explotación capitalista.
Las raíces

En el punto de partida de una fase en la que se moldearán nuevas organizaciones políticas de masas, cabe abrir un paréntesis para releer el capítulo del Manifiesto Comunista donde se explicita la relación de los revolucionarios marxistas con lo que Marx y Engels denominaron entonces "los demás partidos de la oposición", es decir, las diferentes corrientes confrontadas con el capital o sus manifestaciones más brutales:

"(Los comunistas) luchan, pues, por alcanzar los fines e intereses inmediatos de la clase obrera, pero en el movimiento actual representan al mismo tiempo el futuro del movimiento. En Francia, los comunistas adhieren al Partido Socialista Democrático, contra la burguesía conservadora y radical, sin por ello abandonar el derecho de mantener una posición crítica frente a las frases y a las ilusiones provenientes de la tradición revolucionaria.

En Suiza apoyan a los radicales, sin desconocer la circunstancia de que este partido consta de elementos contradictorios, en parte socialistas democrático en el sentido francés del término, en parte burgueses radicales.

Entre los polacos, los comunistas apoyan al partido que establece la revolución agraria como condición de la liberación nacional, el mismo que suscitó la insurrección de Cracovia de 1846.

En Alemania el Partido Comunista luchará al lado de la burguesía, en la medida en que ésta actúe revolucionariamente, dando con ella la batalla a la monarquía absoluta, a la gran propiedad feudal y a la pequeña burguesía reaccionaria.

Pero todo esto sin dejar un solo instante de laborar entre los obreros, hasta afirmar en ellos con la mayor claridad posible la conciencia del antagonismo hostil que separa a la burguesía del proletariado, a fin de que los obreros alemanes sepan convertir de inmediato las condiciones sociales y políticas que forzosamente ha de traer consigo la dominación burguesa en otras tantas armas contra la burguesía, a fin de que, tan pronto sean derrocadas las clases reaccionarias en Alemania, comience de inmediato la lucha contra la propia burguesía (...)

En una palabra, los comunistas apoyan por doquier cualquier movimiento revolucionario contra las condiciones sociales y políticas imperantes.

En todos los movimientos destacan el problema de la propiedad, cualquiera que sea la forma más o menos desarrollada que pueda haber adoptado, como el problema fundamental del movimiento.

Por último, los comunistas trabajan en todas partes en pro de la vinculación y el entendimiento de los partidos democráticos de todos los países.

Los comunistas repudian el ocultamiento de sus puntos de vista y de sus intenciones. Declaran francamente que sus objetivos sólo podrán alcanzarse derrocando por la violencia todo el orden social preexistente. Las clases dominantes pueden temblar ante una revolución comunista. Los proletarios no tienen nada que perder con ella, salvo sus cadenas. Tienen, en cambio, un mundo por ganar".

Prueba de fuego para la vanguardia

En el punto de encuentro de estos lineamientos y la inspirada divisa de Simón Rodríguez, "inventamos o erramos", tomará forma el accionar de quienes asuman el pensamiento revolucionario marxista en el próximo período histórico.

Dependiendo de las circunstancias en cada país se adecuarán las formas de intervención. Los hombres y mujeres resueltos a comprometerse en el combate contra la sociedad de clases estarán en el ojo del huracán que la crisis del capitalismo mundial desata sobre la humanidad. Estados Unidos marcha a la guerra contra nuestros pueblos. Todas las líneas de acción destinadas a amarrarle las garras son justificadas; el concepto general de frente antimperialista a escala mundial, asumido hoy por los cuadros principales en los gobiernos de Cuba, Venezuela y Bolivia (y encarnado en la reciente XIV cumbre del Movimiento No Alineado), es una clave en torno a la cual podrá desarrollarse en los hechos una estrategia de revolución socialista. Los partidos de masas en gestación constituyen el escenario privilegiado en el que se deberá actuar con lucidez y energía, combatiendo a la vez el sectarismo y la fuerza constante que arrastra hacia el oportunismo y el conciliacionismo. Para quien se considere revolucionario/a marxista, no importa en qué país desarrolle su lucha, esa labor urge hoy en términos concretos en Venezuela, Bolivia y México. En Brasil se presenta la inmensa labor de sostener la unidad social y política alcanzada en el período anterior por el PT y puesta en riesgo estratégico hoy por la descomposición de ese partido y el desprendimiento de fuerzas revolucionarias que, hasta el momento, no resumen una línea de acción centrada en la necesidad de impedir esa brecha por la cual el imperialismo se apronta a penetrar como una tromba destructiva. El fenómeno social y político que corporizó en el PT debe ser rescatado, es un acervo invalorable para la lucha socialista en todo el continente y no puede ser malbaratado con desplantes sectarios sin perspectiva estratégica o temores y vacilaciones frente a la urgencia de un programa revolucionario para la acción.

En América Latina urge forjar una Asociación en la cual converja y se rehaga a sí mismo el pensamiento revolucionario universal, como vanguardia de una era de inmensos desafíos y grandes victorias.

La liviandad con que en los últimos años se anunciaron caricaturas de internacionales no debe dar lugar al chovinismo o la estrechez localista: la revolución es internacional; internacional ha de ser el pensamiento y la acción que la realice.


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Luis Bilbao

Escritor. Director de la revista América XXI

 luisbilbao@fibertel.com.ar      @BilbaoL

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