¡“Abril: golpe adentro”… pero también afuera!

Un joven estudiante, pronto a graduarse de ingeniero, asiduo lector de Nietzsche y de poesías pero de irrefutable inclinación marxista, muy conversador polémico como tiene que ser en esa etapa de su vida, me obsequió el libro de Ernesto Villegas: “Abril: golpe adentro”. Geraldine, una hija que tengo después de viejo, parece fue cautivada por el color y la figura de la carátula y comenzó a pedirme: “Libro, libro, libro”. Opté por entregárselo en sus pequeñas manos y cuando traté de quitárselo se lo apretó contra su pechito, lo abrazó con su fuerza y me dijo: “Mío, mío, mío” y, como detalle curioso, luego abría la portada, se quedaba mirando la foto de Ernesto Villegas y me decía “El bebé, el bebé, el bebé” y sonreía con la picardía de cualquier criatura impactaba por algo que le emocione. Sin duda alguna será y es de ella, pero como no está en condición de leer –porque no sabe- tomé en consideración la capacidad o el instinto, natural y muy respetable por supuesto, de destrucción para luego reconstruir que lleva cada infante en su entraña, y logré quitárselo bajo la protesta de unas lágrimas que desaparecieron tan pronto le hice entrega de una muñeca que denomina bebé. Eso, en verdad, me motivó para leer –lo confieso: leer- el extenso libro de Ernesto Villegas.

Confieso también, que era – a pesar de la edad o de lo viejo- muy poco lo que realmente conocía de ese “abril” de 2002, porque me había limitado a la generalidad del golpe de état. Basta con decir que no estaba en el país cuando ese hecho que derrocó al presidente Chávez se registró en la historia venezolana por unas cuarenta y ocho horas. Bueno, eso no importa.

Lo cierto es que me dediqué a leer el libro, aunque desde hace algunos años no me agradan los textos abultados, salvo que se traten de doctrinas. Recuerdo haber escuchado a Paolo Coello recomendar a los autores de novelas –no es mi caso por cierto- que las escribieran lo más corto posible para que se garantizara su lectura. La ciencia historia, entre otras por supuesto, no puede someterse a esa regla. El libro de Ernesto Villegas es, esencialmente, testimonial.

Para leer el libro, por los comentarios que antes había escuchado de él, me despojé de cualquier apasionamiento por el marxismo o por la fijación de una posición política de apoyo al proceso bolivariano. Lo primordial era conocer, en cierto sentido al detalle, las circunstancias del golpe de Estado, sus fundamentales protagonistas y los hechos más relevantes de aquel acontecimiento que lleva en su entraña el mes de abril de 2002 y que ha sido, hasta el sol de hoy, el de más corto tiempo que hasta lo han comprado, humorísticamente, con la empresa aerocav: recibe hoy y entrega mañana.

Desde comienzo a fin el libro lleva un hilo dialéctico testimonial de interés supremo para la lectura y hasta para el entendimiento de los sucesos sin necesidad de recurrir a enciclopedias o ilustraciones teóricas de ideólogos doctrinarios o de textos sobre el tema como el de Curzio Malaparte. El libro es maravilloso por lo que enseña de verdades irrefutables en un estilo ameno y que apasiona como fuente de lectura. Produce, sin duda, rabias pero igualmente emociones. Parece el libro como si fuese una película de largometraje de varias horas sin alteración de ningún hecho testimonial, aunque sus autores originales hayan falseado la realidad. Ernesto Villegas es profundamente respetuoso de los testimonios incluso de los mismos que participaron en el golpe.

En la medida que uno se va adentrando en las páginas que va leyendo no quiere dejarlas atrás por el sumo interés en tratar de adivinar el contenido de las que están por delante sin necesidad de leerlas, pero la tentación es demasiado poderosa y, a veces, provoca igualmente saltar páginas para cerciorarse que coinciden con lo que uno va pensando o se va imaginando. ¡Tremendo libro testimonial, sin duda!

El libro de Ernesto Villegas, en cierto sentido, es como un reflejo de esa mezcla de tragedia y farsa, señalada por Marx, para completar la idea de Hegel de que los hechos y personajes en la historia se producen dos veces. Un pequeñito 11 de abril de 2002 de Carmona en vez de un dieciocho Brumario de Luis Bonaparte. Marx nos dice: “Los hombres hacen su propia historia, pero no la hacen a su libre arbitrio, bajo circunstancias elegidas por ellos mismos, sino bajo aquellas circunstancias con que se encuentran directamente, que existe y transmite el pasado. La tradición de todas las generaciones muertas oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos. Y cuando éstos se disponen precisamente a revolucionarse y a revolucionar las cosas, a crear algo nunca visto, en estas épocas de crisis revolucionaria es precisamente cuando conjuran temerosos en su auxilio los espíritus del pasado, toman prestados sus nombres, sus consignas de guerra, su ropaje, para, con este disfraz de vejez venerable y este lenguaje prestado, representar la nueva escena de la historia universal…”. Entonces, podemos deducir de Marx, que Carmona se disfrazó de Luis Bonaparte como Lutero, en su tiempo de Reforma, lo hizo de san Pablo mientras que el “Abril de 2002 ” quiso parodiar al Enero de 1959 y al Febrero de 1992 sin llegar a ser ni lo uno ni lo otro.

El libro de Ernesto Villegas, “Abril: golpe adentro”, debería ser como un bocado exquisito de lectura en cada mesa de estudio o en cada biblioteca de los políticos sin importar si son de derecha, del centro, de izquierda, de centroderecha o centroizquierda. Si Vargas Llosa, sin duda un excelente literato pero un político –que me perdone si lo ofendo sin querer hacerlo- que mezcla el empirismo con el racionalismo y por ello termina en el pragmatismo burgués-, es capaz de leerse en un vuelo de tres horas y media desde Cartagena a Lima el libro “Tradiciones de la memoria” de Héctor Abad Faciolince, ¿por qué nosotros, sentados en una silla o recostados en una hamaca, no podemos leernos, aunque no tengamos intención de estudiarlo, el libro de Ernesto Villegas “Abril: golpe adentro” en siete horas sin estar pendiente que un avión tenga una falla y haga una caída mortal en el mar o en la tierra?

No voy hacerle propaganda o publicidad de venta o de compra al libro de Ernesto Villegas. No tengo ni la intención ni los medios para ello, porque considero, además, que el libro por sí solo se promueve. Esto lo evidencia el hecho que se ha convertido como un zamishdat –no sé escribir el término ruso correctamente-; es decir, un pásalo de mano en mano o coméntalo de persona a persona. Y eso sólo se hace cuando los textos o libros están plagados de un rico contenido para el conocimiento de hechos y personajes en los diversos órdenes de la vida socioeconómica. Sin embargo, algunas cosas –creo- he aprendido y que deseo compartir con lectores de las enseñanzas del libro del camarada Ernesto Villegas. Sólo debo decir, plagiando o parafraseando a Buffon, que si el estilo hace a un escritor, la terminología con que escribe Ernesto Villegas hace su libro y téngase presente que la terminología es un factor primordial de la lucha de clases y, por consiguiente, política y eso está reflejado en el contenido de “Abril: golpe adentro”.

1.- Que el golpe de Estado en abril de 2002 fue extremadamente heterogéneo, con un temor terrible –gracias a Dios y a las masas- a las posibles reacciones del pueblo o, por lo menos, a la “chusma” capaz de restearse con Chávez o con cualquier grito de rebelión contra el golpe. Los juristas estaban por encima de los políticos pero por debajo de los obispos, y éstos por encima de los militares, pero se embolataban, unos y otros, en las intrincadas redes que la política en obediencia a dictámenes de le economía que se sitúan como obstáculos al derecho burgués y a la religión y a las armas. Marx decía que “El derecho jamás puede elevarse sobre el régimen económico y el desarrollo cultural de la sociedad, condicionada por ese régimen”. Si el golpe hubiese triunfado y consolidado el gobierno de Carmona Estanga, luego hubiese habido un terrible y acalorado combate teórico por la potestad paternal o maternal del Acta de instalación del nuevo gobierno de facto. Pero como fue derrotado a las cuarenta y ocho horas, la criatura quedó huérfana sin una sepultura segura donde enterrarla bajo los vítores de victoria del pueblo que devolvió a Chávez su legitimidad y constitucionalidad como Presidente de Venezuela. Eso en la historia de los golpes de Estado en el país, no se había hecho realidad. La historia de los golpes de Estado, en la cúpula que los planifica y los materializa, se había caracterizado, hasta abril de 2002, por ser homogéneos aunque luego sufrieran fracturas pero ya consagrados en el poder del Estado.

2.- Los golpistas no reconocieron la dialéctica de la realidad venezolana pero la dialéctica sí los reconoció a ellos. No creyeron que tenía importancia alguna para sus conclusiones políticas que fueron completamente erradas. Se dejaron llevar excesivamente por el sentido común sin darse cuenta, por ello, de ese momento en que se sobrepasaron y subestimaron la tolerancia dialéctica de las masas populares; no entendieron que cuando la tolerancia se deja atrás, la cantidad se transforma en cualidad. Para nada tomaron en consideración –los golpistas- la dialéctica como la lógica de la evolución, imprescindible para todos los campos o escenarios del conocimiento humano y, muy especialmente, para la política que es una ciencia de la lucha de clases.

3.- Un golpe de Estado termina siendo, en determinadas circunstancias como las del abril de 2002, un devorador de energías de la persona o de fuerzas colectivas, porque los nervios –como sucedió con los golpistas- no lo resisten, las convicciones se entrecruzan y se contradicen mientras que los caracteres de los cabecillas se desgastan en la búsqueda infructuosa de fórmulas para legitimarlo y constitucionalizarlo. Y eso supo ser aprovechado por las masas y los generales que se opusieron al golpe y lanzaron su grito de rechazo justo en el momento en que mayor nubosidad vivían los golpistas en búsqueda de consolidar su acción de derrocar “legítima y constitucionalmente” al Presidente Chávez.

4.- No sólo fue un golpe adentro, sino –igualmente- afuera. En las páginas del libro existen demasiadas evidencias de la participación de, por lo menos, los gobiernos de Estados Unidos –cuando Bush- y de España –cuando Aznar-. Sólo hay que controlar la rabia por el hecho mismo que el golpe no se consolidó y no pudieron los golpistas disfrutar de sus perversiones, pero sí es necesario entender que en este mundo de lucha de clases, de concepciones de la historia opuestas, de sociedades con explotadores y explotados y con opresores y oprimidos, cualquier golpe de Estado en el planeta debe contar con aval y subsidio de fuerzas o gobiernos foráneos. No puede ser de otra manera: capitalismo o socialismo. Si en el mundo comenzase –esto es una hipótesis más utópica que realista- a producirse golpes de Estado por el socialismo, entregándole el poder político al proletariado, los que creamos en la doctrina marxista, tendríamos que salir a brindar toda la solidaridad posible a esas acciones. Si es lo contrario, la protesta y la resistencia por las diversas formas de lucha política serían las tácticas correctas e inmediatas a seguir.

Nota: si algo no comparto con Ernesto Villegas no es su criterio que tiene del fascismo, sino la ubicación del mismo para creer que en Venezuela sea posible la instalación de un régimen político de ese género, cuando toda teoría científica y toda experiencia histórica demuestran que sólo es posible tal forma de gobierno en una nación de capitalismo avanzado y no en países subdesarrollados, donde lo máximo a que podría recurrir la burguesía, aterrorizada de su posible derrota y una pequeña burguesía enfurecida y neurótica, es al bonapartismo estilo Pinochet o Fujimori.



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Freddy Yépez


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