El corporativismo madurista "normal"

En la década de los noventa, un crítico literario marxista, Frederik Jameson, advertía que se estaba haciendo más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo. Con esa frase apuntaba al eclipse del pensamiento utópico, y el predominio de las distopías en la literatura. Por supuesto, aquella fue la década del derrumbe del Poder Soviético, ese gigantesco experimento de ingeniería social, que duró unos ochenta años, con un costo humano impresionante, fallido, pero también asombroso en sus logros. De hecho, logró convertir el país más atrasado de Europa, en una de las dos potencias que se repartieron el mundo, con argumentos ideológicos, sociales, políticos y militares, durante los cincuenta años de aquella Guerra Fría. Aunque Jameson se refería específicamente a la ciencia-ficción, apuntaba a un cambio de la cultura política global, que hoy tiene muchas interpretaciones, claro, pero también una misma constatación verdadera: no existe actualmente socialismo. El llamado "socialismo chino" o vietnamita, no son sino variantes de capitalismo, con la "ventaja" de un régimen político totalitario, de partido único.

Por eso, parece un asunto de etnógrafos presenciar el ritual de evocar una supuesta crisis mundial del capitalismo, en cualquier reunión de izquierdistas (termino también sospechoso de caduco), como si de una ceremonia tradicional de una tribu aislada en la selva, se tratara. La cuestión es que el capitalismo goza de buena salud, demostrada precisamente por sus crisis, sus "destrucciones creativas", sus guerras y mutaciones. Acerca de estas últimas, hay un debate, del cual no se han enterado muchos por estos lares, acerca de las transformaciones debidas a la revolución científico-técnica, y, específicamente, las tecnologías digitales. Es una discusión compleja, densa y extensa, por lo que solo la aludiré diciendo que la cuestión es si la lógica del actual capitalismo conduce a formas de dominación análogas al feudalismo, donde más que la explotación de la fuerza de trabajo libre asalariada, hay una extracción brutal de riqueza, recursos naturales o datos (que se organizan en conocimiento y hasta en sabiduría), que hace que haya cada vez más ricos, con riquezas cada vez más exorbitantes, y una mayoría creciente de pobres y excluidos famelicos. Los nuevos señores feudales se enriquecen con la renta que perciben del uso de las plataformas digitales, venden millones de datos para dirigir la publicidad y los mensajes. Sobre eso han escrito, desde Yanus Varoufakis (quien acuñó el término tecnofeudalismo), hasta Motzorov, y muchos otros teóricos.

A esos cambios económicos del capitalismo, acompañan los de la política y la cultura. Es confuso el panorama porque seguimos tratando de verlos con unos lentes vencidos. Ya no se trata de liderizar o ser vanguardia como en el siglo XX, sino de manipular o controlar los mecanismos oscuros de la mente, mediante una psicopolítica (Byun Chul Han) basada en simulaciones, espectáculos, efectos especiales. Más que Lenin, todavía demasiado ilustrado con esa propuesta de conectar la propaganda con una teoría tan sistemática como el marxismo, se hace vigente Goebbels, con su claridad acerca de la posibilidad de manipular los sesgos innatos y las tercas perversiones de la mente humana. El populismo, más que un fenómeno típicamente latinoamericano, hoy es global. No es una doctrina, como todavía lo era el populismo ruso del siglo XIX, sino una técnica política y publicitaria, en la que los significantes (palabras, imágenes, performance) son vacíos y, precisamente por ello, se pueden llenar con lo que el inconsciente colectivo quiera llenarlos: pasiones, ilusiones, locuras. Las lealtades ya no son con ideas, sino con personas, comandantes, líderes carismáticos, "fuhrers". La aspiración principal es ser parte de algo poderoso, más que ser, simplemente. Por eso la política se hace tan parecida a la religión, con sus ceremonias que escenifican mitos milagrosos de Mesías prometidos. En eso concuerdo con Mires y Laclau: Chávez, Perón y Milei están en el mismo saco de Trump, Orbán y Putin. Xi y el gordito de NorCorea merecen un tratamiento aparte.

Mientras tanto, las formas institucionales democráticas y republicanas, que han tenido más de dos siglos para concebirse y estabilizarse, en Constituciones y dinámicas políticas, están siendo destruidas a mandarriazos, como ya lo fueron varias veces, por los nuevos Duces, que se parecen en todo, hasta en sus propuestas organizativas, que se presentan como alternativas a la democracia, o hasta como un "nuevo tipo de democracia", como si una rata fuese un "nuevo" tipo de caballo. Dos ejemplos cercanos, impulsados por el madurismo, se me vienen a la mente: la llamada "Constituyente Sindical" y las asambleas de "poder popular", dos formas organizativas de la normalidad que se quiere imponer "por las buenas o por las malas".

Son demasiado obvias las similitudes entre el sindicalismo "constituyente" madurista y los sindicalismos de la España de Franco, la Italia de Mussolini y la Alemania de Hitler. Los cuatro suprimen la libertad sindical, los sindicatos independientes, y su sustitución por estructuras controladas por el Estado, basadas en el corporativismo, con el objetivo principal de eliminar la lucha de clases y subordinar los intereses de trabajadores y empresarios a los objetivos del Estado y del régimen de partido único. El régimen de Francisco Franco estableció la Organización Sindical Española (OSE), conocida popularmente como el Sindicato Vertical que agrupaba de forma obligatoria tanto a trabajadores como a empleadores (patronos) en una misma organización por ramas de producción o servicio. Su fundamento ideológico (en el sentido de "falsa conciencia" o mierda mental) fue ideario nacionalsindicalista. La OSE estaba profundamente integrada en la estructura del Estado, con sus dirigentes a menudo nombrados por las autoridades. Por su parte, Benito Mussolini implementó un sistema de Corporativismo Fascista, después de disolver los sindicatos obreros y patronales preexistentes, para integrar las nuevas organizaciones en corporaciones, órganos de derecho público, que agrupaban a representantes de ambas partes de la producción, junto con el Partido Nacional Fascista y el Estado, para regular las relaciones laborales y la producción, con el objetivo de lograr una economía nacional armónica y controlada por el Estado. Por supuesto, el corporativismo fascista italiano negó el derecho de huelga. Adolf Hitler también desmanteló los sindicatos libres y estableció un único organismo estatal de control laboral. El Partido Nazi disolvió los sindicatos libres en 1933 y sus bienes fueron confiscados. El Frente Alemán del Trabajo (Deutsche Arbeitsfront - DAF) se convirtió en la única organización laboral permitida. Era una extensión del Partido Nazi que buscaba encuadrar a todos los trabajadores y empresarios. Para nada se trataba de defender los intereses de los trabajadores, sino una herramienta para la disciplina laboral, el adoctrinamiento político y la movilización de la mano de obra para los fines del régimen.

En cuanto a las llamadas "asambleas de poder popular", con las que se llena la boca Diosdado, son simples reuniones de militantes de base del Partido Estado, presentados como una mezcla de las asambleas de vecinos de los tradicionales (desde la Colonia) cabildos municipales, encuentros con funcionarios nacionales, facilitados por aplicaciones móviles, y, en fin, organismos para el control de la población mediante una red de sapos. A leguas se le ven las patas al caballo. Se trata de imponer el esquema institucional cubano, de tres o más grados para la elección de funcionarios, en sustitución de las elecciones universales, directas y secretas de las autoridades. Igualmente, es una expresión de una asfixiante e ineficiente ultracentralización, porque los proyectos finalmente son posibilitados y financiados por la Presidencia de la República, a través de sus ministros que ahora son "padrinos" de los gobernadores. O sea, la profundización de la intervención abusiva del Partido en los consejos comunales y los CLAP lo cual, no solo es antidemocrático, sino, sobre todo, ultracentralista, burocrático e ineficiente.

Esta "normalidad" institucional de los sindicatos corporativizados y las instancias locales ultracentralizadas, no dan espacio al pluralismo político, porque tienen en su centro al Partido hegemónico. Como ocurrió en casi todas las dictaduras, desde Somoza hasta el gobierno colaboracionista de Vichy en la Francia tomada por los nazis, se permiten ciertos "partidos" satélites, políticos profesionales que sobreviven buscando "dialogar", ubicados en organismos de consulta como los del sueño húmedo de algunos columnistas por ahí. Esos colaboracionistas eran como los "adornitos", las guindas de la torta, pero, al final, resultaron igual de perversos.



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Jesús Puerta


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