El proceso por el cual se extendieron condiciones de esclavitud y servidumbre entre los indígenas cristianizados en Moxos y Chiquitos durante el Estado republicano colonial, se originó en la época de la colonia española con el establecimiento de los blancos en las antiguas reducciones, después de la expulsión de los jesuitas en 1767. Los blancos, primero se apropiaron de las tierras comunitarias misionales y saquearon su producción, posteriormente extendieron sus haciendas y subyugaron a los indígenas.
De esta manera, se podía observar a inicios del siglo XX que, entre otros pueblos indígenas, casi todos los churapa –nación chiquitana ubicada en la provincia Sara y la exreducción de Buena Vista–, estaban empleados por los blancos como sirvientes en sus haciendas. Muchos de ellos eran incluso esclavos por deudas, quienes estaban prácticamente atados a sus patrones de por vida. Los patrones además se creían dueños de los hijos de sus esclavos, a quienes solían regalarlos o venderlos a sus parientes o amigos para que les sirvan en sus casas. Por otro lado, los sirvientes churapa llevaban una vida de dura explotación, sólo la fertilidad de la tierra, la cual significaba poca atención en los cultivos, garantizaba de las chacras familiares una alimentación llevaderamente regular para ellos. Sin embargo, el consumo de alcohol, como un vicio generalizado, tan común allí donde se solía establecer la mal llamada civilización, se erigía como otra forma de esclavitud que embrutecía al hombre y llevaba la violencia al hogar, lo que no conocían antes los chiquitanos en sus sociedades ancestrales indígenas.
Para los churapa habían buenas razones para huir al bosque, lejos de la dominación karai (blanca-mestiza), como sucedió en varias ocasiones en la época de la colonia después de la expulsión de los jesuitas. De hecho, esto se manifestó quizá en varias oportunidades también en ésta época que nos ocupa. El etnógrafo Erland Nordenskiöld cuando visitó el Oriente boliviano entre 1908 y 1909 pudo informarse de la manifestación de una huía2. Algunos grupos churapa en una oportunidad, huyendo al bosque para liberarse de la opresión karai, habían construido su propio poblado, donde pretendían vivir bien y en libertad. Los blancos, alegando derechos sobre los indígenas con el pretexto de supuestas deudas que estos habían contraído, quemaron despiadadamente aquel poblado.
Los indígenas como sirvientes de los blancos reflejaban una profunda infelicidad en su conducta y en su apariencia, debido principalmente a que eran obligados a trabajar bajo la amenaza del látigo. Nordenskiöld describió así a los indígenas maropas de la hacienda Benjamin, ubicada cerca del pueblo de Reyes en los Llanos de Moxos: “Todo es pobre, gris, sonbrío y banal. La gente parece enferma, mustia, su vida está vacía, sin alegría, sin interés. Ni siquiera los niños juegan tan libremente y con tanta naturalidad como los niños de los indios de la selva. Rara vez, o nunca, uno escucha salir de estas barracas una carcajada. Nunca saludan a los blancos con el orgullo del semejante, lo hacen con la humildad de hablar al patrón”3. Entre los maropas de Benjamín había también niños esclavos chácobo. Nordenskiöld cuando visitó una aldea chácobo en lo profundo del bosque notó que en ésta eran escasos los niños. Los hacendados practicaban cacerías humanas de niños, asaltando las aldeas indígenas y matando a los hombres adultos. Cuando Nordenskiöld retornó a Benjamín, por el interrogatorio que le hizo el dueño de dicha hacienda, reparó que era éste uno de los lugares de partida de los cazadores de niños indígenas.
Aquellos años eran muy escasos los indígenas llamados “civilizados” que vivían en condiciones de libertad en el Oriente boliviano. Casi todos estaban sujetos a un patrón, ya sea bajo una suerte de condiciones de servidumbre, o de esclavitud. Además no solo estaban en las haciendas, miles de indígenas habían sido trasladados a los bosques de caucho para ser explotados como esclavos en esos sitios. Se dice que allí las duras condiciones de explotación sólo permitían que un hombre sobreviva dos años para luego desfallecer y morir. Los “civilizados” eran llevados por medio de engaños y los selvícolas a través de sangrientas cacerías humanas. La escasez de fuerza de trabajo indígena a causa de su traslado forzoso hacia los gomales fue constatada por Nordenskiöld, quien no pudo encontrar remeros a quienes contratar para trasladarse por los ríos. Sin embargo, denotó la existencia de venta de esclavos, que, observó, eran muy caros.
Algunos grupos de las naciones indígenas selvícolas que habían tenido contacto con los blancos estaban obligados a servir a estos como sus remeros. En Santa Rosa la mayoría de los yuracaré se encontraban bajo esta condición. Endeudados por adquirir herramientas de hierro, ropa y aguardiente, los indígenas debían resignarse a servir a los blancos durante la época de lluvia que era cuando los ríos se hacían navegables. Aunque no había ingresado la esclavitud por esta zona, los servicios que los yuracaré prestaban a los blancos terminaban resultando un pago demasiado caro. De esta manera, solían esconderse en las profundidades del bosque cuando se informaban de la visita de los blancos a sus comunidades. Cuando Nordenskiöld, después de muchos esfuerzos, llegó a una aldea yuracaré junto con sus acompañantes suecos y guía, pudo observar que allí había solamente mujeres y niños, todos los hombres habían huido pensando que se trataba de blancos con los cuales se habían endeudado, y venían a obligarles a trabajar como remeros.
Las misiones en esta época no tenían éxito como lo tuvieron en el pasado colonial hispánico. Les ofrecían a los indígenas: “civilización” y protección a cambio de obediencia. ¿Civilizarlos para qué? Esto significaba básicamente disciplinar sus cuerpos y mentes para incorporarlos paulatinamente a las formas de explotación karai y a una vida de degeneración y pobreza. Simplemente a muchos no les interesaba. Sólo circunstancialmente se incorporaban buscando la protección del cura. Nordenskiöld encontró en territorio yuracaré una misión que estaba en proceso de extinción. De las 45 familias con las cuales antes contaba esta reducción, entonces solamente quedaban 15, las cuales vivían en la pobreza y la mala alimentación, contrariamente a los yuracaré selvícolas que contaban con excedentes de comida. El padre José Cardús quien había intentado en varias oportunidades concentrar a los chácobo en una reducción franciscana, sin tener éxito, decía: “(…) estoy seguro de que cualesquiera, bárbaros o salvajes, que presencien el estado triste en que viven los indios cristianos de Moxos, ninguno de ellos dejará las selvas ni la libertad de su vida salvaje por la civilización de tales cristianos.”4
Sin embargo, de modo lento pero seguro, muchos yuracaré estaban perdiendo su independencia, principalmente los que vivían sobre el río Chapare. Bajo esta situación no era difícil predecir, entonces, la enorme disminución de los indígenas selvícolas libres con el transcurrir de los años, a partir de su establecimiento en los pueblos de los blancos como sus sirvientes.
En Trinidad, y en general en los Llanos de Moxos, las condiciones de crueldad y abuso con las cuales los blancos transferían a sus sirvientes y esclavos indígenas a los enganchadores y barraqueros, con la complicidad del cura del pueblo y el cacique, para ser esclavizados en los bosques de goma, llegaban a su punto más extremo. En una oportunidad el prefecto del Beni había vendido 100 de sus sirvientes al propietario de una barraca gomera a 80.000 liras. Se sabe que en los años 80 del siglo XIX, el gobernador de Trinidad, después de cometer una masacre en la plaza del mercado, había enviado a 250 indígenas a los bosques de caucho. También, en la memoria del pueblo trinitario se mantenía a inicios del siglo XX la crueldad de un hacendado apodado “el exterminador”, que vivía en un lugar llamado “La Loma” cerca de Trinidad, hasta que sus propios sirvientes lo mataron. Su apodo se debía a la crueldad con que castigaba a latigazos hasta quitarles la vida a aquellos indígenas que le causaban problemas5. Al parecer éste se proveía de indígenas endeudándolos y a través de cacerías humanas, para luego dotarles a los prefectos, quienes a la vez los vendían a los enganchadores y barraqueros de goma.
Si bien este caso conocido estremecía a propios y extraños, como “el exterminador” actuaban muchos hacendados. Para ellos era una fuente de buenos ingresos la venta de indígenas, y justificaban su proceder asegurando que estos eran unos “indios salvajes sin alma”, y ellos cristianos. Por otro lado, se habían establecido redes clientelares entre los enganchadores y las autoridades indígenas de las exreducciones, a quienes sólo les había quedado autoridad moral una vez que los blancos ingresaron a gobernar en Moxos desde 1767. El cacique y los miembros del Cabildo convencían a la población a marchar a los gomales junto a los enganchadores, por esto recibían pagos en dinero y especies.
La brutalidad de la dominación karayana (blanca-mestiza), sedienta de sangre indígena, que además había logrado corromper a las propias autoridades originarias, obligó ya a finales del siglo XIX, a varios grupos de trinitarios y loretanos a marcharse a las profundidades del bosque, a un lugar de muy difícil acceso, y allí erigir un poblado totalmente independiente, gobernado por un moxo llamado Santos Noco. Era una suerte de Estado indígena con escuela e iglesia y leyes propias, sin presencia ni influencia de blanco alguno, donde todos vivían bien. Las misas y la enseñanza en la escuela la realizaban los propios indígenas. Si algún blanco o mestizo los visitaba, generalmente comerciante, se habilitaba para que pernocte un cuarto algo alejado del pueblo, y éste solo se podía quedar 24 horas, luego debía marcharse.
Santos Noco, un hombre muy preparado que sabía leer y escribir con admirable perfección, comprendía que la influencia karayana podría volver a enajenar a su pueblo para que este sea fácil presa de la esclavitud, por eso cuidaba que los comerciantes no se acerquen con libertad a su gente, él mismo supervisaba los intercambios en su reducto rebelde. Pero para llegar a conformar un pueblo de estas características, los moxos habían pagado un precio muy caro en vidas humanas.
En 1887, Andrés Guayocho, un anciano itonama que había vivido mucho tiempo en Trinidad, desde San Lorenzo convocó al pueblo moxeño para que este abandonara sus poblados exreduccionales y marchara al bosque en busca de la Loma Santa, que en el imaginario milenario moxo constantemente renovado, significaba un lugar donde se podía vivir bien, en libertad, donde la humedad no afecte la salud humana y lejos de la explotación y dominación karayana. Muchos acudieron al llamado del profeta Guayocho, quien se decía la encarnación de Jesucristo.
El temor de las autoridades karayana, de los hacendados ganaderos y de los empresarios gomeros, de verse sin fuerza de trabajo que explotar en el futuro, les hizo actuar con la represión pronto. Luego de fallar en un intento por arrestar al anciano Guayocho, el prefecto del Beni, Daniel Suárez, junto con el empresario gomero Nicolás Suárez y otros karayanas más, organizaron un Comité de Guerra, que dispuso una expedición armada para castigar a todos los seguidores de Guayocho. Estos ofrecieron resistencia armados con sus arcos y flechas, pero luego, al verse en desigualdad de condiciones, huyeron al bosque; sin embargo, solamente una parte pudo sobrevivir, muchos fueron alcanzados y masacrados. Guayocho a sus 80 años, fue detenido y muerto a golpes de patadas entre burlas y risas de la soldadesca. De esta manera, llegó a existir el Estado independiente de Noco, conformado por los sobrevivientes de la masacre, el cual persistió hasta muy avanzada la primera mitad del siglo XX.
La infelicidad y malestar de vivir en condiciones de esclavitud y servidumbre de los pueblos originarios del Oriente boliviano, traducida desde la racionalidad indígena como “la tierra está sucia otra vez”, provocó históricamente la marcha al bosque como forma de resistencia pacífica a partir de la desigualdad de condiciones de fuerza en la que se encontraban frente al blanco-mestizo. Este alejarse histórico significó, y significa aún, ir en busca de una tierra sin males (Loma Santa, Ivi marai, etc.), es la utopía de alcanzar una vida plena en un mundo sin dominación, ni explotación, ni depredación irracional de la naturaleza.
A inicios del siglo XX, y por muchas décadas más adelante, como pudimos ver, la explotación y el abuso a los pueblos indígenas de tierras bajas fueron similares a la época de la colonia española. Así, la resistencia se tradujo en la huída indígena, como alejamiento, de la sociedad boliviana colonial, a la cual muchos ya estaban subordinados y otros se hallaban en ese proceso, aunque en ocasiones subordinarlos fue difícil y, en ciertos casos, imposible para el karai o karayana. Por su puesto, la resistencia a la subordinación tuvo un costo muy alto en vidas humanas que tuvieron que pagar los indígenas.
Sin embargo, la lucha continuó hasta confluir en la unión y organización de diversos pueblos originarios de distintas regiones, quienes con sus luchas y logros frente al Estado republicano colonial boliviano, más adelante coadyuvarían a sentar las bases para gestar un verdadero proceso de cambio social y político-estatal, el cual por fin, después de tanto caminar y morir en el camino hacia la liberación indígena, se iniciaría el año 2006 con el gobierno del Presidente Evo Morales.
La Paz, 17 de septiembre de 2010
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