José Gregorio Hernández, primer humanista cristiano de Venezuela

A mi madre Narcisa, devota del Venerable

En una ocasión, hace unos cuantos años, me hallaba de visita en la ciudad de Barinas para cumplir con un evento, y me tocó alojarme en un hotel en el centro urbano, donde por las noches me ponía a mirar durante largo rato la televisión, antes de dormir. El televisor a veces ayuda a conciliar el sueño, cuando debería ser lo contrario, tal es la cantidad de banalidades que suelen emitirse por medio de este aparato. Aquella noche llegué cansado del evento a donde había sido invitado; ya en la habitación me di una buena ducha y me puse a mirar la televisión con la intención de conciliar el sueño, cuando de pronto vi que en un programa estaban celebrando algo relacionado con el doctor José Gregorio Hernández, y aparecían varias imágenes suyas con su sombrero, su bigote y su rostro de expresión apacible, las cuales se proyectaron fuera del televisor, en el aire, como en tercera dimensión, creando una imagen ciertamente imposible. Me restregué los ojos viendo cómo la imagen se mantuvo suspendida por espacio de, por lo menos, tres o cuatro segundos.

Atribuí todo esto a mi cansancio, pero antes de dormirme, pensé que a casi nadie se le había ocurrido escribir una novela sobre el insigne personaje, y me dije que ese alguien podía ser, precisamente, yo. Pero a los pocos días desistí de la idea, ocupado como estaba en otras cuestiones; dejé pasar el tiempo hasta que el pasado año, sentado en mi cuarto de estudio frente a mi biblioteca, estiré el brazo y elegí al azar un libro (ahora no recuerdo cual) descubriendo, con gran sorpresa, que dentro del pequeño volumen se encontraba una vieja estampa a color con el rostro de José Gregorio, suceso que constituyó de por sí un azar desmesurado, una de esas casualidades que uno no tiene otra salida que calificar de asombrosas, debido a ese azar que Lezama Lima llama azar concurrente y André Breton azar objetivo cuando hacen posible el milagro del arte. En este caso, la posibilidad de que tal cosa ocurriera era, en verdad, como de una en un millón. Este suceso misterioso me llevó, entonces, a retomar la idea de escribir la novela; movido también, lo confieso, a la devoción que mi madre Narcisa y otras personas de mi familia experimentaban hacia la figura del doctor Hernández.

Ya tenía parte de la investigación adelantada sobre el tema –el "trabajo de campo" previo que hace cualquier novelista antes de comenzar una obra de este tipo— y en esta ocasión hallé varias cuestiones fascinantes, emanadas del mundo espiritual que albergaba aquel ser. En efecto, desde su tierna infancia en el pueblo trujillano de Isnotú, José Gregorio estuvo rodeado de un ambiente de mucha espiritualidad materna, paterna y de sus hermanos, así como de una gran armonía en aquel hermoso pueblo y en el humilde hogar, lo cual le permitió elegir la primera vocación que definió su ser: la medicina. Se empeñó de tal modo José Gregorio en llevar a cabo su sueño, que logró trasladarse a Caracas a estudiar, haciendo todo tipo de sacrificios, hasta convertirse en uno de los grandes pioneros de la medicina en nuestro país; fundador de cátedras en diversas especialidades como la parasitología, microbiología, histología y patología, e introduciendo el uso del microscopio en Venezuela; entregado a formar generaciones de médicos en la escuela de medicina de la Universidad Central y en el Hospital Vargas; pero sobre todo a sanar a infinidad de enfermos de la clase humilde y necesitada, al punto de haberse ganado el epíteto de "Médico de los pobres". No conforme con sanarlos, les daba esperanzas a través de la palabra de nuestro señor Jesucristo, logrando contagiarles esa fe profunda que sólo pueden comunicar los santos, mediante la entrega espiritual a la doctrina cristiana basada en la piedad, la misericordia y el amor al prójimo.

José Gregorio atendió innumerables consultas sin cobrar ningún dinero a la gente humilde, incluso donándoles los medicamentos; fundando consultorios donde exigía honorarios mínimos a la gente pudiente (Bs. 5) para poder atender y sanar a los pobres, y así se le reconoció como a un salvador de vidas. Su fama corrió pronto por todo el país, mientras sus colegas médicos también reconocían en él a un acucioso investigador y a un impecable profesor, dotado de una voluntad de conocimiento científico como pocos ha habido en nuestro país; al punto de haber sido elogiado varias veces por la sociedad médica, participado en numerosas conferencias internacionales y visitado las principales capitales de Europa en busca de nuevos conocimientos. Es muy reconocida su lucha junto al doctor Luis Razetti, para erradicar la gripe española. Además de ello, Hernández fue amante de la música y ejecutante del piano, estudioso de la filosofía y escritor, autor de inestimables artículos publicados en las principales revistas de su tiempo sobre diversos tópicos, tanto literarios, humanísticos como científicos, lo cual nos lleva a señalarlo como a un verdadero humanista de su tiempo. En este caso, me atrevo a afirmar que se trata de nuestro primer humanista cristiano de esta magnitud en el siglo XX.

José Gregorio Hernández trató, por todos los medios posibles, de ingresar en varias órdenes religiosas de Italia, a objeto de convertirse en un sacerdote y en portador directo de la fe cristiana, pero todas sus tentativas fracasaron debido a que nunca pudo asumir las duras exigencias de trabajo físico requerido, ni soportar los rigores del clima europeo, terminando enfermo al punto de peligrar su vida, siéndole en varias ocasiones recomendado regresar a su país o probar en otra parte, razón por la cual José Gregorio se vio obligado a regresar a su país, en momentos en que se estaba viviendo una feroz represión política en tiempos de la dictadura de Juan Vicente Gómez, tratando de establecer nuevos consultorios médicos en medio de muchas dificultades. La vehemencia que mostró hacia la práctica de la fe religiosa y cristiana, se vio reflejada en la mejoría que prodigó a sus pacientes, a quienes trató cubriendo todas las clases sociales y de cualquier condición, lo cual hizo que pasara a ser de un médico más, a un sabio humanista dotado de enorme sensibilidad social, quien podía curar a las personas con sólo verlas, tocarlas o hablarles. Entonces su popularidad creció de tal modo que la gente comenzó a decir que hacía milagros, y a divulgar esto por todas partes, lo cual José Gregorio desmentía, ruborizándose. Miles de testimonios de sanaciones corrían de boca en boca, en el país y fuera de él. Llegado un momento, su prestigio y popularidad fueron tales, que después de su trágico fallecimiento estos testimonios se multiplicaron y comenzaron a hacerse las propuestas de innumerables fieles, para que se le considerara santo, dentro del canon de la iglesia católica.

Primero, lograron se le concediera el título de Siervo de Dios, luego de Venerable, hasta que finalmente la iglesia católica consideró que poseía méritos para ser declarado santo eran suficientes, coronado todo ello por el milagro efectuado durante el año 2017 en una niña de diez años del estado Apure llamada Yaxury Solórzano, quien había recibido un disparo en la cabeza, la bala estaba alojada en su cerebro; perdió una considerable porción de masa encefálica y gran cantidad de sangre. Los médicos aseguraron que, si acaso lograban salvarla, la niña quedaría sufriendo el resto de su vida de alguna incapacidad motriz, de lenguaje o de los sentidos, tan delicado era su estado, cuando se produjo al cabo de unos días el hecho insólito de que la niña Yaxury se levantó sola de la cama caminando por la habitación y preguntando por su madre, quien le había implorado a José Gregorio por su vida. Este hecho extraordinario fue certificado tanto por autoridades médicas como religiosas, y entonces la Santa Sede en el Vaticano, luego de un exhaustivo estudio de sus virtudes, decidió su beatificación.

En José Gregorio Hernández se funden las virtudes de un ser humano que cree en la superación espiritual y en las fuerzas divinas que nos dominan, centradas en la doctrina de Jesucristo, el cristianismo, la corriente religiosa de mayor influencia en occidente. Por otro lado, José Gregorio encarnaría en este caso la confianza en la ciencia, y en tal sentido vendría a ser un vástago del mejor positivismo, es decir, del Iluminismo emanado de la Ilustración francesa del siglo dieciocho, de Montesquieu, Rousseau, Voltaire y otros que propugnaron una civilidad sustentada en el conocimiento racional y movidos por una ciencia iluminadora, que se abre paso en la densa maleza de la superstición y la superchería; esclarece y abre nuevas posibilidades de convivencia a la humanidad, en esta hora tan aciaga que la acecha. El positivismo luego sufriría varias lamentables desviaciones por parte del neoliberalismo voraz.

La trágica muerte del doctor Hernández a causa de un arrollamiento automovilístico en el barrio donde vivía (ese día había estado muy feliz porque se enteró que se había firmado un tratado en Versalles en favor de la paz), habla mucho del monstruoso daño que pueden causar la ciencia o la razón cuando no están bien manipuladas, y caen en manos de tecnócratas belicistas ignorantes e irresponsables, en vez de humanistas o estadistas verdaderos. Pudiera funcionar este trágico acontecimiento como una metáfora del daño que puede causar el "progreso" a la sensibilidad humana, cuando sus objetivos se miden por lo cuantitativo o lo puramente utilitario. En este sentido, creo, deberíamos hacer una profunda reflexión de las cosas que realmente importan en la vida, sobre todo en momentos tan aciagos como los actuales, en que una letal pandemia se ha apoderado del planeta cobrando tantas vidas inocentes, donde las más son de médicos y de personas abnegadas laborando en centros de salud; nos llama a la reflexión cuando observamos que muchos de los antídotos y vacunas utilizadas para combatir el virus, forman parte de una estrategia de comercialización destinada al enriquecimiento de grandes compañías farmacéuticas.

Lo que cabría en el momento actual, en todo caso, es una meditación filosófica en sintonía con la espiritualidad anímica surgida de los mitos y las creencias ancestrales que dieron lugar a las religiones, y que éstas a su vez pueden funcionar para ayudar a salvar a la humanidad de una inminente catástrofe. Un simple medio de transporte, usado como medio de poder con un furioso contenido de velocidad, fuerza y violencia supremacistas; barcos, submarinos, aviones, cohetes, satélites, computadoras, robots y drones han servido no sólo para aligerar nuestros viajes y acercarnos, sino también como instrumentos de guerra para destruir países, territorios, seres humanos y naciones, causando inmenso dolor.

La iglesia católica –que también ha vivido terribles crisis como institución-- a través de su principal autoridad, el Papa Francisco –un pontífice ciertamente de avanzada y con plena conciencia social-- ha anunciado la beatificación de José Gregorio Hernández para este 30 de abril, en gesto y llamamiento de unión para un pueblo que ha luchado tanto en medio de un clima político ciertamente difícil, donde las fuerzas dañinas del capitalismo global nos acechan desde Estados Unidos, Colombia y otras naciones prestadas a este macabro juego de la política del estado liberal burgués, en plena decadencia. Acabo de presenciar por televisión el acto de beatificación, y ha sido en verdad uno de los acontecimientos religiosos más conmovedores que he contemplado, empapado de esa emoción venezolana donde se conjugan la música, la poesía, la fe y la esperanza, una maravillosa misa repleta de significación espiritual, donde los altos prelados de la iglesia venezolana y otros invitados de diversas partes del mundo, los fieles, los sacerdotes, los sacristanes, todos dieron constancia de su elevado espíritu.

Cada venezolano debe estar consciente, en este contexto en que celebramos también los doscientos años de la batalla que selló nuestra independencia como patria, la de Carabobo, llevada a cabo por nuestros inmortales libertadores encabezados por Bolívar, que cada uno de nosotros debe aportar su esfuerzo, --individual y colectivo-- para seguir llevando a nuestra patria adelante, con valentía y orgullo. En este sentido he realizado mis discretos aportes literarios: una narración sobre La epopeya de Carabobo y el ideal de Bolívar, y esta otra en forma novelada que emprendí sobre el Siervo de Dios, Doctor José Gregorio Hernández. Milagros y misterios del santo venezolano, ofreciendo su próxima publicación en un momento propicio a mis coterráneos, y a todo aquel que desee observar un poco más de cerca su vida ejemplar, como parte del merecido tributo que deseamos rendir a este humanista venezolano, esclarecido científico de alma noble y fe inquebrantable, convertido en uno de los mejores símbolos de la venezolanidad de principios del siglo XX aún vigente en el XXI, quien hizo y sigue haciendo tanto bien a nuestro pueblo, conmoviendo tantos corazones.

 



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Gabriel Jiménez Emán

Poeta, novelista, compilador, ensayista, investigador, traductor, antologista

 gjimenezeman@gmail.com

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