La cuestión ecológica y el principio femenino

Las generaciones jóvenes heredan un mundo humano marcado por una serie de temas propios de este tiempo. Lamentablemente quienes tenemos más pasado que futuro no supimos dejarles una buena herencia y hoy pensamos que quizás nuestros hijos y nietos no tengan mejores condiciones de vida de las que tuvimos nosotros. Encabezan la agenda de los temas de este tiempo la cuestión democrática y la cuestión ecológica. No trataremos aquella en esta oportunidad, sólo diremos que hay una marcada tendencia de crecimiento de movimientos antidemocráticas, de ultraderecha, supremacistas. No es de extrañar que poco a poco emerjan con fuerza grupos de ultraizquierda como respuesta a esta situación. A ello cabe sumar todos los efectos de la postverdad y las crecientes teorías de la conspiración, magnificadas en su eco gracias a las llamadas redes sociales. En todo caso, el autoritarismo se extiende destruyendo la deseable eticidad democrática.

Más importante aún parece la cuestión ecológica y ello por una obviedad: la vida en el planeta está amenazada y sin vida ni democracia ni autoritarismo habrá. El tratamiento de esta cuestión resulta complejo. Por ejemplo, requiere el concurso de auténticos ejercicios inter y transdisciplinarios entre ciencias naturales, ciencias humanas y sociales y saberes muy diversos, muchos de ellos originarios. No olvidemos que las comunidades amerindias así como otras originarias de África y Asia han comprendido mejor su relación con el entorno natural. En cambio, la tecnológica voluntad de poder occidental tiene la mayor cuota de responsabilidad del desastre ecológico. Dada la complejidad del fenómeno nos circunscribimos sólo a la cuestión ética y su vinculación con la cultura femenina.

En un ensayo titulado "Lo relativo y lo absoluto en el problema de los sexos" Georg Simmel afirma: "...donde surge un tipo específicamente femenino de conducta ética (lo cual no es de ningún modo el caso en todos los individuos femeninos, dada la cantidad de estadios intermedios entre el polo masculino y el femenino) brota de aquella unidad del ser, que es unidad de uno mismo con la idea.". Para Simmel el principio de actuación femenino se caracteriza por estar orientado a la totalidad, a la unidad, a diferencia del principio de actuación masculino orientado hacia la especificidad de la relación sujeto-objeto marcada por la división del trabajo. Simmel atribuye este carácter masculino a la lucha por la existencia en la exterioridad, a su direccionalidad hacia el dominio de lo objetivo externo, mientras que la mujer por su maternidad ha estado evolutivamente vinculada con el hogar. En la medida en que retrocedemos en el tiempo histórico se reduce el dominio técnico actualmente alcanzado y se precisa más la fuerza física para lograr la sobrevivencia. Ello hizo del varón la apertura hacia lo exterior y de la mujer el cierre hacia el interior. Más allá de los condicionamientos biológico y sociocultural de lo femenino y lo masculino, lo cierto es que la mujer se asocia con el cuido y el varón con el dominio, con la voluntad de poder.

Simmel afirma que las instituciones dominantes de nuestro mundo han sido construidas por el varón. La ciencia, la política, el derecho, etc., llevan la marca objetivista masculina, de modo que cuando la mujer entra a competir en ellas entra en la lógica masculina. Thatcher será toda una dama de hierro, pues tuvo que serlo para abrirse campo en un espacio cruelmente masculino. Thatcher mujer se constituye masculinamente, igual que casi todas las mujeres políticas que hemos conocido. Pero lo mismo se puede decir, entre otras, de las abogadas, las científicas y hasta muchas de las autodenominadas feministas. En otras palabras, se trata muchas veces de mujeres con una racionalidad instrumental masculina, precisamente la que ha sometido a la mujer misma y ha edificado los aspectos más destructivos de la civilización occidental. Simmel afirma que esta adaptación competitiva que hoy llamamos igualdad de oportunidades no es neutra, es masculina. Afirma, empero, que resulta más grave aún la pérdida de aquello que la cultura femenina puede ofrecer a la humanidad entera, especialmente en lo que refiere a una visión integradora, orientada al todo. En lo concerniente a la dimensión ética el polo femenino aporta mediante esta orientación integradora la superación de la alienación entre sujeto y objeto, entre yo y mundo, entre ser humano y naturaleza. Significa repotenciar una ética del cuidado.

Esta tesis propuesta por Simmel hace más de un siglo, en los albores de la lucha feminista, llega a nuestros días de la mano de brillantes pensadoras que algunos ubican dentro del rótulo ecofeminista. Una de ellas muy destacada, Seyla Benhabib, filósofa nacida en Estambul en 1950, participa activamente en los debates éticos más recientes frente a personajes tan relevantes como Jürgen Habermas. De este toma la propuesta de una democracia ética deliberativa caracterizada por una racionalidad comunicativa ampliada a toda la sociedad e inclusiva, todo ello bajo la égida de un renovado imperativo categórico que palabras más, palabras menos, reza que a la hora de tomar decisiones deben participar todos los interesados y afectados potenciales por la cuestión a deliberar en el marco de la mayor simetría comunicativa como ideal regulativo de habla racional, adecuadamente argumentada. No vamos a desarrollar esta cuestión aquí, digamos sólo que se trata de prácticas democráticas efectivamente participativas y protagónicas. Llegados aquí, Benhabib reclama a Habermas que en su propuesta ética y política falta muchas veces explicitar la necesaria participación de lo femenino y su aporte de una ética del cuidado. En cierto modo, Benhabib reivindica la representación tradicional de lo femenino pero hay allí un giro para que dicha representación se torne subversiva para la lógica masculina de la dominación establecida. El cuidado supone detener el despilfarro, el consumo irrazonable; supone poner freno al sometimiento y depredación de la naturaleza externa e interna (humana); supone repensar la dimensión epistémico-ética de la ciencia moderna como una ciencia dirigida al sometimiento tecnológico de esa naturaleza. Supone muchas aristas más, todas muy interesantes. Digamos, para concluir, que esta ética del cuidado se asocia directamente con el entendimiento del planeta como nuestro hogar, que ha de ser preservado pues este hogar es una totalidad y sobre todo un sujeto, nunca un mero objeto. Así, feminismo efectivamente rebelde, feminismo no masculino y ecologismo, se dan la mano e impulsan una nueva sensibilidad humana para una política y economía que recree nuestro porvenir. ¿Podrán las generaciones más jóvenes superar los estrechos límites de la racionalidad imperante que no pudimos superar sus padres? Ojalá. En lo dicho se esboza una propuesta para discutir la necesaria educación del futuro.



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Javier B. Seoane C.

Doctor en Ciencias Sociales (Universidad Central de Venezuela, 2009). Magister en Filosofía (Universidad Simón Bolívar, 1998. Graduado con Honores). Sociólogo (Universidad Central de Venezuela, 1992). Profesor e Investigador Titular de la Escuela de Sociología y del Doctorado en Ciencias Sociales de la Universidad Central de Venezuela.

 99teoria@gmail.com

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