Binóculo Nº 433

Colombia: Esclavos o libres

En julio del 2017, publiqué en este prestigioso portal y en el semanario Kikirikí, un artículo titulado "No nacimos pa´semilla". Allí escribí lo siguiente:

"Hace 25 años, en una investigación que hice sobre la violencia en Colombia, cuyos reportajes se publicaron en el diario Economía Hoy, ya desaparecido, me topé con un libro recién publicado en 1990 titulado "No nacimos pa´semilla" de Alonso Salazar. El autor hizo una amplia investigación sobre la violencia y sus formas en la Colombia de entonces. Hay narraciones allí que hielan la sangre. Hubo a principios de los 60 una modalidad impuesta por el Estado colombiano de pagar cazadores de recompensa para que buscaran asesinos que estaban esparcidos por todo el país. A uno de esos caza-recompensas lo enviaron a buscar a un asesino llamado "Gorra negra" a quien finalmente capturó, mató y decapitó y anduvo por días con la cabeza putrefacta y llena de gusanos hasta llegar a la policía para que le pagaran. También había una modalidad en los asesinatos, llamado el "corte de franela", el cual consistía en poner la cabeza de la persona viva en la baranda de un puente y decapitarlo con un machete a la altura del hombro. La intención era que la cabeza cayera al vacío. Eran "chusma liberal matando conservadores y chusma conservadora matando liberales", tal cual narra uno de los entrevistados por el escritor; y a las fuerzas armadas colombianas aliados de ambos. Esa violencia nació el 9 de abril de 1948 con el asesinato del líder político Jorge Eliecer Gaitán. Una violencia que no se detiene. Hace apenas cuatro días (julio del 2017), soldados colombianos detuvieron a una ex guerrillera de las Farc incorporada al proceso de paz, ya en la vida civil. La decapitaron viva, según narran ellos mismos y publicaron las fotos".

73 años después, pareciera que el pueblo colombiano llegó al tope y no está dispuesto a echar atrás, no importa los brutales niveles de represión desatados por el gobierno de Iván Duque. En ese transcurrir, han acontecidos hechos que ya están en la memoria de los neogranadinos: la casi extinción de las guerrillas, si acaso las más numerosas y más poderosas del mundo en su momento; el auge de los carteles de la droga, incluyendo el periodo de un millonario enfermo capo de la droga llamado Pablo Escobar Gaviria; la extinción de la Unidad Patriótica, cuando asesinaron a cinco mil líderes de la izquierda en un duro proceso de incorporación a la lucha política; el surgimiento y caída del inédito e ingenioso M19, protagonista de uno de los hechos memorables de la historia colombiana como fue el secuestro al Tribunal Supremo de Justicia y la matanza de todos los jefes guerrilleros, incluyendo a los jueces por parte del ejército; el asesinato de los jefes guerrilleros que fueron a las campañas electorales; el surgimiento de una las máculas más dolorosas de ese país, como lo es Álvaro Uribe Vélez, autor y protagonista de todo lo malo que le ha ocurrido a Colombia en los últimos 30 años, el desarrollo del paramilitarismo con sus falsos positivos, con sus asesinatos masivos y selectivos, con sus secuestros y con sus vinculaciones a la nueva generación de políticos y empresarios colombianos, la aparición de los movimientos sociales en los barrios, que fueron extinguidos a sangre y fuego por el gobierno y los paramilitares; el surgimiento de las bandas de delincuentes menores de edad, hijos de la miseria y de la injusticia, que se apoyaban en la Cucha, Chusito y la Camándula para cometer los peores asesinatos del sicariato.

También es justo decir que, en ese amasijo, ese enredo, ese revoltijo de carne que es la sociedad colombina, vivieron el periodo de la gloria del futbol con Valderrama, Higuita y Asprilla a la cabeza; tuvieron la delicia del vallenato, si acaso el género musical más viejo del mundo; vivieron el deleite de García Márquez, un Premio Nobel que nos pertenece a todos los latinoamericanos; sintieron las locuras de Fernando Botero y el uso de la gordura como concepto; su juventud rebelde impulsó un movimiento cultural que dio mucho que hablar.

Desde 1948 hasta ahora, Colombia está viviendo uno de sus peores momentos en toda su historia. Y aunque su historia ha sido de represión, asesinatos, desalojos, torturas, matanzas colectivas, injusticias y un Estado que ha sido irracional en todo momento, pareciera que el pueblo colombiano se cansó de poner los muertos. Se cansó de que desde Estados Unidos se dictaran las políticas, se cansó de que una clase política profundamente corrupta tomara decisión por ellos, se cansó de que les quitaran sus reivindicaciones sociales. Se acaba de dar cuenta que no tiene futuro, que las nuevas generaciones serán esclavos de bolas, cadena y grilletes, y que los venderán al mejor postor en el caso de que sirvan, o convertidos en salchichas y soylent Green cuando solo sean despojo humano.

Es la razón por la que el pueblo colombiano está en la calle. A sabiendas de que los están matando y que no tienen armas para responder, sino la simple voz, el orgullo, la fuerza de estar allí, las lágrimas por los muertos, y la apuesta a la sobrevivencia. De alguna manera, saben que esta es la batalla final. Si pierden, viene la matanza y la derrota total. Habrán mercados de esclavos donde se vendan hasta por docenas. Si gana, llegara el tiempo de reconstruir, con la dignidad a cuestas y la voluntad de forjar una nueva sociedad, una donde todos sean seres humanos, una que no vea la sangre chorrear en el arco iris de la mañana.

Caminito de hormigas…

Acabo de ver una segunda encuesta hecha a nivel nacional. Todos los alcaldes, absolutamente todos, y casi todos los gobernadores salen raspados. Además, la intención de acudir a las urnas, es casi nula. Claro está, aún no comienza la campaña.



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Rafael Rodríguez Olmos

Periodista, analista político, profesor universitario y articulista. Desde hace nueve años mantiene su programa de radio ¿Aquí no es así?, que se transmite en Valencia por Tecnológica 93.7 FM.

 rafaelolmos101@gmail.com      @aureliano2327

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