Desde la perspectiva de una mujer afrovenezolana
Lo social en el recorrido de la vida espiritual del legado de los Africanos y sus descendientes, muestra de su presencia, en los saberes de su decir, nuestras experiencias en la recuperación de todos los imaginarios plenos de información, producciones orales guardadoras del saber, tecnologías aplicadas para la supervivencia y la producción de la paz, la satisfacción y la felicidad, producción del conocimiento para la vida y su satisfactorio y sano despliegue, entre otros. Es más, tanta riqueza no se puede destruir, pero readjudicarla, es otra cuestión. La indestructibilidad reside el propio sistema social, que a través de los cumbes, pudo consolidar y dejar como memoria histórica y colectiva. Memoria por la que la Afrovenezolanidad se reconoce a sí misma al suscribir el discurso propio, lejos del dicho por el viejo sistema colonial y el neocolonialismo, amén de quienes, se pliegan a sus decires, acerca de lo que somos. Un imaginario posicionado en base a prejuicios y a estereotipos, que en el tiempo se han ido y se van reconstruyendo.
En los cumbes, lecho ancestral de sueños libertarios y practicas emancipadoras, profundamente implicados en todas nuestras manifestaciones culturales, en nuestra forma de ser, de sentir y de asumir lo social, se perfila en cada hacer, el espíritu identidario afro. Superando el robo de nuestra creatividad y el posicionamiento de estafadores del saber, que con ello han posicionado como "descubrimientos", nuestras costumbres ancestrales. Primero, sacándolas de contexto y presentándolas a su forma. Segundo, quitándoles su brillo espiritual y reproduciéndolas como tradiciones en otros contextos, en la mejorcita de sus versiones, porque en la de más baja categoría, produciéndola como un acto cultural de la vieja caduca escuela: al estilo "Happy End", en una secuencia de palabras posadas, inmóviles, sin historia, sin arraigo, desespitualizadas. Y en una tercera forma, renovándose en el saber colonialista, y subordinando prácticas emancipadoras como la siembra, la fabricación de tambores, la elaboración gastronómica, a proyectos institucionales, de entes públicos o privados, y sacándolas de sus contextos con el mismo formato de una procesión virtual. Para exhibir, para reproducir, pero, robando lo primordial, la fe de los sueños juntos. Esa fe inquebrantable que no permitió que nos doblegaran el espíritu, que no impidió el avance en la causa libertaria, sino que la renovaba cada día.
El sistema neocolonial, disfrazado de descolonizador, al estilo de los descubridores imperiales, que subordinan la historia a sus convenientes interpretaciones, creando mitos y héroes, que usurpan el protagonismo de nuestras comunidades afro, acervos de lucha y heroísmo diario, un heroísmo normal, nada escandaloso; el heroísmo de resguardar nuestras sapiencias, de continuar su practica, sin ceder un milímetro a otras prácticas que en nombre de la civilización y el progreso –según los intereses del neocolonialismo- nos esclavizan.
El patio de mi abuela, el porche y los lados laterales, el techo del lavadero y de toda la casa, estaba lleno de matas. Unas para la alegría del espíritu, otras para fortalecer el sistema inmunológico, muchas otras para abastecerse en la cocina y otras para la cosmética de la época y la medicina necesaria en la torcedura, en el dolor de la columna, en la menstruación con dolor, entre otras patologías tratadas.
Nada era aislado en ese decir de "Las matas del frente", "el porrón de espejitos", "en la lata de leche, nueva" y así por delante. Así conocíamos, cada categoría de esas matas y donde estaban, hasta que nos aprendiéramos los nombres, porque ya habíamos aprendido para que servían. Hasta los gatos, sabían por cual mata iba a recibir su escobazo al aire, porque también había una forma de espantar al gato sin que se asustara lo suficiente para marcharse y dejar de hacer su trabajo.
¿Quién enseña esto? No hay modo. Es experiencia. Y como conocimiento, transmitido en el largo recorrido del espíritu, como dije al inicio de este compartir. Porque esto es lo que nos ha caracterizado como identidad cultural, los valores que transversa cada una de nuestras tradiciones y formas de ser y sentir. La perseverancia de creer en el sueño, lo inquebrantable de la voluntad y el respeto por los decires y saberes de los nuestros. Con la lucha permanente contra la desmemoria y la pedagogía del olvido, es en esta diminuta pero significante parcela, nuestra militancia y activismo. Traducido en la identidad, que quiere hablar desde otros referentes, sobre nosotros; adicionado por quienes tomando la historia de los otros, se apropia de lo nuestro y lo relata desde otros paradigmas, que nos aniquilan en su oportunismo. ¿Aniquilación? Nunca. Pero sí, continúan la mano larga del robo colonial, porque desde las atribuciones de nuestras experiencias, las convierten en herramientas del arsenal de su propia brillantez. Dejando nuestra creatividad, como una parcela descubierta por otras genialidades, que nosotros y nosotras, dizque somos incapaces de ver.
Cierto es, que a medida que avanzamos en el conocimiento afroepistemológico, también nos vamos descubriendo en él, pero nosotros, desde nuestros referentes, experiencia e historia. Para esto, no se necesitan descubridores proporcionados por la neocolonialidad y sus academias o servidores.
Estamos llenos de baños para la recuperación de la salud: del espíritu, del cuerpo, del alma, de la alegria, del buen y satisfactorio vivir. Cuando una mujer nuestra, hace estas recomendaciones; la neocolonialidad salta colocando este conocimiento, como brujería. Cuando la new age, comienza a recetar con piedras, colores, yerbas, baños, y otras llamadas terapias, tienen otra nomenclatura: terapias alternativas, medicina alternativa, almica, constelaciones, etc. Es decir, que la honra nuestra al conocimiento ancestral, el respeto a nuestros mayores, en los otros, tiene un valor distinto, porque las constelaciones tienen la creatividad de un alemán y el conocimiento sobre la recuperación de la alegría y la motivación para liderarse, liderar, contribuir. -actos de profundo contenido social-, es entonces creatividad imperialista, es decir, la visión empresarial de un grupo ajeno al espíritu por el cual, tal conocimiento fue producido. Tomando entonces, una espiritualidad fabricada en los laboratorios del consumismo, de las empresas del neocolonialismo.
Ahora bien, cuando es en la misma territorialidad, que se despliega, la endógena empresa neocolonialista, donde las practicas ancestrales, son parte del reservorio de cierto proyecto presentado a la institucionalidad y para lo cual, se usó grandes presupuestos, la historia no cambia. Son nuestras comunidades, quienes poseyendo la experiencia de ese conocimiento ancestral, de producción de bienes de primera necesidad, son hechas a un lado en su historia, al replicar en los escenarios "bulto", subordinados a la producción de números grandes y poco o nulo seguimiento, que además es producido por "una selección de gente de a pie", y vista en su sacrificada producción, como la corona del virreinato, integrado este a su vez, por un pequeño grupo de individuos u organizaciones, que obedecen al mando institucional concertado y que por ello tendrían qué reconocer, pero que la institucionalidad y sus sujetos institucionales, que además se encuentran en nomina del estado, son envestidos en una capa "a lo Batman" (por cierto anoche vino mi vecina a buscar su gato, que tiene este nombre, el mío se llama Felipe, nombre puesto por mi madre) como signo de heroicidad. O sea, porque el funcionario, pagado por el estado venezolano, hizo su trabajo.
¡Y así nos vamos morena! Desmemoriándonos y adjudicando a planes y proyectos, con funcionarios pagados, el heroísmo de nuestra estirpe. Los ingenieros van a nuestras comunidades afro a enseñarnos a sembrar, los maestros nos enseñan como bailar nuestras tradiciones, los libros escritos por los convenientes intereses neocoloniales, de lucro y poder, nos enseñan a cómo defender nuestros derechos de mujer y a vernos desde las biografías que escribieron historiadores con lentes académicos europeos, que presentan a la mujer, llena de sacrificios, deshonrada en sus atributos espirituales y presentándola no como víctima desde la no concreción de reivindicaciones y reparaciones históricas, sino desde el sometimiento al atropello del compañero o la minimización de sus atributos naturales, cambiando su memoria de guerrera por la memoria de víctima, inmóvil y pobrecilla. Donde la virtud de su coraje, se reduce a la mirada empobrecida del otro, que solo es un fisgón desde fuera y que escribe desde lo suyo.
Solamente, paseándose por la fila de luchadoras cimarronas y sus atributos y capacidades desarrolladas, por el temple de nuestras bisabuelas y abuelas, se rompe este estereotipo que nos quieren imponer y para lo cual, es vital para ellos, desmemoriarnos.
Hemos tenido como compañeros de juego, vacas, patos, gansos, gallinas. Nos hemos repartido las matas, para su cuidado. Hemos aprendido una forma de cocinar, de hacer el café y de tomarlo. De hacer crecer y fortalecer nuestro espíritu, sin negar los avances progresistas de la época, pero nos seguiremos defendiendo del "demonio descubridor colonialista" y del robo de nuestra creatividad como afrovenezolanos y afrovenezolanas, sujetos protagonistas de una profusa historia, de gran contenido social, cultural, político y espiritual.
No hay negociación posible, para desarraigarnos de esta memoria que nos define y nos ha definido en las pisadas del ayer y el hoy, del espíritu que nos determina. Somos hijos del coraje, el centinelaje, la predicción, la historia, de un espíritu que mantiene hasta hoy la causa libertaria y no la entrega al despilfarro, de quienes pretenden adjudicarse su camino y la limpieza de sus terrenos ancestrales de la siembra y cosecha de su legado.