Las revoluciones en Europa y Japón

Los movimientos de unificación nacional que conoció Europa en el siglo XIX deben, por más de un motivo, ser consideradas como revoluciones burguesas. Fuera cual fuera en realidad la importancia del factor nacional en el Renacimiento o en la unidad alemana, las fuerzas nacionales no hubieran podido llegar a la creación de una sociedad moderna y de un estado unitario si la evolución económica interna no hubiera tendido hacia el mismo objetivo. Todas las dificultades halladas en el análisis histórico, y que han provocado muchas de las confusiones, se deben a que esos movimientos constituían, a diferencia de la Revolución Francesa, revoluciones de tipo mixto a la vez nacional y social.

En uno de sus planes de trabajo, en prisión, Gramsci señalaba este tema de reflexión; “La ausencia de jacobinismo en el Renacimiento”. Gramsci, que define al jacobinismo en concreto por la alianza de la burguesía revolucionaria y las masas campesinas, subrayaba así que el Renacimiento, revolución burguesa, no había sido una revolución tan radical como lo fue, gracias a los jacobinos, la Revolución Francesa; esto significaba también plantear el problema del contenido económico y social de una y otra. En la medida en que el Renacimiento había “carecido”, según la expresión de Gramsci, de revolución popular y concretamente campesina, en esa medida se aleja de la revolución burguesa de tipo clásico cuyo modelo ofrece la Revolución Francesa. Esta negación de la burguesía italiana a aliarse con el campesinado en la época de la unificación, alianza revolucionaria por excelencia, el compromiso que después venció en la realización de la unidad nacional entre aristocracia feudal y burguesía capitalista, tiene sus orígenes medio siglo antes en las soluciones que entonces se aportaron al problema agrario. Con las reformas que a finales del siglo XVIII y principio del XIX sobre todo bajo la ocupación francesa, pero de distinta naturaleza según las regiones, precedieron a la unidad italiana, se abolió el régimen feudal, pero no obstante subsistió en la sociedad italiana moderna una gran propiedad terrateniente aristocrática. Mientras, como consecuencia de la Revolución, el campesinado francés se desunía irremediablemente, la masa campesina italiana seguía en la condición de trabajador agrícola apegado a la tierra o de colono tradicional: los antiguos vínculos de dependencia persistieron. En Francia la burguesía revolucionaria había apoyado finalmente la lucha del campesinado contra el feudalismo y había mantenido esta alianza hasta su liquidación: en Italia, ante las masas campesinas se unió el bloque de la aristocracia terrateniente y de la burguesía capitalista. La unidad italiana mantuvo la subordinación de la masa campesina al sistema oligárquico de los grandes propietarios y de la alta burguesía, sobre la base de una propiedad sobre la tierra de tipo aristocrático. Los liberales moderados que fueron artífices de esa unidad, y Cavour el primero, cuyo nombre simboliza esa comunidad de intereses, no podían pensar en seguir la vía revolucionaria francesa: el levantamiento de las masas campesinas hubiera puesto en peligro su dominio político.

Las consecuencias tuvieron su importancia en la formación del capitalismo italiano. A diferencia de Francia, en Italia no se formó una amplia capa de propietarios libres e independientes que produjeran para el mercado; los ingresos en especie siguieron prevaleciendo y persistió la dependencia de la producción respecto al mercado y al beneficio comercial. Así se tipificó la vida italiana de transición al capitalismo: vía de transición que mantuvo la subordinación del capital industrial al capital comercial, vía de compromiso que desembocó en un capitalismo oligárquico con tendencias monopolistas. Un proceso parecido caracterizó, bajo distintas modalidades, a la unificación alemana. Para tomar un ejemplo fuera de Europa, la revolución Meiji constituye también para Japón el punto de partida de la formación de la sociedad capitalista, situándose, en ese sentido en la línea central de la Revolución Francesa. Iniciada en 1867, desembocó tras diez años de disturbios en la disolución del antiguo régimen feudal y señorial y en la modernización del estado japonés. La “apertura” del país por la presión de los Estados Unidos y Europa precipitó la evolución, pero sin que hubieran tenido tiempo de madurar de manera autónoma y suficiente las condiciones internas, económicas y sociales, necesarias para la revolución burguesa.

Así se explica, sin olvidar la importancia de las circunstancias de la apertura del país bajo la presión exterior, que la revolución Meiji haya desembocado en la formación de una monarquía absolutista y oligárquica: a diferencia de la Revolución Francesa que destruyó el estado absolutista y permitió la instauración de una sociedad democrática burguesa. Pese al desarrollo del capitalismo moderno, esos vestigios persistieron hasta la reforma agraria de 1945 (nochi kaikaku) que asumió precisamente como misión la liberación “de los campesinos japoneses oprimidos varios siglos por las cargas feudales”: lo que demuestra que, “la revolución Meiji y sus reformas agrarias no habían realizado la misión histórica de la revolución burguesa consistente en suprimir las relaciones económicas y sociales feudales”.

Muy distinta fue la Revolución Francesa. Si fue la más ruidosa de las revoluciones burguesas, eclipsando por el carácter dramático de sus luchas de clases a las revoluciones que la habían precedido, ello se debió sin duda a la obstinación de la aristocracia aferrada a sus privilegios feudales, negándose a toda concesión, y al encarnizamiento contrario de las masas populares. La contrarrevolución aristocrática obligó a la burguesía revolucionaria a perseguir con no menos obstinación la destrucción total del viejo orden.

Estos caracteres dan cuenta de la repercusión de la Revolución Francesa y de su valor como ejemplo en la evolución del mundo contemporáneo. Sin duda en los países de Europa que ocuparon, fueron los ejércitos de la República, y después los de Napoleón, los que más que la fuerza de las ideas derrotaron al Antiguo Régimen: aboliendo la esclavitud, liberando a los campesinos de los impuestos señoriales y de los diezmos eclesiásticos, volviendo a poner en circulación los bienes inalienables, la conquista francesa dejó el terreno libre para el desarrollo del capitalismo.

Salud Camaradas.

Hasta la Victoria Siempre.

Patria Socialista o Muerte.

¡Venceremos!


manueltaibo@cantv.net


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Manuel Taibo


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