Triunfo de la dignidad

La OEA no debería desaparecer, es un testimonio de la ruindad de unos gobiernos que apoyaron las fechorías de una potencia y, ahora, tal como surgió en la última reunión en Honduras, es además la imagen viva de cómo la dignidad de un pueblo puede más que el poder de un imperio. Cuba fue humillada, destrozada, abandonada por sus propios hermanos, despojada de su derecho a vivir; pero nunca flaqueó en su moral, en su integridad como país libre y soberano, y recuerda aquella heroica Numancia en la provincia ibérica de Castilla que resistió, siglos antes de Cristo y hasta el suicidio colectivo, el gran poder de los romanos. Cuba no se suicidó, sino que con su honra conquistó a los pueblos de América Latina que hoy la defienden con honor.

Cuba ha padecido miserias, ha conocido el sacrificio que resistió hasta el sufrimiento, pero no sucumbió. Supo abrirse camino, sola amuralló con la ciencia y el estudio la salud y la educación de su pueblo, y mantuvo su alegría ayudada por su espíritu festivo y optimista. Esparció su dignididad por los pueblos latinoamericanos que en la actualidad han tomado en sus manos su propio destino y hoy han ofrendado a Cuba su reconocimiento y amor por demostrar que la moral es el más grande valor de la especie humana.

Todos los miserables de América hoy están de luto, tratando de recuperarse de tamaña desgracia política. Intentan ocultar el significado de la decisión de la nueva OEA que postra al imperio avergonzado y a los viejos gobiernos y partidos políticos de Latinoamérica, pero al mismo tiempo realza la nueva dirigencia de nuestro continente, fresca y de una gallardía deslumbrante que honra la historia de nuestros países. Esa decisión de la OEA, por la cual la oposición política venezolana llora y se contorsiona como perro enfurecido golpeado, pero que se niega a reconocer su herida mortal, nos hace rememorar aquel genial canto a la hermandad de la sinfonía más famosa de Beethoven: Himno a la alegría.

Hoy, América Latina luce como esas aldeas en su día de fiesta, cuando repican los tambores, se encienden todas las luces y el firmamento se ilumina con el fuego de los cohetes.

Abogado


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Manuel Quijada


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