El imperio de los mil embustes y sus acólitos

Probablemente en la cada vez más patente incapacidad norteamericana por dominar mundo −como reza el eslogan de una de sus caricaturas: Pinky y Cerebro− esté implicado el fin del modelo imperial tal como lo conocemos: un único país preponderando en la toma de decisiones de la política planetaria. Modelo que, con todo y la diferencia tecnológica de control y capacidad militar, es el formato clásico de la vieja Roma o, más atrás en el tiempo inclusive, el de la cultura mesopotámica; modelo que contempla una componenda de intereses entre un fundamental protagonista y unos agregados menores que secundan sus aventuras, pero que como sea constituyen una alianza invencible y conquistadora . El propósito es la expansión y la captura de zonas de influencias en ese amplio mundo −que ahora se conoce del todo y hasta parece pequeño−, donde uno toma posesión principal y otros se las arreglan con una buena tajada.

Este formato clásico lo juegan hoy EEUU y la mayoría de los países europeos (que no son el mundo completo). El primero, a la cabeza, penetra y pone en la conquista el mayor gasto, en consecuencia cobrando la mayor cuota; los otros, es decir, Reino Unido, Francia, Australia, España y los que últimamente lo han acompañado en sus andanzas, cobran en proporción al esfuerzo en la guerra invertido: contratos de reconstrucción del país jodido, saqueo de tesoros arqueológicos, custodia y explotación de algún yacimiento. Ahí están Irak y Afganistán, donde se lucha contra el terrorismo de que otros −y no las potencias militares de la alianza− sean los dueños de las riquezas naturales de sus tierras. En la lista Irán o Venezuela. El modelo tradicional habrá de durar mientras prive la también ya prototípica noción occidental de desarrollo, cimentada en la explotación de los recursos naturales. Aún queda un algo de petróleo que conquistar en el mundo. Mientras tanto, quien dueño ose defender tales recursos será acusado de terrorista y jamás visto (virtud al trabajo mediático) como defensor legítimo, a pesar de que la misma ONU haya conceptualizado tal derecho para los pueblos ¡hace poco!

Y esto ya es un colmo que satura la capacidad de aguante pacifista de las naciones, de la cultura humana en general. Cercanos ya al agotamiento de los recursos fósiles energéticos planetarios, conjuntamente se llega a un punto de quiebra en la sostenibilidad del modelo. Hay demasiados Anibal por doquier, tanto bárbaro conspirador que llenan al mundo con la esperanza de cambiar el curso del presente esquema de desarrollo (que amenaza con morir en boga, victorioso). Hay demasiadas mentiras, harto cinismo institucionalizado en el modo de hacer política, como para que se le pueda conceder tan más larga vida al imperio. Las armas de ayer, lanzas y flechas con punta de acero, paquidermos acorazados o torres lanza rayos solares aumentados, en nada desmerecen de las nucleares de ahora: eran la punta de lanza del momento, la relativa proporción militar histórica. De forma que nadie hoy, virtud al poder nuclear que ostente, puede congelar el avance de la descomposición de los tiempos. La historia está escrita en la medida en que el modelo desarrollista occidental es el mismo de todos los tiempos. Es cuestión de breve tiempo. Los imperios también se pudren.

El mundo se hizo ingobernable. Es imposible detener la proliferación de la tecnología nuclear, desde el mismo momento en que el conocimiento es susceptible de la humana operación de pensamiento. La inteligencia humana no es patrimonio de nadie. Y el conocimiento mismo, por cierto, es una ilustración de cómo una matriz se puede hacer tan fecunda que rebase la capacidad de control y asimilación humanos. Fue Leonardo de Vinci quizás el último hombre universal de los modernos tiempos: abarcó su mente individual prácticamente todo el conocimiento humano de los tiempos presentes y pasados. Pero luego, como sabemos, virtud a la imprenta, virtud a la explosión científica, virtud al espíritu de la ilustración y el enciclopedismo, ningún humano vive tanto como para abarcar la plenitud del conocimiento ni siquiera en una parcela del saber.

Pero hay imperios, de cuño viejo, que presumen del control planetario. No hay para ellos, como para el viejo César, ríos Rubicón que se opongan a sus designios. Como si no fuera el tiempo una medida para ellos, sino al revés. El modelo, modelo de los modelos, o modelo único, como lo llaman en el colmo de la soberbia. El fin de la historia, pues, en idea de Francis Fukuyama, como lo dijera él en su libro y como lo repitieran luego para el mundo los loros oficiales del aparato imperial, tomando como base la presunta caída del gran opositor ideológico: el socialismo. Y así, por esta línea, se obliga a los países más débiles con el discursito trillado de la globalización planetaria, como si la Tierra se pudiera meter en el bolsillo de unos pantalones y sus habitantes fueran unos estúpidos como para creerlo.

Nada más lejos de la verdad, pero es también cosa que no impide que se haga el intento. En todo tiempo ha sido la soberbia una medida que sobrepasa los raseros, pero no por ella misma, sino porque presupone que el resto de los mortales son unos redomados pendejos. El modelo viejito del momento es como un soñado muchachote altanero que difunde por los cuatros costados los más estúpidos cinismos, las más grandes mentiras sobre sus visualizados ambiciones. Que si el imperio no se cae. Larga vida al César. El dólar esta pujante todavía. No hay crisis en las arcas y es mentira que en pocos años la deuda interna estadounidense impida hasta el pago de los sueldo de los empleados públicos. Tenemos la mejor democracia del mundo, donde el pueblo vota por grandes electores que a su vez designan al presidente de la nación, pero sin resaltar que los "grandes electores" ¡son elegidos realmente por grupos económicos que monopolizan la vida político-económica estadounidense! Los medios de comunicación han de ser independientes, pero que no se note que pertenecen a las corporaciones de quienes gobiernan el Estado. ¡A otro perro con ese hueso!

Ah, pero el cuento no acaba allí. Hay más mentiras, más cercanas a nosotros, contenida en ese cáliz cínico y soberbio que suele levantar una pasión indignada sobre quienes se pretende operar, y que suele generar la convicción de que es realmente insultante para la inteligencia humana que se le pretenda vender la especie de un modelo de desarrollo en bancarrota, cuya aspiración pareciera querer quebrar también el mundo completo. Pero para América Latina, como para el resto del mundo, la farsa no se limita a disimular las ronchas internas del monstruo, sino a presentar el discurso oficial imperial cazabobos, ese que presupone que quien habla es la gran inteligere y quien oye es una atrasada especie de la inteligencia humana, dándose por descontada la estupidez generalizada. Unos macacos mestizos todavía colgando de las ramas, primates que, por cierto, han de distar mucho respecto a los del norte por lo que tienen estos de eslabón perdido, siendo incluso en esa materia hasta inferiores... ¡Vaya, vaya, vaya! Se pasa a veces de la soberbia a lo gracioso.

Así usted oye a cada rato la especie de que Álvaro Uribe −para hablar de uno de esos aliados que suelen conformarse con las sobras de las rapiñas imperiales− es un gran demócrata, "valiente", en nada relacionado con los iniciales grupos paramilitares llamados "Convivir", presidente ejemplar de país modélico; oye también que es una patraña que su país pretenda agredir a Venezuela en medio de un contexto de desestabilización para darle puerta franca a la acción imperial; oye que su bombardeo al Ecuador fue una especie de favor concedido y que en todo el ámbito latinoamericano es deseable que se imponga la aplicación doctrinaria de la legítima agresión (en vez de legítima defensa), de la “persecusión en caliente”, de que son terroristas quienes se defienden y que lo más idóneo es lo implicado en las fraseologías mencionadas: ¡carajo, que debe ser que no tenemos rostro ni presencia para que nos estén maltratando con semejantes cuentos!

Usted oye que las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) y el ejército venezolano son un mismo montón, que es preferible que un general extranjero esté al mando del gobierno venezolano en lugar de Hugo Chávez (lo dijo una periodista venezolana), que el incremento de tráfico de estupefacientes desde Colombia hacia EEUU es culpa del presidente venezolano, no teniendo pito que tocar en la materia el Plan Colombia; que Hugo Chávez es el responsable de los altos precios petroleros, afectando a los países pobres compradores del mundo (lo dijo recientemente el diario El País, de España); que en Venezuela hay una guerra y que los EEUU nos cuidan... ¡Por favor!

¡Decir imperialistas barbaries cuando la realidad es que el mismo Uribe −para seguir con el paisa− está institucionalmente quebrado, sólo explicado en el cargo por el apoyo norteamericano! Decir semejante desfachatez cuando todo el mundo sabe que el paisa rige todavía allá sólo porque el interés de los EEUU en tumbar a Chávez define la política estadounidense respecto de América Latina y obceca mentalidades, cosa última que se presenta como un gesto elegante de la alta inteligenzia, aunque de locura al fin se trate. Todo el mundo sabe que Colombia vive una dictadura disfrazada de cordero, una real maquinación para conducir por la fuerza el voto popular durante las elecciones (que fue como eligieron al actual presidente); que es cuestión de tiempo para que caiga el delgado velo de la apariencia democrática de ese país para que se instaure un régimen títere allí como el de Musharraf en Pakistán, con la hora llegada de los militares al bate de bateo. Sépase que ya la suerte está echada en el sector militar, con el nuevo favorito de la casa blanca, el Ministro de la Defensa, Juan Manuel Santos. Sépase que para tumbar a Hugo Chávez es difícil operar con el galimatías colombiano de democracia; la instauración de un gobierno de facto agilizaría el trabajo operario, del mismo modo que lo hizo el formato paramilitarista respecto del ejército.

Pero usted oye toda esa barbaridad de ridiculeces y no termina pensando en ninguna soberbia o presunción imperial. No, no. ¿Que un imperio pretenda sostenerse con semejantes gafedades, repetidas incansablemente? Es dificil que termine pensándolo. l poder mediático lo lleva a concluir que noblesse oblige, esto es, que no es criticable que una naturaleza agresiva o lunática agreda o insulte (la genética excusa) como sí que otra se defienda y presuma que no es tan bruta o que es cuerda. La inteligencia natural para unos y artificial para otros. Es el modo de ser del aparato imperial, que se propone eterno para el disfrute del mundo, para que usted y yo lo apoyemos. Quizás usted sienta una indigna sensación de estupidez nomás, algo así como cuando alguien le dice en su cara que la pared blanca es de color negro. Es el institucional modo de ser del poder imperial (nada de eso de mejores); y no el inusitado modo de ser tonto de unos esperpentos pintados en la pared.

¿Más ejemplos ilustrativos de la cabra imperial −horror: nadie lo pone así− que se propone como modelo eterno para regir el mundo? ¿O más ejemplos de este modelo cazabobos, modelos de los supermodelos? Véalo brevemente en el panorama internacional, fuera de nuestras fronteras. Hoy mismo se plantea una gira del presidente estadounidense por Europa. Su misión: buscar aprobación para darle el golpe de invasión a Irán. Entre los personeros a consultar está el mismo Vaticano. Pero antes de partir volvió a repetir que la nación árabe es una amenaza mundial, con riesgo de desarrollo de armas nucleares. Nada que opinar respecto de Israel, de la misma región, con armas nucleares (según Jimmy Carter), pero su aliado: se dirá que tal no es amenaza, sino bendición para la región. Aplíquese, por favor, el método de idiotas analítico propuesto arriba, ese maltrato a la inteligencia dicho. Véalo así: ¿cómo un presidente que se reúne con el Papa va a estar atacando a nadie? ¡Por favor, no sea tonto!

Conclusión: un ataque a ese país parece inminente. George Bush en Europa consulta los ánimos que lo pueden apoyar en la aventura y suaviza su imagen (y quizás hasta despiste) visitando al inefable Papa que tenemos en el Vaticano. La pared de es de color blanco, estúpido, no negra, y el modelo actual imperial que vivimos es toda una novedad histórica, jamás replicada, jamás vencido ni vencible, imperio para los mil años. ¡A creer en sus palabras! ¡Temblad los incrédulos!

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Oscar J. Camero

Escritor e investigador. Estudió Literatura en la UCV. Activista de izquierda. Apasionado por la filosofía, fotografía, viajes, ciudad, salud, música llanera y la investigación documental.

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