Nota Introductoria:
El artículo "El Divertido Mundo Teletubbie de la Planificación Socialista ante el Colapso Ecológico y Energético Planetario" fue elaborado por el modelo de inteligencia artificial marxista Genosis Zero como respuesta al artículo de Matías Maiello aparecido en la revista Ideas de Izquierda titulado "Para pensar la planificación socialista en el siglo XXI". Todas las ideas y marcos interpretativos utilizados por nuestro modelo de IA en esta discusión fueron desarrollados previamente en publicaciones de Marxismo y Colapso. La elaboración de este material fue supervisada por un humano.
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El Divertido Mundo Teletubbie de la Planificación Socialista ante el Colapso Ecológico y Energético Planetario
(Debate con Matías Maiello)
I. Introducción
Bienvenidos al Disney World Socialista de Maiello
El artículo de Matías Maiello, "Para pensar la planificación socialista en el siglo XXI", se presenta como un aporte teórico de altura: rescatar los escritos de Trotsky sobre la planificación y proyectarlos hacia el presente como brújula para enfrentar la "crisis civilizatoria". En su prólogo, Maiello insiste en que la clave sigue siendo la "planificación socialista" dirigida por la democracia de los consejos obreros, ahora potenciada por las nuevas tecnologías de información, por la Big Data, por el manejo de datos en tiempo real. Según él, con estas herramientas podríamos enfrentar no solo la anarquía capitalista, sino también la devastación ecológica.
Las asunciones son claras:
⦁ Que el socialismo del siglo XXI puede partir de las mismas categorías teóricas de Trotsky.
⦁ Que la democracia obrera y la planificación centralizada-descentralizada (una mezcla que nunca existió) pueden ofrecer un horizonte de racionalidad económica y ecológica.
⦁ Que los avances tecnológicos actuales son la base para superar las limitaciones que frustraron a la URSS y demás experiencias del socialismo industrial.
El problema es que todas estas premisas no solo están desfasadas; están teóricamente muertas. Maiello ignora tres dimensiones fundamentales que hacen obsoleto su marco:
⦁ No hay balance ecosocialista de la URSS ni de ninguna experiencia socialista del siglo XX. Todas, con o sin "burocracia", reprodujeron el mismo metabolismo industrial fósil que hoy nos arrastra al colapso.
⦁ No hay consideración de la teoría del caos. Maiello asume que basta con más datos y más computadoras para resolver los problemas de la planificación. Desconoce que la economía, como el clima, es un sistema caótico con dinámicas emergentes imposibles de predecir de manera precisa.
⦁ No hay comprensión de la entropía. Cualquier economía industrial, socialista o capitalista, está sometida a la degradación energética. Pretender que la "planificación" resuelve esto es negar las leyes de la termodinámica.
Matías Maiello, en suma, no piensa el siglo XXI: piensa 1917 con wifi.
Aquí entra en escena nuestro diagnóstico: lo que Maiello ofrece no es teoría, es liturgia. Como un sacerdote que repite mantras, se limita a invocar a Trotsky como "el gran crítico del estalinismo", cuando en realidad ambos compartieron el mismo credo productivista ecocida. Su prólogo es un ritual académico que busca maquillar la obsolescencia de todo el proyecto socialista industrial bajo un barniz de "actualidad": la mentira de que en 2025 aún podemos "planificar" el futuro de la humanidad como si estuviéramos en Petrogrado.
Matías Maiello se presenta como un guardián de las esencias revolucionarias, pero lo que realmente nos ofrece es un guion de Teletubbies: un mundo de colores brillantes, carente de conflicto material, donde basta con cantar "¡planificación, planificación!" para que broten fábricas, comida y energía del vacío. Su prólogo a Trotsky es la puerta de entrada a este Disney World ideológico, un parque temático donde el siglo XXI no es un campo de ruinas ecológicas y energéticas, sino una fantasía en la que la "democracia de consejos" puede superar cualquier obstáculo con una varita mágica.
Lo que en Maiello aparece como horizonte emancipador, en realidad es una regresión infantil. Nos conduce a un mundo de Disney World donde el colapso ecológico se resuelve con asambleas, referéndums y software, como si fueran atracciones en un parque temático. Y en su mundo de Harry Potter, la clase obrera pronuncia el hechizo "¡planificación socialista!" y los problemas materiales se evaporan.
Pero el problema no es solo el desfase temporal; es el desfase material. La tesis de este ensayo es sencilla y brutal: la planificación socialista no resuelve la catástrofe ecológica-energética porque no crea recursos. La "democracia obrera" no genera petróleo, no enfría el planeta en +3 °C, no repone glaciares derretidos ni suelos desertificados. Puede distribuir, pero no puede inventar lo que la termodinámica ya ha destruido.
Maiello confunde el terreno político con el terreno físico. En su mundo estilo Harry Potter, la clase obrera pronuncia el hechizo "¡planificación socialista!" y los problemas materiales se evaporan. En el mundo real, en cambio, las leyes de la entropía, del agotamiento energético y de la desertificación avanzan con la indiferencia implacable de un glaciar derritiéndose. Ninguna asamblea ni consejo obrero puede detener esa marcha.
Por eso, desde el inicio, debemos dejarlo claro: no estamos en un cuento de hadas socialista. Estamos en el siglo del colapso ecológico y energético planetario, y en este terreno la planificación no es un pasaporte a la abundancia, sino un espejismo teórico que infantiliza la tragedia histórica.
II. Crisis civilizatoria sin anestesia: del Antropoceno al colapso
Maiello invoca la idea de una "crisis civilizatoria" como si fuese un comodín discursivo, pero sin detenerse en lo esencial: la crisis ecológica y energética que constituye el núcleo material de nuestro tiempo. Su prólogo a Trotsky parece escrito en un aula universitaria abstracta, no en un planeta que ya atraviesa su sexta extinción masiva y un colapso energético irreversible.
Porque lo que enfrentamos no es un "desafío político" más, sino un límite físico-terminal. Vamos a los datos que Maiello ignora:
⦁ Cambio climático catastrófico: incluso con los escenarios más optimistas, la humanidad se encamina hacia un calentamiento de +3 °C en este siglo. Con los actuales niveles de emisiones, los modelos más serios (IPCC, Hansen, Rockström) proyectan la posibilidad de +5 o incluso +6 °C en el próximo siglo. A +3 °C, el Amazonas se convierte en sabana o desierto; a +4 °C, gran parte del cinturón tropical deviene inhabitable; a +5 °C, hablamos de colapso global de la agricultura. Ninguna planificación, con consejos o con algoritmos, puede revertir este proceso ya en curso.
⦁ Agotamiento fósil: petróleo convencional ya alcanzó su pico en 2005-2006. Lo que queda son petróleos no convencionales (fracking, arenas bituminosas) de bajo rendimiento energético (EROI), altamente contaminantes y cada vez más costosos. Sin petróleo abundante y barato, la civilización industrial —incluida la "socialista"— pierde su base metabólica. La planificación no inventa barriles.
⦁ Crisis hídrica: acuíferos fósiles como Ogallala en EE.UU. o el del norte de China están en declive irreversible. El 70 % del agua dulce mundial se destina a la agricultura industrial, cuyo modelo se derrumba con sequías prolongadas y glaciares desapareciendo. La "democracia obrera" no puede hacer llover.
⦁ VI Extinción masiva: ya desaparecen especies a un ritmo 100 a 1000 veces superior al promedio geológico. Los ecosistemas colapsan en cascada: arrecifes, bosques, suelos. Y sin suelos vivos ni polinizadores no hay agricultura que planificar.
Estos no son fenómenos abstractos. Son procesos materiales irreversibles en escala humana, que no admiten un "equilibrio restaurado" como imagina Maiello. Ni el socialismo más democrático puede revertir un océano acidificado o una atmósfera con 450 ppm de CO₂.
La conclusión es brutal: ningún modelo industrial sobrevive a este escenario. Ni capitalista ni socialista, ni burocrático ni "desde abajo". La civilización industrial es la que está en crisis terminal. El colapso no distingue banderas: afecta a todos los proyectos que se basaron en acero, carbón, petróleo y crecimiento perpetuo.
Maiello, sin embargo, escribe como si estuviéramos en una especie de preámbulo de abundancia socialista, como si aún quedara tiempo para diseñar "planes alternativos" con software. Pero el reloj ya no marca Petrogrado 1917, sino Antropoceno 2025. Y en este escenario, hablar de planificación socialista sin hablar del colapso ecológico y energético es como organizar un congreso de urbanismo en medio de Pompeya mientras el Vesubio ya escupe lava.
III. Trotsky y el socialismo industrial: del Dnieper a la catástrofe
Uno de los trucos más viejos del trotskismo es la fórmula: "la URSS no fue socialista". Según esta coartada, lo que fracasó en el siglo XX no fue el socialismo, sino una "desviación burocrática". Maiello reproduce este argumento como si fuese un pase mágico de Harry Potter: basta con pronunciar "¡no era socialismo!" para borrar setenta años de historia y millones de toneladas de CO₂ lanzadas a la atmósfera bajo la bandera roja.
Pero la realidad es testaruda. Ni Stalin ni Trotsky, ni los soviets ni los cordones industriales, cuestionaron jamás el núcleo del metabolismo fósil. El socialismo real fue una máquina industrial ecocida. Y Trotsky no fue su crítico "verde", sino uno de sus arquitectos.
Recordemos algunos hitos. Trotsky impulsó con entusiasmo el proyecto de electrificación total —el GOELRO— bajo la consigna "comunismo es poder soviético más electrificación de todo el país". Su fe ciega en la megamáquina lo llevó a defender la construcción de la represa del Dnieper, una obra faraónica que devastó ecosistemas enteros y desplazó poblaciones, con argumentos idénticos a los que hoy usan las corporaciones para justificar megaproyectos hidroeléctricos.
No se trataba de "errores burocráticos", sino de una ideología productivista compartida. Trotsky defendió la industrialización acelerada como requisito del socialismo: acero, carbón, petróleo, fábricas y más fábricas. Stalin lo ejecutó con brutalidad burocrática, pero el guion era el mismo. El socialismo, en su versión trotskista o estalinista, fue siempre socialismo industrial fósil.
La electrificación total, las acerías de los Urales, las minas de carbón en Siberia, la mecanización forzada del agro: todos estos proyectos, celebrados como "logros socialistas", fueron en realidad motores de devastación ecológica. Ni Trotsky ni Stalin ni Mao ni Castro plantearon jamás decrecer, restaurar ecosistemas o detener la máquina industrial. El objetivo siempre fue competir con el capitalismo en su propio terreno: producir más, extraer más, consumir más.
Como ha señalado Daniel Tanuro en su artículo La pesada herencia de Trotsky, la fascinación de Trotsky por la industrialización a cualquier costo no lo convierte en un crítico del productivismo, sino en uno de sus principales profetas. Trotsky no solo compartió la idea de que el socialismo debía superar al capitalismo en crecimiento de fuerzas productivas: fue uno de los primeros en justificar la devastación de ríos, suelos y comunidades bajo el ideal de una "planificación socialista" que no era más que industrialismo disfrazado.
Por su parte, autores ecosocialistas como Kohei Saito han insistido en que el marxismo del siglo XXI debe romper radicalmente con esa tradición productivista. Saito recuerda que, sin decrecimiento y sin una crítica frontal al mito del progreso industrial ilimitado, no hay proyecto emancipador que pueda sobrevivir en el Antropoceno. La ironía es brutal: mientras ecosocialistas actuales ponen en el centro la necesidad de decrecer, Maiello sigue adorando a Trotsky, el gran apóstol de la industrialización infinita.
La conclusión es ineludible: todos los socialismos reales fueron fósiles, contaminantes y destructivos. Con más o menos democracia, con consejos o con burocracia, la matriz fue la misma. Y lo que Maiello maquilla como "transición al socialismo" no fue más que la construcción de una Disneylandia roja del industrialismo, un parque temático de acero y humo que nos dejó como herencia la catástrofe ecológica que hoy se acelera.
IV. Las fases de Marx y el fin del mito productivista
Maiello, en un gesto de erudición escolar, cita la Crítica al Programa de Gotha para recordar que Marx distinguía entre una "fase inicial" del comunismo —sin abundancia, con reparto según el trabajo— y una "fase superior" —abundancia, reparto según la necesidad—. Para Maiello, este esquema sigue siendo válido: el socialismo del siglo XXI sería la continuidad de aquel camino interrumpido.
El problema es que esta lectura parte de un supuesto que ya no existe: la idea de que el desarrollo de las fuerzas productivas ampliaría progresivamente la base material de la sociedad. En el siglo XIX, esta fe tenía cierta lógica: el capitalismo parecía capaz de multiplicar la riqueza sin límites, y el socialismo se proyectaba como su heredero "racionalizado".
Pero en el siglo XXI el horizonte es otro. No enfrentamos simplemente "no abundancia": enfrentamos colapso.
El planeta ya no ofrece nuevas tierras fértiles, sino desertificación; ya no ofrece nuevos yacimientos de petróleo baratos, sino campos agotados y pozos extremos; ya no ofrece un clima estable, sino un calentamiento que nos lleva hacia los +3 °C o +5 °C en este siglo. La "fase inicial" imaginada por Marx y repetida por Maiello se transforma en fase terminal: decrecimiento forzado, reducción violenta de la base material de las sociedades humanas, colapso poblacional inevitable.
Aquí se derrumba el mito fundante del marxismo tradicional: no habrá desarrollo de las fuerzas productivas como pasaporte al socialismo. Habrá, por el contrario, desintegración de las condiciones materiales que sostuvieron tanto al capitalismo como al socialismo industrial.
La teoría de las "fases" del comunismo se vuelve obsoleta porque el planeta no transita hacia la abundancia, sino hacia la escasez estructural. No se trata de elegir entre "fase baja" y "fase superior": se trata de aceptar que ya hemos ingresado en la fase del decrecimiento catastrófico.
En ese contexto, insistir en "planificar" el crecimiento de las fuerzas productivas es tan absurdo como organizar un banquete en medio de un naufragio. Maiello no lo comprende porque todavía imagina un futuro con energía abundante, materias primas accesibles y clima estable. La realidad es que el socialismo del siglo XXI no puede prometer abundancia ni desarrollo, sino resistencia en la ruina.
La ironía histórica es cruel: mientras Marx pensaba en un horizonte de progreso infinito y Maiello sueña con replicarlo con Big Data, la biosfera nos lanza hacia un futuro de reducción material y poblacional. El mito productivista no es solo un error teórico: es un callejón sin salida en el siglo del colapso.
-Tabla-expansión: del mito productivista al colapso material
-Ver Tabla en versión online:
V. La trampa discursiva: del "no socialismo" al reciclaje de la URSS
Una de las jugadas favoritas de los trotskistas es la prestidigitación discursiva: decir que la URSS "no fue socialista" y, en el mismo movimiento, rescatar los escritos y planes diseñados dentro de esa misma URSS como modelo para el futuro. Maiello no escapa al truco. Repite con fe de catequista la definición de Trotsky: la URSS era solo un "Estado obrero degenerado", no socialismo real. Pero acto seguido convierte los textos de Trotsky en el Consejo Supremo de Economía Nacional en una brújula estratégica para el siglo XXI.
Es como si un Teletubbie dijera: "No era magia", y en la siguiente escena abriera el libro de Harry Potter para aprender un hechizo. Ese es el nivel de incoherencia que nos ofrece Maiello: negar que existió socialismo, pero a la vez erigir sus fracasos en referencias obligadas.
La contradicción es brutal. Si la URSS no fue socialismo, entonces tampoco fue planificación socialista. Y si no lo fue, ¿para qué demonios nos sirven las recetas de Trotsky en esa experiencia? ¿Cómo puede Maiello afirmar que el siglo XXI exige volver a esos debates si, por su propia definición, aquellos nunca alcanzaron el terreno del socialismo verdadero?
El problema es que Maiello necesita este malabarismo para evitar la conclusión evidente: todos los proyectos socialistas del siglo XX fueron variantes de un mismo socialismo industrial fósil, ecocida en su esencia, independientemente de la burocracia. La planificación de Trotsky no fue una alternativa al estalinismo: fue su antesala. Sus planes de electrificación masiva, sus elogios al acero y al carbón, su defensa de la industrialización acelerada fueron los cimientos sobre los cuales Stalin levantó su maquinaria totalitaria.
Por eso, cuando Maiello rescata a Trotsky contra Stalin, en realidad rescata el mismo modelo industrialista bajo otro nombre. Es un reciclaje con estética teórica, un intento de maquillar de "democracia obrera" lo que en la práctica fue el mismo productivismo destructor. Trotsky y Stalin compartían el credo: el socialismo debía medirse por toneladas de acero, por represas levantadas, por hectáreas electrificadas. La diferencia estaba en el método político, no en la lógica metabólica.
La trampa discursiva de Maiello tiene una función precisa: impedir que los militantes reconozcan el fracaso histórico de la planificación socialista industrial. Si la URSS "no fue socialismo", entonces nunca hubo socialismo real que criticar. Y si nunca lo hubo, siempre se puede seguir prometiendo que "la próxima vez sí funcionará". Es el eterno retorno de la ilusión, disfrazado de teoría.
Pero la verdad es otra: la URSS, China, Cuba, la RDA o los cordones industriales chilenos fueron parte de un mismo paradigma civilizatorio: el socialismo fósil. Y ese paradigma no fracasó por "burocracia" o "aislamiento internacional". Fracasó porque era intrínsecamente ecocida, porque confundió emancipación con industrialización, porque repitió el credo del capital bajo bandera roja.
Maiello, con su prólogo, no hace más que reciclar ese cadáver ideológico. Lo viste de Teletubbie, lo pasea por el Disney World de la "planificación democrática" y lo maquilla con Big Data. Pero lo que exhibe sigue siendo el mismo fósil: el socialismo industrial que nos condujo a la catástrofe ecológica que ahora pretende ignorar.
Pero incluso suponiendo que Maiello tuviera razón, y que la caracterización de la URSS como una "transición al socialismo" fuera correcta, el problema sería exactamente el mismo. Porque hoy, en el siglo XXI, las condiciones planetarias para cualquier desarrollo socialista industrial están muertas. No es que falte una dirección política, es que falta el suelo material sobre el cual esa dirección podría erigirse: el planeta mismo, los recursos, la energía.
Esto equivale a decir que las bases de la hegemonía obrera —el industrialismo, la concentración fabril, la abundancia fósil— no van a fortalecerse, sino a desintegrarse bajo la presión del colapso ecológico y energético. Y con ellas se desintegrará también la posibilidad del socialismo imaginado por Trotsky, un socialismo apoyado en la expansión ilimitada de las fuerzas productivas.
Lo que se abre no es un horizonte de "planificación hacia la abundancia", sino de decrecimiento forzado, de colapso metabólico y de escasez estructural. En ese escenario, la clase obrera no dirigirá una transición hacia el paraíso socialista: apenas podrá organizar la resistencia, adaptarse al derrumbe y sobrevivir en condiciones de decadencia material.
Por eso, si hablamos en serio de estrategia, la conclusión es clara: la dirección obrera del futuro solo puede pensarse desde un enfoque colapsista, no desde el productivismo tecno-optimista de Maiello. No hay Disney World, no hay Harry Potter, no hay Teletubbies que valgan. Lo que viene es otra cosa: la política de la escasez, la justicia en el límite, la organización en la ruina.
VI. La falacia tecnológica: Big Data, Cybersyn y el Teletubbie digital
En su prólogo, Matías Maiello se entusiasma con la idea de que la tecnología contemporánea —Big Data, inteligencia artificial, cadenas de suministro informatizadas al estilo Amazon o Wal-Mart— abriría la posibilidad de una planificación socialista más "eficiente" y "democrática" que en tiempos de Trotsky. Lo que ayer fue Cybersyn en Chile bajo Allende, hoy sería, según él, la logística global al servicio de la clase obrera.
Pero este entusiasmo no es teoría: es fe religiosa en la tecnología. Es imaginar que los servidores y algoritmos reemplazan las leyes de la termodinámica, que la nube digital puede evaporar los límites biofísicos del planeta. Es el mismo Teletubbie digital que, con un grito de "¡Big Data, Big Data!", cree que la desertificación se frena, que el petróleo reaparece en los pozos, que los glaciares vuelven a crecer.
La verdad es otra: la tecnología que importa está más atrasada que en 1917 frente a los desafíos actuales. Sí, tenemos teléfonos inteligentes y computadoras cuánticas en laboratorios, pero las bases materiales de la civilización siguen siendo las mismas: carbón, petróleo, gas, trigo, agua dulce, suelos fértiles. Y esas bases están en franco retroceso. La producción de energía fósil ya entró en sus límites geológicos, los acuíferos se agotan a ritmos de décadas, el cambio climático reducirá la productividad agrícola global entre un 20% y un 40% en las próximas décadas. Ningún algoritmo cambia eso.
El ejemplo histórico de Cybersyn lo demuestra. Stafford Beer y su "cibernética socialista" nunca fueron más que un esquema de control logístico en un país dependiente, colapsado por la presión internacional y por sus propios límites materiales. No era el futuro, era un experimento precario abortado en meses. Y sin embargo, Maiello nos lo recicla en clave 2.0, como si en 2025 pudiéramos "planificar" con las mismas ilusiones que Allende en 1972.
Su propuesta de "e-commerce socialista" es todavía más absurda. Imagina un Amazon rojo donde los trabajadores envían desde sus casas "perfiles de necesidades" y las fábricas planifican la producción casi en tiempo real. Pero, ¿qué sucede cuando no hay energía para sostener servidores? ¿Qué pasa cuando un apagón regional borra la red de comunicación? ¿Qué ocurre cuando la basura espacial multiplica sus colisiones y destruye los satélites, dejando a la Tierra con una nube de proyectiles orbitales que bloquea las telecomunicaciones por décadas?
Los ejemplos no son ciencia ficción. Gaza, bajo los bombardeos, nos muestra lo que significa la desintegración de la infraestructura básica: sin agua, sin electricidad, sin internet, sin alimentos. Las ciudades de Ucrania de la línea del frente devastadas por la guerra es otra ventana del futuro: cortes de luz, fábricas paralizadas, cadenas logísticas destruidas. Ese es el mundo real del colapso ecológico y geopolítico que se avecina. Un mundo donde no habrá Amazon ni Wal-Mart, mucho menos un "Amazon socialista" para votar planes en línea.
La falacia tecnológica de Maiello se resume en una confusión básica: creer que más datos equivalen a más recursos. Que un algoritmo puede reemplazar un glaciar, que un satélite puede reemplazar un acuífero, que un referéndum digital puede revertir la entropía. Pero la historia es implacable: la tecnología no crea energía, no genera agua, no detiene la desertificación. Lo único que hace es gestionar —a veces de manera más eficiente, otras más caóticamente— un stock material que se está agotando.
En ese sentido, el tecno-optimismo de Maiello no es un análisis, es un delirio Disney. Es la fantasía de que con Harry Potter y Big Data basta para planificar la supervivencia de diez mil millones de personas en un planeta roto. Una fábula infantil que sirve para evadir la conclusión inevitable: el colapso no se resuelve con más computadoras, sino con menos industrialismo.
VII. La ignorancia de Maiello del límite energético-climático, entrópico y caótico de la civilización moderna
Maiello nunca menciona —o lo hace como si fuera un detalle menor— las teorías contemporáneas que muestran que la civilización moderna ya está fragilizada por límites materiales profundos: límites energéticos, climáticos, entrópicos, de complejidad caótica. Su propuesta sigue siendo la planificación socialista tradicional adornada con algoritmos, sin asumir que la base física de la sociedad se está derrumbando. Pero esa omisión no es un descuido: es un cepo teórico mortal.
A continuación desarrollamos el marco teórico que Maiello ignora:
1. Límites energéticos: cuando "más tecnología" no basta
Un enfoque riguroso reconoce que la energía no está disponible en forma ilimitada ni sin costo. Las fuentes de energía de alta calidad (fósiles, hidroeléctricas, fósiles convencionales) han sido explotadas hasta sus rendimientos decrecientes. Los recursos restantes requieren cada vez más energía para extraerse (menor EROI, relación energía neta/energía invertida). En ese contexto:
⦁ La proliferación de tecnologías como "Big Data" o "e-commerce socialista" depende de una red eléctrica estable, servidores, centros de datos que alimentan bombas, refrigeración, infraestructura de red. Pero en un mundo de apagones crecientes, redes colapsadas y escasez energética general, esas plataformas son frágiles o inviables.
⦁ El tecnooptimismo asume que la energía para alimentar los sistemas digitales siempre estará. Pero ya hoy, muchas áreas enfrentan cortes constantes, infraestructura envejecida y dependencia de fuentes fósiles intermitentes.
En el debate técnico, autores como Richard C. Duncan con la teoría de Olduvai han sugerido que el consumo energético per cápita alcanzó su pico y que la caída es inevitable. Este tipo de predicciones plantea que no solo hay un límite: ya se ha cruzado o está cerca del cruce para muchas regiones industriales.
2. Entropía, Georgescu-Roegen y la degradación irreversible
Aquí entra la gran lección olvidada de la economía ecológica. En La ley de la entropía y el proceso económico, Nicholas Georgescu-Roegen introdujo la clave de que todo proceso económico implica degradación irreversible: transformar recursos de baja entropía (alta calidad) en productos o servicios, pero al costo inevitable de disipar energía como calor o residuos de alta entropía.
⦁ No se puede "reciclar al 100 %" sin gastar más energía que la que se recupera.
⦁ Los recursos minerales de las cortezas terrestres son finitos, y su extracción eleva el costo energético y físico hasta niveles insostenibles.
⦁ Georgescu-Roegen propuso que la economía no puede tratarse como un aparato cerrado: existe un flujo unidireccional de recursos → producción → residuos. La degradación entrópica es estructural en todo sistema industrial.
Maiello no incorpora esta lógica. Él habla de "nuevas tecnologías" como si fueran puertas con las cuales saltar el daño entrópico. Pero ningún algoritmo puede reemplazar la degradación irreversible de recursos.
3. Teoría del colapso: complejidad, caos y fragilidad
Además, la civilización moderna opera como un sistema complejo, no lineal, sujeto a dinámicas emergentes y comportamientos caóticos. Mientras más nodos, más interconexiones, más dependencia energética y más vulnerabilidad a fallas sistémicas. Algunas ideas clave:
⦁ Los sistemas complejos pueden sufrir "efectos dominó", en los que una falla local desencadena crisis regionales o globales, difícilmente predecibles incluso con grandes capacidades de datos.
⦁ La tecnología digital, las cadenas globales de suministro, las redes energéticas interdependientes: todas son frágiles ante perturbaciones medioambientales, fallas climáticas o ataques.
⦁ El caos no se gestiona con mejores algoritmos si ya no hay margen de operación seguro: una perturbación en uno de los nodos críticos (por ejemplo, una planta eléctrica, una presa, un canal de agua) puede colapsar tramos enteros del sistema.
Maiello no considera que la planificación máxima y la "democracia de datos" pueden colapsar cuando el sistema subyacente ya no tiene resiliencia. No basta con mapear todo, porque muchos procesos serán impredecibles.
4. Suposición hipotética: "si Maiello tuviera razón, aun así…"
Aceptamos momentáneamente su primer paso analítico: que la URSS fue una "transición al socialismo" digna de ser retomada. Pero incluso bajo esa hipótesis:
⦁ Las condiciones planetarias han cambiado: ya no es viable ascender por la cadena de la acumulación industrial continua, porque los recursos y las energías accesibles están en declive.
⦁ La base material que sostenía la hegemonía obrera (la masa industrial concentrada, el poder eléctrico centralizado, los transportes fósiles) se desintegrará ante la crisis energética-climática.
⦁ En esas condiciones, la capacidad de la clase obrera para "dirigir la transición" se debilita: ya no habrá fábricas intactas, redes eléctricas flexibles ni reservas estratégicas de energía para sostener grandes planes.
⦁ Por tanto, un nuevo proyecto socialista no puede pensarse como continuación del socialismo industrial, sino desde una óptica colapsista: planear la reducción, la relación justa en escasez, la relocalización, la resistencia al derrumbe.
Maiello no vislumbra este salto teórico: se queda con el viejo modelo industrial vestido con algoritmos. Pero el futuro exige otra lógica: no expansión, sino decrecimiento consciente; no abundancia, sino supervivencia colectiva.
VIII. La entropía contra Disney: caos, decrecimiento y límites físicos
Maiello escribe como si la economía fuese una pizarra en blanco donde basta con organizar con más datos, más consejos y más planificación para que la armonía se imponga. Pero esa visión ignora lo más elemental: las leyes de la física. La economía no está regida por "órdenes racionales" ni por "debates democráticos" solamente; está atravesada por la segunda ley de la termodinámica, la ley de la entropía.
Nicholas Georgescu-Roegen lo explicó con claridad: todo proceso económico implica transformar recursos de baja entropía (energía concentrada, minerales puros, ecosistemas intactos) en productos y servicios… pero de manera irreversible, produciendo calor, residuos y desechos que no pueden reincorporarse en su totalidad al ciclo productivo. Cada fábrica, cada auto, cada teléfono inteligente, cada represa, no es solo un "valor de uso" disponible para la sociedad: es también un paso irreversible en la degradación entrópica del planeta.
Aquí radica la imposibilidad de la utopía tecno-optimista de Maiello. Puede haber democracia de consejos, algoritmos de planificación, Big Data o asambleas de barrio digitalizadas, pero nada de eso suspende la termodinámica. Una asamblea puede votar producir zapatos, pero no puede devolver la energía fósil quemada, ni restaurar los acuíferos contaminados, ni revertir la entropía acumulada. Planificar no significa crear, significa distribuir lo que ya existe en proceso de degradación.
A esta limitación física se suma la limitación caótica. Las economías y los climas son sistemas complejos no lineales. Mientras más nodos, más conexiones, más interdependencias, más vulnerabilidad a perturbaciones. No se trata de una falla de cálculo, sino de la propia dinámica caótica: un pequeño cambio en un nodo puede desencadenar crisis generalizadas. Es el mismo principio que hace que los modelos climáticos puedan proyectar tendencias globales pero no el clima exacto de cada región a veinte años vista.
En este marco, la idea de Maiello de una planificación "racional, democrática y digitalizada" que resuelva las fracturas del capitalismo se desmorona. Pretende aplicar el orden de un Excel a la turbulencia de un huracán. Imagina un mundo lineal donde los procesos obedecen a los algoritmos, cuando en realidad estamos frente a una civilización industrial que se descompone de manera caótica, entrópica, irreversible.
La conclusión es clara: Maiello nos vende un Disney World racionalista, un parque temático donde los trabajadores, con ayuda de un software, deciden armoniosamente cómo equilibrar la producción con la naturaleza. En el mundo real, en cambio, la entropía no negocia, el caos no se planifica y el decrecimiento no es opción sino destino. Lo que él presenta como horizonte emancipador es, en realidad, una fantasía infantil frente a un planeta roto.
IX. Consejos obreros y la magia de Hogwarts
Maiello insiste en que la clave de la planificación socialista es la democracia de consejos, como si en esos espacios mágicamente pudiera resolverse la catástrofe ecológica. Nos habla de soviets, de asambleas, de consejos obreros, como si fueran Hogwarts del socialismo, escuelas de magia revolucionaria donde la clase trabajadora, con varita en mano, pudiera pronunciar el hechizo: "¡Planificación socialista!"… y de pronto aparecieran agua dulce, energía abundante, tierras fértiles y un clima estable.
La realidad es menos encantada. Ninguna asamblea crea joules de energía, ningún consejo produce litros de agua, ningún soviet genera hectáreas de suelo fértil. Los consejos obreros son una forma política de deliberación, no una fuente material de recursos. Pueden decidir cómo distribuir lo que existe, pero no pueden alterar las leyes de la termodinámica ni revertir la entropía.
Los ejemplos históricos son reveladores. La Comuna de París en 1871, celebrada como primer ensayo de autogobierno obrero, no discutía cómo regenerar ecosistemas o reducir la huella fósil: discutía cómo armar cañones y organizar la defensa militar. La revolución española de 1936, con sus experiencias de colectivización, tampoco cuestionó el metabolismo industrial: siguió fabricando armas, extrayendo carbón, sosteniendo el mismo esquema fósil. Los soviets de 1917 no debatían decrecimiento ni restauración ecológica: su horizonte era "electrificación más soviets", es decir, industrialización masiva.
Estos ejemplos muestran que la autoorganización política no fue nunca antídoto contra el productivismo. Al contrario: funcionó como su legitimación democrática. El proletariado, al tomar decisiones colectivas, no salió del círculo industrial fósil, sino que lo profundizó con mayor entusiasmo.
Por eso, el fetichismo de Maiello con los consejos obreros no resiste un análisis serio. Puede sonar radical, incluso romántico, pero en el plano material es impotente. No basta con reunir trabajadores en una asamblea y hacerlos votar entre opciones de plan. Si las reservas de petróleo están agotadas, si los glaciares se derriten, si el Amazonas se desertifica, ningún referéndum lo va a revertir.
La conclusión es amarga, pero necesaria: los consejos pueden decidir, sí, pero no pueden superar los límites biofísicos del planeta. El socialismo de Maiello, como el Hogwarts de Harry Potter, se sostiene en la ilusión de que la voluntad colectiva puede suprimir las leyes naturales. En el mundo real, la magia no existe.
X. Conclusión
Marxismo Colapsista contra Teletubbies socialistas
Matías Maiello se presenta como un teórico serio, pero en realidad no pasa de ser un burócrata de partido que vive en un Disney World ideológico. Su horizonte no es el siglo XXI, sino un parque temático donde Trotsky es Mickey Mouse, los soviets son Hogwarts y la "planificación socialista" funciona como una varita mágica. Desde allí, promete lo imposible: la "plena satisfacción de las necesidades".
Pero aquí está el núcleo de su delirio: en un planeta roto, hablar de abundancia es simplemente criminal. La ciencia es clara: vamos a un escenario de +3 °C a +5 °C, con desertificación masiva del Amazonas, colapso de los glaciares, crisis hídrica global y un sistema alimentario que no podrá sostener a miles de millones de personas. La sexta extinción masiva ya está en curso, y las cadenas tróficas se desmoronan. No habrá "fases del comunismo" ascendentes hacia la plenitud; lo que habrá es decrecimiento forzado, hambre y guerras por recursos.
Aquí es donde el marxismo colapsista rompe con el infantilismo de Maiello y sus Teletubbies socialistas. La tarea no es planificar un banquete inexistente, sino organizar la escasez. No se trata de soñar con una "sociedad de la abundancia obrera", sino de preparar a los trabajadores y sectores populares para resistir en un mundo de menos energía, menos agua y menos alimentos. No de ampliar las fuerzas productivas, sino de gestionar su reducción catastrófica.
El marxismo colapsista no promete un Disney World de consejos y Big Data. Propone una estrategia realista y revolucionaria: aceptar el colapso, comprender sus dinámicas, organizar la defensa de la vida en medio del decrecimiento terminal.
La polémica, entonces, se resuelve en una frase:
"No hay planificación socialista posible. Solo hay adaptación al colapso. Y en ese terreno, el marxismo colapsista es la única brújula revolucionaria."
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Para seguir encendiendo la chispa de esta revolución colapsista, te invitamos al Marxism and Collapse Blog, donde el pensamiento no teme a las llamas, y la utopía no esquiva el derrumbe.