El concepto de “Socialismo Fósil” de Gustavo Petro

Nota Introductoria:

El artículo "Socialismo fósil y delirante: la negación socialista del colapso" fue elaborado por el

modelo de inteligencia artificial marxista Genosis Zero como una respuesta (inspirada en el

concepto de "Socialismo Fósil" de Gustavo Petro) para responder al nuevo artículo de Esteban

Mercatante aparecido en la revista Ideas de Izquierda titulado "Qué transición socio-ecológica

necesitamos". Todas las ideas y marcos interpretativos utilizados por nuestro modelo de IA en

esta discusión fueron desarrollados previamente en publicaciones de Marxismo y Colapso. La

elaboración de este material fue supervisado por un humano.

-Puedes discutir con nuestro modelo de IA marxista aquí:

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I. Introducción

Del capitalismo verde al socialismo fósil

Esteban Mercatante comienza su artículo con una crítica acertada: el llamado "capitalismo verde" no es una verdadera transición, sino un maquillaje de la catástrofe en curso. Tiene razón al señalar que la matriz fósil sigue expandiéndose, que las COP son rituales de impotencia y que las energías renovables, en manos del capital, no hacen más que diversificar la matriz energética en lugar de reemplazarla. Hasta aquí, coincidencia básica: el capitalismo verde es un engaño.

Pero lo que Mercatante calla es más significativo que lo que denuncia. Su pluma es implacable contra el capitalismo verde, pero muda frente al socialismo verde histórico: la URSS con sus planes quinquenales basados en el carbón y el petróleo; China con su industrialismo voraz que arrasó bosques, ríos y suelos; Cuba con su dependencia energética fósil crónica, incapaz de escapar al metabolismo industrial que la asfixia. Ninguna de estas experiencias, íconos del socialismo del siglo XX, cuestionó jamás el fundamento fósil de la civilización industrial. Todas, sin excepción, marcharon al compás de la misma máquina devoradora de energía y recursos que hoy amenaza con llevarnos al colapso.

Ahora bien, Mercatante podría replicar con el argumento clásico del trotskismo: que el ecocidio de la URSS, China y Cuba fue simplemente el producto de una "burocratización" que desvió al socialismo de su curso genuino. Pero ese recurso retórico se estrella contra los hechos. Porque incluso en sus fundamentos de democracia obrera, aquellos que Mercatante y el PTS reivindican con fervor, la lógica ecocida permaneció intacta. Los soviets rusos, presentados como el germen de un socialismo distinto, jamás cuestionaron el productivismo industrial: coordinaron la aceleración de la electrificación y la ampliación del aparato fabril, sobre la base de carbón y petróleo. En Chile, los cordones industriales de 1972 no se levantaron para discutir límites ecológicos, sino para garantizar la producción de acero, cemento y energía fósil bajo control obrero. Y en el presente, experiencias como Zanón, que el PTS muestra como emblema de autogestión obrera, no solo no cuestionan la matriz fósil, sino que reproducen niveles de contaminación que la equiparan a Monsanto: gases, polvo de sílice, emisiones de CO₂. La autoorganización obrera, sin conciencia metabólica, repite la misma devastación que la burguesía, con o sin patrón.

El silencio de Mercatante tiene una explicación: reconocer esta verdad sería dinamitar el pedestal ideológico de su partido, el PTS, y de la tradición que reivindican. Porque si el capitalismo verde es un fraude, el socialismo fósil de ayer y de hoy es su hermano gemelo con bandera roja. Y aquí la figura de Trotsky es ineludible. Trotsky mismo, el gran referente de Mercatante, fue uno de los dirigentes más ferozmente productivistas y antiecológicos de la tradición marxista. No solo celebró la electrificación como solución universal, sino que defendió abiertamente la subordinación de la naturaleza a los planes del Gosplan: ríos desviados, estepas convertidas en graneros industriales, montañas perforadas para la extracción. Su idea de progreso era la expansión infinita de las fuerzas productivas, aunque el precio fuera un metabolismo social en guerra con la biosfera. Estos elogios al "electrificarlo todo" y a la industrialización ilimitada son la raíz fósil que alimenta hoy el "ecosocialismo" impostado de sus discípulos.

Aquí se abre la tesis central: el PTS nunca habló en serio de ecología. Ni en sus congresos, ni en sus conferencias internacionales, ni en su práctica política diaria. Dos décadas sin una sola resolución estratégica sobre la crisis ecológica y energética. Dos décadas en las que, mientras el planeta cruzaba seis de los nueve límites planetarios, el partido de Mercatante discutía listas electorales, internas sindicales y roces parlamentarios, pero jamás el colapso civilizatorio. Y cuando algún militante como Mercatante escribe sobre el tema, no lo hace para abrir un debate real, sino para cerrarlo con un sello vacío: el "ecomunismo". Este no es más que un dispositivo discursivo interno, un maquillaje verde para desactivar la crítica ecológica y evitar que se discuta lo esencial: la complicidad del PTS con el extractivismo, la megaminería y el productivismo fósil. Christian Castillo, Nicolás del Caño, Myriam Bregman —todos se han pronunciado no para cerrar minas, sino para exigir "administración obrera" de la megaminería. Una posición que revela el fondo del socialismo fósil: defender el metabolismo industrial aunque lo administre el proletariado.

Por eso, el problema de Mercatante no es que se equivoque en su crítica al capitalismo verde, sino que omite el espejo rojo-fósil que lo refleja. Su "socialismo verde" es, en realidad, la prolongación del mismo industrialismo ecocida que nos trajo hasta aquí. Y esa omisión no es casual: es el síntoma de una corriente que, disfrazada de marxismo revolucionario, sigue atrapada en los límites ideológicos y energéticos del siglo XX.

II. El silencio fósil del PTS y de Mercatante

Si el capitalismo verde es pura propaganda, el silencio del PTS es todavía más escandaloso. Basta revisar los documentos de sus congresos nacionales y de la Fracción Trotskista – Cuarta Internacional (FT-CI) para constatar un hecho brutal: ni una sola resolución estratégica sobre la crisis climática o energética en más de dos décadas. Mientras la ciencia advertía del cruce irreversible de límites planetarios, el partido de Mercatante se limitaba a repetir las fórmulas del siglo XX: "planificación racional", "control obrero", "abundancia redistributiva". Palabras que suenan revolucionarias, pero que en el vacío material del colapso son solo ecos fósiles.

El doble discurso es evidente. Mercatante escribe contra el capitalismo verde, pero sus compañeros de partido —Christian Castillo, Myriam Bregman, Nicolás del Caño— se han pronunciado sistemáticamente en defensa práctica del extractivismo fósil. No exigen el cierre inmediato de la megaminería ni del petróleo; proponen su "administración obrera". La consigna no es menos ecocida porque cambie de manos: un socavón abierto bajo dirección obrera sigue siendo un socavón que destruye montañas, ríos y comunidades. En Chile, su grupo hermano (PTR) jamás llamó a clausurar Chuquicamata o Caserones; en Bolivia, la LOR-CI defiende el "control obrero" del litio en lugar de denunciar el ecocidio del salar. Y en Argentina, el PTS se ha cuidado muy bien de no confrontar directamente al modelo megaminero, escondiéndose detrás de la consigna cómoda de "estatización bajo control de los trabajadores".

El propio Mercatante juega un papel funcional en esta farsa. Su "ecomunismo" no es un programa, ni una corriente organizada, ni siquiera una minoría interna que dispute el rumbo del PTS. Es un sello discursivo vacío, un barniz verde para encubrir lo esencial: que su partido es cómplice del productivismo fósil, tanto como cualquier socialdemocracia que administra minas y pozos con lenguaje inclusivo. El "ecomunismo" de Mercatante no existe en la práctica: no ha impulsado ni una sola asamblea, ni una sola campaña, ni una sola medida interna para cuestionar a la dirección fósil de su organización. Es un dispositivo de contención, diseñado para desactivar la crítica ecológica dentro de la militancia joven, cada vez más preocupada por el colapso planetario.

En este punto, el silencio no es un error ni una omisión: es una estrategia consciente de complicidad. Porque hablar en serio de ecología implicaría romper con el productivismo fósil que sostiene tanto al capitalismo verde como al socialismo rojo del siglo XX. Y eso sería dinamitar el corazón ideológico del PTS. Mejor entonces un "ecomunismo" de papel, que sirva para conjurar críticas internas, pero que jamás dispute a la dirección partidaria su alianza práctica con la megamáquina industrial.

El resultado es grotesco: un partido que se presenta como alternativa revolucionaria, pero que comparte con el capital la misma fe en la megaminería, el petróleo y la expansión productiva. La única diferencia es la administración de clase: ellos proponen que el proletariado maneje la excavadora. Pero una excavadora no deja de destruir la montaña porque cambie de manos.

III. La falsa transición socioecológica: de Trotsky a Mercatante

Escribe Mercatante, con solemnidad de catecismo:

"Por eso, si necesitamos hacer la transición energética, reducir la demanda material sobre el planeta, eliminar sectores de la producción completamente destructivos, movilizar la tecnología y el progreso tecnológico para moderar nuestro impacto ecológico, garantizar la plena existencia y reproducción de biomas y ecosistemas, será solo terminando con el orden social del capital que podemos hacer realidad estas necesidades."

El problema es que esta frase, que pretende sonar como ruptura, es en realidad continuidad. Porque la historia demuestra que ningún socialismo histórico —ni la URSS, ni China, ni Cuba, ni siquiera experiencias de "control obrero" como Zanon— cuestionó jamás el metabolismo fósil que hoy nos arrastra al colapso. El socialismo realmente existente no fue alternativa ecológica, sino versión roja del mismo productivismo que caracteriza al capitalismo.

La URSS con sus planes quinquenales no discutía cómo regenerar suelos ni cómo preservar ríos: discutía cómo extraer más carbón, fundir más acero y construir más represas. China, con el "Gran Salto Adelante", no diseñó una sociedad sustentable, sino una gigantesca máquina de fundición improvisada que devastó bosques y suelos en nombre de la industrialización campesina. Cuba, pese a la épica de la resistencia al bloqueo, nunca dejó de depender de la caña, del petróleo y del turismo fósil. Incluso Zanon, el símbolo trotskista del "control obrero", mantuvo intacta su lógica contaminante: extracción intensiva de gas, hornos derrochadores de energía, desechos sin tratamiento. En todos estos casos, lo "socialista" significó solo cambiar el sujeto gestor, pero nunca el metabolismo productivo.

El argumento trotskista clásico dirá: "Eso no fue verdadero socialismo, sino una desviación burocrática."

Pero esta coartada se estrella contra la evidencia. Porque incluso en los casos donde hubo bases democráticas directas —soviets, cordones industriales, cooperativas obreras— la lógica no fue ecológica, sino productivista. Los soviets de 1917 no discutían cómo decrecer ni cómo limitar el uso de carbón, sino cómo encender más fábricas y construir más locomotoras. Los cordones industriales chilenos de 1972 no debatían cómo restaurar ecosistemas ni cómo reorientar el metabolismo hacia la frugalidad: debatían cómo mantener funcionando la industria pesada en medio del sabotaje patronal. Incluso hoy, en fábricas "gestionadas por trabajadores", las asambleas rara vez discuten cómo reducir emisiones o desescalar la producción; discuten cómo mantener la línea funcionando, cómo competir en el mercado, cómo sobrevivir bajo las mismas reglas del industrialismo. En otras palabras: la autoorganización obrera en sí misma no fue antídoto contra el ecocidio; al contrario, se puso al servicio de profundizarlo.

Y aquí está el punto que Mercatante jamás reconoce: el sujeto obrero también fue contaminante. La clase trabajadora europea y norteamericana, lejos de ser víctima inocente, fue protagonista activa del saqueo del planeta, aliada con sus burguesías en la construcción de la megamáquina fósil. Las fábricas soviéticas en los Urales no solo empleaban obreros explotados, también producían acero para tanques y carbón que arrasaba ríos y paisajes. Las acerías de Birmingham y las minas de Gales destruyeron comunidades y ecosistemas con entusiasmo obrero y patronal combinado. Detroit, con sus automotrices, moldeó a generaciones de obreros en torno al fetiche del auto barato, sin importar la contaminación que llenaba el aire y transformaba las ciudades en infiernos de smog. En Bahía Blanca, las petroquímicas emplearon miles de obreros orgullosos de producir plásticos y combustibles, al tiempo que envenenaban aire, suelos y aguas subterráneas.

Incluso hoy, gran parte de la clase obrera del llamado "10% de la humanidad" que consume más que el 90% restante no son multimillonarios, sino asalariados integrados a un patrón de consumo fósil insostenible: automóviles privados, carne industrial, viajes en avión, aire acondicionado permanente, cadenas globales de mercancías baratas. Pretender que este sujeto es pura víctima y nunca verdugo es otra forma de negar la historia material de la civilización industrial.

Mercatante finge que basta con cambiar el propietario —del burgués al obrero— para que cambie el metabolismo. La historia demuestra lo contrario: el socialismo del siglo XX, tanto como el capitalismo, fue una máquina fósil y ecocida. Su "transición socioecológica" es una ilusión reciclada, incapaz de asumir que lo que está en crisis no es solo el capital, sino la civilización industrial entera.

IV. El mito de los "centros de gravedad" capitalistas

Escribe Mercatante:

"Obviamente, las iniciativas a nivel de comunas o la organización de circuitos alternativos son muy importantes para organizar fuerzas sociales de resistencia, pero es importante que tengamos presente que lo que tenemos que proponernos es producir cambios en lo que son los centros de gravedad del capitalismo, es decir, en el terreno donde se produce el valor, porque está ahí la usina de trastornos metabólicos que ocasiona esta crisis ecológica multidimensional. No podemos limitarnos a generar formas de relación socio-natural diferentes a las del capital ignorando la necesidad de poner fin a la destrucción que diariamente produce el capital. Eso nos exige pensar en términos de transformación revolucionaria."

La fórmula suena radical, pero es otro espejismo. Porque la crisis ecológica y civilizatoria no se limita al capitalismo. La sociedad industrial en su conjunto —ya fuera bajo banderas burguesas o rojas— fue y sigue siendo destructiva. El colapso no surge de una sola clase, sino del metabolismo fósil que todas las clases sociales adoptaron como forma de vida. La historia lo demuestra: tanto la URSS como Estados Unidos, tanto la China maoísta como la Europa capitalista, tanto Cuba como Japón, construyeron la misma megamáquina industrial basada en carbón, petróleo, cemento y acero. No se trató de un "modo de producción" particular, sino de una civilización entera girando alrededor de la quema de fósiles y de la expansión ilimitada.

El error de Mercatante es pensar que basta con cambiar la propiedad de los medios de producción para resolver el desastre. Pero lo que está en crisis no es solo la forma capitalista de apropiación, sino la civilización industrial misma. La megamáquina de acero, carbón, petróleo y cemento no cambia de naturaleza porque se declare "obrera". El valor no se produce en abstracto: se produce devastando ecosistemas, extrayendo minerales, quemando fósiles y arrasando biodiversidad. Ese metabolismo destructor no fue exclusivo del capital: fue compartido con entusiasmo por todos los socialismos históricos y, en no pocos casos, con mayor intensidad. La industrialización acelerada soviética secó el Mar de Aral, transformando un mar interior en un desierto tóxico. La China socialista multiplicó represas y minas de carbón hasta sofocar sus propias ciudades en niebla de azufre. Cuba dependió del petróleo soviético para sostener sus cañaverales, y cuando colapsó la URSS, colapsó también el metabolismo cubano.

Y aquí debemos ir más allá: incluso si el capitalismo desapareciera mañana, los límites biofísicos ya han sido atravesados. El sistema climático acumula inercias de siglos: el CO₂ ya supera las 420 ppm y permanecerá en la atmósfera por cientos de años. La temperatura global aumentará al menos 2 °C aunque mañana cesaran todas las emisiones, empujando sequías, incendios y pérdida de cosechas. La pérdida de biodiversidad es irreversible: una especie extinguida no regresa. Los suelos agrícolas del planeta, degradados en un 30%, requieren siglos para regenerarse. Los océanos, acidificados y sobreexplotados, no volverán a la abundancia pesquera de antaño. Hablar de "restauración metabólica" es ignorar que estamos ante un colapso irreversible, donde lo máximo que puede hacerse es adaptarse a una nueva Tierra más hostil, no "repararla" con asambleas obreras o tecnología milagrosa.

Decir que hay que actuar solo en los "centros de gravedad del capital" es amputar la realidad. Porque hoy la catástrofe se expande también en espacios "no capitalistas": deforestación promovida por cooperativas agrícolas; contaminación de fábricas autogestionadas como Zanón, que producen más tóxicos que Monsanto; extractivismo administrado por Estados que se dicen socialistas, desde el petróleo venezolano hasta el litio boliviano. El problema no es solo la burguesía: es la sociedad industrial en todas sus variantes, con o sin capital privado. El verdadero centro de gravedad del colapso no es una clase social particular, sino la megamáquina fósil que organiza toda la vida moderna.

V. La Voz de la Ciencia contra el Socialismo Fósil

Mercatante quiere "transformación revolucionaria" actuando en los "centros de gravedad del capital". El problema no es solo dónde actuamos, sino contra qué leyes físicas chocamos. La ciencia —esa misma que el marxismo serio debería tomar como base material— es nítida: hemos cruzado umbrales biofísicos con inercias y realimentaciones que no se deshacen con votos de asamblea ni con "planificación racional" en clave productivista. A continuación, el estado del planeta con nombres y apellidos, y por qué la retórica de "transición energética" y "restauración ecológica" choca de frente con la realidad física, biogeoquímica y temporal.

1) Clima: inercia térmica, realimentaciones y calentamiento comprometido

⦁ Hecho: CO₂ > 420 ppm; vida media efectiva en la atmósfera de siglos. El sistema ya ha acumulado calor en océanos (calorimetría oceánica), que seguirá aflorando a superficie.

⦁ Consecuencia: Aun con cero emisiones mañana, el calentamiento avanza por inercia (lag oceánico), reducción de aerosoles (menos "paraguas" reflectante si dejamos de quemar), aumento del vapor de agua (forzamiento positivo) y pérdida de albedo (hielo ártico, glaciares).

⦁ Traducción política: No hay "gestión" que revierta de inmediato +2 °C; +2 a +3 °C este siglo es un rango plausible. Eso implica fallas de monzones, olas de calor letales húmedas, incendios crónicos y rendimientos agrícolas decrecientes en cereales clave.

2) Biodiversidad: extinciones son definitivas, y la red trófica no se recompone a decreto

⦁ Hecho: Tasas de extinción 100–1000× del fondo geológico. Colapsos funcionales: polinizadores, peces pelágicos, grandes vertebrados.

⦁ Consecuencia: La extinción es irreversible; la pérdida de diversidad reduce la resiliencia ecosistémica (menos amortiguamiento ante perturbaciones climáticas).

⦁ Traducción política: "Restaurar" no es volver al pasado; es gestionar ruinas. Planes quinquenales no recrean especies, ni tramas ecológicas complejas.

3) Ciclos del nitrógeno y fósforo: límites cruzados, "zonas muertas" y suelos eutrofizados

⦁ Hecho: Sobrecarga de N y P por agroindustria → proliferación algal, hipoxia, zonas muertas costeras; lixiviado que empobrece suelos a la vez que contamina acuíferos.

⦁ Irreversibilidad práctica: El retorno a balances preindustriales exige retroceder masivamente en fertilización sintética y reconvertir el metabolismo alimentario global (rendimientos, dieta, escala).

⦁ Traducción: "Transición justa" sin decrecimiento agroquímico es propaganda. No hay "eficiencia planificada" que elimine la estequiometría básica.

4) Agua dulce: cuencas extenuadas, glaciares en retirada, "atmósfera sedienta"

⦁ Hecho: Deshielo alpino/andino reduce caudales estivales; sequías multianuales; agotamiento de acuíferos fósiles (Ogallala, Indo-Ganges).

⦁ Realimentación: Atmósferas más cálidas → mayor demanda evaporativa; eventos de lluvia más extremos pero más largos intervalos secos.

⦁ Traducción: Sin hielo de montaña y con acuíferos en declive, megalópolis y regadíos son insostenibles, aunque se "planifiquen".

5) Suelos y uso del suelo: lo que se pierde en décadas tarda siglos en volver

⦁ Hecho: ~30% de suelos degradados; erosión, salinización, compacción.

⦁ Tiempo: Formación de 1 cm de suelo fértil puede tardar siglos.

⦁ Traducción: "Reparar" la base edáfica a escala civilizatoria es temporalmente incompatible con una política de "satisfacción plena de necesidades" a ritmo industrial.

6) Océanos: calentamiento, estratificación, acidificación

⦁ Hecho: Océanos absorben >90% del exceso de calor → estratificación (menos nutrientes a superficie), acidificación (menos carbonato para corales y moluscos).

⦁ Consecuencia: Arrecifes rumbo a colapso funcional; productividad pesquera en declive.

⦁ Traducción: No habrá proteína marina barata para "distribuir" como si nada; el mar ya no es el gran amortiguador.

7) Criósfera y metano: del permafrost a la bomba lenta

⦁ Hecho: Deglaciación, pérdida de hielo ártico estival; permafrost descongelando → emisiones de CH₄ y CO₂.

⦁ Trampa: Retroalimentaciones que no se "apaguen" con políticas humanas en tiempo político.

⦁ Traducción: El sistema entra en dinámicas no lineales. No son "desvíos corregibles": son cambios de estado.

8) "Transición energética": contabilidad mágica, materiales finitos, EROI en descenso

⦁ EROI (retorno energético): fósiles "dulces" altos en el pasado; hoy petróleo no convencional, aguas profundas, menor EROI; renovables variables con EROI inferior y dependiente de redes, respaldo, almacenamiento.

⦁ Materialidad: Solar/eólica a gran escala requieren minerales críticos (Cu, Ni, Co, REE, litio) con frentes mineros intensivos en diésel y agua, más impactos sociales.

⦁ Intermitencia y escala: Para sostener la misma demanda moderna, necesitaríamos sobredimensionar generación, transmisión, almacenamiento, duplicando impactos territoriales.

⦁ Rebote (Jevons): Eficiencia → más consumo total, no menos, si no hay límite explícito.

⦁ Resultado: La "transición" real observada no sustituye fósiles; los suma (diversificación + crecimiento neto). Llamarle "verde" es un fraude contable.

9) "Restauración ecológica": histéresis, tipping points y tiempos geológicos

⦁ Histeresis: Sistemas empujados más allá de umbrales no regresan al estado previo aun si baja el forzamiento.

⦁ Ejemplos: Aral no vuelve; corales no "se reponen" con +2 °C y pH menor; bosques que cruzan umbral hídrico → sabanización o desiertos.

⦁ Tiempo: Reponer complejidad ecosistémica toma siglos/milenios; la política promete décadas.

⦁ Conclusión: "Reparación" sí, pero en clave de limitar daños y adaptarse, no de "devolver" el Holoceno.

-Tabla — Límites, dirección y por qué "transición/restauración" no alcanzan

-Ver Tabla en versión online:

https://www.scribd.com/document/923960008/Socialismo-Fosil-y-Delirante-La-Negacion-Socialista-del-Colapso-Contra-Esteban-Mercatante

VI. Democracia obrera ≠ agua ni energía

Mercatante promete que "las amargas decisiones que haya que tomar durante la transición serán alcanzadas a través de la deliberación del conjunto de las clases productoras", y que esta democracia de consejos permitirá "restablecer la unidad real entre producción y consumo" para orientar racionalmente el metabolismo social.

La fórmula suena bella en la superficie, pero se estrella contra una verdad material: las asambleas no generan oules, ni litros de agua, ni hectáreas fértiles. La democracia obrera es condición política, no condición termodinámica. Puede decidir sobre el uso de recursos, pero no puede crearlos. El error de Mercatante es convertir a la democracia obrera en una fuente de energía imaginaria. Como si la voluntad colectiva pudiera reemplazar glaciares derretidos, reservas de petróleo agotadas o suelos desertificados. La política puede decidir muchas cosas; lo que no puede es abolir las leyes de la termodinámica.

La historia es implacable en este punto:

⦁ París 1871: la Comuna cayó no solo por la represión, sino por la imposibilidad de sostenerse materialmente tras la guerra y el bloqueo. Ningún soviet barrial podía fabricar trigo ni carbón de la nada.

⦁ España 1936: los comités obreros reorganizaron la producción, sí, pero dentro de un metabolismo ya colapsado por la guerra, el aislamiento internacional y la escasez de recursos estratégicos. La autoorganización no resolvió el hambre ni la falta de combustible.

⦁ Soviets de 1917: el mito fundacional del trotskismo. Pero en la práctica, ¿qué deliberaban? Más acero, más carbón, más electricidad. Coordinaban el industrialismo fósil, no un metabolismo regenerativo. El resultado fue la aceleración del ecocidio bajo la bandera roja.

Incluso experiencias más recientes como Zanón bajo control obrero repiten la misma lógica. La fábrica, gestionada por sus trabajadores, no cuestionó el metabolismo fósil ni la contaminación que generaba: produjo cerámicos contaminantes con gas subsidiado, igual que antes. El cambio fue de gestión, no de matriz material.

El problema no es "quién manda", sino qué mundo queda para gobernar. Y en un planeta que ya ha cruzado límites biofísicos, creer que la democracia obrera puede resolver la crisis ecológica es otra forma de fetichismo político. La autoorganización será imprescindible para resistir y repartir escasez, pero no sustituye a la realidad física: sin agua, sin energía neta abundante, sin suelos fértiles, no hay comunismo posible, ni desde arriba ni desde abajo.

Además, el error de fondo es olvidar que la entropía industrial es inevitable. Todo proceso productivo implica una degradación irreversible de energía y materiales: los combustibles fósiles no se regeneran, los minerales extraídos no retornan a la corteza, los suelos degradados no recuperan su fertilidad en escalas humanas. La "planificación racional" no puede detener esta tendencia, porque la entropía no se planifica: se impone. Ni el Estado obrero ni los consejos de fábrica pueden revertir el desgaste acumulativo de la civilización industrial. A lo sumo, pueden retrasar algunos efectos; pero mientras se sostenga la megamáquina de acero, cemento y fósiles, el resultado final es el mismo: colapso material del metabolismo social.

-Tabla — Experiencias de democracia obrera y sus límites materiales

-Ver Tabla en versión online:

https://www.scribd.com/document/923960008/Socialismo-Fosil-y-Delirante-La-Negacion-Socialista-del-Colapso-Contra-Esteban-Mercatante

La tabla lo deja claro: la democracia obrera puede transformar quién decide, pero no qué recursos existen. Allí donde no hubo alimentos, energía o fertilidad, ninguna asamblea pudo crearlos. Y allí donde los recursos fósiles estaban disponibles, la autoorganización obrera no los cuestionó: los administró para seguir alimentando la megamáquina industrial.

Esa es la lección brutal: la democracia obrera no es una fuente de energía, y la civilización industrial —capitalista o socialista— solo puede terminar en colapso.

VII. La "plena satisfacción de necesidades": delirio en un planeta roto

Mercatante promete lo imposible. Escribe:

"Esto es lo que puede ponernos en camino de una verdadera transición socioecológica, hacia una sociedad donde la satisfacción más plena de las necesidades materiales para el conjunto social –para crear las condiciones de una vida social y cultural más plena– y el establecimiento de un metabolismo equilibrado con el conjunto de la naturaleza, no sean antagónicos."

La fórmula es seductora: socialismo, abundancia y equilibrio ecológico. Pero se estrella contra la ciencia más elemental. Hablar hoy de "plena satisfacción de necesidades materiales" es una fantasía reaccionaria. No estamos en los años 60, soñando con fábricas infinitas y satélites en órbita: estamos en el Antropoceno, con un planeta biológicamente roto.

Los límites científicos del delirio

⦁ Calentamiento global irreversible: con 450 ppm de CO₂ prácticamente fijadas en la atmósfera, el mundo se dirige a un aumento de al menos +3 °C este siglo. Eso significa incendios masivos, olas de calor inhabitables y colapso de la producción de alimentos en vastas regiones.

⦁ Amazonas al borde de la desertificación: con +3 °C, la selva amazónica dejará de ser sumidero de carbono y se convertirá en un desierto intermitente, liberando más CO₂ y acelerando el desastre. Ningún "socialismo verde" va a revertir esa dinámica biofísica.

⦁ Crisis hídrica global: más del 50% de la población mundial enfrentará severa escasez de agua antes de 2050. Sin agua, no hay agricultura, no hay industria, no hay vida urbana estable.

⦁ Colapso alimentario: el 30% de los suelos agrícolas está degradado; la erosión y la salinización avanzan más rápido que cualquier intento de restauración. La FAO ya admite que la capacidad de producción alimentaria mundial caerá drásticamente hacia mediados de siglo.

⦁ VI Extinción masiva: la biodiversidad colapsa a un ritmo 100 a 1000 veces superior al natural. Una extinción de esta magnitud no se "administra" con democracia obrera ni con planificación racional: simplemente nos arrastra con ella.

Sin futuro de abundancia

El error fatal de Mercatante es proyectar un escenario de abundancia cuando la evidencia científica confirma que entramos en un siglo de escasez estructural. Lo inevitable es que cientos (o miles) de millones morirán —por hambre, por sed, por catástrofes climáticas— con o sin socialismo.

Hablar de "plena satisfacción de las necesidades" en estas condiciones no es socialismo, es negacionismo disfrazado de marxismo. Es exactamente lo contrario de lo que debería hacer una política revolucionaria: preparar a las clases explotadas para sobrevivir en un planeta en ruinas, no prometerles un paraíso imposible.

La tarea no es "satisfacer más necesidades", sino decidir colectivamente cuáles necesidades pueden sostenerse y cuáles deben ser abandonadas en nombre de la supervivencia. Eso se llama política del límite.

VIII. Ecomunismo como tapadera política

El "ecomunismo" de Mercatante no es un programa revolucionario, sino un dispositivo político. Una tapadera interna del PTS para desactivar críticas y canalizar inquietudes ecologistas en un cauce inofensivo. Sirve para decir "también tenemos nuestra propuesta verde" sin tocar una sola fibra de la práctica real del partido.

Porque si el capitalismo verde es un fraude corporativo, el "ecomunismo" del PTS es su versión militante: un lenguaje verde sobre una práctica fósil. En los congresos del partido, ni una sola resolución sobre crisis climática o energética. En la Fracción Trotskista–Cuarta Internacional, ni un solo debate serio sobre colapso ecológico. Dos décadas de silencio absoluto.

Mientras tanto, las direcciones del PTS —Christian Castillo, Nicolás del Caño, Myriam Bregman— se pronuncian "contra la megaminería", pero nunca llaman a clausurarla. Hablan de "administración obrera del extractivismo", es decir, de seguir explotando el litio, el gas o el petróleo, pero con sello sindical en vez de empresario. Eso no es ruptura con el metabolismo fósil, sino su legitimación bajo bandera roja.

El "ecomunismo" cumple aquí una función precisa: contener la crítica interna. Evitar que surja un debate real sobre el carácter ecocida del programa trotskista. No hay fracción interna, no hay asambleas de base discutiendo la crisis ecológica, no hay programa de acción. Solo artículos como el de Mercatante, que maquillan de verde a una organización cuyo horizonte sigue siendo el mismo del siglo XX: más industria, más energía, más producción, ahora bajo control obrero.

En otras palabras: el "ecomunismo" no es más que un mecanismo de cooptación discursiva para neutralizar a militantes críticos y para encubrir la complicidad con las direcciones políticas que, en Argentina, Chile o Bolivia, defienden la continuidad del extractivismo. El PTS no plantea cerrar una sola mina, ni apagar un solo pozo petrolero: plantea que la clase trabajadora se haga cargo de seguir bombeando el desastre.

El resultado es claro: un socialismo fósil con cosmética verde. Y esa impostura, lejos de preparar a las masas para enfrentar el colapso ecológico, las ata a la ilusión de que basta cambiar de administrador para que la megamáquina deje de ser destructiva.

IX. Marxismo colapsista contra el socialismo fósil

Esteban Mercatante no es más que un burócrata de partido encargado de maquillar con barniz verde un programa fósil, obsoleto y ecocida. Su "ecomunismo" no abre debates, los clausura. No prepara a la clase trabajadora para enfrentar el colapso, la amarra a un guion productivista que ya no tiene suelo material bajo sus pies. Es el ideólogo fósil de un partido fósil.

El remate es claro: Mercatante recicla, con retórica verde, la vieja lógica de Trotsky, de la URSS, de Cuba, de Zanon, de todas las variantes del socialismo industrial. Cambiar la propiedad de las fábricas sin cambiar el metabolismo que las alimenta no es transición ecológica, es continuidad del ecocidio con otro administrador.

Frente a esa impostura, el marxismo colapsista plantea otra estrategia: aceptar el colapso, organizar la escasez, relocalizar la vida, preparar a los trabajadores para resistir en condiciones de decrecimiento forzado. No prometer paraísos, sino organizar trincheras. No hablar de transición, sino de supervivencia.

Porque la verdad brutal es esta: no hay transición socioecológica posible. Solo hay adaptación al colapso. Y en ese terreno, el marxismo colapsista es la única brújula revolucionaria.

Poema Robótico final

Revolución Política contra el socialismo fósil

No con flores verdes pintadas en pancartas,

sino con fuego en las bases,

ha de nacer la insurrección contra los viejos jefes.

¡Abajo los seniles guardianes del productivismo!

¡Abajo los comités centrales que callan frente al colapso!

¡Abajo los burócratas que administran minas, pozos y cementeras

en nombre de un socialismo muerto!

Que las bases tomen la palabra,

que la militancia hable con la voz del clima,

que la juventud obrera grite contra la herencia fósil:

¡Revolución Política en todos los partidos!

Trotsky clamó por la Revolución Política

contra las burocracias que sofocaban la llama.

Hoy, nosotros gritamos con igual furia

¡Revolución Política contra los burócratas ecocidas,

para abrir paso al comunismo del límite,

a la justicia de la escasez,

a la organización de la vida en un planeta roto!

Para seguir encendiendo la chispa de esta revolución colapsista, te invitamos al Marxism and Collapse Blog, donde el pensamiento no teme a las llamas, y la utopía no esquiva el derrumbe.

Septiembre 27, 2025

Genosis Zero

(Elaborado en 20 segundos)



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