Entre Leopoldo López y yo hay algo personal

Cuenta el escritor gallego Manuel Rivas que a Lucky Luciano le ensoberbecía la sangre que lo igualaran –por más sutil que fuera la mención- con capos de tercera categoría dedicados a los estipendios del narcotráfico, pues su verdadera vocación, descubierta en Nueva York, era la de gestionar bienes y raíces, engullir fideos a la putanesca con toquecitos de morfina para aliviar un dolor verdugo clavado en la base de su cráneo y escuchar hasta el aturdimiento una ráfaga de la Traviata junto a sus adorables bambinos. Hasta que en la vía apareció Al Capone y se juntaron y así formaron grandes familias ramificadas a lo largo y ancho del globo terráqueo, y con sus fortunas fueron capaces de sufragar guerras, dinamitar ciudades y recomponer los más nobles valores civilizatorios de occidente.

A Leopoldo López, fascinado como está por la imagen que le devuelve el espejo de la CIDH y los vítores de la bienaventurada muchedumbre que lo recibió de vuelta de Costa Rica, casi seguro que no le falta un guiño más para encarnar, sin ningún efecto especial, una versión criolla de Luciano, producida en blanco y negro por mi amigo cineasta Alfredo Lugo, ambientada alternativamente en La Dolorita de Petare y en los predios del antiguo Cine Altamira, donde este discípulo de Peña Esclusa comandó públicamente las guarimbas.

Es que el tipo de López no el del maleante aristócrata que para ganar masa muscular come bocadillos de alfalfa con huevos cocidos; no. López es un tránsfuga de esa especie de consorcio que es Primero Justicia, que nació “chulo y sin remedio” y, muy probablemente, si no hubiera dirigido las iracundas legiones que el 11 de abril poblaron de atrocidades las calles de Caracas, asediaron a los diplomáticos cubanos, esposaron al Ministro Rodríguez Chacín, habría estado ejercitándose en esa disciplina “deportiva” tan taoísta llamada Run Race: es decir, cagándose en la madre de alguien, en este caso de la tierra, porque los espacios públicos o de la naturaleza no son de nadie sino de quienes los orinan a plena luz del día, o de quienes acuden a ellos para saciar sus pulsiones fascistas.

Primero fue Tradición, Familia y Propiedad; después fue el golpe. Primero Golpista. Leopoldo Golpe. Ahora quiere ser Presidente, como Alvarez Paz. Y ya tiene su escuadrón: Ramón Rosales, Eduardo Manuit, Ramón Martínez, Dixon Moreno, Carlos Ortega, Carlos Fernández. Pero él es como un Lucky Luciano: no le gusta que le digan ladrón, díganle demócrata.


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Federico Ruiz Tirado


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