¡Se acabó el mito de la revolución cubana!

Todos los historiadores o analistas políticos o sociológicos que ven el motor de la historia en el papel de la personalidad del individuo, terminan siempre con la mirada extasiada sólo enamorados del pasado dejando de percibir los fenómenos que les pasan por el frente y por encima y los alrededores, como ese de la lucha de clases, única fuente ¡hasta ahora! que hace marchar la locomotora sobre los rieles de la sociedad. En la época medieval los ideólogos, del absolutismo político o de la Inquisición ideológica, tenían al rey o al Papa como el factor que decidía la marcha de la historia. Eso se debía a la falsa creencia de que la concentración extrema del poder era causa suficiente para dictar los factores que deciden el curso de la historia. Era un tiempo en que los cultos de la sociedad sentían un desprecio total hacia las masas del pueblo, hacia los explotados y oprimidos, por considerarlas ignorantes, desmemoriadas e incapacez de acometer alguna obra de importancia histórica, pero tan pronto como tenían un conflicto que podía cambiar el curso de la historia llamaban deseperados a las masas para que cargaran con el peso de la lucha en los campos de batalla. El marxismo, hace ya muchísimas décadas, acabó -precisamente- con ese mito que reducía todos los méritos de la historia a la mano y la conciencia individual del rey o del Papa.

 Ya salieron los analistas políticos, los “más” versados del conocimiento histórico o sociológico, los “más” ilustrados del periodismo del contexto internacional, emitiendo sus opiniones, sus criterios “inequívocos” asegurándole a la opinión pública mundial de la Tierra -con copia especial para las grandes masas de almas populares del Cielo y de las agónicas en el Infierno- que se acabó el mito de la revolución cubana, porque ya Fidel Castro no continúa siendo el primer mandatario de la misma. Mil y más hipótesis dadas como teorías luego de salir de las bocas de los desinformadores y acuciosos mentirosos, y han sido lanzadas al aire para que no quede ningún vacío desinformado en el espacio del planeta y hasta del universo entero. Ya Bush conjugó su verbo de triunfo en tiempo de futuro: “Mi Gobierno ayudarrá con muchos dólarres a vuelta de democracia en Cuba. Yo estar casi feliz por noticia esa que chivudo no más jefe en Cuba. ¡Abajo Fidel y que viva Raúl si se somete a política de mi país!”. Los sofistas del capitalismo pareciera que no supieran o que olvidan ex profeso que de la sociedad cubana su personaje, aunque ya no esté ni en el Gobierno ni en el Estado, más importante y distinguido, sigue siendo Fidel. Este sólo ha hecho lo que haría un grandioso gobernante en la historia humana: dedicar sus últimos momentos de vida a transmitir sus vastas enseñanzas y experiencias como sus cuantiosos y valiosos conocimientos por vía escrita o por vía oral al resto de la humanidad. Que haya una parte de ésta, minoritaria sin duda alguna, que crea que nada Fidel tiene que legarle, es su problema y no el de la mayoría. Que lo resuelvan en sus instancias de mezquindad y de envidia.

 Los ideólogos de la burguesía, dándole la espalda a las enseñanzas de Marx como a las verdades históricas y no podría ser de otra manera, creen que la historia de una revolucion no necesita del relato de los hechos y su desarrollo sino de los inventos imaginativos endulzados de mucha fantasía utópica. De tal manera, que ni siquiera en la ciencia historia, que necesita más de la verdad que de las voluntades o deseos, son capaces de entender que del relato es imprescindible se desencadene con mucha claridad meridiana las causas que hacen que un fenómeno se haya producido de una forma y no de otra. Lo que es más, los hechos de la historia no pueden ser concebidos, si se pretende hacer o dar un juicio científico y verdadero sobre un fenómeno o un personaje, como si fuera una cadena colocada desde los grillos hasta los pies describiendo las aventuras vividas al azar por el preso engarzando los aros de metal en el hilo de una moral preconcebida por el carcelero. No, los hechos históricos, si se quiere hacer análisis correcto para llegar a conclusión correcta, deben estar sujetos al criterio de las leyes que los gobiernan. De allí que los ideólogos del capitalismo, sea desde Estados Unidos a España o desde Inglaterra a Pakistán o desde Rusia a La India o donde quiera que se haya celebrado como un fracaso de la revolución cubana el que ya Fidel no continúe al frente de sus funciones de gobierno y de Estado, no sean capaces de sacar a la luz las leyes que hicieron posible la Revolución Cubana como el papel en la historia del camarada Fidel Castro. Prefieren el mundo de las tinieblas, el más oscuro y menos sereno, para vender esa ¡bendita pero muy desgraciada y eternamente destinada al fracaso! idea de que una mentira mil veces repetida será siempre una verdad irrefutable!

 Luego de los ilustrados o de los enciclopedistas los ideólogos del capitalismo se especializaron en esa parte de la sofística que tiene a la demagogia como el arma fundamental de la conciencia esclava. Por ello no se dan cuenta que la característica más esencial y no discutible de una revolución es la participación de las masas del pueblo en los hechos históricos. Creen que todo el tiempo el Estado estará situado por encima del país, creyendo en esa especie de fe de que la historia depende de los especialistas de oficio como los reyes, los zares, los genios que ven el más allá en una bolita de cristal, los presidentes, los emperadores, los príncipes y unos que otros altos burócratas, parlamentarios y periodistas que se ocupan del análisis internacional dejando por fuera todo rasgo de importancia nacional. De esa forma se olvidan que en esas situaciones en que el curso de la historia se juega en los grandes combates de clases, las masas del pueblo rompen con sus brazos fuertes las cadenas que las oprimen, que las separan del escenario político, y derrotan a la tradicionalidad, a los verdugos de turno, y abren las puertas para la construcción de un nuevo régimen. Entonces viene ese momento en que los moralistas se dedican, detrás de sus escaramuzas sofísticas, a juzgar los acontecimientos con frases de barata filosofía mientras a las masas les resulta suficiente los acontecimientos tal como los pone a su disposición el desarrollo objetivo. Cuando el moralista se convence que existe un mal venido del más allá afectándole su status quo, las masas ya han irrumpido en rebeldía por el gobierno de su propio destino.

 Trotsky dice con mucho acierto, que: “Cuando en una sociedad estalla la revolución, luchan unas clases contra otras, y, sin embargo, es de una innegable evidencia que las modificaciones por las bases económicas de la sociedad y el sustrato social de las clases desde que comienza hasta que acaba no bastan, ni mucho menos, para explicar el curso de una revolución que en unos pocos meses derriba instituciones seculares y crea otras nuevas, para volver en seguida a derrumbarlas. La dinámica de los acontecimientos revolucionarios se halla directamente informada por los rápidos tensos y violentos cambios que sufre la sicología de las clases formadas antes de la revolución”. Agrega el camarada Trotsky algo que sigue teniendo una gran vigencia en la actualidad y que no debemos olvidar: “La sociedad no cambia nunca sus instituciones a medida que lo necesita, como un operario cambia sus herramientas. Por el contrario, acepta prácticamente como algo definitivo las instituciones a que se encuentra sometida. Pasan largos años durante los cuales la obra de crítica de la oposición no es más que una válvula de seguridad para dar salida al descontento de las masas y una condición que garantiza la estabilidad del régimen social dominante; es, por ejemplo, la significación que tiene hoy la oposición socialdemócrata en ciertos países. Han de sobrevenir condiciones completamente excepcionales, independientes de la voluntad de los hombres o de los partidos, para arrancar al descontento las cadenas del conservadurismo y llevar a las masas a la insurrección. Por tanto, esos cambios rápidos que experimentan las ideas y el estado de espíritu de las masas en las épocas revolucionarias no son producto de la elasticidad y movilidad de la psiquis humana, sino al revés, de su profundo conservadurismo. El rezagamiento crónico en que se hallan las ideas y relaciones humanas con respecto a las nuevas condiciones objetivas, hasta el momento mismo en que éstas se desploman catastróficamente, por decirlo así, sobre los hombres, es lo que en los períodos revolucionarios engendra ese movimiento exaltado de las ideas y las pasiones que a las mentalidades policiacas se les antoja fruto puro y simple de la actuación de los «demagogos». Las masas no van a la revolución con un plan preconcebido de la sociedad nueva, sino con un sentimiento claro de la imposibilidad de seguir soportando la sociedad vieja. Sólo el sector dirigente de cada clase tiene un programa político, programa que, sin embargo, necesita todavía ser sometido a la prueba de los acontecimientos y a la aprobación de las masas. El proceso político fundamental de una revolución consiste precisamente en que esa clase perciba los objetivos que se desprenden de la crisis social en que las masas se orientan de un modo activo por el método de las aproximaciones sucesivas. Las distintas etapas del proceso revolucionario, consolidadas por el desplazamiento de unos partidos por otros cada vez más extremos, señalan la presión creciente de las masas hacia la izquierda, hasta que el impulso adquirido por el movimiento tropieza con obstáculos objetivos. Entonces comienza la reacción: decepción de ciertos sectores de la clase revolucionaria, difusión del indeferentismo y consiguiente consolidación de las posiciones adquiridas por las fuerzas contrarrevolucionarias. Tal es, al menos, el esquema de las revoluciones tradicionales.” En honor al a verdad, en el caso de Cuba, la aplastante mayoría del pueblo cubano no se ha decepcionado nunca de su revolución ni mucho menos del liderazgo de Fidel. Sin embargo, tiene conciencia que en este mundo, especialmente sitiado y acosado por el más poderoso de los estados imperialistas, no se puede hacer política por la simple visión de la voluntad, sino que es necesario basarse en las realidades que rodean el medio ambiente de una revolución, en las leyes de la economía de mercado, en las relaciones internacionales, en el nivel de la solidaridad entre las naciones, en la ley del desarrollo desigual que impera con salvajismo limitando las fronteras y el progreso social de la mayoría de las naciones en favor de unas pocas. Cuba lleva cercada y sometida a un criminal bloqueo imperialista que le reduce o le dificulta por carencia de materia prima, queramos o no reconocerlo, las probabilidades de su desarrollo, porque éste no depende del deseo espiritual sino de profundas realidades -esencialmente- económicas tanto de carácter internacional como nacional.

 Si lo anterior no se entiende y no se acepta como una recomendación inviolable para el análisis histórico, tampoco se comprenderá que sólo con el estudio de los procesos políticos sobre las propias masas, se podrá entender el papel de los partidos y los dirigentes destacados en la lucha de clases. “Son un elemento, si no independiente, sí muy importante, de este proceso. Sin una organización dirigente, la energía de las masas se disiparía, como se disipa el vapor no contenido en una caldera. Pero sea como fuere, lo que impulsa el movimiento no es la caldera ni el pistón, sino el vapor”. Los ideólogos de la burguesía, especialmente sus analistas internacionales, se dan trancazos cada vez que intentan emitir criterios sobre los cambios que se producen en una revolución y, particularmente, en sus cuadros más destacados. El mundo actual vive un período de tensión elevada de las pasiones sociales, por lo cual la historia verdadera no dependerá jamás del lente exclusivo de la contemplación y del relato. Los periodistas de análisis internacional que sirven al capitalismo, por lo general, tienden a emitir sus criterios bajo los rigores que produce el frío del paludismo que sustenta la opinión en la voluntad y no en los hechos objetivos. Las revoluciones son torbellinos y es lo que no entienden los historiadores del imperialismo capitalista cuando la experiencia les ha demostrado que todo imperio se cae, se derrumba, muere y sus crímenes de lesa humanidad influyen para la rebelión de las masas en búsqueda de un nuevo destino. Para la historia no existen los imparciales. Los ideólogos del capitalismo, ahora bajo el imperio de la globalización capitalista salvaje, es cuando más andan confundidos ante sus sombras. Todos los Madelein terminan calumniando los hechos históricos, porque no hacen más que ubicarse en lo más alto de las murallas de los campos de batalla para hacer depender la historia de su mirada sobre los sitiados y sitiadores. Sépase que ese género de historiador termina siendo un espía en favor del capitalismo y no del progreso del mundo. Esa “justicia conmutativa” de los Madelein pasó de moda hace más de siglo y medio. Marx la sepultó como visión histórica cuando legó al mundo la concepción materialista de la historia. Estamos en un tiempo en que asomar de fiscón la cabeza por encima de una muralla en una batalla para narrar historia, corre el riesgo que le vuelen la tapa de los sesos. Un historiador o un analista político, si pretende respetar la verdad, debe buscar los acontecimientos y analizarlos con honradez, descubriendo y lanzando al aire las leyes que los rigen y no conformarse con hacer apologías de sus simpatías o antipatías sobre un fenómeno o un personaje histórico. ¿Acaso Fidel no es el personaje histórico más importante del siglo XX en todo el continentre americano? ¡Vaya, vaya al carajo, si un tramposo se atreve a decir que es Bush! ¿Qué quieren que los acérrimos enemigos de la justicia y la libertad sientan afecto y amor por Fidel? ¡Vaya, vaya al carajo el mafioso imperialista que se le ocurra elogiar a Fidel para buscarse una prebenda personal!

 Si nada de lo anterior se toma en consideración es -por decir algo- imposible que se haga un análisis correcto de la personalidad de Fidel, de su papel en la lucha revolucionaria por el poder político como tampoco de su estancia en el poder de la revolución y, mucho menos, comprender su renuncia a continuar ejerciendo la función de primer mandatario del Estado y del gobierno cubanos. Y como no me voy a ocupar de hacerlo, mejor me dedico a interpretar el por qué no va a continuar ejerciendo las riendas del poder revolucionario en Cuba.

 ¡Voy para allá! Fidel ha hecho lo que también haría un gran maestro o astro de un deporte exigente, retirarse justo en el momento en que ya sus condiciones físicas, en que sus músculos y sus huesos no le permiten la realización íntegra de las faenas en el espectáculo. El tiempo somete a sus leyes el organismo humano y no lo contrario. La vejez, en el caso de Fidel, ha sido el producto de una incansable y grandiosa actividad -práctica y teórica- al frente de un pueblo, un Estado, un Gobierno y un partido en una nación rodeada de rigores y adversidades creadas, especialmente, por factores foráneos que han querido derrumbar el sueño de la revolución más gloriosa que se haya gestado en América: la cubana.

 Lo que Fidel ha hecho es ese acto grandioso y magnífico del Verbo, ese que se realiza “... cuando en el interior del hombre va del pensamiento a la conciencia y vuelve de la conciencia al pensamiento” (Víctor Hugo). Mejor dicho: Fidel, con su decisión de no continuar al frente del Estado y del gobierno cubanos, ha comprendido el momento en que la imaginación debe volver a la idea como vuelve el mar a la playa, para cultivar la reflexión y ponerla al servicio de la historia, de la humanidad por vía de la escritura. Aunque sus detractores y, especialmente, los que rezan día y noche y esperan ansiosos el anuncio de su muerte en una madrugada muy temprano, Fidel no ha hecho más que “... sostener la marcha progresiva del género humano hacia la luz” (Víctor Hugo). ¿Acaso la revolución socialista no es una afirmación humana por la libertad mientras que el capitalismo no es acaso la afirmación de la esclavitud del hombre por el hombre? ¿Acaso el pueblo cubano -y especialmente Fidel ante tantos atentados terroristas- no han tenido que resistir las crueldades de un imperialismo inmisericorde e inclemente con el progreso y la libertad del género humano?

 Quizá a los historiadores y analistas políticos del capitalismo salvaje, que viven más de la premura y de la frustración de sus voluntades, no les quede tiempo para abrazarse a alguna verdad fundamental de la vida en búsqueda de un método para engañar a la opinión pública y hacer valer la mentira que llevan bajo la manga cuando las masas, enardecidas y enloquecidas, arrasen con todo el sistema que sustenta al capitalismo para establecer el socialismo. Por ello es bueno que no se olviden de lo que a continuación escribo. La historia y la filosofía en esta fase de globalización de capitalismo salvaje, poseen deberes permanentes que cumplir para bien y provecho del futuro: combatir al capitalismo para que no se eternice la esclavitud en los huesos y en los músculos del mundo; combatir a los Garzón para que no sigan creyéndose los jueces celestiales del planeta; combatir al imperialismo para que no asuma la legislación de las leyes que obligan a la mayoría de la humanidad a resignarse a la explotación y opresión de clase y del hombre por el hombre; combatir a Bush para que no haya más en esta Tierra hombres-lobo con dones de emperador. Y esos combates (que son el deber supremo del hombre y de la mujer que creen en la historia y en la filosofía como fuentes de progreso y de conocimiento), tienen que conducir, de la manera más diáfana posible, al socialismo. Y éste requiere que sus ideólogos, parafraseando a Víctor Hugo, aunque no sean historiadores o filósofos anden, enseñen, iluminen, piensen alto, hablen alto, corran alegres hacia el vivo sol; fraternicen con las plazas públicas, con las fábricas, con los teatros, con los cines, con las escuelas, con los barrios, con las calles ciegas, con los campos, con la gente de pueblo, y anuncien las buenas nuevas, prodiguen los alfabetos, proclamen los derechos, canten la Internacional, siembren el entusiasmo, arranquen verdes ramas de la encina, y hagan de la idea revolucionaria un torbellino. Es necesario que sepan mirar al través del pueblo para que descubran la verdad, y no olviden nunca jamás que “... esa vil arena que oprimís bajo los pies, echadla en el horno, se fundirá, cocerá, se hará brillante cristal; y gracias a él, Galileo y Newton descubrirán los astros” (Víctor Hugo).

 Conclusión: mientras exista capitalismo las ideas de Fidel encontrarán eco receptivo en la conciencia y en el corazón de la mayoría de la humanidad; y mientras exista humanidad las ideas de Bush serán aborrecidas como lo hace el búho con la luz que lo encandila. ¡Viva Fidel!



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Freddy Yépez


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