Cuba y las relaciones Vaticano-Estados Unidos

Una de las paradojas del imperio estadounidense es que mientras ha existido siempre separación entre la Iglesia y el Estado, siempre también la religión y la política han estado indisolublemente unidas. El que lo dude sólo tiene que observar las piruetas que realizan los aspirantes presidenciales republicanos para ganar el voto evangélico del Cinturón de la Biblia o el voto católico del Nordeste sin molestar a los fantasmas del Boston puritano.
 
El dominio WASP (White, Anglo-Saxon, Protestant) determinó que durante 117 años, desde 1867 hasta 1984, no existiesen relaciones diplomáticas entre el gobierno de Estados Unidos y la Santa Sede.
 
Fue la elección como papa de un obispo polaco y su creciente influencia en los países del Este de Europa lo que permitió que el presidente Ronald Reagan tomase la decisión, a pesar de la fuerte oposición interna, de nombrar un embajador en el Vaticano.  Algunos hablan de la formación de una alianza Reagan-Juan Pablo II pero no hubo tal sino una coincidencia de objetivos en contra del comunismo soviético, aunque con motivaciones muy diferentes: geopolíticas en el primer caso; espirituales o, si se quiere, georeligiosas, en el segundo.
 
Seguramente no fue coincidencia que Reagan situase en posiciones claves de su administración a prominentes figuras católicas: William Casey, Director de la CIA; Alexander Haig, Secretario de Defensa; Richard Allen, Director del Consejo de Seguridad Nacional; William Clark, jefe de su equipo de asesores, entre otros.
 
Esta coincidencia de intereses no transcurrió siempre sobre un lecho de rosas. Cuando, por ejemplo, el general Jaruzelski decretó la ley marcial en Polonia (1981-1983) el Papa Juan Pablo II se opuso a las sanciones económicas de Estados Unidos argumentando que solo servirían para causar sufrimientos a la población.
 
 
 
La visita a Cuba del Papa Juan Pablo II en enero de 1998 causó gran malestar en la administración Clinton. En diciembre de ese mismo año, la figura principal de la Iglesia Católica en Boston, el cardenal estadounidense Bernard Law, permaneció durante cuatro días como huésped de su homólogo Jaime Ortega y estableció contactos con el gobierno cubano. Tiempo después, con George W. Bush como presidente, cuando estalló en Estados Unidos el escándalo por abusos sexuales contra niños, se concentró en Law, como figura principal eclesiástica en Boston, el ataque despiadado de la prensa. Algunas autoridades del Vaticano percibieron como sobredimensionada la campaña mediática contra Law y concluyeron que el cardenal estaba pagando un precio político por sus visitas a Cuba y su oposición al bloqueo económico, que provocaron contra él un odio visceral en grupos de exiliados cubanos en Estados Unidos. Law tenía también en su contra al “lobby” sionista por su defensa de la causa palestina.
 
Juan Pablo II se opuso tenazmente a la Guerra de Irak.  Veía, por una parte, un gran peligro en las ideas mesiánicas de Bush, sus “conversaciones” con Dios y su decisión de ir a la guerra supuestamente por mandato celestial, su unilateralismo, sus teorías de guerra preventiva y su autorización de la tortura. Por otra parte, el Papa temía por la suerte que habrían de correr las minorías, en especial las minorías cristianas en el Medio Oriente, y que el conflicto se considerase en el mundo islámico como una nueva cruzada y se convirtiese en guerra religiosa.
 
La unión de los neoconservadores con las denominaciones evangélicas bajo la administración Bush dio origen a la doctrina de que no sólo era una exigencia moral sino una necesidad de seguridad nacional cristianizar a los pueblos islámicos y exportar a esas regiones del mundo la democracia representativa y las costumbres y valores norteamericanos.
 
A la atmósfera de cruzada contra el infiel contribuyó la preocupación por el crecimiento demográfico del Islam. De 200 millones de musulmanes en 1900, pasaron a 1188 en 2005. Actualmente suman 1620 millones, 500 millones más que cuando Bush, disfrazado de piloto, anunció “misión cumplida” a bordo del portaaviones Abraham Lincoln.
 
Las mayores fricciones entre el Vaticano y la administración Bush se produjeron precisamente en la esfera de las relaciones internacionales. La Santa Sede, y el resto del mundo, quedaron estupefactos cuando el 11 de enero de 2002 arribó a la base naval de Guantánamo, territorio usurpado a Cuba por Estados Unidos, la primera oleada de prisioneros. Luego se sucederían los escándalos por torturas en Abu Ghraib, en la propia base de Guantánamo y en las cárceles secretas distribuídas por medio mundo. El mayor distanciamiento se produjo con la publicación, en septiembre de 2002, del documento Estrategia de Seguridad Nacional, en el cual el gobierno de Estados Unidos revelaba sus propósitos de utilizar la fuerza militar unilateralmente y en forma preventiva contra los países que considerase enemigos.
 
El gobierno de Bush no podía ocultar su frustración. De un apoyo prácticamente total a raíz de los trágicos sucesos del 11-S de 2001, año en que para albergar la sede en New York el Opus Dei inauguró su monumental edificio de 15 plantas, el Vaticano había pasado a la más férrea oposición a la estrategia del imperio. “Yo no entiendo la posición del Vaticano” declaró Condoleezza Rice a la revista italiana Panorama.
 
El Papa realizó su último intento por detener la guerra enviando al cardenal Pio Laghi con un mensaje personal para el presidente. Condoleezza Rice recibió al enviado del Papa de manera fría, un tanto grosera, y Bush le aseguró que Dios le había salvado del alcoholismo y le guiaba ahora para iniciar el conflicto. No había ya nada que hacer, todo estaba decidido por mandato divino, política y militarmente.
 
Pero el rechazo del gobierno de Estados Unidos a la diplomacia de la Iglesia Católica no duró mucho tiempo. En pocos meses, el desastre de la guerra, la desconfianza de sus propios aliados y el creciente sentimiento antinorteamericano en todo el mundo y principalmente en los países musulmanes, hicieron que la administración Bush se volviese hacia el Vaticano como tabla de salvación para salir de su aislamiento y aplacar la furia de los imanes. Después que la audiencia del Vicepresidente Dick Cheney con Juan Pablo II no obtuvo resultados y fue ignorada casi completamente por los medios de prensa romanos, el propio Bush visitó al Papa el 4 de junio de 2004. Condoleezza Rice, que viajó con Bush a Roma, no le acompañó en la audiencia papal. La ausencia de la asesora de seguridad nacional del presidente fue considerada por muchos como un insólito gesto de arrogancia.
 
En un inicio, el Papa había rechazado conceder a Bush la audiencia solicitada. Las autoridades eclesiásticas comunicaron al embajador de Estados Unidos que el Papa no podría recibir al presidente durante la estancia de este último en Roma debido al compromiso de asistir a un congreso de juventudes en Suiza. Sin embargo, la reunión con el Papa era de tanta importancia para la estrategia electoral de Bush que alteró su propio itinerario, algo humillante para su cargo, con el fin de llegar antes a Roma y presionar de este modo para obtener la entrevista. Bush quería demostrar al electorado norteamericano que si el Papa no lo respaldaba en cuanto a la guerra, si contaba con su apoyo en relación a los valores humanos.
 
A pesar de las claras divergencias entre la Santa Sede y el gobierno de Estados Unidos en lo que respecta a política exterior, el Papa Juan Pablo II tomó partido en las elecciones presidenciales de 2004  a favor del protestante George W. Bush y en contra del católico John Kerry. Este hecho es de extrema importancia para entender las posiciones que asume el Vaticano.
 
Bush no perdía oportunidad para resaltar los valores familiares, su oposición al aborto, a los matrimonios entre personas del mismo sexo, a la eutanasia, a las investigaciones con células madres y otros tópicos que lo colocaban más cerca de los principios morales de la Iglesia Católica que su adversario. Kerry, por el contrario, mantenía que las creencias religiosas eran un asunto totalmente privado y era considerado por la jerarquía eclesiástica como un exponente del relativismo cultural y del secularismo combatido por la Iglesia. Las ideas liberales de Kerry contrastaban con la ortodoxia del Papa Juan Pablo II. Con Kerry, además, la Iglesia no tenía nada que ganar pues no había indicio alguno de que, como presidente, pudiese cambiar el curso de la guerra.
 
La lección importante que podemos extraer del triunfo electoral de Bush con el apoyo de la mayoría de los católicos es que el Vaticano prioriza su lucha contra el secularismo y el relativismo moral sobre otras esferas como las relaciones internacionales.
 
 
 
Con posterioridad a las elecciones de 2004, Bush continuó cortejando al Vaticano. Por vez primera en la historia, con los nombramientos de John G. Roberts y de Samuel Alito, los católicos alcanzaron la mayoría (5 de 9) en la Suprema Corte de Justicia de Estados Unidos. A los funerales de Juan Pablo II, en abril de 2005, asistió el presidente Bush, Bill Clinton y George H. W. Bush. Con Jimmy Carter hubieran sumado tres los ex-presidentes pero no hubo espacio para este último en el “Air Force One” según la explicación oficial. La imagen de estos tres personajes y de Condoleezza Rice que los acompañaba, protestantes los cuatro, arrodillados frente al Papa en la Basílica de San Pedro, podría utilizarse como magnífica propaganda del ecumenismo o, más bien, como paradigma de oportunista hipocresía.
 
La elección como papa del cardenal Ratzinger representó un triunfo del conservadurismo moral tanto de católicos como de protestantes. El nuevo pontífice seguiría en general la línea política trazada por su antecesor pero imprimiéndole un estilo propio más apegado a la ortodoxia.
 
En Julio de 2007, Condoleezza Rice, como Secretaria de Estado, viajó a Roma y solicitó una reunión urgente con el Papa Benedicto XVI para tratar asuntos del Medio Oriente. La Secretaria hablaría en nombre del presidente Bush. La respuesta fue que el Papa se encontraba descansando en su residencia de Castelgandolfo, al sur de Roma, y no podría recibirla por cuestiones de protocolo. Los diarios de Italia apuntaron que se trataba de un desaire evidente a la administración Bush y en particular a la Secretaria de Estado que nunca fue bien vista en el Vaticano. Fue ella la que, justo antes del inicio de la guerra de Irak, dejó claro al enviado del Papa Juan Pablo II, cardenal Pio Laghi, que el gobierno de Estados Unidos no estaba interesado en los puntos de vista del Papa acerca de la inmoralidad de la ofensiva militar. El Vaticano no olvidaba tampoco su descortés ausencia de la audiencia papal  en junio de 2004.
 
En 2007, debido a la enfermedad del líder de la Revolución Cubana, Fidel Castro, la Casa Blanca y el Departamento de Estado creyeron llegada la oportunidad de producir acontecimientos en Cuba que condujesen a la restauración del capitalismo en la nación del Caribe. Con ese fin, realizaron gestiones para lograr el apoyo de la Iglesia Católica. Sin embargo, los contactos en el Vaticano con el cardenal Tarcisio Bertone no dieron los resultados que esperaban. La Santa Sede no compartía los criterios de los funcionarios y diplomáticos estadounidenses, considerándolos demasiado simplistas y sin base objetiva.
 
En abril de 2008, Benedicto XVI visitó Estados Unidos coincidiendo con la campaña electoral presidencial. Era la primera visita oficial de un pontífice a Washington después del establecimiento de relaciones diplomáticas plenas en 1984. La presencia del Papa en Estados Unidos en un año electoral constituía un apoyo al candidato republicano frente al demócrata Barak Obama, de ideas más liberales. Una situación semejante a la de 2004 con el aspirante John Kerry pero, esta vez, las bases católicas no respondieron en las urnas a la jerarquía eclesiástica.
 
Con el flamante Premio Nobel de la Paz como presidente, era de esperar una mayor coincidencia con el papa en la arena internacional. Por el contrario, Obama continuó los planes de guerra del imperio y amenaza con iniciar nuevos conflictos militares con Irán y Siria.
 
Aunque las relaciones actuales de la Iglesia con el gobierno de Estados Unidos son formalmente buenas, en el fondo se desarrolla una sorda guerra cultural. La Santa Sede teme, hoy más que nunca, que se haga realidad la célebre teoría del “choque de civilizaciones” del historiador Samuel Huntington.
 
Un golpe bajo reciente de la administración Obama fue la inclusión del Vaticano  (marzo de 2012), en la lista de “crímenes financieros” del Departamento de Estado. Por primera vez, a pesar de las medidas que se sabe ha tomado para evitarlo, el Vaticano se encuentra en la lista de lavadores de dinero potenciales. Esta medida podría interpretarse como represalia por las excelentes relaciones de la Iglesia con el Estado cubano y el anuncio de la visita a Cuba del Papa Benedicto XVI.
 
En efecto, un mes más tarde, Benedicto XVI realizaba con éxito una visita pastoral a la isla y solicitaba a Estados Unidos poner fin al criminal bloqueo económico contra Cuba.
 
 sccapote@yahoo.com
 
 


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Salvador Capote


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