Leía en el titular de una noticia venida de España que: “Las asambleas populares de Madrid han publicado 16 propuestas para cambiar el sistema”. Revisé no sin ansiedad cuales eran tales propuestas y entonces mis ojos casi saltan de sus órbitas… por ningún lado se toca a la monarquía.
¡¡¡Que os pasa Jóvenes
twiteros españoles!!!, ¿Cuál es el miedo? No podrían meter aunque
sea de soslayo una modesta propuesta, algo así como: “En adelante,
la monarquía no vivirá más del erario público sino de las donaciones
que quieran acercarle sus crédulos”. Podrían además agregarle:
“Se permitirán recolectas y también se propiciarán campañas dirigidas
a conseguir puestos de trabajo para estas reales perezas (con el perdón
debido a tan extraño mamífero) y a la inmensa corte de babosos que
viven arrimados a las faldas de la Reyna o a los calzoncillos del Rey.
Tristes personajes con títulos nobiliarios de la más pura naftalina:
duques, condes, caballeros, etc.; Entre paréntesis, en Venezuela aún
es posible tropezarse con estos tristes seres coloniales bien sea en
algún lugar del Este caraqueño o en sus equivalencias de ciertos profesores
universitarios que masturban su intelectualidad con las crónicas de
Hola y Vanidades, creyéndose ser efectivamente miembros de tales cortes
de Europa, con todo y sus historias de tarados.
No hay caso; ni Hans
Christian Andersen, autor de hermosos cuentos infantiles como el El
patito feo, El ruiseñor, El traje nuevo del emperador, La reina
de las nieves, Las zapatillas rojas, El soldadito de plomo, El sastrecillo
valiente y La sirenita, llegó a imaginar lectores con el nivel de ingenuidad,
candidez, y lamentable estupidez (sin censura), a la que ha sido llevada
una buena porción de la comunidad europea y cuya condición al parecer
ahora despierta. A propósito, en la fábula El nuevo traje del Emperador
del dinamarqués Andersen, se da una situación que se aproxima al
momento que vive la España contemporánea. Todos conocemos la historia
pero siempre la memoria olvida. Veamos:
Se trata de un rey
que convoca a los mejores sastres de su reino para que le confeccionasen
un traje especial para su coronación. Se presentó un pícaro sastre
y con una verborrea extraordinaria convence a su monarca de vestir un
traje “mágico” que solo podría ser visto por personas inteligentes,
advirtiéndole: “los necios no le podrán apreciar”. Llegado el
momento sale desfilando con su nuevo traje. Todos aplaudieron para no
pasar por brutos, excepto un muchacho impertinente que grita: “¡El
Rey va desnudo!” Hasta allí llegó la fiesta. En cuanto el monarca
intenta taparse sus partes escabrosas, el pueblo estalla en carcajadas.
Oh descubrimiento: poseía las mismas protuberancias, o era más feo
que el resto de los mortales.
En cuanto se descubra
el traje mágico de estos Reyes europeos, es seguro que se pondrá en
evidencia la impudicia de sus cortes. Quedará al desnudo la corrupción,
el cinismo, la payasada y lo asombrosamente absurdo de esa institución
medieval llamada nobleza.
Desde pueblos libres
del mundo, hijos de Bolívar, les enviamos un saludo solidario y fraterno
a los españoles y demás europeos que hoy parecen despertar del más
ridículo cuento de hadas. Ansiamos escuchar nuevamente aquella voz
maravillosa e impertinente salida del cuento de Hans Christian Andersen,
aquella demoledora voz que ahora, sin pudor alguno grite: “El Rey
y su familia son unos vagos, no trabajan” y a partir de allí se
haga presente Cervantes con su elevado espíritu crítico, el mismo
con el que ridiculizó a la sociedad medieval que le tocó vivir, que
luego de 500 años estos mentecatos de palacio quieren revivir. Esa
estruendosa voz juvenil hará despertar algún día en los españoles
su condición de ciudadanos iguales, la misma condición que sospecho,
motivan sus luchas actuales, por cierto, ya presentes en la Revolución
Francesa. Si ello es así, podrán superar las ridículas genuflexiones
y besos de manos, las pompas, las ceremonias palaciegas con sus empalagosos
cardenales, las pantagruélicas bodas reales waltdisneadas, las mismas
con las que diariamente atosigan a la sociedad europea y al mundo entero.
De lograrlo, tales ridiculeces retornarán nuevamente al lugar que deben
ocupar, el mundo de las fábulas de Hans Christian Andersen.