En perfecto castellano, el término subterfugio designa, palabras más o menos, la cualidad de un recurso que es tomado como excusa artificiosa para sortear una dificultad. Por ejemplo: el término terrorismo , tal y como se entiende en su actual versión geopolítica, es un subterfugio por excelencia. Y lo es no tan sólo porque se utiliza para despachar fenómenos abiertamente dispares, sino también y sobre todo porque se recurre a él para evitar dar cuenta verdadera de dichos fenómenos. Por esta razón, cuando uno sintoniza Globovisión y están hablando de Al Qaeda, uno entiende inmediatamente que están hablando de terrorismo, así como debemos entender lo mismo cuando lo hacen de los palestinos e incluso de las invasiones de tierras. Algo similar a lo que en sentido inverso ocurre con el término daño colateral, que es el subterfugio que utilizan cuando deben referirse a las masacres que realizan, póngase, el ejercito israelí en una aldea libanesa o los norteamericanos en un barrio de Bagdad, pero que por eso del consenso mediático deben diferenciar de aquella otra violencia.
Otro subterfugio muy común en la política es el adjetivo totalitarismo. Con éste históricamente se ha intentado etiquetar cualquier tipo de gobierno que por alguna razón no encaja en lo que el liberalismo occidental entiende por democracia, lo cual por regla casi general es cuando dicho gobierno pone en juego los intereses del capital y sus defensores. En el mismo sentido, populismo es también un subterfugio, al que por lo usual se recurre cuando se quiere "describir" la lógica o funcionamiento de un gobierno o líder que da respuesta a una demanda popular, de esas que asustan a los pequeños burgueses bienpensantes.
Todo lo anterior viene a colación por el uso y abuso actual que se viene haciendo, a propósito del debate sobre el socialismo del siglo XXI, del llamado marxismo – leninismo. Y no lo digo porque no haya qué criticarle al marxismo leninismo, de lo cual tan sólo habría que empezar diciendo que, como proyecto político, fue un subterfugio de Stalin para justificar la traición a la revolución de octubre que él encarnó. Tampoco lo digo porque no sea verdad que la izquierda hoy necesita replantearse muchas cosas si quiere ser un proyecto viable, y mucho menos porque pretenda que únicamente en las enseñanzas de Marx y Lenín están las claves del porvenir revolucionario. Sino porque me parece más que evidente que este fantasma marxista leninista sale a relucir cada vez que hay que plantearse lo que a fin de cuentas debe es el meollo de la lucha contra el capitalismo si en verdad se quiere dar: el tema de la propiedad de los modos de producción.
Que la derecha utilice este cliché es perfectamente válido porque a fin de cuentas es su trabajo. No obstante, que un sector de la izquierda venezolana haciendo gala de una supuesta actitud "progre" antidogmática lo plantee, resulta no sólo intelectualmente ingenuo y desubicado sino peligroso desde el punto de vista político. Uno podrá decir lo que sea y con razón de los partidos comunistas, de la internacional, del centralismo democrático, las vanguardias o la clase obrera, pero lo que resulta cierto es que mientras no se apunte al tema económico esas discusiones tienen el para nada honroso mérito de desviar la atención. De manera pues que una vez superado, al parecer, el peligro del chavismo sin Chávez cada vez estamos pasando más a lo que algunos llaman chavismo sin socialismo, o con un socialismo del siglo XXI que quizá para ser contemporáneo con el siglo que le tocó vivir venga, como el café sin cafeína, la cerveza sin licor o el sexo virtual, carente de toda sustancia.
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