Relación entre pensamiento fragmentado y mecanismos de dominación

La mala forma de razonar (II)

Programa “Temas sobre el tapete” del 9 de mayo de 2007 en RNV canal 91.1. (transcripción libre de Mariela Sánchez Urdaneta). Especial para Aporrea.org

Puede leer aqui la primera parte de este trabajo
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Continuaré la reflexión de la semana pasada (*) acerca de la forma del pensamiento fragmentado al cual nos inducen distintos mecanismos, entre otros los medios de comunicación particularmente los privados y comerciales, y la relación entre ese pensamiento y los mecanismos de dominación. O mejor: cómo el pensamiento fragmentado se convierte hoy en uno de los más sólidos mecanismos de dominación. Comenté en esa ocasión los artículos de Carlo Frabetti (**) sobre la mala forma –inducida- de pensar y razonar utilizada como instrumento de dominación. Hoy deseo profundizar el análisis del papel de los medios de comunicación, en particular la televisión privada, comercial, sobre este proceso de disolución programada del pensamiento para dominarnos y hacernos actuar como borregos. Dije la vez anterior que vivimos en un mundo moderno caracterizado por la información y dominado por la difusión de la información. Dije que la información circula por todas partes y que buena parte se encuentra a nuestro alcance a través de la prensa, la radio, la televisión, el internet, los satélites, etc., y también dije que cualquier persona hoy posee mucha más información que la accesible a la gente hasta hace apenas unas décadas.

Por otra parte, se nos dice a diario –y forma parte también de la manipulación (una verdad que se manipula)- que la información nos hace libres. Se nos dice a diario que la libertad de expresión –garantizada por la libre circulación de la información- es uno de los requisitos sine qua non de la libertad y se nos dice que no hay libertad si no hay libertad de información (asociada con la libertad de expresión, por supuesto).

Y aquí meten dos veces gato por liebre. Ante todo porque se nos hace confundir la libertad de expresión con la libertad de prensa. Nosotros, los ciudadanos corrientes, no tenemos libertad de expresión más allá de nuestra casa, más allá de nuestros amigos, más allá de nuestro trabajo, más allá del área donde nos desenvolvemos y opinamos; así nuestras opiniones no trascienden y, sobre todo, no trascienden a los medios de comunicación.

Los que sí tienen libertad de expresión, libertad plena de expresión, o mejor, los únicos que la tienen (porque los demás somos espectadores pasivos) son los poderosos empresarios dueños de los medios de comunicación. Son ellos, y quienes les proporcionan la información desde los grandes centros de poder, los que manipulan, la adaptan a sus intereses, la fragmentan, incluso son quienes fabrican la información cuando no la tienen para manipularnos o la ocultan cuando no les conviene. Esos empresarios ofrecen a diario esa información manipulada y nos ponen a repetir como loros lo que ellos dicen en sus medios –que no son nuestra propiedad, sino de su propiedad- para hacernos creer ciudadanos libres y bien informados.

Por eso me parece tan triste lo que ocurre aquí en Venezuela con esa pobre gente del pueblo, humilde, manipulada (pues debería tener más conciencia de sus propios intereses), marchando por RCTV, por la crápula de Marcel Granier y gritando: “¡No te metes con mis medios, no te metas con mis medios!” como si esos medios fueran de ellos y que en realidad sólo los dejarían entrar a esa televisora (y a otras privadas comerciales) para hacer bulto aplaudiendo en los programas de la farándula o como obreros para barrer por un mal salario.

Pero también nos meten gato por liebre en el siguiente sentido: si bien es cierto que la información podría ayudar a hacernos libres –es un componente importante y fundamental de la lucha por la libertad y la conciencia- no es precisamente la información que ellos nos ofrecen la que nos va a hacer libres. La información que esos empresarios nos ofrecen ha sido previamente manipulada, fragmentada, banalizada, embrutecedora y, encima, es una información que nos echan encima como una suerte de bombardeo implacable de informaciones fragmentarias, apresuradas, “en vivo y en directo”, montadas como un espectáculo visual (así haya que inventarlas, como ocurre con frecuencia). De tal manera se nos incapacita para poder asimilarlas, contextualizarlas, esto es, para poder comprenderlas, asimilarlas y contextualizarlas para estar en capacidad de utilizarlas de verdad como instrumento de conciencia. Es decir, para adquirir conciencia de nuestras necesidades e intereses.

De tal manera que la superinformación fragmentada y manipulada en lugar de informarnos lo que hace es desinformarnos. Confundirnos. Enredarnos. El exceso de información no nos hace precisamente libres. Todo lo contrario. Nos convierte en borregos desinformados que terminan identificándose (por su desinformación, por su incapacidad para decodificarla y utilizarla correctamente) con los intereses de sus enemigos explotadores: los dueños de los canales privados y de esas fábricas de noticias que son, exactamente, las que uniformizan, las que nos ponen a pensar como borregos y a repetir como borregos el mensaje que esa gente brinda. Es decir, colocan a todas y todos los ciudadanos al nivel de esa pobre gente que, creyendo que Radio Caracas Televisión es “su” medio, salen a defender “su” medio de comunicación.

Se nos dice además que hay que estar informados porque sin información (es decir, sin esa basura que ellos elaboran todos los días) no seríamos nada. Y se nos dice que la información domina el mundo, que es fundamental para el control del mundo, que vivimos en el mundo del poder de la información, lo que en parte es cierto. Pero no olvidemos, como decía la semana pasada, que la información es un poder y que como todo poder depende de quién lo controla, quién lo administra y a quién le sirve, por supuesto. Plantee también que buena parte de esa información se ha masificado y hasta, en cierta medida, se ha vuelto incontrolable como sucede con algunos aspectos de internet. Aunque no solamente es el poder mundial (los países ricos, las corporaciones, las trasnacionales, la prensa mundial, etc.) el que controla la información, la filtra y nos vende u ofrece lo que le interesa, sino que ese mismo poder está conciente de la fuerza de esa información y como no puede controlarla, como no puede limitarla del todo porque iría contra su propio discurso (aunque en general eso tampoco les preocupa mucho), entonces la utiliza a su favor.

¿Cómo? Fragmentando la información, banalizándola, poniendo a valer todo lo mismo y con esa información manipulada luego nos bombardean, nos aturden y hacen que “todo” parezca de igual valor. Manipulan la información para manipularnos a nosotros. Manipulan la información para adormecernos con ella, para convertirnos en unos borregos repetidores que se creen bien informados.

A partir de lo apuntado ahora y de lo que plantee la semana anterior, profundizaré algunas reflexiones básicamente referidas a los medios de comunicación privados, comerciales. En otra oportunidad hablaremos del papel de la Iglesia Católica en ese sentido y del papel de los intelectuales neoliberales o posmodernos.

Como centraré el análisis en la televisión, justamente, comenzaremos por las imágenes. Vivimos en un mundo caracterizado por la imagen, incluso podría definirse como un “mundo de la imagen”. En realidad ello ya implica una falsedad. Nosotros no vivimos en un mundo de la imagen sino en un mundo audiovisual. Lo audiovisual tiene dos componentes: uno visual y otro auditivo; sin embargo, ese mundo audiovisual es presentado como mundo de la imagen porque lo que le interesa es ocultar lo auditivo ya que ahí es justamente donde se oculta la trampa manipuladora.

Se nos dice que vivimos en un mundo de la imagen, pues, y la televisión es, a primera vista, pura imagen. Por eso hoy es usual descalificar los textos, lo escrito, despreciarlo con la finalidad de resaltar la imagen. Lo que importa, se nos dice a cada momento, es lo que vemos. No importa lo que leemos. Informarnos es ver. Informarnos de algo es asistir a lo que ocurre. Ver la noticia, y más verla en el mismo momento que ocurre –como sucede ahora con los satélites y el “en vivo y en directo” ya que la televisión siempre se encuentra presente para mostrarnos las imágenes de lo que ocurre para “informarnos”. Y si no está presente o no quiere estar presente, si no se entera o no quiere enterarse -como pasó en Venezuela el 13 de abril-, entonces no hay noticia y se dice que no ha ocurrido nada.

El 13 de abril de 2002 venezolano es un cabal ejemplo. La televisión privada comercial no quiso enterarse de lo que ocurría en las calles de Venezuela pues sus intereses iban en dirección contraria. Entonces aquellas noticias, como no las pasaron por televisión, ellos dicen que “no ocurrieron”. Porque lo importante es ser “testigo” de la noticia en el momento que ocurre gracias a la televisión y por ahí se nos dice que “nadie nos puede engañar porque nosotros lo vimos”, “porque nosotros estuvimos prácticamente ahí”, y todo gracias al satélite espacial que ofrece las imágenes en el momento que pasan. Así, pues, la imagen resulta ser el corazón de nuestro nuevo mundo informativo. Como en los viejos tiempos del analfabetismo masivo; “bellos tiempos” los denomina el poder explotador porque no había que manipular tanto a la gente. Con no informarlas, con excluirlas mediante las leyes o mediante el poder directo, bastaba. No había que inventar mucho ni complicarse tanto como ahora.

El mundo informativo actual es el mundo de la imagen y, repito, se nos dice a cada momento que “una imagen vale por mil palabras”. A esto quiero referirme de entrada porque es una gran mentira. Es mentira sostener que “una imagen vale por mil palabras”: aquí está en juego nuestro pensar, nuestro razonar; aquí empieza a mostrarse el sistema seudo informativo que nos manipula, engaña, domina y embrutece.

Veamos. Una imagen puede ser bella u horrorosa, las hay de todo tipo. Una imagen puede ser bella y espiritualmente muy enriquecedora. Y a veces, sobre todo en esos casos, una imagen habla sola, no necesita prácticamente explicación. Un paisaje, por ejemplo, habla por sí mismo porque es bello y tiene relativamente poco sentido analizarlo, explicarlo. Un paisaje no necesita explicación además porque es “neutro”, vale decir, no tiene que ver normalmente con relaciones de poder o con relaciones de dinero, y en consecuencia nadie tiene interés en manipularlo. Ahora bien, si se tratase de vender una hacienda, sería distinto porque ahí sí hay intereses y se manipula el paisaje: “hermosa laguna” tratándose de un pozo maloliente, pero eso es otro asunto. Me refiero a un paisaje neutro que no necesita comentario. La imagen habla sola y estamos satisfechos con que hable sola.

Pero ocurre que la mayor parte de las imágenes sí requieren explicación. Si no tenemos una explicación de la imagen, si no tenemos conceptos previos que ayuden a entenderla y algún tipo de explicación que la acompañe o que debamos leer para enterarnos, pasamos al lado de la imagen sin comprenderla ni aprovecharla. Sin llegar incluso a comprender bien lo que sucede o de lo que se trata (y no me voy a meter todavía con las imágenes informativas).

Otro ejemplo neutro: una composición, un cuadro de los que se ven en los museos o en un libro de arte. Escojo una pintura figurativa (que contenga figuras) que sea legible, y no en un cuadro de Picasso para facilitar las cosas: un cuadro prerrenacentista flamenco, de 1434, muy famoso, “El matrimonio Arnolfini” de Jan Van Eyck. El cuadro representa a una pareja de jóvenes tomados de la mano en el interior de una casa, hay unos suecos, un perrito, un espejo al fondo, y otros objetos. Un observador corriente, una mirada desinformada lo ve, lo mira y comenta: “¡qué bonito!”, “qué bien se ve el perrito”, “ella está preñada” y ahí se queda todo, luego pasa a ver el siguiente cuadro en el museo o pasa la página del libro de arte.

Resulta que el observador corriente no comprendió el cuadro porque la imagen no basta; porque o no dice nada o dice muy poco. Habría que leer los ricos y minuciosos estudios realizados por historiadores del arte occidental acerca de la pintura de Van Eyck -los estudios de Erwin Panofsky por ejemplo o los estudios de Ernst Grombrich y de muchos otros- para asombrarse de la riqueza enorme por todo lo que revela esa pintura cuando se rebasa el nivel de la pura mirada simple, ignorante, superficial, que no es capaz de profundizar porque no sabe nada al respecto. ¡Y qué decir de obras más complejas todavía como “El Jardín de las Delicias” del Bosco! un cuadro descomunal en riqueza pictórica, repleto de figuras, de símbolos sobre el cual se han escrito libros enteros de cuatrocientas y quinientas páginas analizando el cuadro. Un observador corriente pasa de lado y sólo comenta el gran número de pájaros, objetos raros y figuras desnudas y sigue caminando. E incluso llega a comentar que no le parece bonito porque es demasiado recargado y se va. Resulta entonces que tampoco entendió nada. Hasta ahora me he referido a imágenes neutras, a imágenes que no afectan nuestro poder o nuestras posiciones políticas, que pueden verse como tranquilas o pacíficas.

Una imagen sola sin texto y sin comentario dice muy poco. Pero resulta que el mundo audiovisual manipulador en el que vivimos nos ha creado mitos como este de que “una imagen vale por mil palabras”. Gran falacia manipuladora. Sin conocimientos e ideas previas una imagen no dice nada más allá de una sensación visual de formas, colores, volúmenes. Y sin palabras es muy poco lo que una imagen puede decir, ejemplo que nos toca de cerca porque es actual con dimensiones de tipo político, porque afecta nuestra toma de posición frente a muchos hechos que vivimos. Es una imagen más necesitada de explicación y de comprensión porque, repito, incide sobre nuestro comportamiento político, incide sobre nuestro voto en las elecciones, etc.

Finalmente, si no entendemos la pintura de Van Eyck o si no entendemos el cuadro del Bosco no pasa nada (a menos que seamos estudiantes de arte y raspemos el examen porque no comprendimos la obra). Pero a un ciudadano corriente no le pasa nada si no comprende esas pinturas.

Pero, al contrario, si no entendemos una imagen política actual o si la entendemos mal, ponemos la torta. Porque podemos actuar –y es lo que suele pasar- contra nuestros propios intereses y terminamos poniéndonos al servicio de los manipuladores que nos presentan la imagen y -por añadidura- nos sugieren sutilmente una interpretación, una lectura. Un ejemplo. Vemos por CÑM una imagen de Colombia: una carretera de montaña, un vehículo incendiado y un cadáver vestido de verde tirado en la cuneta con un arma cerca. ¿Qué dice esa imagen sin comentario? No dice casi nada o exactamente lo que estoy diciendo: una carretera de montaña, un vehículo incendiado y un muerto tirado en el piso con un arma al lado. ¿Qué significa? Puede significar mucho y pueden hacerse muchas interpretaciones con una imagen sin audio, sin información que la comente.

Pero resulta que cuando vemos televisión siempre hay un locutor, siempre hay una voz en off, una voz indispensable, que nunca falta. Esa voz explica lo que nosotros no podemos ver y lo que el amo de esa voz –que generalmente es el dueño del canal, el fabricante de la noticia recordemos- quiere que nosotros creamos que estamos viendo al momento de ver la imagen. Y ese locutor no sólo nos dice entonces lo que debemos ver en la imagen, sino también lo que no vemos en la imagen pero que debemos creer que forma parte porque él nos lo está diciendo. Y la imagen se acompaña de una voz en off con un texto previamente elaborado: “Terroristas guerrilleros de la FARC cometieron un atentado vil contra un vehículo que transitaba por una carretera pero el valiente e insobornable Ejército colombiano, defensor de la Libertad, repelió el criminal ataque y hubo un terrorista muerto”. ¡Ah, ahora sí creemos comprender la imagen! ¿Vieron eso en la imagen? ¡Claro que no lo vieron porque eso no estaba en la imagen! Y ¿tendríamos que creer lo que nos está diciendo el locutor? ¿y por qué hemos de creerle al locutor? ¡No es Panofsky comentando un cuadro de Van Eyck! Es un mercenario trabajando para un canal de televisión que pertenece a un grupo empresarial estadounidense, al servicio del imperialismo y es quien nos está induciendo a creer que vemos en la imagen lo que no está en ella. Y nos está metiendo el audio de contrabando.

Entonces creemos haber comprendido la imagen porque el mercenario nos dio su lectura, que repetiremos luego por el mundo como loros: “nosotros vimos un atentado de las FARC” y casi seguro como loros repetiremos lo de que son terroristas, que el bueno es el Ejército colombiano,... ¡y que alguien discuta esto! “Porque nosotros lo vimos en la televisión”, “vimos la imagen y como vimos la imagen tiene que ser verdad”. Pero ojo, nosotros no vimos solamente la imagen. Nosotros escuchamos una lectura de la imagen que nos indujo a creer que en la imagen había cosas que no estaban simplemente porque un mercenario locutor nos dijo que era así.

(Hasta ahora me he referido únicamente a imágenes reales ya que no tengo tiempo de mencionar las numerosas veces que la televisión, no teniendo las imágenes, las ha inventado, las ha grabado en estudio y luego las ha vendido como “en vivo y en directo”, resultando montajes de estudio. Las denuncias de esta práctica son frecuentes. Por ejemplo, con la Guerra del Golfo se presentaron en la televisión imágenes que son montajes, imágenes falsas).

Vuelvo entonces a la imagen de los terroristas. Decía: ustedes no vieron eso. Ustedes lo oyeron. Lo que ustedes creen que vieron no estaba en la imagen, estaba en el audio, estaba en el sonido, estaba en la manipuladora voz en off y esto ocurre miles de veces al día todos los días del año. Basta ver la información de los canales estadounidenses y sus loros repetidores locales: las cacatúas de locutores y locutoras que repiten el mensaje elaborado en los centros de poder.

Basta ver y escuchar lo que dicen a diario contra Venezuela, lo que dicen a diario sobre Cuba, es decir, contra Cuba; lo que dicen a diario sobre Bolivia, es decir, contra Bolivia, Irán, en síntesis, lo que dicen a diario calumniando, mintiendo y manipulando contra cualquier país o gobierno que trate de ser soberano, independiente y de no seguir siendo una colonia de Estados Unidos.

Señalo esto para que no sigamos creyendo la necedad de que “una imagen vale por mil palabras”. Eso es falso. Una imagen sin palabras casi no vale. Puede ser bonita, agradable visualmente o no, pero no vale casi nada. O sin conceptos previos que nos ayuden a entender (el carro incendiado, el uniforme verde, etc.), una imagen tampoco vale nada. Siempre debemos tener algunas ideas previas: el uniforme verde probablemente significa que se trata de un militar, que este militar puede ser guerrillero o puede ser soldado, hay que tener por ejemplo el concepto de carro... Sin esas ideas previas en la cabeza y sin una información adicional oral o escrita (a veces el texto puede estar abajo en la pantalla), no logramos entender la imagen o nos perdemos lo fundamental de ella, como en el caso de “El Jardín de las Delicias”. O como con el cuadro Arnolfini, que si no nos detenemos a verlo leyendo una guía explicativa del mundo prerrenacentista que se presenta ahí, no lo entendemos.

Pero lo más grave es que nuestro mundo actual (un mundo de “casi analfabetas”), la imagen ha terminado reemplazando a la lectura. La mayoría de las personas (que son televidentes) ya prácticamente no leen. Y no digo que no leen libros, no leen ni la prensa. Por cierto, ¡no leyéndola tampoco es que se pierdan demasiado! La prensa comercial usual –la llamada gran prensa- es la misma basura. Es más, se encuentra dominada por la televisión e incluso ha terminado copiando los formatos y los contenidos de la propia televisión: artículos rápidos, pildoritas, y otros recursos por el estilo para mantener el ritmo de la televisión ya que un periódico tarda más en elaborarse y distribuirse de lo que tarda un noticiero televisivo en salir al aire.

El mundo televisivo nos hace ver al tiempo que nos impide razonar.

Porque frente al bombardeo de imágenes fragmentadas no tenemos tiempo de reflexionar sobre ellas. Es más, terminamos creyendo que no hace falta reflexionar, que no necesitamos pensar sobre ello porque la imagen “habla por sí sola”. No necesitamos -y no lo hacemos- tomar distancia.

Pero la única forma de comprender una imagen es dar dos o tres pasos hacia atrás, tomar distancia, tomarse un tiempo para contextualizarla, para tratar de comprenderla o bien, para buscar la información necesaria para conocerla en profundidad. Por supuesto que ver es importante. Siempre y cuando de verdad veamos. Pero para informarse (conocimiento de algo) no basta con ver porque la imagen –aunque sea limpia y neutra como un paisaje- no dice casi nada. Y además porque casi siempre esa imagen está fragmentada, manipulada a propósito para que no entendamos nada. Simplemente el que pone el sonido, el que pone el audio, nos hace ver cosas que no están pero que después nosotros afirmamos haberlas visto en televisión.

Si queremos informarnos necesitamos razonar.

Si queremos informarnos necesitamos contextualizar para lo cual, repito, debemos tomar distancia de la inmediatez de la imagen, leer sobre el asunto, procesar mentalmente lo que leímos para formarnos una idea completa. De lo contrario, seremos loros repetidores al servicio de la televisión que repiten y repiten “creyendo” estar informados.

Con respecto a la fragmentación y manipulación del pensamiento y de la capacidad de razonar deseo destacar otro elemento. Como la televisión no fue concebida por sus dueños privados (y no es que sea mala en sí misma, podría resultar un vehículo extraordinario; el problema es -como pasa con todos los instrumentos de poder- quién la utiliza, con qué fines la utiliza, a quién se manipula y a quién le sirve la manipulación) para informarnos sino para entretenernos, es decir, para banalizarnos. No se pueden emprender ahí análisis serios, completos. Normalmente son pildoritas, fragmenticos, cositas que van tirando ahí con frecuencia amenas, divertidas, no pueden ser fastidiosas. Por ejemplo, estudiar matemáticas por televisión en un canal comercial sería un completo contrasentido.

La televisión no fue concebida para informarnos sino para entretenernos. O, como afirman los publicistas, para “informarnos entreteniéndonos”. O entretenernos mientras nos informan. Según esto, cualquier supuesta información debe ser interesante, amena, divertida, capaz de emocionarnos... porque la emoción es precisamente lo que mata la razón, lo que impide razonar bien. Como comentaba la semana pasada, cuando en una discusión racional se mezclan las emociones, las alegrías, los odios, los intereses de distinto tipo, la simpatía o antipatía, hacemos algo diferente de razonar. O en todo caso no podemos razonar bien.

La emoción mata la razón y por eso la televisión vende constantemente emociones. Entretenimiento. Diversión. Emoción. Todo tratando de hacerlo pasar por información. Y entonces creemos que porque nos emocionamos viendo una imagen, estamos informándonos y comprendiendo la imagen. Es más. Para inducirnos a aceptar esto, dado que siempre hay mercenarios trabajando para este poder, los psicólogos sociales especializados en comunicación de masas han puesto de moda desde hace algunos años el sospechoso concepto de “inteligencia emocional”. O sea, podemos entender en medio de las emociones para hacer pasar por comprensión lo que no es otra cosa que una manipulación de nuestras emociones. No tengo tiempo para detenerme en el concepto de inteligencia emocional pero es bastante sospechosa su publicidad ahora que tratan de descerebrarnos.

Se nos hace creer que pensamos cuando realmente no pensamos.

O que estamos pensando bien cuando -si acaso- estamos pensando mal.

Insisto: la televisión es el principal instrumento cotidiano de fragmentación del pensamiento. (...)

Un comentario para precisar mejor. El modelo programático de toda la manipulación televisiva es fundamentalmente el noticiero. A menudo se olvida y por ello quiero repetirlo ahora. Todos los noticieros que uno ve por televisión, todos son iguales. Todos los noticieros tienen el mismo corte y siguen el mismo modelo que inventaron los estadounidenses primero en radio en los años cuarenta, y sobre todo en la televisión a comienzos de los cincuenta. Todos son iguales hasta los de Telesur; con todo lo bueno que puedan ser los noticieros de Telesur, no se distinguen por la forma sino por el contenido. El contenido se acerca a lo nuestro, a hacernos pensar en lo nuestro pero el esquema y la secuencia no dejan de ser la misma de los noticieros descritos.

La forma es la misma en todas partes. Vean por cable la televisión francesa, italiana, española, libanesa, sueca, argentina, peruana, del mundo entero y encontrarán que todos los noticieros son iguales, mantienen en mismo corte. Desgraciadamente todos provienen de las mismas fuentes centrales que elaboran las noticias y las van transmitiendo por todo el mundo para que todos seamos unos borregos que pensamos lo mismo, que es lo que decide CÑM allá en Atlanta. La estructura del noticiero es la misma. Un par de locutores jóvenes y presentables (ella para los hombres, él para las mujeres) y a menudo la gente atiende más a la pinta de las locutoras y los locutores que a las noticias. ¡Y mientras más bella sea la locutora joven, uno más tiende a creerle!

Luego viene el sistema de distribución, fragmentación y banalización de las noticias para lograr que todas sean iguales. El bombardeo permanente durante segundos que dispara las noticias, una de Zambia, otra de Zimbawue, otra de Chile, otra de Alemania, noticias que pasan y pasan como para volver loco a cualquiera. Tantas y tan rápidas noticias que no le dejan a uno nada. Y quizás lo poco que sobrevive del noticiero es el audio. Y no la imagen. Se acentúa la trampa de que uno está “viendo” cuando uno lo que está es “oyendo”.

Una imagen se va disolviendo en la siguiente y así sucesivamente de manera que todo se banaliza. Y un asunto que banalizan los noticieros porque vivimos en un mundo cargado de violencia, de injusticia, de explotación y de respuesta a esa explotación, es la violencia repetida. Violencia que también presentan en las películas, en las series, toda fabricada por Estados Unidos básicamente. El televidente termina viendo tanta violencia diariamente que, al final, la violencia se normaliza, se banaliza. Casi no se asombra: torturas, asesinatos, desastres de la naturaleza, violaciones, todo ello forma parte de la cotidianidad. El capitalismo ha logrado normalizar la violencia. Lo anormal ahora es que no haya violencia. Pero cuando las cosas están tranquilas no son noticia ya que la noticia siempre se consigue en lo malo, el escándalo, el terremoto, el robo, el desastre o la invasión. Así es la dinámica de esos medios. ¡Claro! un científico investigando en un laboratorio ¡qué fastidio! ¡quién se cala un programa de un tipo con unas probetas! ¡En cambio sí es noticia un soldado estadounidense en Afganistán violando y matando a unas jovencitas!

Se termina ocultando todo lo eventualmente positivo para mostrar la pura violencia y así, banalizando la violencia, se logra insensibilizar a la gente: uno de los objetivos de la televisión comercial privada y de los centros mediáticos donde se elaboran esos mecanismos televisivos.

También pasa otra cosa con la violencia. La violencia -los terremotos, los robos, los crímenes, la trata de niños y mujeres- todo eso se produce y se multiplica, salvo excepciones, en los países pobres. En cambio, cuando enseñan imágenes de los países ricos, muestran prosperidad, éxito, progreso y así se va creando, también inducido, el complejo de que nosotros somos seres inestables, que nuestros países no sirven para nada, que somos pobres por nuestra culpa porque elegimos la pobreza, y la idea que subyace es que somos inferiores y que estamos en condición de ser colonizados por unos europeos o estadounidenses, ya que ellos sí son inteligentes y tienen tecnología... Nos quieren hacer creer que somos una manada de fracasados culpables y que nadie más ha tenido que ver con ese fracaso: ¡como si no hubiera habido imperialismo! Vale acotar que la palabra imperialismo un locutor nunca la pronuncia en un canal comercial; nunca para describir una situación realmente imperialista.

Ocurre también que las noticias más terribles no sólo se banalizan sino que se van disolviendo unas en otras noticias, sugiriendo, hacia el final del noticiero, que todo está bien, que después de todo este es un mundo simpático. Es decir, después de los bombardeos en Irak o en Palestina, invasiones y desastres naturales nos muestran el fútbol, el béisbol y, para que quedemos contentos al final en una sublime fiesta de la banalidad, cierran el noticiero con desfiles de modas, por ejemplo. Así termina un noticiero que, a las tres horas, volverá a repetir el bombardeo de noticias trágicas -banalizadas, disueltas en otras-, volverá a pasar los deportes y la cultura o la moda, y termina para, a las tres horas, volver con su repetición macabra. En síntesis, ese formato basura elaborado en los centros para domesticarnos y colonizarnos se repite interminablemente.

La imagen domina todo y cuando no la hay, se la inventa, se la crea en el estudio y se hace pasar por real. Pero a veces en el propio mundo televisivo hay problemas con esa idea de que todo es imagen. Porque realmente todo no es imagen. ¿Cómo se representa la filosofía en una imagen? ¿Habrá que colocar la cara de Aristóteles, que “encarna” la filosofía? Tampoco la economía. ¿Cómo se representa la inflación, el cambio monetario, etc.? ¿un mercado donde hay unos carteles de precios de tomates, lechugas... para que vea el espectador que los precios “están subiendo”? ¿o unas manos en una taquilla de banco contando billetes (por cierto casi siempre dólares lo cual tiene su carga ideológica al sugerir que ese es el “genuino billete”) para representar la economía?

En fin, de esta manera funciona uno de los componentes centrales de esa desinformación disfrazada de información y de esa fragmentación, banalización y dispersión de la información para embrutecernos, dividirnos el cerebro en fragmentos a fin de que no razonemos bien integrando las partes, pues no les interesa que las integremos.

Además de nula, la información que se extrae de un noticiero es nada. Recuerdo un texto de Ignacio Ramonet escrito hace algunos años en el que comparaba las pildoritas que ofrece un noticiero en más o menos veinte minutos (sin propagandas) con las de la prensa escrita y sostenía Ramonet que un noticiero de televisión equivalía a una página de “El País”, el periódico madrileño. De tal forma que entre la prensa audiovisual y la prensa escrita hay una diferencia sustancial. En realidad, desde aquella fecha del escrito de Ramonet, los periódicos han empeorado sostenidamente al copiar los modelos televisivos, al banalizarse, al colocar fragmentos fragmentaditos, al subrayar y al colorear todo ello para que sea más “bonita”, porque ya la televisión nos ha convertido en consumidores de pildoritas. Aunque de todas formas un periódico trae mucha más información en veinte o treinta páginas, así sea envenenada, un noticiero bombardea muchas pildoritas en veinte minutos para que terminemos por no entender nada pero quedemos íntimamente convencidos de que nos las sabemos todas.

Quiero tocar otro elemento integrante de la imbecilización, fragmentación y banalización del pensamiento: los comerciales. La televisión comercial está concebida para utilizar el comercial porque los anunciantes son los que pagan buena parte de la televisión. Los comerciales contribuyen a interrumpir todo, a cortar el flujo del pensamiento. Los comerciales obligan a comprimir más las noticias porque el anunciante es el dueño del espacio y en media hora debe entrar su publicidad. De tal manera que las noticias se reducen a rápidas píldoras y el resto de la programación: películas, series, documentales, programas de opinión, etc., se reduce también porque hay que incluir los comerciales. Esta es una barbaridad estadounidense. Recuerdo que la televisión privada francesa de hace unos años no tenía comerciales. ¡A nadie en Francia se le ocurría interrumpir una película para incluir un comercial de desodorante! No. La película terminaba y a partir de ese momento pasaban los comerciales entre el fin de un programa y el comienzo de otro. Además, muchos de aquellos comerciales eran genéricos: consuma mantequilla, coma aceite de oliva, sin referirse a marcas específicas. Hoy la televisión francesa -como el resto de las europeas, producto del colonialismo estadounidense- utiliza los comerciales cortando los programas y copiando con fidelidad los modelos de Estados Unidos.

Pero sobre todo es una monstruosidad el comercial concebido para interrumpir la programación pues no hay manera de mantener un pensamiento, de profundizar de un tema, si permanentemente cortan para el comercial. El pensamiento se fragmenta, se comprime. Por ejemplo, en medio de una discusión política o en medio de un argumento de suspenso, aparece un comercial de alimento, entonces el televidente se levanta, va al baño o a comerse unas papitas fritas y así no hay forma de meterse en el argumento ni de comprender claramente lo planteado porque los comerciales lo impiden. ¿Cómo se puede interrumpir el suspenso causado por una persecución o un intento de asesinato, que es lo que venden casi todas las películas? ¿Cómo se puede comer hamburguesas y enseguida volver a emocionarse? Esto destruye por completo la capacidad de pensar coherentemente. Los guiones televisivos son tan banales, vacíos, estúpidos y llenos de contradicciones por esa razón. No tienen coherencia lógica. Los argumentos son deficientes porque el televidente está fragmentado mentalmente (tiene el cerebro hecho pedazos), está embrutecido, descerebrado y es un come papas fritas. Al no pensar bien consume cualquier basura. Se traga la banalidad igual que se traga las papas fritas.

Por eso las películas actuales de la cartelera cinematográfica son, generalmente, basura con argumentos llenos de vacíos e incoherencias. Y no se trata de un problema de incapacidad de los guionistas. Es que van dirigidos a un público descerebrado por la televisión que no se da cuenta de las incoherencias y no se da cuenta porque no piensa. Porque son únicamente los efectos visuales (cerebros machacados, tripas abiertas, etc.) los que cuentan; el argumento es lo de menos. A mí me ha gustado siempre mucho el cine y con frecuencia comparo por ejemplo las películas actuales con aquellas extraordinarias películas estadounidenses de hace medio siglo -el cine negro- donde observamos un gran cuidado en los guiones, incluso en los mediocres o malos. Aquellas películas eran coherentes, no contenían disparates evidentes ¡ah! porque en esa época no había televisión ni habían creado esos mecanismos embrutecedores que propaga la televisión, ni el embrutecimiento mediante el video o el celular (que no sólo comunica sino que tiene jueguitos, mensajes de texto que obligan a la rapidez, imágenes fragmentadas, y ahora meten publicidad, que no está permitida pero aun así lo hacen). Agreguemos que la gente leía más en aquella época y pensaba un poco mejor.

¿Por qué se ha convertido en hábito que los espectadores de cine conversen en voz alta durante la película al mismo tiempo que comen papitas fritas? A veces hasta abrir las bolsitas de las golosinas y la masticación no dejan concentrarse en la película... porque en el fondo creen que se encuentran en sus casas viendo televisión. Después de todo, repito, no se pierden nada porque en la mayoría de las películas actuales ya los argumentos no valen nada. La televisión ya los descerebró y ahora el cine es la prolongación de la televisión: el argumento no tiene sentido y salvo muy pocas excepciones (sí las hay y excelentes) el cine actual dominado por completo por Estados Unidos (los dueños de ese proyecto de reblandecimiento cerebral universal) es lo que caracteriza el espectáculo audiovisual cinematográfico.

Terminaré con algunas palabras acerca de la llamada televisión cultural que recibimos por cable. Salvo contadas excepciones, la televisión cultural también es basura. Otra basura embrutecedora sólo que es más engañosa porque es un poco más sutil. Como para gente que no ha sido totalmente descerebrada pero que buscan enfermarse de a poco. Pienso en Discovery channel, History channel (verdadero bodrio) y otros canales. Todos son canales de propaganda estadounidense, sionista y, a veces, hasta papal (el Vaticano parece estar en la combinación entre imperialismo yanqui, sionismo y papa: una genuina arma de destrucción masiva de neuronas).

Los programas de los canales “culturales” son todos propaganda estadounidense y, a veces, de lo más descarada: History channel era un canal dedicado a programas históricos, pero por lo menos eran programas referidos al pasado. Actualmente se dedican a analizar el presente: la guerra en Iraq, Al qaeda, las políticas de Bush, es decir, se transformó en un canal totalmente politizado para vender basura actual y ya no basura vieja. Están dominados por lobis yanquis, sionistas... y papales. Simplifican, fragmentan, manipulan y banalizan la historia. Quien quiera aprender historia por esos canales va por muy mal camino. Además los canales culturales se centran en resaltar y en darle alcance mundial a todo lo que procede de Estados Unidos: desde bodegueros, comerciantes, gánsteres, policías, asesinos hasta los líderes políticos, militares y empresariales, cualquier personaje que sea de Estados Unidos se convierte a través de la televisión de cable en un “modelo universal”: el bodeguero universal es yanqui, etc.

Lo cierto es que mediante esa televisión estadounidense terminamos viendo y admirando todo lo que es estadounidense o que viene de Estados Unidos. Y mientras tanto, todo lo que es cultura o historia nuestra (del Tercer Mundo: Asia, África y Latinoamérica) a través de esos canales, es ridiculizada. Es mostrada como rara, pintoresca, curiosa, extraña, como poco humana. Lo racional y lo correcto les pertenece a ellos, son los que saben. Sus monstruosidades no las muestran por televisión mientras que las del resto de los países las resaltan. Y siempre es un yanqui o un europeo (es decir, un blanco o a veces una blanca, por lo general ignorantes e imbéciles como en un canal de viajes, Discovery channel) el o la que no entiende absolutamente nada de los países que visita. Un ejemplo: cada alimento que comen en los países que visitan, les parece pintoresco o ridículo. ¡Como si los yanquis fueran gastrónomos! ¿Qué comen en Estados Unidos si no hamburguesas y papas fritas? Y así como quieren darle clases de Democracia a los países torturando y asesinando, van dando clases de gastronomía a los países que poseen ricas culturas gastronómicas... ¡Cómo se atreve un estadounidense a criticar la comida china!

Pero eso es lo que le enseñan al espectador: la comida china es rara, la comida china es pintoresca. Lo “bonito universal” es Macdonald o el coronel de Kentucky. Y es el modelo que imponen. En síntesis, unos viajeros que no comprenden nada de las culturas que visitan donde siempre es un gringo el protagonista. Si realizan un documental sobre las culturas mexicanas, por ejemplo, no aparecen arqueólogos mexicanos sino unos estadounidenses de unas universidades desconocidas y de quienes ni tenemos la certeza de que sean arqueólogos. Ellos son los que explican la civilización maya, los toltecas, zapatecas o chichimecas. Y si se trata de la India o China, siempre es un estadounidense quien nos explica todo para que nos creamos que los estadounidenses son los que detentan el saber. Y a los demás sólo nos resta aprender la sabiduría que ellos vomitan a diario.

De tal forma que la historia de nuestros países latinoamericanos, asiáticos o africanos siempre es mostrada como una historia periférica, inferior, marginal, pintoresca. Se nos degrada, se nos coloniza y se nos convierte en sujetos dóciles que creen toda esa basura, que en el caso de las televisoras culturales, es vendida como ciencia, como historia, con un conocimiento profundo y rico. (Lo que sí es rico son las imágenes, ellos tienen la mayor parte de las imágenes pero entonces nos volvemos a tragar el cuento de que las imágenes nos están diciendo lo que ellos quieren y, como ellos tienen ese monopolio, debemos pasar sus documentales).

Quería por último relacionar esta basura televisiva, basura mediática, con la democracia burguesa, excluyente, asquerosa que nos venden como verdadera democracia cuando no lo es (no se trata del poder del pueblo sino del poder de las minorías sobre el pueblo), pero que se vende como tal porque utiliza los cerebros embrutecidos de la mayor parte de los seres humanos que ven esa televisión manipulada para ponerlos a votar contra sus intereses por los ricos, los acaparadores, y a legitimar de esa manera la explotación. El comentario lo dejo entonces para otra ocasión.

Hemos ahondado en cómo los medios de poder confluyen a desintegrarnos el pensamiento, a descerebrarnos, a desinformarnos a través de una supuesta información y a convertirnos en borregos manipulables para que nosotros legitimemos su poder ideológico, su poder cultural y hasta su poder político y tengamos unas democracias miserables, vendidas al imperialismo, como la democracia que rige en la mayor parte de los países del mundo.

Afortunadamente Venezuela, junto con otros países de América Latina, constituyen una excepción. Y precisamente por esto nos lanzan a diario el bombardeo, los insultos y las calumnias del imperio y de sus cipayos en los medios de comunicación porque Venezuela está construyendo algo diferente, una verdadera democracia, y porque este país se ha salido –en el plano político- del yugo hegemónico de Estados Unidos. Pero no se ha salido del yugo hegemónico en el plano mediático donde seguimos profundamente colonizados. Y uno de los grandes problemas que tenemos es cómo enfrentarlo. Ojalá la no renovación de la concesión a RCTV sea, como todos esperamos, el instrumento que nos permita construir una televisora de servicio público y comenzar a dar ejemplo de un modelo distinto de televisión.

Lo dejamos aquí por hoy.






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(*) “La mala forma de razonar como instrumento de dominación (I)” en aporrea.org, 4 de mayo de 2007.

(**) Los artículos de Carlo Frabetti se encuentran en rebelión.org.

1. El pensamiento discreto, 27 de marzo de 2007

2. El pensamiento múltiple, 31 de marzo de 2007

3. El pensamiento onírico, 7 de abril de 2007

4. El pensamiento circular, 12 de abril de 2007

5. El pensamiento insignificante, 18 de abril de 2007.


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Vladimir Acosta

Historiador y analista político. Moderador del programa "De Primera Mano" transmitido en RNV. Participa en los foros del colectivo Patria Socialista

 vladac@cantv.net

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