La mala forma de razonar como instrumento de dominación

Programa “Temas sobre el tapete” del 2 de mayo de 2007 en RNV canal 91.1. (transcripción libre de Mariela Sánchez Urdaneta ).

Especial para aporrea.org

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(...) Deseo hoy comentar algunos artículos de Frabetti (*) y el tema podría esbozarse como la mala forma de razonar como instrumento de dominación inducido por los poderes dominantes. El hecho es que vivimos desde hace varias décadas en un mundo donde el poder capitalista mundial dominante, no sólo se está aprovechando de las fallas usuales de nuestro razonar sino que, sistemáticamente y mediante el uso de poderosos recursos de los que hablaré, nos induce a razonar mal, a pensar mal y se sirve de esto como del instrumento quizás más poderoso e importante para someternos, manipularnos y dominarnos.

Comenzaré por el principio porque este problema no es reciente. Sostengo que precisamente sobre la base de nuestro mal razonar, se inserta una política sistemática dirigida a hacer que razonemos peor o que ni siquiera seamos capaces de razonar con un mínimo de coherencia.

Empiezo por nuestra usual caracterización como seres racionales. Desde Aristóteles, el ser humano –el “hombre” como formulan generalmente las enciclopedias y repiten los diccionarios- es definido como un animal racional. Y la Iglesia o las iglesias -precisamente las que más nos embrutecen, las que más nos animalizan, las que nos tratan de “fieles ovejas”- coinciden plenamente en esto con Aristóteles. El ser humano es entonces un animal racional y ello constituye una definición al mismo tiempo arrogante y deficiente. Hoy lo sabemos mejor que antes. La definición es arrogante porque intenta -ya sea mediante la razón o mediante la chispa divina, como dicen las religiones- hacernos seres radicalmente diferentes de los animales y, por supuesto, absolutamente superiores a ellos. Y esto es falso. Nosotros somos, nos guste o no, mucho más animales que racionales. Somos sí, animales capaces de razón pero no quiere decir que la mayor parte del tiempo no seamos más animales que racionales. Además, no sólo el hombre razona. Los animales llamados superiores y otros que no lo son tanto, también razonan y lo hacen a su manera. Aunque nos cueste reconocerlo y aunque por lo general calificamos su conducta de instintiva o rutinaria, como si las nuestras no fueran ordinariamente iguales...

Y la definición es deficiente también porque más que seres racionales lo que somos es seres potencialmente racionales, seres con capacidad de utilizar de manera correcta la razón. O seres, si se quiere, circunstancialmente racionales. Normalmente actuamos por rutina, por instinto, por emoción, por costumbre y sólo razonamos bien –y no aparentar que razonamos- cuando nos encontramos en circunstancias apremiantes. Por ejemplo, debemos razonar para aprobar un examen de matemáticas o física porque si no razonamos, nos raspan; o cuando debemos resolver un problema serio en el que nos hayamos metido, lo que no significa que vayamos a salir bien del lío, pero al menos significa que sí intentamos hacerlo con coherencia. Puede que cometamos un error tratando de razonar bien (ocurre frecuentemente porque no estamos acostumbrados a razonar correctamente) pero esto sería algo menor como si alguien debiera sumar una determinada lista de productos y se salte uno: comete un error –cierto- pero el procedimiento empleado fue racional y correcto. Aunque el resultado es equivocado, el método era el correcto.

Basta ver cómo razonamos a diario. Cierto es que, si nosotros fuéramos seres total o exclusivamente racionales, seríamos unos monstruos, unas máquinas, unos robots. No seríamos seres humanos. Es tremendamente provechoso que seamos sensibles, emotivos, creativos, hasta desordenados. Eso nos hace seres humanos. Pero a menudo ocurre que exageramos esa condición de ser humano. Observemos las discusiones usuales que sostienen tres o cuatro personas que suponemos inteligentes. ¿Cómo discuten? (por cierto, “discusión” no en el sentido de pelea sino en el sentido de intercambio de razonamientos o de opiniones): los argumentos racionales se cruzan con argumentos emotivos o son desplazados por argumentos circunstanciales, la discusión se desplaza de un lado a otro sin dirección ni destino, y con frecuencia, la discusión termina sin saber qué se discutía, contando chistes, pasando a otro tema y dejando el asunto sin resolver. Y esa es la parte buena del despelote porque al menos no hay muertos ni heridos.

Lo grave es que cuando discutimos temas un poco más serios pretendemos tener la razón siempre. Incluso razonando mal. Porque estamos llenos de prejuicios, llenos de creencias, llenos de fe en místicas, de fe religiosa que –por supuesto- se pretende infalible. Incluso a la hora de seleccionar argumentos para apoyar lo que nosotros creemos, casi instintivamente preferimos aquellos que nos favorecen y descartamos los que van en sentido contrario. No lo hacemos por tramposos sino por unos mecanismos perversos que nuestras mentes han desarrollado para defender lo que creemos y encontrar sólo los argumentos positivos en esa dirección.

Así, no sólo nos cuesta razonar bien sino incluso nos cuesta aprender a razonar bien. Incluso nos creemos formados y simplemente lo que estamos es mal formados en materia de uso del razonamiento.

Lo peor de todo es que cuando las discusiones se ocupan de dilucidar temas políticos, ideológicos o religiosos (los más conflictivos) es fácil que se envenenen. O que cundan los falsos argumentos. O que las emociones -sobre todo el orgullo, el odio y la fe- terminen dominando a la razón y terminen resolviéndose por la fuerza física: golpes y puñaladas, o tiros y bombas con miles de muertos y heridos cuando los que razonan mal son países o políticos con poder. Cierto es que razonar bien no resuelve los conflictos políticos o ideológicos de clase. Estaríamos razonando bien mal si pensáramos que las grandes diferencias ideológicas se resuelven razonando bien. Porque aquí los intereses clasistas, ideológicos o religiosos son previos a todo razonamiento y condicionan cualquier razonamiento.

Pero un hecho importante es que al menos razonar bien puede ayudar a muchos sectores que participan en discusiones como oyentes o espectadores (en exposición de líneas políticas, discusiones entre candidatos, foros donde se confrontan opiniones políticas, entre otros) puede ayudar mucho, repito, el razonar bien a los espectadores porque justamente ellos son la mayoría. Y si todos ellos razonaran bien, se pondrían del lado del que tiene la razón lógica, la razón social, del lado que tiene razón humana, del lado que tiene validez y ello contribuiría a debilitar el peso de los poderosos, de los explotadores, de los que tienen poder dado que precisamente son ellos los que tuercen y retuercen los argumentos para engañar, manipular, confundir, ablandar y domesticar a las mayorías.

De tal manera que si todos aprendiéramos de verdad a razonar y razonáramos con coherencia y, obvio, estuviésemos bien informados acerca de lo que se discute, evidentemente las mayorías podrían tomar decisiones distintas a repetir -como borregos, como idiotas- las ideas que difunden las minorías.

Justamente esto mismo lo saben los poderosos y lo saben también -y sobre todo- los complacientes intelectuales que le sirven a los poderosos, muchos de ellos vendidos a ese poder, mercenarios de ese poder.

Por ello, las fuerzas del poder, los medios del poder y los intelectuales que le sirven al poder desde hace algunas décadas llevan a cabo () una política sistemática, hasta ahora bastante efectiva, utilizando todas las formas poderosas de la información para manipular el pensamiento, para inducirnos a razonar mal, todo ello como vehículo, como instrumento, como forma para mantenernos pasivos y sometidos. Y hoy sólo quiero dar una idea sobre algunos asuntos centrales para luego comentar los artículos de Frabetti, pues el tema es bastante complejo.

En primer lugar habría que decir que el sistema capitalista –el sistema de dominación mundial- está haciendo aguas por todas partes y sólo esta afirmación sería motivo de otro desarrollo. Ese sistema de dominación mundial ya no puede, como hasta hace algunas décadas, engañar, manipular y mantener pasivas y sometidas a las mayorías. La crisis, por razones sociales y de injusticia evidente –y no por razones de razonamiento- aumenta, se incrementa por doquier. Ya Estados Unidos no engaña a nadie, ya no puede seguir vendiéndole al mundo la imagen de la que vivió por lo menos el último medio siglo sin que casi nadie le discutiera. Ni puede continuar vendiendo la idea de que es el promotor de la democracia y de la libertad. Hoy, salvo los cipayos, los comprometidos, los vendidos, salvo los idiotas si acaso quedan en este terreno, la mayoría de los seres humanos actualmente ve que Estados Unidos es un imperio asesino y saqueador, un imperio que cada día más se acerca al fascismo. Si se examina Europa se observa marcada por el racismo, por el crecimiento del egoísmo, por el servilismo ante Estados Unidos, el desprecio por los países asiáticos, latinoamericanos y africanos; en fin, una Europa que se vuelve cada día más de derecha, pro fascista. Y se observa también que los mundos asiáticos y latinoamericanos se rebelan, luchan y ello parece un fenómeno indetenible. Una crisis profunda corroe este sistema capitalista podrido.

En tal sentido, el sistema completo y quienes le sirven: las grandes corporaciones, los medios de comunicación, las iglesias, los intelectuales vendidos o tarifados -son la mayoría-, todos ellos tienen consciencia de esa profunda crisis. Y todo indica que a lo largo de estas décadas de imposición y de fracaso del neoliberalismo, ellos han venido perfilando y afinando los mecanismos de dominación. Porque los mecanismos de dominación no pueden ser sistemática o exclusivamente violentos y armados (quiero decir, de violencia directa) sino que se trata de violencia que pasa por otra vía, de violencia que parece tolerable y pacífica o que pasa por no ser violencia. Y como no pueden basarse siempre en invasiones o en guerras locales, es importante dominar la mente de la gente, es necesario embrutecer y manipular a la gente para convertirla en una masa de borregos y poder hacer con ellos lo que les da la gana, disfrazado todo –eso sí- de democracia.

Y creo que esta suerte de proyecto de “rescate del deterioro de la dominación mundial imperialista”, que se configura desde hace décadas y continúa en aumento, apunta hacia una integración (no siempre es fácil porque a veces hay conflictos que resolver) de todas las fuerzas reaccionarias que le brindan mayor peso y mayor esperanza de dominación a ese poder explotador imperialista.

Para ello buscan apoyo en “la manipulación de la información” y en “la disolución del pensamiento”. Y aquí tocamos lo más interesa: ese proyecto o esas fuerzas dominantes reaccionarias entienden que ambos apoyos son esenciales para cualquier forma de dominación en el contexto actual.

Manipular la información y disolver o desintegrar el pensamiento –que debería nutrirse de esa información para razonar bien- son repito los dos objetivos fundamentales de esas fuerzas reaccionarias para tratar de controlar el poder porque ellos entienden perfectamente, sobre todo en el contexto actual que, en el peligro, todas las fuerzas reaccionarias deben unirse por encima de diferencias menores. Y eso es lo que hacen ahora, a mi manera de ver.

Y entienden también que lo ideológico y lo religioso son ideales porque su capacidad de adormecimiento y de manipulación son las mejores de todas.

En el proceso que vivimos confluyen tres componentes esenciales: por un lado, los medios de comunicación mundiales y sus servidores o repetidores locales; por otro, las iglesias (en el caso del mundo occidental del que hablo, la Iglesia Cristiana y particularmente la Católica), y, en tercer lugar, los intelectuales cómplices o tarifados que son quienes contribuyen a darle apariencia científica o filosófica a esa disolución programada del pensamiento. Me detendré en los tres componentes.

En primer lugar, están los medios de comunicación. En general sabemos que vivimos en un mundo moderno caracterizado y dominado por la información. La información circula por todas partes y buena parte de ella se encuentra hoy a nuestro alcance a través de la radio, la prensa, la televisión pero sobre todo a través de internet, de los celulares, blogs, en fin, soportes que hacen circular y difundir la información con facilidad. Cualquiera de nosotros hoy tiene a su alcance y maneja mucha más información que la que tuvieron a su alcance y manejaron nuestros antepasados cercanos, incluso hace apenas medio siglo...

A diario se nos bombardea con que debemos estar informados, que la información domina el mundo, lo cual es en parte cierto. Pero la información es un poder. Y como todo poder, depende de quién lo controla, de quién lo administra y de qué forma se usa. Pese a que parte de esa información se ha masificado hasta el punto de desbordarse haciéndose incontrolable y problemática para el propio poder (el caso de internet y de los proyectos de control que desarrolla Estados Unidos), lo cierto es que los países ricos, las corporaciones trasnacionales, la prensa, los medios mundiales, no sólo son el poder mundial sino que son ellos quienes controlan casi toda la información e incluso son los que producen buena parte de ella y por lo tanto son ellos quienes la filtran y quienes nos venden u ofrecen la parte de la información que a ellos les interesa ofrecer.

Pero no sólo eso. También ese poder tiene consciencia del peso, de la importancia, del poder mismo de esa información y está consciente de que no puede controlarla o limitarla acabando con los medios de comunicación, internet o los celulares. A pesar de que tratan de regularlos y controlarlos, se sobrepasaron unos límites que resultan muy difíciles de recoger ahora.

Entonces de lo que se trata para ese poder mundial es de utilizar la información a su favor. Como no se la puede controlar porque inevitablemente se difunde es indispensable entonces fragmentarla, banalizarla, partirla en pedacitos, darle la misma significación a los diversos pedacitos, hacer que todo valga lo mismo, y así, por un lado nos bombardean y aturden con la información y, por otro lado, nos tratan de demostrar que todo tiene el mismo valor. En la información fragmentada son lo mismo los crímenes recientes cometidos por el gobierno de Estados Unidos a un gol de Ronaldiño o a un concierto en el Teresa Carreño. Todo parece adquirir el mismo valor. Ellos manipulan la información para manipularnos a nosotros, para adormecernos con ella hasta convertirnos en una suerte de borregos supuestamente informados (creemos estar bien informados cuando en realidad ni sabemos pensar o razonar bien) y que ahora –cuando se supone que estamos mejor informados y tenemos las mejores posibilidades de pensar bien y de razonar bien- resulta que ahora pensamos y razonamos peor que nunca.

En segundo lugar se encuentra la Iglesia, parte importante del proyecto porque la religión es fundamental en ese terreno. Y en tal confluencia reaccionaria la Iglesia es crucial porque su penetración en la mente de la gente desde la más temprana infancia le confiere un poder especial de engaño, de pasividad, de adormecimiento y de manipulación. Esto lo he tratado en varias ocasiones y también he dicho muchas veces que una de las paradojas de esta modernidad o posmodernidad actual, sobre todo durante este último medio siglo de crisis del campo revolucionario, de retroceso neoliberal, es que vivimos en medio de una tecnología ultramoderna –tecnología del siglo XXI- pero que en lo social el sistema dominante nos ha hecho retroceder al siglo XVIII, a los tiempos del Antiguo Régimen antes de la Revolución Francesa.

Sin embargo en el presente ocurre algo peor. Porque en lo ideológico o en lo religioso ese mismo sistema nos está conduciendo hacia el siglo XVI, hacia la Inquisición y hacia la amenaza de las guerras de religión. En diversos países de este supuesto lado más avanzado del mundo, desde hace años, vamos camino de abandonar uno de los pocos logros de la Modernidad: la separación –nunca acabada del todo pero en todo caso bien positiva- de la Iglesia y el Estado. Y por todos lados observamos hoy cómo el Estado o se integra a la Iglesia en una fusión fundamentalista como sucede actualmente en Estados Unidos o en Israel (y únicamente nombro el mundo occidental) o también vemos cómo el Estado permanentemente cede terreno a la injerencia de la Iglesia en política: Italia, España, Francia, Polonia, etc.

El papel de la Iglesia es fundamental y el pensamiento religioso juega un papel clave en esta disolución de la manera de pensar y de razonar correctamente.

Y en tercer lugar se hallan los intelectuales mercenarios y cómplices del sistema que también juegan un papel clave porque, a pesar de todo, no deja de ser este un mundo mayoritariamente laico y, si bien la religión le llega a las personas desde temprano en su vida, la ciencia, el saber, las tecnologías, pasan por estar separadas de la religión. De tal manera que el poder reaccionario se fortalece mucho más si reconoce –y así lo hace- que es necesario entrarle, por encima de todo, a las élites: estudiantes, intelectuales, profesores, escritores, universidades, etc., que son quienes administran el poder (o administrarán el poder, en el caso de los más jóvenes), entrarles por la vía de la filosofía, por la vía del pensamiento político o económico supuestamente científico, disolviendo los grandes temas, disolviendo los llamados metarrelatos, fragmentando o banalizando el pensamiento, incluso naturalizándolo como hacen los neoliberales.

Y aquí se dan la mano los neoliberales y los posmodernos, quienes dominan hoy el pensamiento y los medios de comunicación. Los neoliberales naturalizando la sociedad, disolviendo la sociedad en individuos. La sociedad no existe. Lo que existen son individuos. ¡Claro! siempre y cuando estos individuos formen parte del mercado... O cuando más hablando de sociedad civil, de propietarios (por supuesto, la sociedad civil está constituida por propietarios) opuestos a cualquier política social, hablando del fin de la historia, hablando del conflicto de civilizaciones... Y del otro lado se encuentran los posmodernos (algunos de los cuales vienen de un pasado marxista del que renegaron hace un tiempo), también disuelven la sociedad y la política a su manera: desintegrando, fragmentando y banalizando el pensamiento para hacernos perder cualquier visión de conjunto, cualquier posible visión de totalidad, para afirmar igual que los neoliberales que todo vale y que toda conducta política fundamentada en principios y en teorías resulta peligrosa por utópica, resulta peligrosa porque puede conducir al totalitarismo y además resulta inconsistente porque, como el pensamiento es múltiple, nada tiene entonces existencia sólida ni siquiera nuestro yo y, mucho menos, un constructo como la sociedad.

Ese es un proyecto de neo dominación reaccionaria en auge. Se desarrolla todos los días frente a nosotros, aunque a menudo lo ignoremos o lo subestimemos. Porque incluso nuestro propio pensamiento está fragmentado y no nos permite ver la totalidad que construyen los fragmentadores del pensamiento. Con frecuencia nos lo calamos de manera pasiva o inconsciente. Y resulta entonces que en medio de un bombardeo de información que aturde y confunde al ser humano y banaliza toda la información, se está destruyendo sistemática y conscientemente la capacidad humana de pensar y de razonar.

Y justamente deseaba hacer estas consideraciones porque, a propósito de esto que veo como un conjunto amenazante contra nuestro pensamiento y nuestra capacidad de pensar, de razonar y de enfrentar las manipulaciones con las que a diario nos bombardean, quiero leer y comentar estos cortos, claros y muy densos artículos de Carlo Frabetti. Recomiendo a todas las personas su lectura, análisis y estudio con detenimiento. El tema lo denomina “el pensamiento discreto” y analiza sus variantes y matices en una serie de artículos mostrando con ejemplos vivos y muy acertados ese mundo de la disolución del pensamiento promovido por las fuerzas dominantes para continuar manteniéndonos dominados.

Del primero, “El pensamiento discreto” sólo leeré un fragmento. Por cierto, discreto tiene dos sentidos: el sentido de cuidadoso con lo que se dice y también el sentido matemático de que no es continuo, vale decir, se trata de un pensamiento que no es capaz de sacar conclusiones de sus propias premisas. O por lo menos no es capaz de sacar las conclusiones correctas de sus propias premisas. Ahí cuenta Frabetti que en marzo de este año, en el Ateneo de Madrid, asistió a una discusión sobre el proceso de paz en el País Vasco y que ahí participaron personajes importantes -entre ellos un ex fiscal anticorrupción, una profesora de Derecho Penal de la Universidad Carlos III, y otros- que realizaron (en especial el ex fiscal) una exposición contundente, demoledora, de cómo funciona la seudo democracia española: terrorismo de Estado, torturas, el régimen que se vive en los centros penitenciarios, la dispersión anticonstitucional de los presos políticos, la aberración jurídica que supone la Ley de Partidos, la condena absurda impuesta a Iñaki de Juana –vasco acusado y convicto de terrorismo que pagó su pena y ahora le quieren echar encima otra pena por haber escrito tres artículos, o sea, por un delito de opinión- después de ese análisis, dice Frabetti, pidieron la palabra algunos participantes y, entre ellos, el señor Román, militante de izquierda que suele intervenir en tales foros. Román dijo que, después de haber oído todas aquellas exposiciones sobre torturas, terrorismo de Estado, leyes que no tienen fundamento legal y violación de la Constitución, “realmente la española no era una democracia ni por el forro”.

“La cosa podía haber terminado ahí -escribe Frabetti- pero, sorprendentemente, Jiménez Villarejo, que acababa de demostrar con los más contundentes argumentos jurídicos que nuestro supuesto Estado de derecho es una burda falacia, manifestó su desacuerdo con Román y dijo que, ‘aunque imperfecta, tenemos la suerte de vivir en una democracia’, alegando como único argumento que ahora estamos mejor que con Franco (de donde se desprendería que con Franco también había democracia, puesto que Hitler era peor que él)”.

Entonces Frabetti hace una reflexión con la que quiero terminar este primer artículo:

”¿Qué pensaríamos de alguien que aceptara las dos premisas de un silogismo y negara su conclusión? Alguien que dijera, por ejemplo: ‘Todos los hombres son mortales; Sócrates es un hombre; pero Sócrates no es mortal’. Pensaríamos, con toda razón, que, una de tres: o está loco, o es un discapacitado mental, o nos está tomando el pelo. Pues bien, conozco a muchas personas que suscribirían la siguiente premisa mayor: ‘Para matar osos por diversión (Vladimir: cosa que hizo no hace mucho el rey de España al matar osas preñadas borrachas en Bulgaria) hay que ser un canalla o un imbécil’, y, sin embargo, muy pocas de ellas admitirían la inevitable conclusión del silogismo si en la premisa menor figurara, pongamos por caso, un Borbón (Vladimir: el rey Juan Carlos). Tanto es así que, no hace mucho, Arnaldo Otegi fue condenado a un año de cárcel por proclamar en voz alta la conclusión lógica de una cadena silogística irrefutable: el rey es el jefe supremo de las Fuerzas Armadas; la Guardia Civil forma parte de las Fuerzas Armadas; hay guardias civiles que torturan; ergo el rey es el jefe de dichos torturadores. Pero el rey es intocable (no en vano lo impuso Franco), y si Aristóteles nos lleva hasta él, habrá que prescindir de Aristóteles, al menos por un rato.

(Vladimir: justamente lo que hace el ex fiscal Jiménez Villarejo: no es capaz de sacar las conclusiones que se derivan de sus propias premisas totalmente demostrables y válidas).

Por increíble que parezca –concluye Frabetti- este tipo de aberraciones intelectuales están a la orden del día, y si bien en el caso de los políticos de oficio está claro que se trata de una perversión consciente y deliberada, cuesta creer que todos los que incurren en la grosería del pensamiento incompleto sean locos, farsantes o descerebrados. La explicación de este preocupante fenómeno hay que buscarla, al menos en parte, en la imagen fragmentada, discontinua -discreta, en el sentido físico-matemático del término- que de la realidad nos ofrecen los actuales medios de comunicación y el propio discurso dominante que vehiculan. El videoclip y el spot publicitario son los paradigmas de la comunicación moderna (o posmoderna), comprimida y sincopada, veloz y efímera. La información se recibe por ráfagas dispersas e inconexas; los eslóganes y las consignas sustituyen a la reflexión ética y política... En consecuencia, el pensamiento mismo tiende a fragmentarse, a perder unidad y coherencia, y la presión social (cuando no el terrorismo de Estado) hace el resto: los dos sentidos del término ‘discreción’ (discontinuidad y prudencia) confluyen y se refuerzan mutuamente, actúan de forma sinérgica como inhibidores de la razón.

Los sofistas de ayer –finaliza Frabetti- tenían que tomarse el trabajo de construir elaborados razonamientos falsos que pudieran pasar por verdaderos; los de hoy lo tienen más fácil: basta con fragmentar los razonamientos verdaderos para construir una gran mentira a base de medias verdades”.

No hace falta comentar más porque el texto tiene una claridad verdaderamente indiscutible.

Voy con el segundo artículo de Frabetti “El pensamiento onírico” relacionado con el apoyo de la Iglesia a la disolución del pensamiento. También vale la pena también leerlo, revisarlo y estudiarlo con calma, con paciencia y serenidad pues afirma muchas verdades –algunas las he tratado yo aquí también- que suscitan en la gente una reacción negativa. Porque la gente tiene las verdades de fe como irrefutables, indiscutibles, y cuando alguien le demuestra la inconsistencia de esas verdades, en lugar de razonar, reaccionan con disgusto o rabia porque se les cae parte de esa identidad que le formaron desde su temprana niñez.

Escribe Frabetti:

“El discreto encanto (el encantamiento discontinuo) de la religión estriba, en buena medida, en su habilidad para inculcar la incoherencia propia de los sueños en las conciencias supuestamente despiertas (de ahí los rituales adormecedores tan frecuentes en todas las religiones: salmodias, melopeas, cánticos monocordes, rezos repetitivos, etc.).

Aunque hoy podamos considerar apresurada su conclusión de que los sueños son realizaciones disfrazadas de deseos reprimidos, algunas de las observaciones de Freud sobre la actividad onírica y su relación con las pulsiones resultaron esclarecedoras, y nociones como la de ‘fusión de contrarios’ parecen especialmente adecuadas para explicar ciertos aspectos de la mentalidad religiosa. Pues la religión no solo toma de los sueños la idea de una vida incorpórea en otro nivel de realidad, sino también su discurso irracional.

En los sueños todo es posible, y en sus dominios las cosas más incompatibles pueden coexistir e incluso llegar a confundirse. En el maleable universo onírico, puedo volar, pasar a través de las paredes, estar simultáneamente en varios lugares o participar en una acción mientras la veo desde fuera, y mi padre puede estar vivo y muerto a la vez o ser al mismo tiempo joven y viejo. Todas las noches pasamos varias horas en el mundo de los sueños, y no es de extrañar que seamos tan sensibles a su discurso ‘superrealista’. Un discurso que, convenientemente adaptado al mundo de la vigilia, puede convertirse en un eficaz instrumento de dominación (Vladimir: exactamente la clave del artículo). Y eso es precisamente lo que hace la religión, que, a cambio de la incondicional sumisión a sus preceptos, nos promete una vida incorpórea y libre de las ataduras materiales, un dulce ‘sueño eterno’ más allá de la muerte (a la vez que amenaza a los insumisos con una eterna pesadilla). Y una vez aceptado el discurso onírico de la religión, para la mente reblandecida, retrotraída a su nocturno estado de laxitud, nada es inaceptable. Así, un Dios supuestamente justo y misericordioso puede infligir un castigo infinito a un ser de responsabilidad limitada como es el hombre (Vladimir: ¡por cincuenta años haciendo el mal, ser condenado a quemarse por la eternidad!). Y aunque ese Dios sea omnisciente y sepa de antemano todo lo que vamos a hacer, somos libres y plenamente responsables de nuestros actos.

Creer en el infierno, o pensar que la predestinación es compatible con el libre albedrío (**), no es menos demencial que aceptar un silogismo tan absurdo como: ‘Todos los números pares son divisibles por dos; ocho es un número par; ocho no es divisible por dos’. ¿Hay que concluir, pues, que los miles de millones de creyentes que hay en el mundo están locos? En tanto que creyentes, sí. Lo que ocurre es que, afortunadamente, hay muy pocos creyentes auténticos (y hay muchos herejes que ni siquiera saben que lo son): la inmensa mayoría son ‘hombres de poca fe’, como nos recuerdan las propias Escrituras. El pensamiento onírico que subyace a la devoción es un claro ejemplo de ‘pensamiento discreto’, discontinuo, que sucumbe de forma intermitente al discontinuo encantamiento de la religión (que alterna las proposiciones más razonables con los conjuros más disparatados).

Es probable que sólo algunos místicos y visionarios se abandonen de forma permanente a la ‘sublime locura’ del delirio religioso, del mismo modo que solo algunos dementes creen de verdad en la astrología o en la cartomancia. Igual que los tartamudos consiguen hablar a trompicones, la mayoría de los creyentes (de cualquier dogma, no solo de los propiamente religiosos) logran pensar a ratos, pero les cuesta articular un discurso coherente a partir de sus dispersos momentos de lucidez: son ‘tartatontos’, pensadores discretos, fáciles presas de cualquier ideología, de cualquier ilusión.

A primera vista, puede parecer extraño que el discurso de la religión sea tan palmariamente contradictorio; pero a poco que pensemos en ello nos daremos cuenta de que no podría ser de otra manera. Dios tiene que poseer todas las cualidades imaginables en grado sumo, y por lo tanto ha de ser omnisciente y omnipotente. Pero, a la vez, el hombre ha de ser libre y responsable de sus actos, pues de lo contrario no se le podría premiar ni castigar por ellos. Y si el castigo infligido a los ‘malos’ no fuera eterno, al estar situado en otro plano de realidad y sub specie aeternitatis, su poder disuasorio sería insignificante. Si sólo hubiera purgatorio, y no infierno, ¿a quién le detendría la idea de un vago castigo transitorio en el más allá si luego le sucedería una felicidad sin fin? Por otra parte, sólo una pena eterna para los ‘malos’ puede saciar la inconfesable (pero fomentada por la propia religión) sed de venganza de los ‘buenos’, que sufrirían un agravio comparativo si al final todos, justos y pecadores, acabaran juntos en el paraíso. Por eso la misma religión que predica el amor y el perdón amenaza a los pecadores con un castigo infinito y les promete a los justos una infinita venganza. Por eso hay un dogma que dice que Dios sabe de antemano todo lo que vas a hacer y otro que afirma que eres libre de hacerlo o no. Por eso Dios es a la vez infinitamente bueno e infinitamente cruel. Y como sólo en los sueños es posible tal fusión de contrarios, la religión tiene que convertirse en un estupefaciente masivo capaz de adormecer la razón de millones de personas. El opio de los pueblos”.

Este artículo cobra especial actualidad, no por las verdades profundas que dice sobre ese pensamiento absolutamente contradictorio de la religión, de meternos en el mundo del sueño como si el sueño fuera la realidad y ponernos a vivir esas contradicciones de las que Frabetti habla –y de las que yo también he hablado en otras oportunidades- sino porque justamente durante los años sesenta y setenta se comenzó a cuestionar en esta parte del mundo la frase de Marx de que la religión es el opio de los pueblos, es decir, una fuerza adormecedora de las luchas sociales -lo que quería decir Marx- porque el mundo se había vuelto bastante laico y, en esa medida, el opio de los pueblos había pasado a ser el deporte. El opio de los pueblos era el fútbol y los millones y millones de personas siguiendo enloquecidos un mundial de fútbol no necesitaban religión para tener un opio que los adormeciera. Y además era mucho más divertido un juego de fútbol que el sermón de un cura en una iglesia. De ahí lo que yo decía antes: de nuevo la religión se va metiendo, se va involucrando en la política, en el Estado, y va asumiendo directamente el papel de una fuerza adormecedora. Porque ya no basta el fútbol (que además en todas partes no funciona igual y en todo caso los mundiales son cada cuatro años, mientras que la Iglesia trabaja día y noche y empieza a trabajar desde que uno tiene la más temprana edad) hay meter este discurso religioso –repito- que es una de las formas más terribles, más peligrosas (porque además la gente casi no se defiende de ello dado que cree que la Iglesia representa el bien, Dios y todo lo demás...) de meterle en la cabeza a la gente la disolución del pensamiento con la cual el poder nos mantiene sometidos, manipulados y atados a esa hegemonía.

No sabemos pensar, no sabemos razonar, creemos cualquier idiotez y así es muy fácil que nos engañen, que nos exploten y que nos sometan.

Termino con este artículo de Frabetti que se detiene más en el mundo político y se titula “El pensamiento circular”:

“Un viejo chascarrillo italiano con el que se suele entretener a los niños dice así:

Un arriero se detiene a comer en una posada y toma pan, vino y tocino. A la hora de pagar, el posadero le pide una lira por el pan, una lira por el vino y una lira por el tocino. El arriero pone un par de monedas sobre la mesa y se dispone a marcharse. ‘Aquí sólo hay dos liras’, dice el posadero. ‘Pues claro: una lira por el pan y otra por el vino’, replica el arriero. ‘¿Y el tocino?’, pregunta el posadero. ‘Pues eso: una lira por el tocino y otra por el pan’, responde el arriero. ‘¿Y el vino?’. ‘Pues eso: una lira por el vino y otra por el tocino’. ‘¿Y el pan?’. ‘Pues eso: una lira por el pan y otra por el vino’. Y así sucesiva e indefinidamente.

El pensamiento, en tanto que verbal, es una línea que se desarrolla en el tiempo, como el propio lenguaje, como la música; es un camino que recorremos –que hacemos- paso a paso. En cada momento estamos en un tramo del camino, no lo abarcamos todo a la vez. Si el recorrido es tan corto y tan sencillo como el del chascarrillo del arriero, sólo alguien muy obtuso sería incapaz de verlo en su totalidad; pero cuando el camino silogístico es largo y enrevesado es fácil despistarse, e incluso no darse cuenta de que la línea argumental se ha cerrado sobre sí misma y estamos andando en círculos. Imaginemos un diálogo un poco más complejo entre el arriero y el posadero: ‘¿Tres liras por un mendrugo de pan, un vaso de vino aguado y un trozo de tocino rancio? Esto es un robo’, protesta el arriero. ‘Nadie te obliga a comer aquí, este es un país libre. ¿Por qué no has ido a otra posada?’, pregunta el posadero. ‘Porque en este pueblo sólo hay dos posadas, y en la otra la comida es aún peor y más cara que en esta’, responde el arriero. ‘Entonces no te quejes’, dice el posadero. ‘¿Cómo no me voy a quejar si pretendes cobrarme un precio abusivo por un asco de comida?’, replica el arriero. ‘Nadie te obliga a comer aquí, este es un país libre’, repite el posadero...

Este segundo diálogo suena algo menos pueril que el primero (aunque es igualmente banal), y, de hecho, sin más que sustituir las posadas y los menús por los partidos mayoritarios y sus respectivos programas electorales (Vladimir: piensen en la España de Zapatero o Aznar o piensen en las muy próximas elecciones francesas entre los dos candidatos: la señora Ségolène Royal y la joya de Sarkozy), podría ser una conversación política al uso. Esto es una democracia porque podemos elegir a nuestros gobernantes, y aunque sólo haya dos opciones reales y ambas sean malas (o una mala y la otra malísima), podemos elegir y por lo tanto esto es una democracia... (Vladimir: pensemos en el Chile actual para poner un ejemplo más cercano. El sistema político chileno, las limitaciones y la imposibilidad de escoger entre las dos únicas alternativas que se presentan. Pensemos en Estados Unidos donde opera ese sistema: hay dos posadas, si te vas a la otra es peor, entonces come en esta y no protestes).

Los más claros ejemplos de este tipo de pensamiento circular los encontramos, como no podía ser de otra manera, en la religión. La fe es una ‘virtud teologal’, un don que Dios concede a quienes lo merecen. ¿Y por qué lo merecen? Porque se humillan ante Dios. Para lo cual hay que tener fe... El Papa es infalible. ¿Por qué? Porque la infalibilidad pontificia es un dogma de fe promulgado por el Papa...

En última instancia, un pensamiento circular, por largo y enrevesado que sea, equivale a una tautología: la repetición (cíclica) de una misma idea expresada de dos formas ligeramente distintas y procurando que una de las formas parezca la justificación de la otra (es decir, de sí misma). Dicho de otro modo, una tautología (y por extensión cualquier seudo razonamiento circular) es una aseveración burdamente disfrazada de demostración.

Los políticos (Vladimir: Frabetti piensa más en los políticos europeos pero resulta válido para los políticos de la mayor parte de los países como Estados Unidos y una buena parte de América Latina todavía) no paran de decirnos que su programa es el mejor porque nos traerá más bienestar. ¿Y por qué nos traerá más bienestar? Porque es el mejor programa político. La publicidad no para de decirnos que para ser felices tenemos que comprar un automóvil potente. ¿Por qué? Porque la felicidad pasa por tener un automóvil potente, como se desprende de los anuncios de automóviles. Fulanita sale en la tele porque es famosa. ¿Y por qué es famosa? Porque sale en la tele...

Huelga señalar que la verdadera cuestión de fondo, la pregunta que hemos de formularnos ante la amplísima difusión del pensamiento circular, es: ¿cómo se explica que millones de personas caigan una y otra vez en una trampa tan burda? Y nada más adecuado que buscar la explicación de tamaña absurdidad en el teatro del absurdo: como dice Ionesco en “La cantante calva”, ‘Se coge un círculo, se lo acaricia y se convierte en un círculo vicioso’. Haz que tu vida discurra suavemente en círculos, refúgiate en la repetición sistemática (sistémica) de una rutina tranquilizadora, y tu pensamiento se viciará cuanto sea necesario para adaptarse a esa existencia cíclica, cerrada sobre sí misma. Consigue que la vida política y económica de un país dé vueltas y vueltas sin ir a ninguna parte, sin perspectiva ni voluntad de futuro, pero con engañosa fluidez, con acariciadora seguridad aparente, y habrás puesto en marcha la rueda inmóvil del pensamiento circular, habrás impuesto una ideología”.

Excelente escrito. Frabetti con razón piensa en la Europa en que vive y eso es válido para Estados Unidos y otros países. En otras oportunidades he hablado también acerca de cómo la política se ha desplazado hacia el centro –el espacio del no cambio- y da por supuesto que el sistema existente, el sistema capitalista, es inmodificable, es único, es el fin de la historia y así la política continúa girando interminablemente: la discusión entre Royal y Sarkozy, la que vimos entre Zapatero y Rajoy y las que pronto veremos entre demócratas y republicanos en Estados Unidos. El sistema es intocable. Es sistema no cambia. Simplemente se trata de hacer pequeños ajustes: tú propones esto, el otro aquello, el de más allá otra cosa y así todo se mueve dentro de ese pensamiento circular, dentro de esos círculos viciosos inmodificables.

Pero ese cuadro general tiene algunas excepciones. Y esas excepciones las vivimos concretamente en América Latina: Cuba, durante cuatro o cinco décadas; Venezuela desde hace cerca de una década; Bolivia desde hace poco y probablemente Ecuador. Es decir, países, gobiernos, pueblos y procesos de cambio que se salen de ese círculo vicioso y perverso del no cambio. Lo único que sí cambia son los presidentes cada cuatro años, un servidor por otro servidor, un cipayo por otro cipayo, que al cabo de poco tiempo nadie recuerda y la situación sigue exactamente igual o con más pobreza, más miseria y más destrozo ambiental y más deterioro social. De tal manera que hay espacios justamente porque se ha roto con esa forma de concebir las cosas y de actuar en otros países (de América Latina básicamente) que hoy constituyen la esperanza de cambio para la tierra.

Eso no significa en absoluto que esa forma de banalizar y disolver el pensamiento, esa perversión del pensamiento, no esté operando hoy entre nosotros también: basta prender la televisión, leer un periódico, escuchar muchos discursos, ¡basta escuchar a la Iglesia Católica! para darse cuenta de que estamos hundidos en ese mismo proyecto de poder imperialista.

De tal manera que es un problema real, uno de los problemas más preocupantes y más importantes que confronta nuestro mundo. Ese proyecto, programa o convergencia de intereses del mundo dominante actual para aprovechar las fallas tradicionales de nuestra manera de pensar y razonar, utilizarlas científica y sistemáticamente valiéndose de todos los recursos: medios de comunicación, Iglesia y pensamiento religioso, intelectuales vendidos y serviles tanto neoliberales como posmodernos, para pervertir nuestro pensamiento, para disolver las totalidades, para impedirnos ver las cosas de conjunto, para impedirnos reflexionar en profundidad, para banalizarlo y fragmentarlo todo y convertirlo en una especie de rompecabezas, que a diferencia de los normales que representan un dibujo cuya imagen se fragmenta en piezas irregulares y que sólo calzan cuando va la de al lado con la de al lado, este sería un rompecabezas pintado por detrás de un color con piezas divididas en cuadritos regulares: como se pueden poner en el orden que sea entonces uno cree que los está ordenando y que está construyendo una totalidad. Pero si volteamos ese rompecabezas unicolor y regular para mirar el dibujo, caeríamos en cuenta de que las piezas no cuadran. Pero nos impiden ver la cara del dibujo del rompecabezas.

Y esa es la pelea que debemos librar por esforzarnos, por recrear, por profundizar nuestra manera de pensar, de analizar, de tomar distancia con relación a las cosas para poder analizarlas y no tragarnos toda la basura que nos venden a diario por la televisión, los científicos, los sesudos analistas, la Conferencia Episcopal, al alta jerarquía religiosa, toda esa basura que nos meten todos los días, que nos venden todos los días (por la televisión sobre todo) y que nos va convirtiendo en borregos -religiosos o laicos- incapaces de pensar, incapaces de razonar, pasivos, adormecidos, aceptando todo lo que se nos dice. Basta que desde un televisor alguien con una corbata elegante o un disfraz de cardenal como el de Castillo Lara, para que la gente se trague todos los embustes.

Esta es una de las peleas fundamentales que los seres humanos tenemos que dar: enfrentar las amenazas contra nuestra razón, contra nuestra capacidad de recuperar la condición de seres racionales que sepan usar su razón, que sepan defenderse con su razón y que sepan rechazar las manipulaciones, las fuerzas hegemónicas, utilizando, de entrada, su razón. Si después hay que utilizar otras cosas también, pero por lo menos hay que empezar utilizando la razón.

Terminamos por hoy aquí.

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(*) Los artículos de Carlo Frabetti que comento han sido publicados como serie en rebelión.org (el mejor periódico alternativo en español que circula por internet), entre marzo y abril.

1. El pensamiento discreto, 27 de marzo de 2007

2. El pensamiento múltiple, 31 de marzo de 2007

3. El pensamiento onírico, 7 de abril de 2007

4. El pensamiento circular, 12 de abril de 2007

5. El pensamiento insignificante, 18 de abril de 2007

(**) Tema que abordé la semana pasada en Radio Nacional de Venezuela: “Significados de la abolición del limbo” (publicado en aporrea.org el 28 de abril de 2007).



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Vladimir Acosta

Historiador y analista político. Moderador del programa "De Primera Mano" transmitido en RNV. Participa en los foros del colectivo Patria Socialista

 vladac@cantv.net

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