La especulación tiene nombre de reloj de lujo

No es propiamente un supermercado, aunque su distribución interna lo parece. Nos atiende un sujeto que parece ser el dueño, con ojos azules de intenso brillo quien, con una fuerza imponente en la voz, nos dice los precios: Aceite: ocho mil bolívares el litro. Le señalamos el precio marcado de cinco bolívares con algunos céntimos y se sonríe mostrando unos poderosos dientes carnívoros:
_”Eso es lo que me cuesta a mí el aceite. Aquí vale ocho cincuenta”.

Apenas pudimos comprar una zanahoria de cuatrocientos gramos, porque el kilo costaba casi doce bolívares (el triple que en cualquier supermercado), la harina de trigo leudante, con un corte preciso en un lado, tenía unos cincuenta gramos menos; las papas costaron el triple que en cualquier otro sitio.
El individuo me mira como evaluándome. Humildemente, bajando la voz, le digo que por favor si me puede dar el tique de caja y me lo entrega. No aparece reflejado lo que compré, es un “bluff”. Una compra que podía haber costado treinta bolívares en otro lugar, allí fue valorada en sesenta y dos. Tuve que devolver algunas cosas porque no me alcanzaba el dinero para pagar. Le hacía la diligencia a un anciano que reposa sus muchísimos años en una mecedora, rodeado de biznietos.

Después que me dejé robar, cuando me iba, el sujeto me dijo con una risita burlona:
_Vaya con Dios.
Pensé en cuánta codicia había allí, y si un Dios misericordioso con la humanidad estaría de acuerdo con eso, y decidí que no.
_Claro que conmigo sí va Dios.
_¡Y aquí se queda también! - respondió el hombre, riéndose desde lo profundo de sus ojos color zafiro.
Al regresar a casa de mis amigos, una nieta del anciano, que acababa de llegar, me dijo sonriente:
_Sabía que te iba a dar un yeyo si comprabas ahí, seguro que vas a llamar a Indepabis.
El anciano intervino en la conversación:
_Je, je. Hay varios vecinos que han llamado a Indepabis desde hace tiempo y no pasa nada. A veces vienen, lo cierran y le ponen un papel escrito, pero cuando se van, él vuelve a abrir y sigue vendiendo a esos precios.
_Carlos Guía como que está tragando moscas -comentó un vecino.
_Será tragando rial -dice la nieta. Será amigo tuyo, pero no se justifica que estas cosas estén pasando.
_No te preocupes que le voy a decir que oí ese comentario. No creo eso de Carlos. Pero creo que el gobierno debe saber de esto, estoy segura que se van a tomar medidas.
El anciano vuelve a reírse en voz baja.
_Tengo que pagarte la diferencia que pusiste de tu bolsillo, porque hoy te especularon a ti también.

_¡Qué crees! La única manera que puedes pagarme es dándome el nombre exacto del negocio, porque esa denuncia hay que hacerla.
El anciano se puso serio.
_Mira, si saben que denunciamos nosotros, van a tomar represalias, no quisiera a mis años tener que preocuparme de gente sin escrúpulos como esa.
_Te garantizo que la denuncia la firmo yo. Pero hay que hacerla.
_Te repito, que esa denuncia se ha hecho varias veces, pero ya ves, sigue así.

La voz del anciano reflejaba desconfianza en que el gobierno hiciera algo y no tuve argumentos para contradecirlo. Guardé silencio y tuve que sentarme un rato antes de poner fin a la visita. Hacía mucho tiempo que no veía una especulación tan descarada, triplicando los precios, y con una desfachatez que te mira a los ojos y te habla con un tono retador.
El amigo, un anciano cuyo nombre no digo por petición suya, me dio el nombre del negocio: ROLEX (Tiene nombre de reloj de lujo). Es un abasto pequeño, el único que está en la parte baja de la urbanización Kerdell en Las Acacias, Valencia, diagonal a la Fundación Universidad de Carabobo. Ocupa toda la planta baja del edificio, que da a la calle.

Kerdell es un lote de edificios ubicados en una zona de clase media baja. En la acera de enfrente hay unas viejas quintas, muchas de ellas alquiladas. La avenida Bolívar queda a dos cuadras de allí, y caminando en sentido contrario puede llegarse, a unos cien metros, al parque más grande de Valencia, que fue conocido por muchos años como Negra Hipólita, pero en tiempos del pollo se llama como un antepasado del peculiar gobernador: Fernando Peñalver.

Ayer (tres semanas después de la entrevista narrada) volví a visitar Kerdell, y el anciano me miró irónico, señalando en dirección del antro llamado Rolex:
_Tus amigos no han hecho nada.
_Ayudarlo -participó la nieta- Porque por ahí anduvo un camión de PDVAL. A nosotros nos racionaban la azúcar, pero a él le bajaron varios bultos para que especule.
_No se preocupen -les dije conciliadora- La justicia puede tardar, pero llega. Ese tipo no se va a seguir saliendo con la suya.

andrea.coa@gmail.com


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Andrea Coa


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