El presidente de Brasil, Lula da Silva, ha ofrecido, en una conversación con Trump, sus buenos oficios para mediar en la crisis política (con matices militares) de Venezuela. El contexto ayuda a entender de qué se trataría esa mediación. Lo obvio es tratar de ser un puente entre el régimen de facto venezolano y el gobierno hegemonista de Estados Unidos. Pero todos sabemos que, en realidad, la cosa es mucho más compleja.
Vale recordar la actitud de Lula cuando se produjo el fraude electoral de 2024: reconoció que se había "asustado" ante la declaración destemplada de Maduro de que, si no se le reconocía su triunfo en unas elecciones sin escrutinio, basadas pura y simplemente en el dominio de su Partido sobre los Poderes del Estado, en Venezuela, habría "un baño de sangre". Maduro le contestó muy poco diplomáticamente al mandatario brasileño, que se tomara una "manzanilla". No sé si por efecto de la infusión recomendada, Lula exigió de inmediato la presentación de las actas de votación (igual que Petro, el presidente de Colombia) y, mientras ello no ocurría, desconocería la victoria electoral del gobernante de facto, aunque mantendría las relaciones diplomáticas. Poco después, decepcionando las expectativas maduristas, Brasil ejerció su peso político para impedir la entrada de Venezuela en los BRICS, presentada como una vía para compensar el creciente aislamiento de un régimen impuesto "por las buenas o por las malas", como lo mostraron los varios cientos de desapariciones forzadas y demás violaciones de las garantías democráticas.
Por supuesto, el despliegue militar norteamericano en el Caribe, la "amenaza creíble" de intervención militar en Venezuela, ha acaparado la atención pública, desplazándola un poco del foco de las actitudes del gobierno brasileño hacia el régimen de facto venezolano. Ha sido ampliamente conocida y debatida la justificación del gobierno de Trump de esa demostración: el uso militar, en funciones policiales, de "control del narcotráfico" en el Caribe, lo cual justificaría de paso las ejecuciones extrajudiciales que se han hecho con los tripulantes de diez embarcaciones. Se ha dicho, y con razón, que esa argumentación no se sostiene, entre otras cosas, porque las mismas agencias norteamericanas han determinado que el mayor flujo de drogas no circula por nuestro Mediterráneo americano, sino por el Pacífico. Los mensajes de MCM y EGU, triunfadores según las actas en su poder, de las elecciones de julio de 2024, dan a entender que ese despliegue está dirigido más bien a forzar "por las malas", como diría el propio Diosdado Cabello, o bien una capitulación de los presuntos jefes del "cartel de los Soles", o bien un levantamiento militar que atrape a los cabecillas, o bien una "operación quirúrgica", en sus variantes de captura o de "neutralización", como se ha hecho en otras partes del mundo.
Pero me parece que hay que ajustar el foco para mirar ese despliegue militar. La primera pista nos la da una reciente reunión de los altos mandos militares del poderío norteamericano en el mundo, donde se expuso la nueva doctrina de seguridad de EEUU, por boca del secretario de Defensa, Pete Heghset y del propio Trump. No se trata únicamente de la reedición de la doctrina Monroe, de historia ya conocida en muchas décadas de intervenciones directas e indirectas de EEUU en América Latina, con la justificación de la contención del comunismo. La nueva doctrina "Donroe" (Monroe más Donald) va mas allá y no se refiere, ni mucho menos, únicamente a Venezuela. Se trata de toda una reorientación de los intereses militares norteamericanos, correspondiente a un nuevo reparto del mundo y una mutación en el sistema político norteamericano. Ocurre que con la globalización y todos los cambios a partir de la década de los 90, EEUU pareció jerarquizar más las áreas geográficas lejanas a su otrora "patio trasero". La doctrina "Donroe" ahora retoma el control sobre su hemisferio, soltando un poco sus compromisos con Europa, sobre todo desechando todo el orden multilateral de postguerra (o sea, la ONU, la OMS, etc.) y buscando un nuevo arreglo con los que reconoce a sus nuevos pares en la disputa por el planeta: Rusia y, sobre todo, China. Retomando el pensamiento de Kissinger, Trump desea separar de Rusia a China, a quien reconoce como su adversario principal ("ama a tus enemigos" dicen, con sus matices respectivos, Cristo y Nietzsche), al tiempo que busca una paz mortífera con Israel como gendarme en el Medio Oriente, con unos aliados árabes que neutralicen a un declinante Islam combativo de Irán. En todo caso, se trata de reafirmar el poderío norteamericano en el continente americano. Para eso cuenta ya con aliados finos, como Milei en Argentina y otros aspirantes a virreyes, como Novoa en Ecuador. Pero la otra novedad de la "doctrina Donroe" es que el enemigo se encuentra dentro de los Estados Unidos. Como muchos analistas ya han señalado, en Estados Unidos hay una guerra civil planteada, y las víctimas, además de la verdad, los medios, las universidades, cualquier movimiento progresista, incluyen la propia institucionalidad democrática que, mal que bien, había funcionado hasta ahora.
Se trata del nuevo reparto del mundo, un mundo post-multilateral, el de Trasímaco (el discípulo de Platón que defendía la ley del más fuerte), signado por el proteccionismo, en contraste con el globalismo neoliberal anterior, el chovinismo de gran potencia, el neofascismo del supremacismo racista, la conversión de la democracia en autoritarismo. Por supuesto que se trata de un orden impuesto por la pugna entre imperialismos, como ocurrió antes y durante la primera y de la segunda guerra mundial del siglo XX. Pero hay que revisar la teoría del imperialismo y, por supuesto, sus derivados, verdaderos fósiles teóricos, como la Teoría de la Dependencia. En todo caso, el imperialismo no se trata de un fenómeno económico en última instancia, como gusta decir el marxismo; sino que es mucho más, donde el aspecto cultural e ideológico es clave.
En este nuevo reparto, con base en la fuerza, el BRICS tiene su parte. Cómo no. No es casual que, frente a la "doctrina Donroe", Lula se presenta en la ONU como defensor del orden multilateral, proponiendo reformas en la ONU, que reconozcan las aspiraciones del gran país suramericano. en el nuevo reparto. Se sabe que Brasil es el principal (no único, claro) socio de China en América Latina. Eso le da un "valor agregado" a su economía, ya de por sí enorme. Por otra parte, hay que saber que, desde hace rato, los precios del petróleo se sostienen gracias a las compras chinas, que han evitado un colapso de los mercados internacionales. Pero, más allá de lo económico, con las declaraciones multilateralistas de Lula, su papel destacado en los BRICS y su rol en la "Ruta de la Seda" china, también se expresa la aspiración brasileña a tener un peso político determinante en la región.
A mi me llamó la atención un documento (que ahora resulta apócrifo y huérfano), que circuló por algunas redes, en el cual se exponían algunas "soluciones políticas", alternativas a la salida de Maduro del poder, que pudieron haberse propuesto en Catar. Todos los presuntos firmantes y los encargados de las negociaciones (los Rodríguez) lo desmintieron; pero lo que me llamó la atención fue que, entre los puntos, ya casi al final, se proponía la conformación de un "grupo de países amigos" (¿un nuevo grupo Contadora?) para la mediación que consiguiera, entre otros resultados, la repetición de las elecciones presidenciales en Venezuela. Casualmente, esa opción la habían mencionado Lula y Petro el año pasado, cuando le exigieron las actas a Maduro.
Es cierto lo del dilema político de la oposición, cuando el régimen de facto ha cerrado, con una feroz represión, la vía pacífica y electoral. Se plantea entonces, o bien colaborar con el régimen de partido hegemónico para "sobrevivir" (la "estrategia del diálogo como sea" y sus derivados alacránicos, neocolaboracionistas, etc), o bien, la lucha armada, o la presión internacional con su variante actual de la "amenaza militar creíble", un juego muy, pero muy, peligroso. Pero estas son las implicaciones de una dictadura impuesta "por las buenas o por las malas". No hay que olvidar esa responsabilidad.
Por otra parte, es posible, como ocurrió en la batalla del Pantano de Vargas, en julio de 1819, cuando el ejército patriota estaba en una situación tan difícil que Bolívar ya daba por perdida la pelea, que aparezca un lancero a ofrecerse para decidir el combate: "Rondón no ha peleado". Ese pueblo que aguanta la pela de los precios, los apagones, la falta de atención médica, sin salario ni pensiones, todavía está por dar la pelea que, no dudamos, será decisiva.