En nuestras narices el genocidio palestino

De las dictaduras en América Latina se ha dicho que era muy difícil reproducir la información debido a la represión y las limitaciones técnicas y que lo tenían que hacer los periodistas extranjeros con mil malabares para que se lograra sacar del país, darse a conocer y, que por esa razón se quedó tanto en el silencio y el olvido. 
 
Los tiempos en cuanto a tecnología han cambiado, vemos hoy en día a la propia población haciendo uso de sus teléfonos celulares y reproduciendo en tiempo real lo que acontece en sus países, las imágenes se reproducen a nivel mundial en cuestión de segundos. Tiempo que se le gana a los medios de comunicación corporativos que pierden tiempo maquillando la información para manipular a la sociedad. Pero nada pasa, el mundo sigue guardando silencio y volteando para otro lugar, porque no se trata de que la información no llegue, es que la ven y prefieren ser tan culpables como los que ordenan las masacres y como los que las llevan a cabo, porque con el silencio  se solapa, con la pasividad también.  No involucrarse es involucrarse avalando la opresión. No pronunciarse es pronunciarse a favor del genocidio, en este caso en Palestina. 
 
El genocidio palestino lleva décadas realizándose y la atrocidad es incapaz de tocar las fibras más profundas de nuestro ser. Las imágenes son desoladoras: robo de tierras, destrucción de escuelas, hospitales, casas. Genocidio constante. ¿Qué necesitamos para reaccionar? ¿Cómo es posible que permitamos que le hagan esto a un pueblo sin siquiera pronunciarnos? ¿Y si  fuera a nosotros? Sin importar condición social, que llegaran a destruir nuestras casas, a destruir nuestras huertas, que las escuelas donde estudian nuestros hijos fueran bombardeadas, los hospitales y no existiera un lugar seguro dónde cubrirse. ¿Gritaríamos al mundo por ayuda? ¿Lucharíamos como lo hace el pueblo palestino? ¿Le exigiríamos al mundo que se pronunciara? 
 
Porque se puede tener una ideología, no estar de acuerdo con las políticas de Estado de los países, pero se debate con ideas, con propuestas no con masacres, no robando el alimento a una población, no derrumbando hospitales. No con la imposición. Ningún país tiene derecho a imponerse sobre otro. Ningún ser humano contra otro, ¡ninguno!
Y lo que llevamos viendo en Palestina es el robo de tierras, secuestros, encarcelamientos de décadas por un pronunciamiento, por alzar la voz, asesinatos masivos, destrucción de comunidades enteras.  Un gobierno que ha sido tomado por corruptos y genocidas pueden avalar el abuso, porque al final son bandas de criminales sin nacionalidad, que trabajan para un solo fin: enriquecerse a costillas de los pueblos. Pero los pueblos, ¿por qué no se pronuncian? ¿Les pesa la religión, las palabras de la biblia? Escritas por hombres para la opresión de los pueblos y de las mujeres. ¿El raciocinio propio en dónde queda? ¿Y si en la biblia dijera que también es ley de Dios que destruyan nuestras casas, violen a nuestras hijas y nos maten también nos cruzaríamos de brazos como lo hacemos con Palestina? 
 
Nos dicen que los musulmanes son violadores y asesinos por su religión, pero no nos hablan de los verdaderos criminales, a estos los cubren, los llenan de loas, los hacen parecer los grandes humanistas y contribuyentes y aunque nosotros sepamos que esto es falso preferimos estar del lado de la manada porque ahí hay sombra y comodidad. No hacer uso de nuestra voz y de nuestro propio raciocinio. O usarlos para estar del lado de los impostores. No atrevernos a decir esto está mal, esto es injusto porque tememos perder contactos, que ya no nos inviten a las fiestas y también perder negocios y trabajos, que nos cierren los beneficios del futuro de golpe. Porque qué es la dignidad sin dinero, mejor tener dinero que dignidad.  Lo que vive Palestina es una imposición y el pueblo israelita lo solapa y se beneficia de este robo y genocidio. Porque  debió haberse pronunciado contra la atrocidad que su gobierno realiza a la nación vecina. No tiene nada que ver con religión ni con el Holocausto ni memoria histórica, es el genocidio de una banda de criminales sin credo ni nacionalidad, que tiene como único fin enriquecerse y mostrar su superioridad al mundo. Un mundo entelerido, cagón y manipulable. 
 
En nuestras narices se lleva a cabo el genocidio palestino y sin escrúpulo alguno cerramos la puerta al llamado de ayuda de un pueblo que ha tenido las agallas de resistir. Se habla del genocidio armenio, pero se avala el genocidio palestino. Somos  unos grandes cobardes. 


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Ilka Oliva Corado

Escritora y poetisa guatemalteca. Se graduó de maestra de Educación Física para luego dedicarse al arbitraje profesional de fútbol. Hizo estudios de Psicología en la Universidad de San Carlos de Guatemala, carrera interrumpida por su decisión de emigrar a Estados Unidos en 2003, travesía que realizó como indocumentada cruzando el desierto de Sonora-Arizona.
Es autora de doce libros: Historia de una indocumentada. Travesía en el desierto de Sonora-Arizona; Post Frontera; Poemario de luz de faro; En la melodía de un fonema; Niña de arrabal; Destierro; Nostalgia; Agosto; Ocre y desarraigo; Relatos; Crónicas de una inquilina y Transgredidas, publicados en Ilka Editorial.
Una nube pasajera que bajó a su ladera la bautizó como “inmigrante indocumentada con maestría en discriminación y racismo”.
Sitio web: https://cronicasdeunainquilina.com/

 cronicasdeunainquilina@gmail.com      @ilkaolivacorado

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