Hay una gran coincidencia sobre el cambiando que se viene produciendo en la posición de Estados Unidos en el mundo: su poder imperial no es el que fue

Algunas investigaciones no dudan en hablar incluso de colapso del poderío estadounidense. Otras, a mi juico más realistas, ven un declive progresivo y posiblemente irreversible. Los propios documentos oficiales reconocen abiertamente que su poder e influencia están menguado. El reciente Informe de Estrategia de Seguridad Nacional de los Estados Unidos de América, publicado el pasado mes de noviembre, lo confiesa claramente al referirse a China: «Lo que empezó como una relación entre una economía madura y próspera y uno de los países más pobres del mundo se ha transformado en una relación entre casi iguales». Cuando en sus primeras páginas establece «qué quieren los Estados Unidos» (protegerse de ataques militares y de influencias extranjeras hostiles; infraestructura nacional resiliente frente a desastres; la disuasión nuclear más robusta, creíble y moderna; la economía más fuerte, dinámica, innovadora y avanzada; la base industrial más robusta; el sector energético más sólido, o el país más avanzado e innovador del mundo en ciencia y tecnología) no hace sino mencionar lo que desea porque de todo ello empieza a carecer. Al menos, en las condiciones privilegiadas de hace sólo unas pocas décadas.

A esa coincidencia hay que añadirle un punto en común de la mayoría de los análisis sobre el poder estadounidense que, a mi juicio, supone una limitación importante. El declive de Estados Unidos se valora en términos de los cambios que se producen en su relación con el resto de las naciones.

No niego que eso sea un aspecto fundamental e indiscutible. El poder imperial de Estados Unidos se ha basado desde la segunda guerra mundial en cuatro grandes pilares: el económico, industrial, comercial y financiero, el tecnológico, el militar y el cultural. Los cuatro han determinado la naturaleza de sus relaciones con el resto del mundo y ahora entran en declive, aunque no con igual intensidad, lo cual es algo también muy relevante.

El de los dos primeros es innegable. El PIB real de Estados Unidos ha pasado de representar el 40 por ciento del global en 1960 al 29,2 por ciento en 2024. El de su producción industrial del 40 por ciento al 19 por ciento, y su participación en el comercio mundial se ha desplomado del 30 por ciento del global al 10 por ciento. Y aunque el dólar sigue siendo la divisa más potente del mundo, su peso en el total de las reservas globales ha bajado más de 25 puntos porcentuales en las últimas seis décadas.

Algo parecido ha sucedido en materia tecnológica. Si bien sigue siendo una primera potencia en numerosos campos, China le pisa los talones, Estados Unidos ha perdido el completo control que hasta hace poco tenía sobre recursos fundamentales para que una economía esté en primera línea del progreso tecnológico y sea económicamente dominante. Ni siquiera su poder blando o cultural se mantiene intacto y sólo en el militar disfruta, por ahora, de una ventaja decisiva y sustancial sobre cualquier otro país del mundo.

Es fundamental, como he dicho, tener presente todo ello, es decir, lo que cambia en la relación de la economía y la sociedad estadounidenses con el resto del mundo. Aunque quizá, no tanto por lo que está disminuyendo, como por lo que le queda como principal resorte de poderío (su capacidad militar), si lo que se quiere es conocer el tipo de relación y hegemonía que va a ver obligada a imponer a partir de ahora, tanto a sus antiguos socios y aliados como a las naciones con quien compite o considera adversarias.

Pero, en todo caso, y siendo todo ello importante, me parece que se están olvidando los procesos que se dan en el interior de Estados Unidos, cuando puede ser que incluso sean más determinantes que los exteriores.

Me refiero al deterioro progresivo de las condiciones de vida de una parte creciente de la población, a la pérdida de estabilidad y a la fragmentación creciente de la sociedad, a la quiebra de instituciones esenciales y al avance acelerado hacia la autocracia que se están produciendo.

Durante decenios, el poder imperial estadounidense se basó también en la existencia de una sociedad que, por muchas que fuesen sus facturas, se presentaba hacia el exterior y se sentía a sí misma como la expresión real de un sueño realizado, el espejo en el que necesariamente debían mirarse quienes aspiraban al progreso y el bienestar. Allí estaban la seguridad, el equilibrio, el mundo en que todo era posible para cualquier persona, el consumo sin límite y la abundancia generalizada…

Hoy día, sin embargo, la sociedad, la economía doméstica y la política se han degradado y se descomponen, posiblemente, a un ritmo bastante más rápido que el de la pérdida de peso de Estados Unidos en las relaciones internacionales. Sigue siendo, sin duda, una sociedad privilegiada, la más rica del planeta, pero empieza a no ser exagerado decir que Estados Unidos se parece cada vez a los países que tradicionalmente se han denominado como tercermundistas o subdesarrollados. Es decir, los que, con independencia de la cuantía de su actividad económica, se han caracterizado por el crecimiento sin bienestar, el extractivismo, las grandes bolsas de pobreza estructural, la gran extensión de mercados informales, la inseguridad, el urbanismo caótico y las infraestructuras colectivas deterioradas y los déficits de inversión social, las instituciones democráticas débiles o capturadas, y la multiplicación de conflictos latentes y asociados a todo ello que generan violencia, segregación y sociedades sometidas a constantes conflictos soterrados o explícitos.

La realidad social de Estados Unidos, la que está afectando al día a día de la gente corriente, es muy parecida a todo eso.

El modelo económico estadounidense ha mutado y el crecimiento se basa en la generación de actividad puramente improductiva, en la «producción» de más bienes intangibles -seguros, datos, patentes, rentas de monopolio- que bienes físicos. La burbuja de inversiones especulativas y basada en trampas contables sostiene actualmente el crecimiento del PIB, y si el desempleo se midiera con los métodos anteriores a los establecidos bajo la presidencia de Clinton, el paro sería del 22 por ciento, sólo tres puntos por debajo del registrado en la Gran Depresión de 1929. La economía de Estados Unidos genera más riqueza que ninguna otra, si se mide en los términos muy brutos del Producto Interior Bruto, pero esa riqueza se concentra en las grandes corporaciones tecnológicas y en el sistema financiero, mientras que la mayoría de los trabajadores carece cada día más de ingreso y ahorros y vive al borde de la insolvencia.

La desigualdad en el reparto del ingreso y la riqueza es la mayor del mundo desarrollado y quizá no tenga parangón en todo el planeta. Ha habido periodos en el último cuarto de siglo en el que el 1 por ciento más rico de la población se ha apropiado del 95 por ciento del ingreso que se iba generando. El coeficiente de concentración de la riqueza es prácticamente el mismo que el de Madagascar, Haití, Tanzania o Camerún y mayor que el de Rusia, China, Marruecos, Chad, Etiopía o Irak.

Casi la mitad de las carreteras y uno de cada cinco kilómetros de autopista están en "mal o regular" estado. Más de 45.000 puentes son estructuralmente deficientes y la red eléctrica sufre apagones regulares. En grandes ciudades como Detroit, Cleveland o St. Louis, la desindustrialización ha dejado barrios con indicadores de renta, mortalidad y violencia comparables a los de América Central. En otras, como Portland, se ha tenido que declarar el estado de emergencia de tres meses para intentar frenar el uso y el impacto del fentanilo (cincuenta veces más potente que la heroína). Las mafias (estadounidenses, como los bancos que custodian el dinero que mueven) controlan su distribución por todo el país.

Con el 40 por ciento de todas las armas civiles existentes en el planeta, en Estados Unidos mueren cada año más personas por disparos que en todas las guerras que libra el país fuera de sus fronteras. Allí hay casi seis veces más homicidios que en Europa y allí está el mayor sistema carcelario del mundo: alrededor de 2 millones de personas prisión en 2024 (más que en Rusia, Sudáfrica o Brasil) que se utilizan para fabricar bienes para empresas privadas con sueldos de un dólar la hora. Muchos de ellas, además, presas como consecuencia de mala práctica o brutalidad policial, supresión de pruebas o confesiones forzadas.

Aunque en Estados Unidos es el país en que se gasta más dinero en salud (mayoritariamente privada y en beneficio de las grandes empresas sanitarias y aseguradoras), hay casi 50 millones de personas sin acceso a servicios de salud, lo que produce, por esa razón, más muertes anuales que los accidentes de tráfico. La esperanza de vida es inferior a la de Cuba, la tasa de pobreza infantil es prácticamente la misma que la de Filipinas. La mortalidad materna es tres veces mayor que la de Canadá. Casi 800.000 personas vivían sin techo a primeros de 2024. Estados Unidos está, junto a Islas Marshall, Micronesia, Palaos, Papúa Nueva Guinea, Nauru, Niue, Surinam y Tonga, entre las únicas naciones del mundo que no garantizan la licencia por maternidad remunerada en 2025.

La educación se deteriora progresivamente. El 54 por ciento de las personas adultas lee por debajo del nivel 6.º de primaria, según el Departamento de Educación. Y el sistema educativo, en lugar de actuar como impulsor de la movilidad social, se ha convertido en una trampa financiera para millones de familias: en agosto de este año, la deuda estudiantil se disparó a 1,81 billones de dólares, con 42,5 millones de prestatarios adeudando un promedio de 39.075 dólares cada uno.

La Oficina de las Naciones Unidas para el Desarrollo Sostenible sitúa hoy día a Estados Unidos en el puesto 44 a nivel mundial de su índice, justo por detrás de Cuba, Bulgaria, Ucrania y Tailandia. Y la nación más rica del mundo ocupa, sin embargo, el puesto 17 en el índice de desarrollo humano del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD).

Todo lo anterior vienen acompañado de un deterioro progresivo de las instituciones y de la representación política. The Economist sitúa a Estados Unidos entre las naciones con "democracia imperfecta". La propia opinión de la población estadounidense en las encuestas es lo que quizá refleje mejor nada lo que está ocurriendo en la que hasta ahora es la potencia que controla en el mundo: solo el 24 % de estadounidenses cree que el país va "por el camino correcto", la mitad de jóvenes califica al país como "tercermundista" y sólo el 55% de los estadounidenses creía que Biden ganó legítimamente las elecciones de 2020. En abril pasado, el 52% de los estadounidenses, el 56% de los independientes e incluso el 17% de los republicanos consideraba en una encuesta que Trump es un «dictador peligroso cuyo poder debería limitarse antes de que destruya la democracia estadounidense». Aunque, en enero de 2024, tres cuartas partes de los republicanos apoyaban en una encuesta que Trump fuese «dictador por un día», como el actual presidente había dicho que sería.

Peter Turchin (Final de partida: Elites, contraélites y el camino a la desintegración política. Editorial Debate) ha estudiado la evolución de cientos de sociedades a lo largo de 10.000 años y ha descubierto con claridad que la desigualdad es el principal factor explicativo de su decadencia. Debemos atender principalmente a lo que está ocurriendo en el interior de Estados Unidos, más que a su exterior, para poder anticipar lo que va a suceder y de qué manera se van a ir produciendo los acontecimientos a los que lleva su decadencia imperial. Y lo que ya se puede ir vislumbrando en ese sentido es preocupante: el imperio se está convirtiendo en un monstruo autocrático, militarizado e inhumano.



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Juan Torres López

Doctor en Ciencias Económicas, catedrático de Economía Aplicada en la Universidad de Sevilla, autor de numerosos libros, entre ellos dos de poesía y un cuento, coleccionista de grafitis y -lo que es más valioso para él- padre de dos hijas (la mayor y la pequeña) y un hijo. En Ganas de escribir difunde todo lo que escribe o divulga y algunas otras (im)pertinencias que sólo ven la luz en esta web. juantorreslopez.com

 envios@juantorreslopez.com

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