El último click de Jorge Aguirre

La violencia suele torcerle el pescuezo a la ficción; el coraje también. El periodismo es súbdito de los hechos, pero éstos con frecuencia desbordan la realidad. Por aquel año del Caracazo, una joven desaparecida retornó a su casa y se encontró con su velorio. Pocas personas pueden verle la cara a los que asisten a su muerte, conocer el último gesto de los que lo despiden para siempre, tener luego en las manos su propia partida de defunción, un papel que lo declara legalmente muerto y que le impide ejercer legalmente el rutinario oficio de la vida.

Más acá, un papelito arrugado, lanzado en un tobo de basura, niega toda la realidad construida por los grandes medios. El hilo constitucional se sostiene en ese papelito, del que pende y depende, a la vez, el estado de derecho. Un decreto que elimina todos los poderes, será eliminado por ese papelito. Una mano lo rescata y toda la “verdad mediática” se derrumba: “No he renunciado al poder que el pueblo me dio”. La ficción pasa del pueblo a sus victimarios, el “no puede ser” cambia de boca. Se ha consumado la mudanza del asombro. El 13 de abril dejó de ser un sueño para que volvieran a nacer todos los sueños.

Jorge Aguirre, viejo colega de viejas andanzas periodísticas: cuántas películas pasaron por tus ojos, cuántos rollos jugando entre tus dedos, cuántas ruedas de prensa, plantones, vigilias, marchas. Cuántos perdigonazos, viejo, cuánto gas lacrimógeno. Cuánto te trajiste del pasado siglo en tu cámara, cuánta historia de este país que nuestra generación ya creía perdido, cuánto carajazo por esas calles sin ley, por las noches sin fondo, por la tierra de nadie.

Cuántos sueños, amigo. Llega un momento en que el poeta no sabe si es el que escribe o es el poema. Más de una vez me he confundido con algún personaje de mis cuentos que se rebela contra su autor. ¿Dónde buscar al fotógrafo? ¿En el ojo, en la lente o en algo menos permanente, como un click? La vida es un flash, viejo, un relámpago que muere para captar una imagen del mundo. Diría un tipo inmortal que se llamó Gardel, es ese rayo misterioso que hace nido en tu frente.

Cuéntame de cuando tú, entonces joven fotógrafo, enfocabas a la joven muchacha que izaba su bandera en la tierra de nadie. Dime cómo salían en imagen los ojos de los encapuchados de los jueves, ese día que escogió Vallejo para reventarnos el alma con su piedra blanca sobre piedra negra. Háblame de la foto de un grito, de un ay, de un “me muero” en el asombro del joven estudiante que rodó con sus libros y cuadernos y una flor de sangre pecho afuera y pecho adentro, tantas veces.

En el fondo de tu cámara, toda la historia entre dos siglos de tu país, y tú allí metido, Jorge, dentro y fuera de la cámara, y siempre dentro de esa historia. Cuántas muchachas y muchachos heridos en el ojo de tu lente. Y una tarde, viejo amigo, cuando el dios de los fotógrafos se nos puso inconsecuente, te convertiste en noticia. Y tu última pauta, la que te impuso el destino, fue tomar la foto de tu asesino. Y lo hiciste con puntual fatalidad y fatal precisión. Ilustraste la crónica negra de tu propia muerte. A nadie duele tanto la noticia de sucesos que a los mismos periodistas cuando uno de sus colegas es el suceso y la noticia. Hoy nos sobresalta el clic de toda cámara. Pero tu última foto multiplica nuestra admiración hacia ti. Ese click que nos duele y abate, te agiganta en nuestro corazón, hoy encogido como un rollo velado.


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Earle Herrera

Profesor de Comunicación Social en la UCV y diputado a la Asamblea Nacional por el PSUV. Destacado como cuentista y poeta. Galardonado en cuatro ocasiones con el Premio Nacional de Periodismo, así como el Premio Municipal de Literatura del Distrito Federal (mención Poesía) y el Premio Conac de Narrativa. Conductor del programa de TV "El Kisoco Veráz".

 earlejh@hotmail.com

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