Crónicas cotidianas

Pedro toca el violín

Para 1975 Pedro llega a Valencia junto a sus padres, cuatro hermanos y una tía a la que le faltaba una pierna, consecuencia de la diabetes.

La ciudad comenzaba a dejar sus pantalones cortos, para entrar en la modernidad y el pujante proceso industrial que se comenzaba a instalar. También, producto de la ausencia de planificación, crecía una masa marginal que construía sus ranchos como podía en los alrededores de las fábricas donde trabajaban. Pero aún Valencia no abandonaba del todo el comportamiento rural y las costumbres campechanas. Su padre concluyó que era necesario darles a los chamos otro futuro que no fuera el campo de la Mérida natal. Caracas le lucía más difícil. Por ello aterrizó en Valencia. Pedro tenía 9 años y junto a sus hermanos fue inscrito para continuar los estudios en la escuela.

Los sábados de madrugada, Pedro se levantaba para acompañar a su padre en la venta de arepas rellenas en el mercado Periférico de La Candelaria, en tiempos que el salario mínimo era 115 bolívares y una arepa costaba real y medio. Y al igual que todo niño, también tenía sus sueños ocultos, el más anhelado, ser un gran violinista, promesa de ayuda que le hizo el padre cuando lo escuchó tocar, y hasta le compró un viejo instrumento de arrugada madera que Pedro disfrutaba todos los días. Así que el chamo compartía sus estudios con el trabajo que sábados y domingos hacia con su padre en ese mercado. "Papá era bueno. No había estudiado, pero era inteligente y honrado. Nos dejó muy temprano".

Conocí a Pedro un marzo del 2016 acomodando carros en un estacionamiento de la avenida Bolívar de Valencia. Sonreía mucho. Tenía la tez rosada y ajada con una cicatriz en la mejilla izquierda y un ojo vaciado "en una pelea que tuve en Los Guayos". Aunque apenas tenía 49 años, aparentaba 65. El pelo negro y liso brilloso indicaba la falta de aseo. Una camisa azul clara y un pantalón con los ruedos rotos completaban la pinta. Le dio vergüenza percibir que lo describía con la mirada. "Yo soy músico y toco violín" me dijo como para indicarme que no era el Don Nadie que aparentaba. Le sonreí y debió parecerle confianza suficiente para que me narrara su vida.

A los 15 años, su papá se enfermó del corazón y murió seis meses después. Por ello, debió asumir la conducción del hogar, abandono de la escuela y multiplicar la venta de arepas todos los días en el mercado. En las noches y a pesar del cansancio, tocaba su violín. Un año después a la tía le cortan la otra pierna y al otro año muere asediada por la diabetes.

Ya tenía 17 y llevaba el violín junto con las arepas. Así que, al terminar la venta, "tocaba en el bar Higuero que ya no existe, con dos amigos, uno me acompañaba con el cuatro y otro con una guitarra que a veces la tocaba como Bajo. Y los vendedores que comían y tomaban cerveza allí me empezaron a pedir canciones. Así que me compré un cancionero que tenía las canciones en partitura y en las noches las aprendía a tocar. En un tiempito me aprendí las que siempre pedían, sobre todo boleros y rancheras. Y la gente comenzó a darme plata después de tocar. Pues llegó un momento que ya no vendí arepas porque me daban más por tocar canciones. Así me fui de la casa con los amigos y formamos un grupo, pero le agregamos un bajo y tocamos por Carlos Arvelo, en Yagua, Güigüe, Los Guayos, Tocuyito, Magdaleno, San Juan de Los Morros y hasta nos contrataron para tocar en Maracay".

Pedro cuenta que a veces iba a la casa y llevaba dinero a su mamá y para los hermanos. Recién cumplía los 19, le gustaba el ron y había comenzado a fumar. "No te vas dando cuenta. En un bar restaurant de Cagua, una mujer me dijo que podía ser un gran violinista. Era bonita y tenía unas tetas espectaculares. Yo hablé con ella. Yo sabía poco de las cosas del amor. Ella fue quien me besó por primera vez y me enamoré. A los tres días hicimos el amor, me llevaba como veinte años, pero yo estaba enamorado. Así que alquilé una casita y allí vivimos por tres años. Pero era muy puta y yo no me había dado cuenta. Una vez que me enfermé, se quedaba a dormir con un portugués. La dejé, pero ya yo bebía mucho, fumaba y hasta fumaba mariguana".

Entre Guárico, Aragua y Carabobo transcurrió el andar de Pedro, primero tocando en sitios medianamente decentes y luego en bares de mala muerte cuando el alcohol y la droga fueron mermando sus capacidades, los trasnochos y las peleas por mujeres, como esa en la perdió el ojo izquierdo. "En un pueblo que llaman Copetón tuve dos hijos con una buena mujer que no me soportó más. En una pea donde me quedé dormido, unos malandros me robaron el violín. Ya no tengo ninguno".

¿Y tus hermanos y tu mamá?

Mamá se murió hace como diez años. Siempre me echaba la bendición. Mis hermanos ya están casados. Algunos me ayudan porque no quieren que yo trabaje aquí, pero es donde me gano la vida.

¿O sea que ya no tocas el violín?

Eso nunca se olvida. El violín te hace bailar, te zumba en la cabeza, sientes como electricidad, es como que desapareces.

Metí la mano en el bolsillo. "Esa conversa cuesta por lo menos mil bolos", me dijo. Le di 2000 y le dije "vale más".

No esperó ninguna explicación. Solo se fue caminando, más bien danzando al son de una brisa que apenas opacaba el intenso calor de las dos de la tarde.



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Rafael Rodríguez Olmos

Periodista, analista político, profesor universitario y articulista. Desde hace nueve años mantiene su programa de radio ¿Aquí no es así?, que se transmite en Valencia por Tecnológica 93.7 FM.

 rafaelolmos101@gmail.com      @aureliano2327

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