Del país profundo: Con el Mayordomo de San Benito en Mucuchíes

A casi tres mil metros de altura, escondido entre las grandes montañas andinas, cada veintiocho de diciembre aparece el humo de la fiesta de San Benito, donde los que tensan el disparo hacen seguidillas, calle por calle, cuadra por cuadra, reventando pólvora al mismo tiempo. Son los negros trabuqueros, los negros quemadores, los negros del San Benito de un sitio refundado como pueblo de doctrina con el nombre de Santa Lucía de Mucuchíes, hoy Municipio Rangel del Estado Mérida.

Resulta uno de los días más importante del culto a San Benito de Palermo, el hijo de padres esclavos provenientes de África, que es homenajeado en distintas fechas y de distintas maneras entre los andes y el occidente, de un confín a otro de la geografía venezolana. Como indica Mariano Picón Salas “Hay que acercar el mito católico a la imaginación y sensibilidad del natural, y la hagiografía cristiana sufre curiosa metamorfosis. En los pueblos indios, San Benito, el venerable patrón palermitano, se convierte en un indiecito de pronunciada tez cobriza, cuya fiesta celebran los indios de Mucuchíes en el Estado Mérida entre viejas danzas y músicas rituales. En cambio, en la costa caliente, donde se han aposentado los esclavos negros, San Benito, con más bruno color, vestido de estridente traje, tiene una fiesta casi congolesa en el bravo alcohol y el frenesí…”.

A diferencia de la realización del culto entre los pueblos del sur del Lago de Maracaibo, en Mucuchíes los llamados negros de San Benito, quemadores de pólvora y trabuqueros, se tiznan el rostro de hinchado color negro. Una manera de acercarse más a su papel de esclavos en la gigantesca suma de guerreros que ocupan toda la ciudad. Las romerías traen la misión de recordar lejanos tiempos de las luchas independentistas, los episodios de cuando se fueron con sus lanzas siguiendo a las tropas y descubrieron el uso de la pólvora. Traen la misión de apuntalar su teatro y su fe en la esquina de cada montaña, enamorando al sagrado santo con el estallido del fuego carga tras recarga. Las sociedades femeninas danzan en un gran círculo y trenzan sus coloridas cintas con el sonido amistoso de las bandas de guerra. Los vasallos deleitan con las reinvenciones de sus giros. Los abanderados y los espuntureros hacen reaparecer también un saludo con el relincho mágico de sus manos frente a la venerada imagen cargada de secretos. El lenguaje anunciado de las promesas toma su puesto ante el altar.

Conocer la historia más reciente del festejo nos llevó al encuentro con Luis Ismar Quintero, mayordomo de San Benito que tiene el consentimiento de la iglesia católica para ordenar la celebración en aquella zona de los andes. Él sabe que su bisabuelo Lucas Rangel fue capitán de la celebración desde el día en que su más antiguo rival, el Coronel Rafael Salas le dio esa responsabilidad en Misintá. De Lucas Rangel pasaría a las manos de Lucio Espinosa, el otro capitán que verdaderamente la independizó y así sucesivamente, con el furor del tiempo, entre unas manos y otras manos del pueblo, hasta que Luis Ismar Quintero fue proclamado en asamblea pública como máxima autoridad de la junta mayor de socios para imponer el orden con nuevos reglamentos desde 1980. Su primera incursión en las molduras del culto sería en 1946 a la edad de ocho años.

El 3 de febrero de 1938 vino al mundo este hijo de Luis María Quintero Pérez y María Presentación Rangel de Quintero. Quiso su madre que fuera promesero de San Benito ante la situación de salud por la que ella atravesaba, además de la pobreza del grupo familiar. La madre sanó y el padre logró conseguir un mejor trabajo y tener su propia finca cerca de un páramo llamado Los Romeros. Allí nació la mayoría de los trece hermanos, menos este Luis Ismar Quintero que vio la luz por primera vez en Misintá, el pueblo de donde salen más de cuatrocientos promeseros que se ponen a la cabeza de la marcha de San Benito cada año. La agricultura siempre fue el trabajo de aquella familia. La vida se iba en preparar el terreno para sembrar trigo, papas, arvejas y ordeñar más de sesenta vacas todos los días desde las tres de la mañana, además de integrarse cada 28 de diciembre como socios de San Benito al gran acontecimiento religioso.

A pesar de su fe en el santo milagroso, Luis Ismar Quintero deja Misintá por un tiempo. Cuando cumplió los dieciocho años decide pagar el servicio militar obligatorio. Seis meses estuvo destacado en el Palacio de Miraflores y serviría entre los escoltas de las máximas autoridades de gobierno de la época, Wolfang Larrazábal y Rómulo Betancourt, hasta que lo envían al Batallón Bolívar Número 3 en Conejo Blanco y sale con el grado de Cabo Segundo. Decide quedarse a vivir y a trabajar mucho durante veinte años en Caracas, donde tiene cuatro hijos con María Idolina Sesgún de Quintero, quien fue su esposa, pero sigue cumpliendo cada 28 de diciembre con la promesa de volver a Misintá. José Gregorio, Nellys del Carmen, Iris Noraima y Carmen Luisa, hijas e hijo atrapados en el catolicismo, al igual que el padre y la madre, conforman una familia de promeseros de San Benito residenciados en la gran capital de Venezuela, hasta que definitivamente vuelven al entorno merideño y toman parte activa en la organización de los festejos.

Lucharon mucho para que cada año la celebración tuviera más sentido de pertenencia. Luis Ismar Quintero nos narra paso a paso la forma como establecieron con la iglesia un pacto de caballeros y como se encontraron y se desencontraron con sacerdotes y obispos para avanzar de tiempo en tiempo en forma positiva y mantener la altura de los festejos de la pólvora quemada en honor a la inmortalidad de San Benito.

En un solo día pueden aparecer nueve mil kilos de pólvora que serán quemados por más de setecientos trabuqueros. Los capitanes con sus escoltas de bandera salen en formación y cada uno va dando parte del primero al segundo a la sociedad católica y al mayordomo. Cada comunidad avanza con pasos firmes y concéntricos. Vienen de Misintá que es la cabeza, vienen de Aposento, vienen de Mucumbate los promeseros a reunirse con los de Mucuchíes. Vienen de catorce comunidades distintas a espantar el frío con sus trabucos y a ofrendar al santo. Son miles en la inmensidad de la montaña y cada uno como socio paga el dinero de una cuota anual para engalanarse con la pólvora ese día en que el cielo se queda perplejo.

Luis Ismar Quintero, Mayordomo de San Benito en Mucuchíes. 2017
Credito: Ángela Collins








Esta nota ha sido leída aproximadamente 3763 veces.



Benito Irady

Escritor y estudioso de las tradiciones populares. Actualmente representa a Venezuela ante la Convención de la UNESCO para la Salvaguardia del Patrimonio Cultural Inmaterial y preside la Fundación Centro de la Diversidad Cultural con sede en Caracas.

 irady.j@gmail.com

Visite el perfil de Benito Irady para ver el listado de todos sus artículos en Aporrea.


Noticias Recientes: