Crónicas cotidianas

Al compás del cuatro

Tanto el cabello como el candado que adorna su cara, parecen grumos de algodón. Se sentó y dijo que lo habían invitado para que cantara, pero que por años no tocaba ni cuatro ni guitarra, por lo que sus dedos estaban entumecidos, quizás con los primeros asomos de una artritis que tal vez nunca llegará.

Mientras compartíamos el primer trago de whisky Presidente, con hielo, el otro amigo se apareció con el cuatro, lo tomó en sus manos e hizo lo que todo músico, chequear la afinación. Miraba a los demás mientras golpeaba las cuerdas con los dedos buscando el tono perfecto. Dijo que hacia tiempo que no tomaba, pero aceptó el primer palo "para entonarme", y comenzó el charrasqueo. Mientras cantaba, nos miraba a todos como diciendo "mírenme, todavía puedo cantar". Y efectivamente así era. No solamente podía, sino que sabía cantar, y muy bien. Aún quedan rezagos de lo que fueron impresionantes vibratos, en sus tiempos de cantante en los burdeles de Puerto Cabello, niño aún, de apenas trece años.

Nació en Ciudad Guayana hace casi 70 años, y ya cantaba desde los 13. "Esa fue siempre mi pasión. Tuve varios trabajos, pero yo amo cantar. Por eso me vine con un hermano que era mayor y con un tío que era guitarrista y le gustaba mucho que yo cantara. Así que me metió con un grupo que tocaba en un burdel de Puerto Cabello que se llamaba Rojo 8, que era la crema de los burdeles. Venía gente de Caracas, San Felipe, Barquisimeto, Maracay y San Carlos. Mi tío me hizo pasar como un jovencito de 18 años. Así que los fines de semana, yo andaba por esos sitios, tocando y cantando. Pasados los años 70, comencé a cantar y a tocar en el Club Guataparo que era famoso entonces. Estaba en un grupo que se llamaba Los Cruner. Después me vine a Flor Amarillo, porque en esa época había mucho movimiento comercial en toda esa zona. Había bares, nigth club y formé parte de un grupo que se llamaba los Valen Boys y tocábamos por todos esos lados de Flor Amarillo, La Isabelica, Los Guayos, Guacara. Después fui a parar a un grupo que se llamaba Desesperación. He cantado en tantos sitios", recuerda con orgullo.

Le voy sacando palabras de a poquito. Ya toma como todos. Se olvidó de que hacía tiempo que no tomaba. El entumecimiento de los dedos había desaparecido… y una canción salía tras otra. "Toda la tristeza brota en mí existir/ Dándole a mi vida ansias de morir/ Y apuro la prueba del dolor cobarde/ Para seguir soñando con la tarde…". Una canción tras otra, con la que llegó un enorme aguacero que parecía no tener fin. Tacos de mortadela y de queso blanco, eran los pasapalos que acompañaban la noche temprana, escuchándolo cantar.

"También canté en el Barbarella Country Club, por allá en los 80, uno de los clubes más chic que tenía Valencia y al que venía gente de Maracay, Caracas y Barquisimeto. Allí tuve la oportunidad de alternar con Tom Jones, Engelbert Humperdinck, el Puma José Luis Rodríguez y Rocío Durcal. Siempre ha sido mi pasión, cantar, pero ahora no tengo guitarra ni tengo cuatro, porque ya sabes, las cosas se van poniendo difíciles. Hacia mucho tiempo que no cantaba. Yo tenía un Cuatro cumanés bellísimo y de alta calidad, pero una hija me lo pidió prestado para llevarlo a la iglesia y lo trajo destrozado. Qué te puedo decir".

De inmediato vuelve a agarrar el tono y uno de los amigos le dice que se sabe una sola canción y quiere cantarla. Y el cuatro volvió a sonar para que su amigo y vecino de 30 años, interpretara Mi Adorada de Bobby Capo, y que en los 80 y 90 popularizó la Dimensión Latina. El aguacero no se detenía y sali corriendo en medio de la lluvia, porque tenía que irme. Aún en la esquina se escuchaba el compartir al compás del cuatro: "… le cantééé lo más lindo deee mi repertorio".



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Rafael Rodríguez Olmos

Periodista, analista político, profesor universitario y articulista. Desde hace nueve años mantiene su programa de radio ¿Aquí no es así?, que se transmite en Valencia por Tecnológica 93.7 FM.

 rafaelolmos101@gmail.com      @aureliano2327

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