Crónicas cotidianas

Lo que quedó de la Valencia nocturna

Por años no andaba por Valencia a las 12 de la noche de un día sábado que otrora concentraba la mayor cantidad de personas de la vida nocturna de la ciudad. Pero andar por cualquier lado, a esa hora de la noche, sea el norte, o sea el sur, ahora, es, literalmente, un suicidio. Comenzando porque no existe una sola patrulla policial. Recorrí la ciudad completa y no vi un solo policía, ni una patrulla, ni siquiera matraqueando un perro caliente en algún lado. Manejé y manejé por toda la ciudad. Es lo que hace un periodista para saber la verdad de primera mano. Entre Naguanagua y la redoma de Guaparo, no me tropecé un solo carro. En la calle del hambre de Mañongo, estaban casi todos los negocios cerrados, alguno que otro vendiendo cervezas a chamos cuyo aburrimiento en una ciudad apática y patética, no encuentran nada que hacer un sábado a las 12:30 de la noche. Hace tres años, se podía ir a las tres de la mañana por cualquier lado y comprar casi cualquier cosa.

De la redoma de Guaparo, vía el centro, pero por la avenida Bolívar, los únicos seres humanos que había era un montón de trabajador@s sexuales, la mayoría desnudos que pululan debajo del elevado de El Trigal. Han estado allí por años. Pero no encontré ningún rastro humano hasta la avenida Cedeño, donde había dos personas, quizás esperando a algún vehículo para que los llevara a algún destino. Subí hacia la Fernando Figueredo, que es la vía hacia el mercado de La Candelaria. Pasando el mercado, pero ya en la avenida Aranzázu, hay una esquina del hambre donde reina el caos, pues los carros se estacionan y obstruyen todo. Había unos doce carros y unas 20 personas. Sigo por la Aranzázu, cruzo el puente El Boquete y sigo hacia la avenida Sesquicentenaria donde están las famosas canchas de Ruiz Pineda. Antes de llegar a ese semáforo, estaban las famosas chicharroneras, donde podías comer a las tres de la mañana, ricas cachapas con chicharrón, con queso o cochino frito. Había un solo negocio abierto y más bien daba lástima. Allí me bajé a tomar un café de agua sucia, como suelo decir. El cafesero es un interpretador lógico de los hechos. "Hermano -me dijo- dos más dos son cuatro. Después de las siete de la noche no hay transporte de ningún tipo. Ya a las cinco de la tarde es difícil encontrarlo. Lo que hay abierto es para la gente que vive cerca y puede venir a pie. Pero antes había camionetas a las 12 de la noche y todos estos negocios estaban abiertos. Viernes, sábados y domingos, era una locura. No es que no haya dinero, porque pobremente la gente se gasta sus 30 o 40 dólares con la mujer y los muchachos, pero sin transporte, no puedes. Cómo te vienes de Lomas de Funval o de Trapichito para acá".

Tomé la Sesquicentenaria (tremenda avenida) hacia Plaza de Toros, cuando ya eran las 1:30 de la mañana. Allí, cuatro tipos conversaban cada uno con una cerveza en la mano, bajo la caseta policial cerrada que está bajo el puente, donde comienza la avenida La Feria. Podrán creer que no encontré ni siquiera un vehículo en toda esa avenida, hasta llegar a la avenida Lara, justo donde está la Estación Cedeño del Metro. Bajé hacia la autopista y me encontré un grupo de personas que tomaban cerveza y parloteaban alrededor de un perrocalentero, cerca del otrora conocido nigth club Estrella del Mar, famoso en la Valencia de los sesenta. Tomé la autopista hacia el sur, pero bajé por Los Samanes. Atravesé todo Los Samanes hasta llegar a la avenida Paseo Las Industrias que atraviesa toda La Isabelica. Debajo del elevado de la avenida Henry Ford, tomé a la izquierda y bajé por la avenida hacia La Quizanda. Debajo del puente de La Quizanda, es donde hoy día está el sabor en Valencia. Hay cuatro negocios que venden licores de todo tipo y exquisiteces, hay una plaza improvisada con bancos de concreto, varios carros de hamburguesas y perros calientes, con precios de cinco dólares en adelante. También hay mucha iluminación de colores, todo el puente por debajo y los alrededores, y unos 200 vehículos, ninguno de menos de 10 mil dólares, incluidas algunas camionetas de esas famosas de ahora de 65 mil dólares. Allí di vuelta en U y me fui a mi casa. Eran las 3:30 de la mañana.

Esa es la Valencia nocturna de hoy. No fui a San Diego porque ya estuve hace dos meses, y a las 12 de la noche, no hay nada abierto. Solía tener muchos negocios de comida en la noche. Ya no queda nada.

Me faltó ir a los garitos, los bares de ambiente, los sitios donde se consume droga abiertamente, pero esos no son muchos, son extremadamente selectivos, en lo personal no me gustan y de paso no tengo 300 o 400 dólares para gastar en una noche.

Aún no entiendo por qué alguien cree que esta es una ciudad moderna y progresista.



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Rafael Rodríguez Olmos

Periodista, analista político, profesor universitario y articulista. Desde hace nueve años mantiene su programa de radio ¿Aquí no es así?, que se transmite en Valencia por Tecnológica 93.7 FM.

 rafaelolmos101@gmail.com      @aureliano2327

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