El feminismo se abre paso en el espacio islámico en medio de la controversia

El debate sobre la igualdad de la mujer gana terreno en un mundo condicionado por el cliché y los prejuicios. Tres voces reflexionan sobre la cuestión de género en países de mayoría musulmana.

Noor Ammar Lamarty tiene 23 años. Nació en Tánger en el seno de una familia musulmana practicante, que la educó bajo las coordenadas del llamado «feminismo islámico». Salvo su abuela, ninguna de las mujeres de su casa llevó nunca velo. De hecho, pudo estudiar, recibir una educación razonablemente abierta y desbordar los límites geográficos de su país. Y hoy, siguiendo los pasos de su tía, doctora en Filología Hispánica por la Universidad Complutense, completa su formación en Madrid, donde ha orientado su especialización hacia el derecho internacional público con perspectiva de género.

Su visión sobre el papel de la mujer en los contextos árabes e islámicos ha experimentado una significativa evolución. El conocido como feminismo islámico ya no da respuesta a buena parte de sus interrogantes personales. «Fallaba la constante justificación de las injusticias que vivíamos las mujeres, incluso a nivel legal; de por qué seguimos estando discriminadas en nuestro ordenamiento jurídico», argumenta en un perfecto castellano a través del teléfono. «Y hay que plantarle cara yendo al origen de los textos que desarrollan leyes machistas«.

Noor Ammar Lamarty es una de las cada vez más frecuentes voces que reclaman igualdad de género en el diverso espacio islámico, que incluye una heterogénea población de más de 1.500 millones de personas en latitudes geográficas y sociales bien distintas. El debate sobre la situación de la mujer en el mundo islámico ha vuelto a cobrar fuerza en los últimos años, aunque está contaminado por clichés y prejuicios etnicistas y religiosos, que dificultan significativamente su análisis.

Muchas y conflictivas son las perspectivas que confluyen en el examen de una cuestión, a menudo, controvertida. La investigadora de origen sirio Sirin Adlbi Sibai publicó en 2017 un polémico estudio que cargaba contra el «feminismo hegemónico» occidental portador, en su opinión, de un discurso colonialista y excluyente de las mujeres del tercer mundo. La escritora reprobaba la visión «racista e islamófoba» que se ofrece de la mujer musulmana y negaba la presunta incompatibilidad entre feminismo e islam. «El feminismo islámico es una redundancia. El islam es igualitario», aseveraba en una entrevista Sirin Adlbi Sibai, con quien Público ha intentado ponerse en contacto sin éxito.

El punto de vista de Sirin Adlbi Sibai es compartido por muchas mujeres musulmanas. Otras tantas lo cuestionan. Es el caso de la escritora marroquí residente en Catalunya Najat el Hashmi. Sus reflexiones sobre el feminismo islámico son enormemente críticas. «El islam nunca fue feminista», ha argumentado en innumerables entrevistas a medios españoles en los últimos años. Bajo su prisma, todas las religiones monoteístas nacen en sociedades patriarcales y lo vertebran de forma normativa. Sus posibilidades de evolución son mínimas o inexistentes, agrega El Hashmi.

Noor Ammar Lamarty comparte con la escritora marroquí algunas de sus observaciones. Puntualiza que existen sustanciales diferencias entre mujeres musulmanas de distintas procedencias y contextos socioeconómicos, pero admite la existencia de discriminación. «Por supuesto. Por más que nuestras familias sean modernas o cultas, que nos den acceso a la educación y quieran que nos emancipemos, siempre está el factor de que somos mujeres. Y tenemos limitaciones claras. Estamos reguladas por un código moral social y un establishment religioso que nos indica cómo tenemos que ser buenas mujeres y buenas musulmanas», declara.

Y agrega: «Incluso las que hemos gozado de cierta libertad en nuestra educación, no somos tan libres para decidir y sufrimos el miedo constante a la imagen social. Se nos ve peor si fumamos, si bebemos, si vestimos de forma menos recatada, si salimos a determinadas horas o si tenemos pareja no musulmana. Y sufrimos el mito de la virginidad, que nos invalida y nos pone contra la pared por sentirnos peores personas o indignas. No tenemos la misma libertad de los hombres de no ser juzgadas por lo que decidamos». En su país, asegura, las libertades individuales se encuentran restringidas y un buen número de artículos del código civil discriminan legalmente a las mujeres.

¿Es la religión la que incorpora todos estos rasgos machistas? Para la joven marroquí, fundadora de la revista digital Women By Women, desvincular religión y cultura es imposible. «Hay un miedo atroz a decir que la religión nos discrimina. Muchas feministas islámicas han intentado reformar el islam desde dentro y han sido marginadas y vilipendiadas«, señala Lamarty. «Es un tema complejo», admite. Y asegura: «Las instituciones islámicas están masculinizadas y la legislación está impregnada de misoginia».

El escritor Abdennur Prado sostiene una visión diferente. En el Corán hay ciertos rastros machistas que han sido «sobredimensionados» por la tradición islámica y que son reflejo de la sociedad patriarcal de su época. Sin embargo, él defiende una hermenéutica global del libro sagrado que se centre en sus «fundamentos éticos» y en su «concepción de la dignidad». «Aquella es una lectura patriarcal del Corán que no se sostiene si se analiza en su conjunto», asegura. «Lo masculino y lo femenino están equilibrados en lo divino. Y hay toda una serie de principios éticos, además del concepto de justicia, entroncados con una ética feminista».

Abdennur Prado (Barcelona, 1967) fue el principal promotor de las cuatro ediciones del Congreso Internacional de Feminismo Islámico que se celebraron entre 2005 y 2010 en Madrid y Barcelona, con la participación de ponentes, organizaciones y activistas del mundo musulmán. Y ahora está a punto de publicar El rostro materno de Allah. Aportaciones al feminismo islámico, donde revisa la cuestión de género en el espacio musulmán.

El escritor afincado en Córdoba admite que el feminismo islámico, tal como lo entiende él, resulta minoritario en los países musulmanes. «Hay muchas dificultades», argumenta. «La primera es el propio término feminismo. Los clérigos conservadores no paran de decir que el feminismo es algo occidental que amenaza la moral islámica tradicional y llaman a combatirlo. A esto ayuda que el colonialismo lo ha utilizado como caballo de Troya», añade. «El feminismo islámico se enfrenta», por tanto, y según su perspectiva, «a las pretensiones de universalidad del colonialismo cultural y económico».

De alguna manera, el escritor barcelonés, autor de numerosos estudios sobre el islam, se sitúa en una posición equidistante entre el feminismo occidental y el discurso conservador de algunos clérigos «que están al servicio de estados autoritarios». Un ejemplo de ello es el recurrente debate sobre el velo islámico. «Para mí, es sencillo: la libertad de las personas es el criterio», afirma. Desde ese punto de partida, rechaza tanto la imposición del hiyab en países como Irán o Arabia Saudí como su prohibición en «estados que se pretenden laicos». «Me parece contrario al feminismo y al principio de autodeterminación de las personas», subraya.

Bajo su punto de vista, las razones que impulsan a una mujer a usar el velo son muy diversas. «Puede ser por imposición cultural, por costumbre, por adherencia a una tradición o por utilizarlo en un contexto de discriminación. El uso no define a la persona», aduce Abdennur Prado. El escritor cree que el feminismo tiene ante sí un gran espacio por recorrer en el mundo islámico. Entre otras cosas, porque cada vez hay más mujeres musulmanas con acceso a la lectura del Corán, que ya no dependen de las interpretaciones de los clérigos. «En el contexto de algunos países islámicos, la mayor parte de las discriminaciones se pretenden justificadas en el Corán y, cuando se analiza, se desmoronan«, arguye. «La contradicción es tan grande que me provoca esa necesidad de revisión de ese discurso. Y eso es imparable».

La profesora de Estudios Árabes Nieves Paradela ha dedicado parte de su labor investigadora al examen de la historia del feminismo árabe. El movimiento por la igualdad de género tiene unas sólidas raíces en el mundo islámico a lo largo del siglo XX, fundamentalmente en Egipto, pero también en otros países del Magreb y de Oriente Próximo. «Había un feminismo muy potente, con una importante producción en prensa, ensayística y literaria, que ya en los años 50 o 60 del siglo pasado hizo bandera de quitarse el velo», señala.

Todas esas generaciones de mujeres feministas lograron derechos políticos de calado en el contexto de regímenes autoritarios. «La mujer entró en la Universidad egipcia ya en 1929. Y consiguió importantes conquistas en las décadas siguientes. Es verdad que había una especie de feminismo de Estado, propiciado por Gamal Abdel Nasser para vender una imagen de modernidad», explica la profesora de la Universidad Autónoma de Madrid. De todo ese movimiento de mujeres activistas beben hoy las nuevas generaciones de jóvenes feministas de origen islámico que, como Noor Ammar Lamarty, alzan su voz en las redes sociales. «Hay mujeres muy valientes, como Najat El Hashmi, que habla en sus libros de su proceso de liberación y constituye un referente para las más jóvenes», asegura Paradela.

El concepto del feminismo islámico emergió en la década de los 90, según indica la arabista, como efecto secundario del fenómeno de reislamización identitaria que experimentaron los países árabes. Esta nueva mirada sobre la mujer musulmana trató de buscar en el Corán la base para la conciliación de la fe y la igualdad de género. «En parte, fue un movimiento intelectual y académico, que pretendía una relectura feminista del texto sagrado para encontrar un fundamento igualitario», manifiesta Paradela.

Muchas no estaban cómodas con el propio concepto «feminismo» porque lo vinculaban con connotaciones occidentales y eurocéntricas. «¿Se puede llamar feminismo a ese movimiento?», se pregunta la investigadora. «Depende. A mí no me parece demasiado convincente desde el punto de vista intelectual», precisa. Nieves Paraleda ve un cierto ejercicio de «voluntarismo» para intentar salvar los aspectos arcaicos y patriarcales del libro sagrado. «Tratar de encontrar en un texto del siglo VII una guía que rija las vidas de las mujeres del siglo XXI me parece un ejercicio casi imposible», concluye.

 



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