Literatura escatológica...la poceta en el hombro

En la antiguas sede de La Floresta, en la pared de la oficina del embajador, fue creciendo un hongo. Comenzó, como todo, desde muy chiquito. Todos los días el embajador de aquel tiempo, miraba a su izquierda, y como odia todo lo que sea de "izquierda", le lanzaba un moco. El hongo recibía la humedad y crecía, crecía, crecía. El embajador gringo un día en medio de un torrente de genialidad al ver como creía el hongo, expresó: "Oh yes,ese hogou comou que tomar la crecedorau" Y los years, perdón, los años fueron pasando .A esa oficina hedionda a perro caliente, chicle y hamburguesa con loca cola, llegaron varios embajadores y embajadoras a poner sus planchados culos llenos de furúnculos.

Allí, en esa oficina, DECORADA CON TROFEOS ATÓMICOS, PUEBLOS INVADIDOS, NIÑOS DESTROZADOS, pasaban largas horas, entre micrófonos, chips, videos, cámaras en miniatura, revistas pornográficas, claves secretas, cables de televisión, rock y otras cosillas. Mientras tanto el hongo en la pared fue sufriendo de una metamorfosis kafkiana. A medida que pasaban los días, el otrora hongo, se fue transformando en una flamante POCETA, que como es natural en la embajada de un país racista, era muy, pero muy blanca. Un día uno de los embajadores, en otra muestra de macro inteligencia belicista, se arrechó al ver la poceta en la pared que comenzaba a exhalar un aroma muy despreciable, que empero aunque ellos están acostumbrados a andar en la hediondez de las masacres, le resultó muy desfavorable a su sentido del olfato, y le lanzó uno de sus zapatos tenis. El mal oloroso zapato, al cual el embajador jamás dotó de "borocanfor", chocó contra la poceta y ésta cayó al piso. "Oh, ser una pocetau, magicau", monologó el embajador, y corrió ante ella. Sus ojos, de sádico ilustrado, no alcanzaban a describir lo que veían.

Dentro de la poceta, que se hizo grande al contacto con el piso, habían personas en miniatura, que por los movimientos de sus boca y sus manos, pedían auxilio. Eras personas de distintos rasgos faciales. Había asiáticos, latino americanos, negros y aborígenes. La cara del embajador tenía un rictus de asombro. Las pequeñas figuras lloraban, gemían. Había niños, mujeres, ancianos, adolescentes. El embajador gozaba viéndolos allí, tratando de escalar las paredes de la poceta. Se dio vuelta. Se dirigió a su escritorio. Haló una gaveta. Tomó una larga lata de insecticida que había ahí entre su mano derecha (la derecha siempre mata) y se volvió a la poceta. Para los invasores, lanzadores de bomba atómica, creadores de miedo y angustia, los que NO SON DE ELLOS, son insectos.

Apretó el spry y las diminutas hojas de líquido asesino, cayeron sobre las figuras dentro de la poceta. Comenzaron a caer, hasta la última. Una macabra y estruendosa carcajada se explayó por toda la oficina. El embajador estaba paranoico. Sus ojos eran dos teas encendidas. Corrió a la biblioteca y tomó un libro. Lo abrió. En una de sus páginas leyó: "Somos los elegidos de Dios y todo aquel que no sea de los nuestros, debe morir". Al rato llegó la gente de seguridad y se llevó al embajADor que reía grotescamente, mientras señalaba, con sus horrendos dedos, el lugar donde antes estuvo la MACABRA POCETA CON SUS CARGA DE CADÁVERES en miniatura que nadie más que él vio. Al cerrar la puerta de la oficina, la poceta volvió a su lugar en la pared. Es la misma poceta, que en honor a "ER CONDE nado" el embajador lució en una genial foto aparecida en APORREA enviada por EL BACHACO ROJO.

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Ángel V. Rivas

Limpiabota, ayudante de pintura, articulista, Productor Nacional Independiente, editor de El Irreverente. Animador del programa Gigantes del Romance, autor del libro Pacto Satánico y poeta en estado de frustración.

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