¿Dónde compran pan o el drama de los Ricardos de la patria?

Me pasa seguido. No sé si es que estoy sensible a esta situación, sin embargo, creo que es un asunto que se nos está haciendo cada vez más cotidiano, terriblemente cotidiano. En El Metro, a toda hora, allí están al acecho, con el hambre a cuesta, con la necesidad que brota y se extiende a lo largo del vagón: "Buenos días, regálenme algo para comer". Frente a la panadería, la que usted quiera ver, acá en Caracas, están los niños hurgando en la basura, pendientes de algún mendruguito que amaine el hambre. Te sacan la mano: "Señor, regáleme algo pa comé… o deme un poquito de pan". Esas formas de la miseria no están descritas en los informes de gestión de nuestros políticos; no forman parte de las cifras macroeconómicas ni de los voluminosos informes del Banco Central de Venezuela.

Es que la realidad que vemos los mortales es tan diferente a esas cifras, a esos guarismos que intentan explicar la realidad desde un sentido numérico; pero la realidad no queda reflejada en los informes ni en esos estudios; esos guarismos y explicaciones numéricas no dan cuenta de la realidad de Ricardo, niño de la calle de 10 años que vive junto a otros niños frente al CNE de Maripérez, en esa extensión de Plaza Venezuela. Ricardo y su abyecta realidad de niño de la calle no está contenida en esos informes; de hecho, a Ricardo nadie lo menciona; es algo así como indecible. ¡Cuidado!, no queda bien en el informe de gestión que se hable de "esa gente"; eso atenta contra la popularidad del Partido. -¡Menos debe tocarse en el discurso del Presidente! No, que va, eso no capta votos-. Total, hay que mantener el poder a como dé lugar; "debemos construir un mundo mejor, un mundo libre", dicen; pero el mundo libre y feliz pareciera que es como muy lejano, muy a futuro; mientras se construye el mundo libre, mientras el Partido Comunista intenta voltear el curso de la historia con su "ética de la convicción" (Weber dixit), hay asuntos que resolver en el plano material de la existencia, como bien pudo haber dicho un tal Carlos Marx. El problema está en que algunos sí lograron su cielo prometido a partir de esos discursos, de esas frases entusiastas y libertarias; mientras que grandes conglomerados humanos se conforman con las migajas de una esperanza que se hace larga, infructuosa, inútil como diría el bolero de Daniel Santos o como el famoso soneto de Sor Juana Inés de la Cruz: Verde embeleso de la vida humana, /loca esperanza, frenesí dorado, /sueño de los despiertos intrincado, /como de sueños, de tesoros vana... Hay otros que montan emporios empresariales en Miami; otros, al mejor estilo Pedro Morejón, montan emporios del entretenimiento en el país (¿Y la lucha de clases? ¿Y la economía comunal? ¿Ex ministro de Economía Comunal Socialista ahora dueño de un emporio empresarial absolutamente funcional a la Industria Cultural?). Entonces se nos pide que entendamos la crisis cíclica del sistema capitalista mundial, los complejos vericuetos de la Economía de Mercado, el enrevesado universo de las finanzas mundiales y cómo afecta el empleo y el salario nominal… pero ni por asomo alguien que se atreva a señalar o criticar las actuaciones del otrora ministro Morejón, adalid de la Revolución, hoy devenido adalid del Show Business. Las contradicciones saltan del Word a la cara del lector.

Como quiera que sea, hay gente que vive muy bien, y hasta tiene dos carros, a cuesta de esas fórmulas discursivas. La pregunta del millón es: ¿Hasta cuándo el discurso de la esperanza se puede sostener sin que quienes tienen la real posibilidad de solventar la grave crisis se avoquen a resolverla para que niños como Ricardo no sigan hurgando en la basura o pidiendo dinero para comer? No voy a caer en la destemplanza del discurso irónico fácil (Ricardo está pagado por la CIA, es un infiltrado de la MUD, entre otras reducciones; ya de La Patilla tenemos bastante); pero sí es absolutamente necesario hacer una mudanza del discurso, asumir una dosis de la cotidianidad y nombrarla, alejarse del cálculo electoral y entender que estas situaciones terribles de miseria deben ser encaradas de forma frontal; que por más dispositivo retórico-afectivo que se use para intentar esconder la realidad, ésta salta por todos lados; irrumpe sin permisos ni cortapisas; esa realidad es imprudente y poco o nada sabe del cálculo electoral, del decoro politiquero. Creo que hay cosas puntuales que atender. Los discursos auto-explicativos y auto-justificantes no son la solución. Usted va a cualquier diccionario y busca la definición Gobierno (dije cualquiera, desde el más precario hasta el más elaborado y serio), verá que palabras como autoridad, dirección, ejecución, coordinación y poder están relacionadas íntimamente con la categoría Gobierno. De allí que un Gobierno debe atender de forma puntual y efectiva los momentos de crisis; expiar sus culpas, buscar chivos expiatorios sin atender a sus propias responsabilidades es, cuando menos, una falta de sentido histórico. Es por ello que mi pregunta inicial es para quienes tienen la posibilidad cierta de hacer algo más allá del manojo edulcorado de frases entusiastas y libertarias que suelen enarbolar algunos políticos ante la cámara televisiva: ¿Dónde compran el pan que no ven esta realidad de la gente pidiendo para comer?

Hay que entrar en una etapa de mayor mesura y sindéresis política. Basta ya de tanta infamia electorera, propagandística, marchista, vallista, concentrista…politiquera. Como siempre señalo: así como uno no vive en el universo de la publicidad en sus diferentes modalidades, uno tampoco vive en la propaganda, en la valla que dice que "Somos potencia" (de lo que sea), en los enunciados animosos y guerreros de ese pasado glorioso (y glorificado hasta el paroxismo). La realidad es que ahora, de un tiempo para acá, hay más gente pidiendo en la calle, hay niños, como Ricardo, que están asegurando su futuro en la Morgue de Bello Monte o en la cárcel de Tocuyito. El Gobierno debe, además de salvar el mundo (5to. Objetivo Histórico del Plan de la Patria), debe procurar un mejor futuro para los Ricardos de la patria.



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Johan López


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